Capítulo 3

El sol volvió a salir en la fortaleza, y desde muy temprano Owen se encerró en el cuatro de estrategias, hojeando mapas y leyendo documentos, mientras planificaba el rumbo de su próxima misión.

Sabía que en el pueblo más cercano aún se reunían varios cazadores, que convertidos en semi vampiros podrían ser de utilidad, pero entre todos ellos, la pieza clave era Christofer Dust, tanto por la cantidad de vampiros puros que había logrado contactar durante su estadía en aquella clínica del bosque, como por su relación con Hailey; obligarla cooperar no sería muy difícil con él de su lado o como prisionero. Pero también sabía que el pueblo aún no se libraba del todo de vampiros errantes y violentos, por lo que necesitaba que sus hombres recuperaran las fuerzas rápido.

El dilema estaba en que hacer que Hailey los cure con sus conocimientos médicos no era tarea fácil, ni una garantía, debido a cómo había quedado desde la noche anterior; primero debía sanarse ella antes de intentar sanar a otros, pero Owen no podía esperar a que eso ocurriera.

No había opción: tenía que usar su sangre, esa deliciosa sangre que él pensaba reservarse para su propia salud y disfrute. Debía compartir el manjar con su hambriento séquito.

Se dirigió a la habitación de Hailey con pasos decididos. Al entrar, la encontró destapada, acurrucada en la cama rodeándose con los brazos, mientras temblaba con la mirada perdida. Owen se acercó y, sin mediar palabras, la levantó con facilidad, ignorando sus débiles protestas.

—Deja de quejarte —dijo Owen, en tono frío—. ¿Crees que hoy no tengo planes para ti?

La llevó de regreso al cuarto de estrategias, cargándola como si fuera un muñeco de trapo, y la colocó sentada sobre una silla de madera. La sujetó de un hombro para que no se cayera y, con un par de sogas, la ató a la silla de brazos y piernas.

Hailey permaneció con la cabeza colgante mientras oía las pesadas botas de los numerosos vampiros, que comenzaban a entrar y acomodarse en la amplitud del cuarto; podía sentir sus miradas posarse con curiosidad e impaciencia sobre ella mientras Owen explicaba el plan de acción y las rutas a seguir.

Cuando finalizó el discurso, Owen arrastró la silla con Hailey al centro del lugar:

—Aquí está el banquete. Su sangre restablecerá sus fuerzas, así que deléitense antes de partir.

Con esa orden, Hailey no tardó en sentir la presencia cercana de los hombres rodeándola, y la ansiosa respiración sobre su piel. La joven vestía un camisón delgado y corto para dormir, así que había mucha carne pálida al descubierto para escoger. Algunos la mordieron en sus brazos y otros es su cuello; Hailey parecía tener la mente en otro lado, y apenas respondía algunas veces con un leve jadeo. No faltaba quien lamiera o besara la carne antes de morder, y los más aventurados incluso se inclinaron lo suficiente para separar sus piernas y hundir los colmillos en sus suaves muslos o en el los costados de su abdomen, acariciando con sus manos a lo largo de toda la zona cercana mientras chupaban con placer.

Uno de los tirantes del camisón se levantó lo suficiente como para deslizarse por el hombro y caer a un costado, dejando al descubierto uno de los pequeños senos de la chica. Fue entonces que se acercó el último vampiro, quien pasó su lengua con lujuria sobre el pezón y la mordió en el pecho. No se esperaba el gemido que obtuvo por respuesta, y levantó la mirada, encontrándose con los ojos azules y cansados de Hailey, completamente fijados en él.

Hailey mantuvo el contacto visual y esbozó una sonrisa casi imperceptible, pero que el medio-vampiro no pasó por alto, mientras continuaba bebiendo con una expresión hipnotizada; pese a todo, la joven aún era muy hermosa.

Cuando finalmente terminó, el medio-vampiro se quedó a su lado, observando a Hailey con una mezcla de deseo e intriga, aunque ella ya no lo siguió la mirada. Owen se acercó y aplaudió, satisfecho:

—Esa pasividad sí que me gusta, Hailey, Lucián se vio muy complacido por ese gemido tuyo. —Extendió sus brazos y se dirigió a sus camaradas—. Partiremos en una hora, prepárense bien.

Los vampiros murmuraban sobre lo bien que se sentían tras beber la sangre de Hailey, mientras que el último de ellos, Lucián, se acercaba a hablar con Owen:

—Jefe, permítame el turno para cuidar del cuartel, y vigilar a esta… niña. En sus ojos veo aún intenciones de escapar.

Owen asintió, y con una última caricia a la mejilla de Hailey, se inclinó para desatarla.

—Llévatela —ordenó, levantando el delgado brazo de la chica.

Lucián obedeció y cargó a la joven devuelta a su dormitorio, para dejarla otra vez posada en la cama. Mientras apoyaba su cabeza en la almohada, Hailey no dejaba de mirarlo a los ojos, con una expresión neutra.

—¿Qué sucede? ¿Te gustó? —dijo Lucián

Hailey no respondió.

»Cómo quisiera hacerlo de nuevo, pero soy un hombre sin autocontrol. Owen me mataría.

Dicho eso, Lucián se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta, pero sin dejar de mirar el rostro de esa chica.

Las horas pasaron lentamente, ya la misión había comenzado y el cuartel estaba casi vacío. Hailey, aún recostada en su habitación, podía oír cuando Lucián subía la escalera y caminaba por el pasillo. Decidió que era momento de actuar: desde la puerta entreabierta, vio el trozo de marco astillado —aquella estaca improvisada— aún tirada en el pasillo, desapercibida entre los barrotes del barandal, justo donde la había soltado al saltar. Esperó a que Lucián se alejara y se arrastró como pudo fuera de la habitación para tomar la estaca, luego volvió y la escondió bajo su almohada. Se acostó unos minutos y, cuando oyó a Lucián acercarse una vez más, hizo el esfuerzo de levantarse de la cama, para caminar lentamente hacia la puerta.

Lucián, por su parte, patrullaba cabizbajo, pues Hailey no salía de su mente desde la mañana. Pronto oyó su voz, débil pero angelical, llamar su nombre:

—Lucián… por favor… necesito ayuda.

Lucián se acercó a la puerta y miró por la ventanilla: Hailey estaba apoyada de lado en la pared, con una mano sobre su cabeza y una expresión de fatiga notable, pero lo que a él más le llamó la atención fue el camisón; era el mismo camisón corto y delgado que estaba usando en la mañana, pero ahora la hacía ver más sensual. Tal vez porque estaba rasgado en algunas partes, como obra de rasguños y tirones de los vampiros; tal vez porque, a contraluz de la ventana de atrás, se podía apreciar la figura de su cuerpo desnudo; o tal vez porque el frío levantaba esos pequeños pezones, visibles bajo la ropa. Lucián no disimuló su mirada ni un segundo:

—¿Qué ocurre?

—Lucián… ese es tu nombre, ¿verdad? —susurró Hailey—. Ayúdame, por favor… perdí mucha sangre, no puedo mantenerme de pie.

—¿Y qué quieres que haga? —respondió Lucián, intentando disimular su deseo con desdén—. Tú eres la enfermera; ayúdate tú misma o espera el regreso de Owen.

—Owen… Owen dejó mi canasto de manzanas en la cocina… sólo necesito un poco de jugo de manzana y estaré bien, te lo suplico.

Lucián hizo una mueca de disgusto y cerró la ventanilla, pero se dirigió a la cocina a preparar el jugo, debatiéndose entre si dejar pasar la oportunidad o ceder a sus deseos: el deseo de probar ese cuerpo que Owen ya había disfrutado.

Cuando tuvo todo listo, se acercó a la habitación y abrió la puerta; Hailey lo esperaba sentada en la cama, y levantó la cabeza para ofrecerle una leve sonrisa. Sin decir nada, Lucián le extendió la copa con jugo y Hailey bebió torpemente, dejando escurrir líquido por las comisuras de su boca, que se derramaban en su pecho. Lucián miraba con atención, y Hailey exhalo y se limpió la boca antes de devolver la copa de vidrio:

—Gracias, muchas gracias. Eres el más considerado de todos aquí.

—¿Sólo por esto?…

—No… no sólo por esto.

—Veo que aún piensas en lo ocurrido esta mañana —dijo Lucián, esbozando una sonrisa pícara—. Pero no puedo volver a morderte si te falta sangre, traviesa.

Hailey, satisfecha y parcialmente recuperada por la bebida, se estiró con un jadeo y se dejó caer de espaldas a la cama, con una mano en su abdomen.

—Sí… es una lástima… eres mejor que Owen en todo sentido.

Lucián, sin poder contenerse más, se inclinó para apoyar sus manos en la cama, a cada lado de Hailey, para verla de frente:

—Oh, y eso que no lo has visto todo, pero sé que te encantaría, ¿no es así?

Hailey entrecerró los ojos, dejando escapar un leve suspiro, y asintió. Esa era la señal que Lucián necesitaba para abalanzarse sobre ella y empezar a besarla como un animal hambriento. Las manos, grandes y ásperas, exploraban su cuerpo con una urgencia cargada de excitación. La joven sentía la lengua irrumpiendo en su boca de una forma aún más intensa que la de Owen, percibiendo una fuerte y caliente respiración a la vez que Lucián agarraba los tirantes del camisón frágil. Los desgarró de un tirón, y bajó la tela para dejar al descubierto sus pechos.

Lucián quedó maravillado. No era la primera vez que los veía, pero ciertamente esos pezones rosados se veían más duros y apetecibles esta vez; se dedicó a chuparlos, pellizcarlos y lamerlos con trazos largos y lentos sobre ambos pechos, asegurándose de hacer ruidos obscenos con su boca.

«Mierda, de verdad voy a hacerlo», pensó Lucián, sin quitarle los ojos de encima a la chica, «voy a cogerme a la prisionera de Owen… Qué puta tan hermosa, qué tetas tan perfectas… No puedo esperar más».

Lucián se incorporó y, en un movimiento rápido e impaciente, se quitó los pantalones, revelando su miembro erecto y venoso, de un tamaño que a Hailey pareció intimidarle.

El medio-vampiro sonrió con malicia, levantó el camisón hasta la cintura, separó las piernas de Hailey de par en par, como a una muñeca. No llevaba ropa interior, y su intimidad, vulnerable, de apariencia suave y sin vello alguno, tentó aún más a Lucián:

—Mira eso… Qué coñito tan rico —dijo, con una voz ronca por el placer.

Con un movimiento rápido, enterró su cabeza entre las piernas de la joven y comenzó a saborearla desde adentro, trazando círculos rápidos con su lengua. La sacó para lamerla desde el ano hasta el clítoris, deteniéndose a chuparlo con avidez. Hailey se mordió el labio inferior para ahogar un fuerte gemido, pero era evidente que el placer ya empezaba a recorrer su cuerpo de manera electrizante, de modo que su espalda se arqueaba de a momentos y su vagina se humedecía por su cuenta.

La excitación de Lucián lo empujó a dar el siguiente paso en poco tiempo. Se levantó y agitó su pene con una sonrisa:

—Te voy a partir en dos —dijo en un gruñido morboso.

Derramó saliva en su mano y lubricó su pene para guiarlo hacia la entrada de Hailey. La tomó de las caderas con fuerza y la penetró con una embestida brutal y profunda. Esta vez la chica no pudo contener su grito.

Lucián rió y se empezó a mover, sin preocuparse por mantener un ritmo suave al inicio. Se agachó y tomó el rostro de Hailey con las dos manos, para volver a besarla y ahogar los gemidos de ambos durante la brusca penetración; la verga entraba y salía, y los testículos golpeaban contra su culo.

Hailey pensó que no resistiría; su vista de a poco se nublaba, pero hizo un esfuerzo por mantenerse consciente y seguirle el ritmo a aquel nuevo asaltante, dejándose llevar en la oleada de placer que podía llegar a sentir. Llevó una mano a la espalda de Lucián y la otra a su nuca, arañándolo y tirando de su cabello, mientras movía su propia lengua para aumentar la intensidad del beso.

Lucián se separó un poco de ella, sintiendo subir la temperatura de su cuerpo, y se concentró en sus embestidas, mirando con morbo hacia los ojos desafiantes de Hailey. La abofeteó en una muestra de dominación, y a ella no pareció importarle: empezó a gemir en voz alta, mientras la marca enrojecía:

—Más rápido, Lucián, más fuerte —susurró, entre jadeos—. No te detengas.

Lucián llevó las piernas de Hailey sobre sus hombros y se esforzó por aumentar el ritmo. Abofeteó también uno de sus senos, viéndolos moverse de arriba abajo.

—No creí que fueras tan puta —respondió Lucián, para luego escupirle el rostro, intentando ocultar su falta de energía—. ¿Tanto te gusta que te coja? Ven aquí.

En un esfuerzo por conservar el control, Lucián la envolvió con sus brazos y la levantó como si no pesara; se echó hacia atrás para quedar boca arriba, con Hailey encima suyo, y reanudó sus penetraciones.

Hailey notó el cansancio en el sudor y los gruñidos del vampiro, y decidió darlo todo en un último acto de desafío: se incorporó y comenzó a moverse ella misma sobre el pene de Lucián, apoyando las manos en sus piernas.

—Vamos —gimió Hailey—, dámelo todo.

Lucián, negándose a ser superado, hundió sus dedos en los muslos de Hailey, y la embistió con la mayor ferocidad que pudo, oyendo el impacto de sus cuerpos al chocar. Los pechos rebotaban y los tirantes rotos seguían el movimiento.

Hailey se sujetó con dificultad de las piernas de Lucián, que alcanzaba el éxtasis a medida que aumentaba la velocidad. Finalmente, el vampiro se sentó en un movimiento brusco, agarró las nalgas de Hailey con fuerza y la empujó hasta lo más profundo para venirse dentro de ella. El cuerpo de Lucián temblaba, el semen se desbordaba y no dejaba de salir, pero por fin dio un respiro hondo y se derrumbó sobre su prisionera, completamente agotado.

Hailey sintió su peso, el sudor de su piel y el olor de su esperma. Esperó un minuto a que la respiración del vampiro se hiciera profunda y, mientras le acariciaba el pelo con una mano, escabullía la otra bajo la almohada. Sacó la estaca, fría, puntiaguda, y la agarró con firmeza.

Con la mayor fuerza y velocidad que pudo, hundió la estaca en la espalda de Lucián, enterrándola entre sus costillas hasta llegar al corazón. Lucián se retorció y abrió la boca en un gesto de dolor mortal, pero su grito se ahogó por gárgaras de sangre, que brotaba ennegrecida por la boca y la espalda, bañando el cuerpo de Hailey.

El cuerpo convulsionó y las manos de Lucián intentaron llegar al cuello de la joven, pero cayó muerto segundos después. Hailey intentó quitárselo de encima, temblorosa. Se incorporó y se vistió con la ropa del vampiro; le quedaba enorme, pero servía para cubrirla. Se dirigió a la puerta y salió al pasillo silencioso.

Corrió fuera del cuartel. Cojeando y descalza sobre hielo y nieve. Pero poco avanzó por el camino que atravesaba el bosque, cuando a lo lejos vio una tropa acercarse. Hailey temió por su vida; sabía que eran ellos, e intentó desviarse del camino para esconderse, pero ya la habían visto.

Christofer volvía del bar con un golpe en la cara; sus intentos de conseguir apoyo y nuevos compañeros habían fracasado. Se había instalado en el bosque, construyendo un refugio rápido con los materiales que tenía a disposición. Sobrevivía con la carne de los animales que cazaba y una fogata.

Pero los días ya habían pasado, el invierno se hacía cada vez más intenso y las noches más crueles. Los animales apenas salían de sus madrigueras y la fogata era insostenible con el viento. Christofer volvía a padecer el frío, pero lo que más le sorprendía era no haber sido atacado por ningún vampiro; no esperaba que el bosque fuera tan seguro.

Christofer sentía su progreso volver a cero desde que llegó a la ciudad. Había prometido no volver con Hailey, pero también sabía que no sobreviviría sin todo lo que había dejado en la clínica. Tomó una decisión: volver, pero volver en el horario en el que sabía que Hailey solía salir a buscar heridos; su plan era tomar las cosas e irse. Sabía que Owen podía estar ahí, pero no le importaba cruzárselo.

Llegó, casi congelado, a esa tétrica mansión camuflada como clínica y se apresuró a entrar cautelosamente. La entrada, como siempre, abierta. Se sacudió la nieve y caminó por el pasillo. Pasó por la cocina y los platos seguían ahí, el desorden era el mismo; el ajo aún en el suelo y la estaca clavada al techo. Todo el interior estaba demasiado oscuro y silencioso; Christofer podía oír el crujido de la madera respondiendo a las pisadas de sus botas, y el viento aullar afuera. Abrió puerta tras puerta para ver si había alguien, pero cada habitación estaba vacía; sólo muebles viejos y una cama en cada una.

Finalmente llegó a su viejo cuarto y, entre las sábanas, encontró su manta de piel, pero no su abrigo; lo buscaba por todas partes, pero no estaba. Salió del cuarto y la puerta de en frente, la de Hailey, se abrió con una brisa helada, como si fuera una puerta al exterior. Entró y se encontró de frente a la escena: la cama desordenada y la ventana totalmente destruida, con pedazos del marco roto colgando de clavos viejos.

Christofer se quedó paralizado:

—No…

Se acercó tambaleando, desesperado, y se asomó por la ventana: profundas y pesadas huellas seguían marcadas en la nieve, trazando un camino con tal separación entre cada pisada que era imposible que fuera un rastro humano. El viento de a poco las borraba, y en minutos desaparecerían.

Christofer se envolvió con la manta y se lanzó por la ventana. Cayó con un golpe sordo en la nieve profunda, el frío le mordía las piernas hasta los huesos, y el aliento escapaba en nubes blancas. Se quedó de rodillas unos segundos, pero tomó el coraje de levantarse y comenzar a correr.