Capítulo 1

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Experiencias I: Sofia

Siempre me gustaron las latinas, no importa de qué país.

Esas morenazas del carnaval de Rio, o esas italianas de las más variadas filmografías.

Es por ello que desde que tuve oportunidad, aproveché para deleitarme con las delicias de una buena hembra de este estilo.

Empecé a trabajar joven, y aunque no terminé los estudios, conseguí por amistades un puesto en una muy buena empresa.

No hizo falta mucho tiempo para subir de categoría, y aunque está mal que sea yo el que lo diga, subí por méritos propios. Tendría yo 23 años, un buen sueldo, algunos días libres y vacaciones.

Ah, las tan ansiadas vacaciones.

Mi primer viaje pagado de mi bolsillo fue con un grupo de compañeros de trabajo a Argentina.

Éramos 5 chicos con ganas de conocer el país y sus chicas.

Como es normal, salimos de copas alguna que otra noche, y como no en una de esas salidas conocí a Sofía.

Una chica guapa y de buen ver, 25 años, alta, culito redondo, piernas largas y fuertes, de melena negra y brillante por debajo de los hombros,… en fin un bomboncito.

Y luego cuando empezó a hablar con ese acento embaucador que tiene la gente argentina, me terminó de derretir.

Mis compañeros estaban dos de ellos charlando con otras dos chicas y los otros dos supongo que lo mismo, aunque los había perdido de vista. Sabía entonces que esa noche o acababa con Sofía o dormía solo en el hotel.

Ella tenía mucha iniciativa, con lo cual casi no se decir quién ligó a quien.

Comenzamos hablando de lo típico (trabajo, vida social, etc) y terminamos hablando de lo típico (sexo).

Yo por aquel tiempo ya había tenido algunas relaciones, pero habían durado poco. Unas veces por mi culpa y otras por culpa de mi pareja. En aquel viaje acababa de finalizar una relación de 2 años.

Sofía me habló de su vida sentimental.

Me contó que inicialmente estuvo con un chico varios años, pero lo descubrió en la cama con otra, y desde entonces su relación con los hombres era de placer.

Me explico, cuando sentía necesidad de sexo, llamaba a alguno de sus amigos y ya está. Y a juzgar por su físico, y conociendo a los argentinos, su agenda podría ser tan larga como ella quisiera.

Con las copas y la mirada de Sofía me fui embriagando y claro, llega un momento en que cuentas tus más íntimos secretos con la facilidad con que hablas de fútbol.

Y terminé confesándole que me gustaban mucho los pies de las mujeres, algo que me da mucha vergüenza en mi estado normal, pero en aquel estado lo solté con una sonrisa en mi boca.

Ella me dijo que conocía otros chicos a los que también gustaba mucho el pie femenino, por lo cual ella decía cuidárselos con mimo. Yo entonces, me puse rojo de acalorado.

Oírla decir aquello me dio un subidón de lívido, y de forma automática miré hacia el suelo. Me encontré asomando unas botas bajo su pantalón.

Debí poner cara de decepción ya que ella me dijo que no me preocupara, que me los enseñaba, y diciendo esto se subió el pantalón de su pierna derecha y se sacó la bota. Allí estaba yo en medio de aquel bar mirando el pie derecho de Sofía.

En aquel instante estaba como drogado. Ella subió su pie y lo apoyó sobre el taburete en el que yo estaba sentado, haciendo hueco entre mis muslos.

Yo miraba absorto aquel pie a medio metro de mis ojos, y mi pene respondía al roce de sus dedos con mi bragueta.

Sus uñas estaban pintadas de un morado brillante, y a mi nariz llegaba un olor a su pie mezclado con el cuero de la bota.

Era un olor muy leve, supongo que se habría duchado antes de salir y lo más que habría caminado sería del coche al bar. Pero ese olor leve era gloria para mi olfato.

«Te gusta mi pie?» me preguntó.

Yo me sobresalté. Su pregunta me había sacado de mi estado catatónico.

«Sí», le respondí. «Es precioso».

Ella sonrió en agradecimiento a mi cumplido y volvió a enfundar el pie en su bota, lo cual me entristeció, pero traté que no se me notara.

Seguimos hablando de sexo y tendencias sexuales nuestras y de nuestros amigos. Ella me confesó que le gustaba el sexo duro. «Jugar con los hombres» me decía, lo cual pude constatar posteriormente en mis carnes.

Terminamos en la habitación del hotel. Antes de irme del bar hablé con mi compañero de habitación, y me dijo que él llegaría por la mañana. Estaba con unas chicas y se iba a una fiesta en una casa particular.

Por lo tanto tenía a Sofía y mi habitación para mí solo toda la noche.

Ella nada más entrar me dijo con una picara sonrisa que ya que me gustaban sus pies me dejaría disfrutar de ellos, pero antes tenía que ganármelo.

«Haré lo que haga falta», dije yo.

Y ella me respondió «Puedes estar seguro de ello».

Se sentó en un cómodo sillón de la habitación y me pidió algo de beber.

Le serví una de las cervezas que había en la pequeña nevera.

Cuando se la di me pidió que me pusiera de rodillas frente a ella. Así lo hice, y ella levantó una pierna hacia mí invitándome a sacarle la bota. Se la saqué y me dijo que la colocara delante de mi y metiera la nariz dentro.

Sólo de oír aquella orden mi instrumento daba saltos dentro de mi pantalón.

Seguí sus instrucciones, y una vez mi nariz dentro de su bota, me obligó a darle un masaje en el pie que yo mismo había descalzado.

Con la bota en mi cara como una mascarilla y yo arrodillado delante de ella, empecé a masajear lo mejor que pude aquel pie desnudo.

Su talón apoyado en el suelo, delante de la punta de la bota de la cual yo aspiraba los aromas de cada rincón de su interior. Me estaba «colocando» con aquel olor.

Es ese olor que tiene el calzado después de un cierto uso, y que es una mezcla del cuero del calzado y del sudor acumulado con el uso.

Hubiera lamido el interior, pero la altura de la bota no permitía a mi lengua llegar a la plantilla de la bota.

Ella mientras tanto, disfrutaba de la cerveza y el masaje en el pie que yo le estaba regalando. Se notaba que esto lo había hecho antes. Llevaba el juego con naturalidad y gozaba de él.

Cuando se dio por satisfecha con ese pie, me hizo sacarle la otra bota y repetir la misma operación.

Mi nariz en esta otra bota y mis manos masajeando el pie. Acabó la cerveza y me tuvo un rato más masajeándola.

A continuación me dijo que me sacara toda la ropa. Lo hice a la velocidad del rayo.

Me colocó a cuatro patas delante de ella, que seguía sentada en el cómodo sillón, y me ordenó que le lamiera el chichi a través del pantalón. Comencé a lamer y mi nariz era inundada ahora con el olor de su almeja, olor que atravesaba su pantalón y perforaba mi tabique nasal. Estaba caliente como una perra.

Se quitó el pantalón y seguí lamiéndole el sexo a través de la braga.

Ella gemía de placer, y cuando empecé a meter mi lengua por debajo del elástico de la braga cerró sus muslos aprisionándome la cabeza y entre fuertes convulsiones se corrió salvajemente.

Con cada una de sus convulsiones mi cara era golpeada por su sexo. Fue un minuto agónico pues no podía respirar, y creo que eso a ella la excitaba aún más y alargaba su orgasmo haciéndome agonizar.

Cuando el «temporal» amainó, fue abriendo poco a poco las piernas y comencé a tomar bocanadas de aire desesperado.

Ella me dijo que mantuviera mi cara pegada a su sexo y allí estuve cinco o diez minutos, en silencio, con la cara pringada por los jugos que empapaban su braga.

Finalmente ella se levantó, se quitó las bragas, se limpió con ellas sus flujos vaginales, metiéndolas incluso dentro de su chichi, y luego metió las bragas en mi boca. Estaban totalmente empapadas, y las metió completamente en mi boca, sin dejar un milímetro de tela por fuera.

«Saboréalas bien, perrito», me dijo.

A continuación me explicó:

«Todavía no te he follado, y como comprenderás hemos venido aquí a follar. Pero la cuestión es que me acabo de correr, y necesito que me pongas a tono. Como tienes la boca ocupada con mis braguitas tendré que pensar en algo.»

Después de un instante me dijo:

«Sabes qué, viéndote ahí a cuatro patas me ha entrado ganas de montar a caballo», y se montó a mis espaldas. Sacó sus piernas a ambos lados de mi cabeza consiguiendo dos cosas, una es que yo soportara todo su peso (unos 65 kilos) y otra es tener sus pies delante de mi cara.

«Así que te gustan mis pies ¿eh?, pues camina hacia ellos.»

Me sentí como el burro de las películas antiguas. Corriendo detrás de la zanahoria que cuelga de un palo que el jinete sostiene delante del burro.

Cuando ella quería que girara hacia la izquierda giraba sus pies hacia la izquierda y yo seguía su movimiento e igual para la derecha.

Cuando se cansó de cabalgarme me hizo parar y estando sentada sobre mi espalda se giró hacia mi culo.

«Bonito culo», me dijo. «Siempre me ha gustado el culo de los hombres. Me excita mucho azotarles. Y diciendo esto me asestó una fuerte torta en mis nalgas.

Empezó a azotarme las nalgas, y se deleitaba con las marcas que su mano dejaba en ellas.

A la vez me escupía en ellas y extendía su saliva con la mano, para continuar luego con sus azotes.

Después de varios azotes con las manos se levantó de mi espalda, lo cual mi cuerpo agradeció enormemente. Recogió su cinturón del suelo y se acercó a mí.

«Lame mi cinturón». Y yo empecé a lamer como un desesperado. Ella continuó diciendo, «me vas a adorar a mí y a cada una de mis prendas». Dicho esto me rodeó, y continuó azotándome el culo esta vez con su cinturón.

Aquello dolía mucho más que sus manos, pero a la vez reconozco que me excitaba mucho estar a completa disposición de Sofia.

Entre unos azotes y otros, me hacía volver a lamer el cinturón. Y mientras me azotaba se tocaba la entrepierna.

Cuando ella se encontraba nuevamente calentita me agarró de los pelos y me levantó la cabeza, pasando de estar a cuatro patas a estar de rodillas.

Echó mi cabeza atrás y me dijo que no me moviera, pasó las piernas a ambos lados de mi cabeza y se sentó en mi cara.

No apoyo totalmente su cuerpo sobre mi cara, me hubiera partido el cuello, pero si se sentó lo suficiente como para hundir mi nariz en su chichi.

Yo tenía ante mis ojos su monte de venus y levantando la vista todo lo que podía, veía sus ojos mirándome con vicio. Ella mientras enterraba mi nariz en su sexo, comenzó a acariciarse el clítoris.

Otra vez estaba yo sin poder respirar más que cuando ella me lo permitía. Con su bragas mojadas en mi boca y mi nariz en su sexo.

De repente se levantó de mi cara y yo pude respirar libremente, pero ese calorcito que me cubría desapareció también, quedándome la cara con sensación de frio.

Me cogió de los pelos y me hizo acostar en la cama boca arriba y con las manos en la espalda. Según ella, yo no era digno de tocarla.

«Eres un hombre, y los hombres están para servirnos a nosotras, perrito. Prepárate que te voy a follar».

Me hizo una corta mamada, lo suficiente para ponérmela dura como una roca, y a continuación se sentó sobre mí. Me prohibió correrme y empezó a cabalgarme con furia.

Mientras me cabalgaba se acariciaba, y no necesitó más que cinco minutos para alcanzar su segundo orgasmo.

Tras correrse, se acercó de rodillas a la cabecera de la cama, me quitó sus bragas de mi boca, y me hizo lamer suavemente su empapado chichi.

Y allí me dejó la muy zorra, con mi polla dura como una piedra apuntando al techo mientras ella se relajaba de su orgasmo haciendo uso de mi lengua.

Tras unos minutos me dijo:

«Has sido un perrito muy bueno, te has ganado como premio el poder disfrutar de mis pies.»

Me hizo acostarme en el suelo, paralelo a la cama. Ella se sentó en el borde de la cama y empezó a jugar con sus pies sobre mi cara.

«Moja bien mis deditos y lame toda la planta de mis pies. Engrásalos bien con tu saliva si no quieres que te duela la paja que te voy a hacer con ellos.»

Nuevamente ante sus palabras, mi rabo, que estaba ya flácido, volvió a levantarse.

Lamí, besé y chupé cada centímetro de su pie. Su talón, su precioso arco, sus deditos, el espacio entre sus dedos, …

Entonces bajó sus pies hasta mi rabo y empezó a masturbarme con ellos.

Fue la primera vez que me hacían un footjob, y estaba en la gloria. Creía que me iba a morir de gusto.

Terminé corriéndome como un animal, convulsionándome ante la presión de sus pies sobre la base de mi pene y mis huevos.

Por último la muy viciosa me tenía una última carta guardada en la manga.

Me hizo primero besarle los pies, cosa a la cual accedí, algo reacio, pero en caliente ya se sabe que uno hace cosas que no hace en frio. Le besé los pies por arriba y por debajo, llenándome los labios de mi propio semen.

Dormimos juntos hasta las 8 de la mañana, hora a la cual ella se tenía que marchar.

Antes de irse ella me preguntó si había disfrutado, y yo reconocí que había sido una de las experiencias más morbosas que jamás había vivido.

Ella me sonrió, me dio un beso en la boca y marchó.

Tuvimos otra cita, pero eso quizás lo cuente en otra historia.

Continúa la serie