Capítulo 3
- Ellas no decidían I
- Ellas no decidían II
- Ellas no decidían III
Ellas no decidían III
Examiné las perforaciones de las esclavas y di por terminado su período de cicatrización, así que me las folle con muchas ganas después de tantos días sin catarlas.
Le dije a mamá que deberíamos llevarlas a ver a sus parientes antes de comenzar a usarlas a tope y ella estuvo de acuerdo tras exponerle mi plan para terminar con aquel capricho inadecuado para unas esclavas.
Acordamos el día de la visita y las llevamos desnudas sin más que unas capas para cubrirlas durante el trayecto.
A Nwen le había colocado el armazón donde se apoyaban sus enormes pechos ofreciéndolos insolentemente hacia adelante terminados en el resorte de estiramiento de pezones y las dos ofrecían un aspecto sumamente atractivo después de repasar su depilación, manicura y maquillaje y aplicarles una aromática crema que dejaba su tersa piel brillante.
Llegados a la puerta de la mísera vivienda del mísero barrio en que residía su familia, al tocar el timbre corrieron a abrazarlas dos chiquillas de 15 y 16 años, por el fondo del pasillo apareció un hombre en silla de ruedas.
Nwen besó al hombre y, como pudo, llamó al orden a las niñas.
Nos invitaron a pasar a una pequeña salita donde nos acomodamos Nwen y yo en un raído sofá y mamá en una silla, Nala quedó en pié, las niñas en el suelo a los pies de su madre y el lisiado en su silla de ruedas.
Después de dar un tiempo para que las niñas y su abuela y madre se explayasen en su alegría con un lenguaje que no entendía, dije que hacía calor y despojé a las esclavas de sus capas quedando desnudas con sus adornos bien visibles.
Como me esperaba los familiares quedaron mudos de la sorpresa.
Transcurrido un rato de silencio invité a las esclavas a seguir la conversación bajo la amenaza de irnos. Las dos siguieron un evidentemente forzado diálogo con las niñas mientras yo comenzaba a sobar los ajamonados muslos de Nwen llegando a la entrada de su vagina e introduciendo dos dedos en ella a la vista de las chiquillas.
Mientras mamá hacía algo similar con Nala. Pese a los heroicos intentos de las esclavas por proseguir su interés por la vida de las niñas, los silencios eran cada vez más pesados. Yo me saqué la polla de la bragueta y llevé la mano de Nwen a ella para que me la acariciase.
Cuando la polla estuvo erguida invité a la esclava a sentarse sobre mi y clavársela en el ano, cosa que hizo con gran presteza y habilidad mientras mamá obligaba a Nala a comerle el coño.
Cuando Nwen comenzó a subir y bajar sobre mi polla de acuerdo con el violento ritmo que le exigí seguía intentando patéticamente conversar con sus hijas. La mayor se puso a llorar y abandonó la habitación, pero la pequeña se quedó mirando con gran atención el acto sexual que protagonizaba su madre.
Vi que se acercaba la mano a su ingle y comenzaba a acariciarse por encima del pantaloncito de deporte que llevaba, también advertí que el lisiado se había sacado la polla y se estaba masturbando descaradamente.
La zorra de mamá aprovechó la situación y se acercó de rodillas a él para mamársela mientras Nala la seguía lamiéndole la vulva y el ano. Bueno, más que lamerla la estaba follando con la lengua, puesto que mamá aún no había recuperado la estabilidad de sus esfínteres y la lengua de la vieja negra profundizaba en sus agujeros con pasmosa facilidad.
Me había esperado que la reacción de la niña mayor fuera la de toda la familia, pero a la vista del interés de la pequeña y de la conducta del marido de Nwen, mi perversa mente se lanzó por otros derroteros.
Le dije a la niña, que hablaba español, que ayudase a su mamá a obtener placer lamiéndole el coño mientras yo continuaba la sodomización.
Se aplicó a ello con una alucinante naturalidad tras un minuto de dedicado a examinar con gran curiosidad los resortes de estiramiento del clítoris y los pezones de su madre y el tatuaje de su pubis.
Pasado un rato extraje la polla del intestino de su madre le dije: -Pequeña limpíamela con tu boquita.
No se retrajo para nada al saborear la mierda de su madre. Mientras me la limpiaba observé que mamá ya se había montado sobre la polla del negro lisiado mientras la vieja le seguía follando el ano con la lengua.
Acerqué a la chiquilla hacia mi y comencé a desnudarla, en lo que colaboró espontáneamente y dejándome sorprendido la propia Nwen. La niña era una venus de ébano.
Sus tetas ya eran grandes para sus 15 años y predecían ser formidables, su cintura era de avispa y sus voluminosas nalgas parecían querer flotar de lo erguidas que se mostraban, el ahusado de sus muslos y la musculatura de las pantorrillas eran extremadamente armónicos. La subí sobre mi polla y se la introduje en su vagina ayudado por Nwen que le susurraba palabras incomprensibles para mi al oído.
La niña mostró el dolor normal del desvirgado, pero tras un rato de mete saca adquirió instintivamente un ritmo pausado empujando contra mi pubis hasta meterse todo lo que podía de mi polla.
Entretanto mamá, comprobado que no obtenía placer follando sus dilatados orificios, había pasado a hacerse comer el coño por el lisiado subiéndose sobre la silla de ruedas y obligado a la vieja a hacerse sodomizar por su yerno. La vieja esclava se lo había tomado con gran aplicación, porque los botes de sus enormes tetas eran tan espectaculares que seguramente esa noche tendría molestias para dormir por el dolor de los músculos pectorales.
Me corrí copiosamente dentro de la virginal vagina que, a su vez, mostró los síntomas de un prolongado orgasmo y, mientras le daba la vuelta sobre mis rodillas para examinar su bonito culo, Nwen se aplicó a limpiarme la polla con su jugosa boca.
Cuando quise introducir un dedo en el agujerito trasero de la chiquilla, la propia Nwen me sujetó la mano mostrándome un vaso de aceite que había ido a buscar a la cocina, ella misma acompañó uno de sus dedos al mío para ensanchar poco a poco el esfínter. Desde luego la adquisición de aquellas esclavas era un gran acierto.
Fue muy tierno ver como la madre ayudaba a la hija a introducirse mi miembro en su ano de forma que el dolor inicial fuese lo más leve posible.
Cuando salvó la fase dolorosa, la chiquilla reaccionó igual que cuando le desvirgué la vagina, le tomó gusto al asunto y se comportó como una experta hasta que alcanzamos el orgasmo los dos juntos.
– Cómo te llamas putita ?. – Nela, dijo.
– Pues tienes unas dotes excepcionales para ser puta cuando seas mayor.
La niña no tuvo oportunidad de responder porque en ese momento mamá nos distrajo corriéndose ruidosamente sobre la boca del paralítico y soltando una enorme cantidad de flujo que el negro se bebió sin dudar un solo instante.
Mamá expresó entonces su deseo de orinar y la vieja negra se puso de rodillas ante ella para recibir en su boca la meada de mamá.
Fue tan abundante que Nala no pudo tragarla toda y derramó parte sobre sus tremendas tetas resbalando por su vientre y muslos hasta el suelo.
Mamá se enfadó por el desperdicio de su dulce orina y ordenó a Nala colocarse en posición de castigo de genitales, una vez colocada le colocó una mordaza de bola y le propinó cinco fustazos sobre el clítoris y los labios vaginales, que le debieron doler enormemente ya que llevaba puestos los candados de cierre que amplificaban la repercusión de cada golpe. Nela se acercó a su abuela a examinar con extremo interés sus candados.
Para satisfacer el evidente interés de la chiquilla, antes de dar por finalizada la visita, atamos los pechos de Nala con una cuerda e insertamos a cada una de las esclavas unas grandes bolas chinas en el culo y un vibrador de grueso calibre en el coño que afianzamos mediante una cadenita a un cinturón de cuero en la cintura.
Mamá trabó una correa de cuero al anillo del clítoris de Nala y yo al collar de Nwen, y así, tirando de ellas nos despedimos de la familia.
Como ya teníamos pensado, el fin de semana nos llevamos a las esclavas a la granja de unos amigos para proseguir su entrenamiento.
Nuestros amigos eran Jorge, de 60 años, sus dos hijos, Tomás y Luis, de 19 y 23, su hija Clara, de 25 y la esposa de Luis, Aurora, de 24, en la casa vivía también la criada, Valentina, de 45 años. La verdad es que la relación familiar era intrascendente, puesto que los tres hombres, como casi todo nuestro círculo de amistades, tenían relaciones sexuales indistintamente con las tres mujeres y éstas entre si.
Nos recibieron con gran alborozo y procedieron inmediatamente a examinar, palpar y saborear a las dos esclavas. Jorge quiso ponerles a las dos unos aros en la boca sujetos a la nuca por unas correas que mantenían irremediablemente su mandíbula distendida y la boca disponible para cualquier pene.
Dijo que le encantaba poder follar el esófago de las mujeres y que las suyas ya estaban acostumbradas. como no me lo creía, Aurora se prestó a hacer una demostración con mi propia polla y efectivamente, mi glande sobrepasaba su faringe sin ningún obstáculo y entraba y salía rítmicamente sin nauseas ni aspavientos por parte de aquella zorra que controlaba perfectamente la respiración. La vista de aquello excitó a mamá que inmediatamente le pidió a Jorge que le enseñase a hacerlo.
Aquello fue la señal de partida para una orgía. Los dos hombres se lanzaron sobre las esclavas apoyados logísticamente cada uno por una de las mujeres restantes, que previamente las colocaron un cinturón de acero y les trabaron a él las muñequeras. Tomás y Luis se ensañaron con la vagina y el ano de las negras mientras Clara y Valentina se encargaron de los enormes pechos.
Tironeaban de los anillos, estiraban y retorcían pezones, pechos, labios vaginales, acompañados de fuertes palmadas en las nalgas. Las penetraron los dos agujeros inferiores y por último decidieron vaciarse en las bocas. Las dos pobres negras resoplaban, moqueban y retenían sus nauseas ya que no estaban acostumbradas a tan profunda penetración en sus gargantas.
Yo creí que las ahogaban cuando al alcanzar el orgasmo se detuvieron con la polla totalmente inserta para depositar el semen que las pobres no tuvieron oportunidad de saborear, ya que fue directamente a su estómago.
Yo no quise correrme con Aurora ya que tenía previsto follar a la madurita Valentina antes de la comida. así que le regalé a la puta esposa de Luis un par de orgasmos comiendo su bonita vagina, que se la dejé colorada como un tomate.
– ¡Eh! dijo Luis, no me estropees el coño de mi puta. Vaya mordiscos que le has debido dar. Clarita, dale unos muerdos a la negra en venganza.
La pobre Nwen soltó un par de alaridos cuando la perversa niña le mordió fuertemente el clítoris tirando después con los dientes del resorte alargador.
Me encanta este ingenioso aparato, dijo la chica. ¿ Realmente alarga el clítoris ?. Papá ¿Me pondrás uno?. ya sabes la sensibilidad extrema de mi clítoris, cuanto más grande mejor lo pasaré ¿no?.
Jorge, que estaba ahora aplicado chupar la leche de los pechos de mamá, le respondió: Yo creo que es mejor lo del aparato de succión que estamos probando con el clítoris y los pezones de Valentina. No es tan doloroso y dice que le proporciona sensaciones muy raras pero agradables. Contigo, que eres joven, será más eficaz.
– Bueno papi, lo que tu digas.
Acabada la leche de los pechos de mamá, Jorge volvió a meterle la polla en la boca para correrse en su estómago como habían hecho sus hijos con las negras. La putona de mamá había cogido bien el truco de la respiración y aguantó la suerte con gran entereza.
Aun cuando los dos jóvenes se habían quedado a la espera de una nueva erección tras eyacular dentro de mis negras, Clara y Valentina seguían disfrutando de sus dos cuerpazos y Aurora, no satisfecha con los orgasmos que yo le había proporcionado se había unido a ellas.
Así que atrapé el gordito cuerpo de la madura criada Valentina y me puse a trabajarlo. Era una señora oronda, de carnes blancas y prietas, grandes tetas caídas con enormes pezones, barriguita prominente, culo enorme y muslos en consonancia. Muy graciosa de cara y bonitas y suaves manos muy cuidadas para su tarea (teórica imagino), en conjunto era un agradable y muy atrayente objeto sexual con maternal prestancia.
Cuanto más utilizaba aquel cuerpo más me gustaba y más excitado estaba, aunque procuraba alargar el orgasmo para disfrutar más de él. Examiné, besé y lamí a fondo cada centímetro de aquellas suaves carnes diciéndole lo que me gustaban, las guarrerías y tropelías que le haría si fuera mi esclava, incluso llegué a decirle que me casaría con ella y la preñaría para beber su leche como hacía con mamá.
Ella me contestó que estaba encantada de la forma en que la estaba follando y lo que le decía, porque cuando le contaba a su marido lo sucia puta que le hacían considerarse en aquella casa, éste se excitaba enormemente y ayudaba a mantener vivo su matrimonio.
No tuve más remedio que eyacular por fin en su coño ya que, por un lado no podía aguantar más y por el otro la demás gente quería sentarse a la mesa a comer y Valentina era la encargada de servir los platos.
Mientras yo lidiaba con las carnes de la criada, los demás habían colocado a las negras en posición de espera durante la comida y la siesta. La posición de espera era sumamente incómoda: Estaban al lado de un poste metálico vertical que tenía unas acanaladuras por la que se deslizaban también verticalmente unos vástagos o pasadores horizontales que eran fijados a la altura que se desease mediante unos tornillos de presión.
Habían fijado dos vástagos para cada una, uno a la altura de los pechos y otro a la del coño y a su extremo habían trabado los anillos de sus pezones y clítoris respectivamente. Sin embargo, el vástago de los pechos era un poco alto y tiraba de los pezones hacia arriba.
Por el contrario, el del coño era un poco bajo y estiraba del clítoris hacia abajo. Puesto que estaban al límite de provocar una rasgadura ambos órganos sufrían una considerable tensión, pero el problema más grave para ellas es que no se podían mover lo más mínimo ya que en cuanto procuraban aliviar uno de sus apéndice, sufría más el otro. Para mayor escarnio les habían introducido un tapaculos vibrador y lo habían dejado en marcha.
Su boca seguía conservando el anillo de apertura y las manos seguían trabadas a los cinturones de acero, en la boca les habían insertado un pene de plástico.
Nos sentamos a comer pero antes Jorge nos dio a elegir silla ya que algunas de ellas tenían atornillado al asiento un consolador. Mamá y yo elegimos una silla normal, pero Jorge y su hija Clara prefirieron una con consolador que se metieron por el ano y su nuera Aurora se lo metió en el coño. Comimos opíparamente y nos dimos una siesta, parte de la cual la pasé manipulando y sodomizando el atractivo cuerpo de la mantecosa Valentina.
Después de la siesta abordamos la actividad a la que habíamos venido principalmente: entrenar a las esclavas en el follado masivo y por toda clase de animales.
Ya que estaban entumecidas, hambrientas y sedientas se les dejó un rato para recuperarse de la forzada posición y todos los que quisieron mearon y cagaron en sus forzadas bocas para alimentarlas.
Nos vestimos y desalojándolas de su ano el vibrador y calzándolas con zapatos de tacón alto y tiradas de una correa trabada en los anillos de sus pezones nos dirigimos en procesión a las cuadras, mientras los 30 peones de la granja hacían pasillo expectantes.
Empezamos con algo flojo y las hicimos follar por dos cerdos y después por dos carneros.
Finalizamos al anochecer dejando que seis peones por cada una les follasen la abierta boca a través de la anilla para que tuviesen un aperitivo, ya que la cena les llegó enseguida aunque tuvieron que disputarsela a los cerdos de su comedero. Mamá fue generosa y para que consiguieran una cantidad de cena decente les destrabó las manos del cinturón de acero.
Mamá continuó desbordando generosidad y cuando iba a colocarles las cánulas en el meato urinario para que pudieran orinar durante la noche pese a los tapones inflables que les iba a colocar, permitió a Nwen, que indicó sus ganas de orinar en ese momento, que lo hiciese en la boca de su madre.
Les colocó los tapones a buena presión para, según dijo, tuvieran los agujeros dilatados por la mañana para lo que les esperaba. Aparte de eso solamente les trabó las muñecas al collar y éste a una argolla de la cuadra sobre un montón de paja donde dormirían. Nos fuimos todos a descansar, salvo mamá que se dirigió hacia uno de los peones que no habían tenido la suerte de follar la boca de las negras.
Dormí como un lirón. Tanto que cuando bajé a desayunar me encontré ya con una febril actividad: A mamá le hacían un sandwich los dos hijos de Jorge, mientras éste sodomizaba a su hija ayudado por su nuera que le tenía metida una mano entera en el ano.
En ese momento apareció Valentina que me ofreció desayunar y me explicó que se había reservado para mi a cambio de que le dijese cosa guarras para contar a su marido. desayuné rápidamente y solicité el resto de los servicios a la solícita criada. Mientras volcaba todos mis sentidos en aquella hermosa y dulce humanidad, solamente comparable a nuestras esclavas, la zorrona esposa me decía:
– Dime, qué harías con mis tetas si fueran de tu propiedad.
– Te las amarraría con una cuerda y te colgaría de ellas hasta que reventasen.
– Dime, cómo me llevarías de paseo.
– Te haría dejar preñada por un desconocido y te llevaría desnuda con tu barriga a pasear por la calle más concurrida de una gran ciudad atada de una correa a una gran argolla que pondría en los labios mayores de tu gran coño y proclamaría a todo el mundo que eres una puta adúltera que lleva un bastardo en el vientre y que no sabes de quien es porque ni te acuerdas de cuantos te han follado.
– Oh, cuanto tengo que contar a mi marido.
De repente me di cuenta que los demás habían terminado sus actividades y estaban a nuestro alrededor la mar de interesados en nuestro intercambio de expresiones libidinosas. Aceleré y solté mi esperma dentro del agujero que hermoseaba su gran pandero.
Listos ya nos vestimos y fuimos a la cuadra a buscar a las esclavas para seguir con su doma.
Mamá las sacó al exterior donde otra vez se habían congregado los peones expectantes, las colocó de espaldas a ellos e inclinadas hacia adelante para que aquellos menestrales pudieran ver bien lo que indefectiblemente iba a suceder.
Las extrajo la cánula del meato, les quitó el tapón vaginal y, nada más sacar el tapón anal se produjo la esperada catarata de mierda que provocó la hilaridad y los aplausos de todos los presentes. Permitió que todos ellos pasasen en hilera para comprobar la enorme abertura adquirida por los orificios tras toda una noche de dilatación.
Jorge les metió una manguera a cada una en vagina y ano para limpiarlas con agua so pretexto de que aquellas inmundas bestias podían contagiar de algo a sus caballos Efectivamente el siguiente paso del adiestramiento era ser folladas por caballos o burros. Nos dirigimos a la cuadra donde los peones ya habían seleccionado dos mansos jamelgos y colocado unas mesas de altura graduable bajo sus vientres.
Mamá ordenó a las esclavas acariciar a los animales y hacerse oler por ellos para que se familiarizaran. Después de un rato de aproximación les obligó a acariciar con las manos el pene hasta que empezó a desarrollarse, entonces les quitó el aro de la boca para que empezasen a chupar el descomunal miembro.
Después de día y medio con la boca abierta no les costó mucho introducirlo, aunque sí mostraron síntomas de dolor por el entumecimiento de las mandíbulas. Le indiqué a mamá que a con esos tratamientos no iban a durar toda la semana sin desfallecer.
Por una vez en los últimos días estuvo de acuerdo conmigo. Lo que siguió no tuvo mérito habida cuenta de sus dilataciones: Se les ordenó subirse a las mesas boca arriba y mamá y Valentina ajustaron la altura e hicieron de mamporreras para meterles en la vagina el miembro de los pencos mientras frotaban y lamían la parte que era imposible introducir.
Jorge, que sabía de caballos me dio la señal para que ordenase voltear a las negras e introducir el miembro en su culo con objeto de que los jamelgos eyaculasen en ellos sin riesgo de daño físico y no en la vagina donde podían reventarlas.
Cuando los caballos eyacularon en sus intestinos las pobres bestias negras perdieron por un rato el aliento y, cuando se les retiraron los enormes miembros de sus anos expidieron por los mismos un enorme chorro de semen, lo cual quería decir que parte de él se había introducido quizá en su estómago.
Eran ya las once de la mañana y mamá, atendiendo a mis indicaciones consintió en llevar a las esclavas a la casa, darles comida caliente y dejarlas dormir hasta las siete de la tarde en condiciones cómodas, es decir, desnudas sobre suelo de madera y las manos trabadas del collar, pero sin ningún aditamento doloroso o molesto.
A las siete de la tarde las entregamos a los peones, seis por cada una, para que hiciesen con ellas lo que quisieran siempre y cuando no las estropeasen.
Así pasamos la semana, a primera hora eran folladas por diversos animales: caballos, asnos, perros, carneros, cerdos … y por la tarde, después de descansar, eran entregadas a un grupo de peones progresivamente mayor cada día.
Al llegar el día de regreso a casa, las esclavas ya follaban con los animales ellas solas, sin necesidad de ayuda para dirigir hacia sus agujeros las diferentes variedades de pollas, incluso obtenían orgasmos que procuraban disimular. la última noche las cubrieron todos los peones de la granja, es decir, 15 por cada una.
Ni que decir tiene que mientras duró aquella fase de doma, mamá y yo disfrutamos de los cuerpos de aquella agradable familia y su criada. Bueno, mamá requirió suplemento de peones y un par de perros, a los que se folló delante de todo el personal sin cortarse un pelo. Me prometí volver a imponerle alguna disciplina para su autocontrol.
Cuando volvimos a casa las negras habían perdido 12 Kg cada una y se encontraban absolutamente agotadas y demacradas. No obstante la recuperación de su sana alimentación y el retorno a la tabla de ejercicios físicos que les impusimos, consiguieron que, sin incrementar peso, al cabo de dos semanas tuviesen un aspecto mucho más espléndido que antes de la fase de adiestramiento en zoofilia y follada masiva. Se habían acentuado sus curvas y apretado sus carnes, su piel era más lustrosa si cabe y sus movimientos más gráciles.
Pasamos entonces a la semana de bondage intensivo, sometiéndolas casi las 24 horas a posiciones incómodas o dolorosas en todos los aparatos que habíamos adquirido y empleando todo el instrumental para molestias. A ello, tras una semana de descanso, siguió la semana de sado, donde conocieron todas las intensidades de dolor que se les podía causar en cualquier órgano de sus cuerpos.
Siguió otra semana de descanso antes de adiestrarlas en posturas para las exhibiciones que queríamos empezar en nuestra asociación de esclavistas.
Durante esa semana de descanso me encargué de mamá que seguía sin dejarme tocarla, pero desaparecía a menudo volviendo a casa con una cara de suma complacencia. Sospechando algo miré los antecedentes de su ordenador y vi que se había hecho confeccionar una página web en la que se anunciaba como puta madura de leche y concertaba sus servicios mediante correo electrónico.
Una noche la vertí en su bebida un somnífero y a la mañana siguiente se volvió a encontrar con la capucha de privación sensorial y sujeta al cepo que teníamos en el cuarto de tortura con los dos agujeros bien taponados y pinzas de presión en pezones y clítoris.
Así la tuve una semana de aislamiento sin más contacto que el mío cuando la suministraba alimentación líquida sin quitarle la capucha y la destaponaba para que hiciese sus necesidades a horas tasadas. Dos veces al día le suministraba un enema.
Cuando la liberé se tomó un día para reorientarse y desapareció de casa por una semana, al cabo de la cual regresó trayendo de la mano a un negro inmenso y fortachón al que me presentó como su chulo, quien me agarró de las solapas y me dijo:
– Esta puta es mía y como te acerques a ella como no sea para follar previo pago de la tarifa te rompo las piernas. Y dicho eso levantó las faldas de mamá, que no llevaba bragas y me mostró su nalga derecha donde había un tatuaje que decía: «PUTA Nº 9 DE NDONGO». Y se fue sin más.
A partir de entonces mamá, cada vez que podía, se paseaba delante de mi desnuda procurando que yo viese su tatuaje de la nalga y estrujándose los pechos para dejar que la leche se derramase en el suelo, sabiendo que eso era lo que más me mortificaba.
Dada mi adicción a la leche humana pensé en que debería preñar a Nwen, pero entretanto debía buscar otro surtidor porque 9 meses se me iban a hacer demasiado largos. Pero la fortuna me sonrió y os contaré después como se resolvió mi problema por si solo.
Pese a nuestras tirantes relaciones, mamá y yo nos pusimos de acuerdo para iniciar la fase de exhibición de las esclavas. decidimos que no debieran mostrarse siempre sumisas, sino que deberían adoptar una actitud diferente para cada caso. Así, en general les enseñamos a mostrar posturas de sumisión ante nosotros sus amos y ante quienes se les señalase como sus señores en caso de cesión.
Si eran prostituidas debían mostrar conducta de putas y aprender a explotar los mejores ángulos visuales de sus atributos sexuales mostrando los mismos de la manera más lúbrica posible. También les enseñamos las posturas de ofrecimiento para casos de BDSM, pero fuera de todas esas situaciones mamá les insistió en que su postura debería ser la de orgullo por su condición de esclavas, por lo que normalmente debían mantener la cabeza erguida con altivez, gesto de autoestima y mirar a las personas de frente fuese cual fuese su estado de desnudez o adorno.
Cuando llegó el concurso de posturas en la asociación de esclavistas coparon los dos primeros premios y, ante el entusiasmo de algunos socios, hubimos de permutarlas durante un par de semanas en total. Tuve la esperanza de que alguna de las esclavas permutadas tuviese leche, pero no había ninguna disponible.
Al menos me entregaron a la esposa madura de uno de los socios que estaba en el octavo mes de gravidez y lo pasé muy bien torturándola con la colaboración de su propia hija, de 16 años, que venía en el mismo lote. Cuando las devolví le pedí al hombre otra permuta después del parto para disfrutar de la lactancia, pero me dijo que ya la había comprometido para su hijo, también hijo y hermano respectivamente de ellas.
Una de las mujeres que me cedieron en permuta no era esclava. Era ama, junto con su marido, de una esclava que, por encontrarse enferma no estaba disponible transitoriamente para el uso.
Como su marido tenía grandes deseos de utilizar a Nwen, ella se le ofreció generosamente para que servir transitoriamente como esclava en la permuta. No me agradó mucho pues no estaba marcada ni anillada y además, por falta de adiestramiento, tenía comportamientos reflejos de señora. Sin embargo a mamá le encantó abordar la doma de aquella señorona, de 35 años y con dos niños de 4 y 5 años, según confesó.
La obligó a follar con nuestro perro, cosa que era la primera vez que hacía aquella digna esposa inmolada por mor del placer de su amado esposo. La ignorante señora había creído que durante su ejercicio como esclava recibiría el blando tratamiento que, al parecer, la pareja aplicaba a su esclava.
Desde luego eran unos novatos en el asunto. Cuando mamá, vista la estrechez de su coño y culo, comenzó un agresivo e intensivo tratamiento de ensanche pidió anular la permuta y por ello se ganó una seria tunda de latigazos en sus genitales. Se pasaba todo el tiempo aullando, por lo que hubo que tenerla casi todo el tiempo con una mordaza inflable. Estoy seguro que la semana que pasó con nosotros no la olvidará jamás, pues probó, en jornadas intensivas, todos nuestros instrumentos.
Poco después me llamó su marido para agradecerme el trato dispensado a su esposa, porque había aprendido como se usa a una esclava y ahora disfrutaban más de la suya. Habían tenido que enviar a los niños a un colegio como internos ya que no querían que escuchasen los gritos de la esclava que a veces no podían reprimir.
Comenzó a venir gente por la casa que se encerraba con mamá en su habitación. Escuchando sus gemidos tras la puerta me di cuenta que había incluido la casa en su ámbito de actuación como puta. Muy frecuentemente venían parejas que tenían todo el aspecto de decentes matrimonios, pero en general venía gente de extraña catadura. A riesgo de que su chulo me rompiese las piernas le tuve que decir a mamá que ejerciese su oficio en un prostíbulo o en un hotel, porque la casa era mía.
Volvieron Nala y Nwen y nuestra vida volvió a la placentera rutina y ya pude amortizar los equipos de nuestra sala de tortura con sus jugosos y mórbidos cuerazos.
Con gran sorpresa, y la consiguiente alegría ya que vi solucionada mi provisión de leche humana, un buen día se presentó en casa la hija menor de Nwen, Nela, evidenciando una descomunal barriga y solicitando ser mi esclava al igual que su madre y su abuela y diciendo que el bombo se lo había hecho yo cuando la desvirgué los dos agujeros ante sus familiares.
En un principio me negué a aceptarla como esclava ya que era menor de edad y no podría firmar el contrato de entrega, pero ella arguyó que lo firmaría su madre.
Ese argumento y la placentera idea de ser el propietario de tres generaciones de hermosa y morena carne, la provisión de leche, el poder follar a una preñada y las ilimitadas posibilidades de doma, adiestramiento y construcción de un cuerpo tan inmaduro me hicieron cambiar de opinión.
Así que llevé a la chiquilla a ver a su madre que estaba en la sala de torturas en una sesión de castigo. Por el camino nos cruzamos con la abuela, que estaba realizando la limpieza de la casa y que mostró gran alegría al ver a la joven en estado de buena esperanza y más cuando ésta le dijo en su idioma que venía para compartir esclavitud con ellas.
Nwen estaba colgada del techo por los brazos atados juntos a la espalda y estirados, solo apoyaba en el suelo las puntas de los pies y su forzada postura, unida al hecho de llevar instalados los soportes de sus pechos, proyectaben insolentemente aquellos hacia adelante como dos torpedos. Por si fuera poco le había colocado en los pezones unos resortes de elongación más tirantes que los habituales.
Los pies estaban bien separados por una barra y ellos hacía que sus muslos pulidísimos y brillantes pareciesen obuses de artillería. El resorte de elongación del clítoris se lo había sustituido por la conexión a una bomba de vacío que lo estaba trabajando enfundado en una ampolla de vidrio.
En los intestinos albergaba un enema contenido por un potente tapaculo que no debía expulsar bajo amenaza de una somanta de latigazos en los genitales.
La niña se precipitó a besar a su madre pero inmediatamente se interesó por su posición y los utensilios que la mortificaban. Se entretuvo especialmente agachada examinando la cápsula que estaba trabajando al vacío el clítoris de su madre, que aparecía monstruoso bajo aquella presión.
Comenzó explicarle sus pretensiones en su extraño lenguaje y la madre le respondió con gran dificultad debido a los agónicos estertores que le producía el líquido de sus intestinos. Le bajé un poco los brazos para que descansara y facilitar el diálogo.
Cuando terminó de hablar, la niña me explicó que su madre estaría encantada de firmar el contrato de cesión perpetua en esclavitud y que ello la reportaría grandes satisfacciones, ya que no tienes que pensar ni decidir nada y por tanto vivir preocupada y que además es un orgullo tener la condición de esclava de un amo tan sabio como yo y que las ha llevado a ser premiadas en los concursos de la asociación esclavista.
– Así que seré tuya, amo. ¿Me vas a hacer lo mismo que a mi madre y mi abuela? Estoy deseando. ¿Empezamos?, dijo desnudándose y dejando al aire su estupenda panza. Noté que llevaba unos anillos dorados en los pezones.
– No hasta que tu madre no firme, pero voy a follarte un poco ese culazo que gastas, si mal no recuerdo y es cierto que te he preñado yo, estarás ya por el séptimo mes no?.
– Si así es, dijo distraídamente mientras curioseaba los artilugios de la sala.
– Noté que le empezaban a resbalar jugos por la entrepierna y que sufría como imperceptibles escalofríos y convulsiones cuando deducía para que servía algún instrumento.
La tomé fuertemente de un pecho y la conduje a apoyarse con las manos sobre una de las mesas de castigo introduciendo mi polla en su vagina por detrás solamente para lubricarla con sus caldos e insertársela a continuación por el ano. Noté que ambos agujeros estaban bastante abiertos y le pregunté la causa.
– Es que he estado unos meses trabajando de puta con mi tía Nwin para adquirir experiencia antes de entregarme a ti amo. Tenía miedo de que no me aceptases por inexperta y tonta.
– Esa decisión por tu cuenta será la causa de tu primer castigo. le dije a sabiendas de la injusticia.
– Como dispongas amo. ¿ Qué me harás?.
– Esa pregunta es la causa del segundo castigo. Las esclavas no tienen por qué saber más que aquello que les quieran decir sus amos. Me temo que el conocer nuestro idioma va a ser causa de muchos disgustos para tus carnes. Tu madre y tu abuela no tienen ese lastre.
Oído aquello la niña tuvo tal orgasmo que hasta soltó un chorrillo de jugo por la vagina que salpicó ruidosamente en el suelo.
– Ese orgasmo sin autorización es la causa de tu tercer castigo.
Repetición de orgasmo.
– Ya tienes el cuarto castigo y todavía no eres legalmente mi esclava. Como sigas por ses camino no saldrás jamás de esta sala.
Tras derramarme placenteramente en sus intestinos y provocarla el tercer orgasmo y merecer el quinto castigo procedimos los dos juntos a liberar a su madre. Hice colocar a Nela con la boca abierta bajo el ano de Nwen y entonces despojé a ésta del tapaculo.
Todo el contenido de sus intestinos fue a para a la cara de Nela quien experimentó la coprofilia por primera vez en su corta vida sin mostrar repulsión.
Seguidamente, mientras Nwen recuperaba el uso de sus doloridos miembros le hice un atado japonés a la preñadita – No me atrevía a nada más duro con una embarazada primeriza y joven hasta no repasar los manuales – y me llevé a Nwen para redactar el contrato de esclavitud de su hija que, por cierto me di cuenta, también habría de firmar su padre. este contratiempo me puso de mal humor, así que para descargarlo me llevé a Nala a la sala de torturas para anticiparle a Nela algo de su duro futuro.