Cibersumisión

Esperaba sentada en la estación de tren, con el libro recién comprado y apenas leído, para poder ser correctamente identificada por su señor, llevaba puesta una falda plisada de tenis, a la altura de las rodillas, un polo azul ajustado, bragas y sostén negros.

Era lo que su amo le había ordenado.

Recordó entonces que debía separar las piernas y mantener la mirada baja, su señor podía estar contemplándola desde cualquier parte de la estación y ella estaba allí para ser observada por él.

Bajó la vista hacia el suelo y separó las piernas hasta el máximo que daba la falda.

Tenía una sensación extraña, mezcla de vergüenza por estar de alguna manera expuesta en público, con las piernas abiertas y la cabeza humillada y de orgullo por haber dado un paso mas en la demostración de su sometimiento total a su Amo y Señor.

Su amo, con el que sólo se había comunicado por IRC, la había humillado la última noche como nunca creía que podría hacerlo.

Ella que podía cumplir las ordenes mas degradantes, arrastrarse por el suelo, pinzarse los pezones, y lamer cualquier objeto que su señor le indicase, no pudo resistir la humillación de la desconfianza de su amo, que le había manifestado que no creía una palabra sobre su sometimiento virtual.

De repente toda la magia creada por la relación virtual mantenida, había sido rota a propósito por su Amo y ella se encontró llorando y sin saber que decir para mantener abierta la comunicación y demostrar a su Señor que se sometía en cuerpo y alma, que no conocía ningún límite y que haría cualquier cosa por satisfacer a su señor.

Ella sabia que su amo solo quería comunicarse virtualmente, lo habían escrito y acordado así muchas veces en sus conversaciones nocturnas, y entonces suplicó poder demostrar de la manera que fuera, que su sometimiento era real y que lo único que deseaba, para lo que vivía y respiraba era para el placer de su señor.

Gritó a través del Chat: «Soy tu esclava, sométeme, humíllame, ordéname lo que te plazca, permíteme demostrarte sólo una vez en vivo que mi sometimiento es real», luego ya sin gritar escribió implorando el perdón de su amo por haber levantado de esa forma la voz, pues sabía que lo tenía totalmente prohibido.

Su amo le recordó, una vez mas que su relación era únicamente virtual y la castigó aquella noche, con una prueba que sabía que la humillaba sobremanera combinando la humillación del cuerpo con la de la mente.

Hubo de desnudarse completamente, arrodillarse, apoyar los antebrazos en suelo, bajando el tronco hasta que sus pechos rozasen el suelo, y balancear su cuerpo para que sus pezones entrasen en contacto con la fría baldosa repitiendo mentalmente una y otra vez «me ofrezco para el placer de mi señor», «estoy expuesta para el placer de mi señor».

Luego debía de repetir dichas frases en el teclado y enviarlas añadiendo, como siempre, las sensaciones que había experimentado al cumplir los deseos de su señor.

En esta ocasión describió que la dificultad de la postura, la exposición corporal a la que la obligaba y el continuo roce de sus pezones con el frío suelo, la habían hecho muy difícil la concentración mental necesaria para repetir las frases exigidas, pero que una vez lograda la concentración, había llegado casi hasta el orgasmo que a duras penas había podido controlar.

Al terminar la prueba se encontraba completamente empapada y su tortura mayor era controlar sus manos para que no bajaran hacia su coño y masturbarlo.

Inesperadamente su amo le dio la gran sorpresa de la noche, le dijo que había decidido, dejar que demostrase, una sola vez, que su sumisión era real.

Ella estaba frente a la pantalla, con los muslos sobre los reposabrazos del asiento mostrando completamente su intimidad, pues mantenía los dedos de una mano separando los labios vaginales y había introducido dos dedos de la otra mano en su agujero anal, tal como su amo le había ordenado.

La lectura de lo que su Señor le escribía, hizo que sus dedos resbalasen hacia su coño, pero supo controlar a tiempo sus instintos y esperó a que su Amo le indicase de que manera podría demostrarle de manera inequívoca su sumisión.

Cuando leyó lo que su Amo deseaba, se llevó una desilusión, pues secretamente esperaba que la demostración implicase el conocer a su amo, poder tocarle y darle placer sin una pantalla por medio, y dudó, por primera (y última) vez si iba a poder ofrecer de la manera requerida su sumisión fuera de la intimidad de su habitación.

Pero allí estaba ella, sentada en aquel banco de la estación, ofreciendo su postura de humillación rodeada de gente que podía ser Aquél al que sometía su voluntad y al que ya se había resignado a no conocer.

A la hora indicada, se levantó, se dirigió a los servicios de la estación y en uno de los cubículos se levantó la falda, retiró sus bragas, y las puso en el bolso, se sentó en la taza, levantó las rodillas, apoyando los pies en el borde de la taza y separó las piernas hasta adoptar una postura grotesca ofreciendo su coño a la puerta del servicio y mientras se acariciaba el clítoris, repitió mentalmente diez veces «estoy expuesta para mi amo y señor».

Al terminar estaba completamente mojada y solo deseaba que llegase la noche para suplicar a su amo que la dejase ofrecerle un orgasmo que se le antojaba explosivo.

Ella sabia que sólo había cumplido una parte de los deseos de su señor y que éste aún no tenia constancia real de que su sumisión era completa, si bien estaba segura de que su mirada la había seguido desde el banco donde estaba sentada hasta la puerta del servicio de señoras.

Por tanto su Amo ya conocía su aspecto, de pronto pensó si le habrían gustado sus pechos a través del ajustado jersey, aquellos pechos que tantas veces le había descrito repasando con su mano cada uno de los pliegues y la aureola de sus pezones para describir y transmitir a su señor su textura y sus dimensiones, aquellos senos que tantas veces había pellizcado para satisfacer los deseos y cumplir los castigos que le imponía su señor, y que la presión constante de un sujetador alguna talla mas pequeña de la necesaria, le recordaba que pertenecían por completo a su Señor.

Quedaba la parte mas difícil, la prueba pública de su sumisión, se dirigió con paso vacilante hacia la escalera que llevaba al piso superior de la estación, una vez arriba se dirigió a la pasarela que cruzaba por encima de los andenes, que tal como le había sido indicado era un pasillo con las paredes de vidrio, que daba a una parte desierta de los andenes de la estación pero que cualquiera situado abajo en la posición adecuada –y seguro que su Amo habría ya ocupado dicha posición- podía escudriñar sin obstáculos su intimidad expuesta por la ausencia de las bragas que guardaba en el bolso.

En ese momento la invadió una sensación de debilidad extrema, allí arriba sola en un pasillo de estación, sin nadie a la vista, le temblaban las rodillas y creyó que no iba a ser capaz de cumplir con lo ordenado.

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, sacó las bragas del bolso, se agachó para depositarlas en el suelo y con la grupa vuelta hacia la pared de vidrio levantó lentamente su falda, mientras repetía mentalmente las palabras muchas veces repetidas en el teclado: «estoy expuesta para el placer de mi Señor».

Luego y sin dejar de repetir la frase se enderezó y levantó su falda por delante hacia el frío vidrio, mostrando totalmente su intimidad desde su estómago hasta sus pies.

Un observador, gratamente sorprendido por la docilidad y sumisión que le había sido demostrada por su esclava, pudo leer desde su posición estratégica, sobre el vientre de la sumisa las palabras que le había ordenado escribir: «Esclava de Ciberdom».