Costaba llegar el coche hasta el amarradero del tigre esa mañana, la ansiedad por llegar y encontrarnos con el resto de la familia para abordar la lancha que nos llevaría a la isla.

La idea fue del abuelo Carlos, que empecinándose por unir la familia en una isla podríamos juntar a la mayor cantidad de parientes con la idea de un día diferente y el para sentirse homenajeado (total él corría con los gastos).

La espera por el resto de los familiares en el amarradero se hizo esperar.

Suele levantar mucho la temperatura en marzo y en un espejo de agua como ese a primera hora de la mañana la temperatura comenzaba a mojarme la piel.

Con veinticinco años mi piel tenía temperatura propia, que sumándola a la exterior, me hacía entrecerrar los ojos con una mezcla de sopor y placer.

Luego de una larga espera, aparecieron tres coches trayendo el contingente mayor, con lo que la lancha colectivo que el abuelo había alquilado para ida y vuelta.

No tardo en cargarnos a todos y comenzar a tomar proa a la isla.

Mientras la lancha nos transportaba, saludando a unos y a otros, mamá me presentó a la tía Verónica, hacía ya tiempo que no se veían, desde que esta gano una beca en Toronto para estudiar chelo en la universidad local (todavía recuerdo, hace ya años cuando de visita en su casa la vi tocar con su puerta apenas abierta, el chelo desnuda.

Fue una figura fantasmagórica con las piernas abiertas, el pelo suelto sus anteojos y calzando tacos altos negros.

Recuerdo sus piernas que aferraban el instrumento, remarcando la musculatura de los muslos.

Tuve que lavarme los pantalones en el baño para que al día siguiente no se notara la mancha). La tía me saludo siempre con un tono amable y palabras arrastradas, girando rápido para no olvidarse de ninguno de los componentes, y aprovechando todos para reseñar nuestras vidas hasta la lancha – o instantes antes -.

Una vez arribados, y cada núcleo familiar se acomodaba alrededor de una mesa ya dispuesta entre carpas y sombrillas gigantes, no acomodaba el personal del servicio contratado, aproveche entonces para reconocer el terreno.

Esta casa de alquiler era una de varias casonas, que después me dijeron que sus dueños raramente venían, despaciosamente regrese hasta el casco en donde el resto de mis familiares ya se encontraban departiendo fervorosamente sobre temas varios – política y fútbol -.

El personal de servicio impecablemente vestidos, ellos con jacket negro y ellas con vestidos debajo de la rodilla con cofia, iban y venían con baldes de champan helado y vino blanco con langostinos lo cual hacia a todos levantar tanto el volumen de voz que casi no se percibía la excelente música de fondo con una solista de Bach.

De vez en cuando, de reojo la miraba a la tía Verónica, quien sentada con mamá y un tío, noté su gesto de enfado, porque al no gustarle la bebida veía como mamá y el tío caía en un desenfado cada vez más pronunciado con una copa tras otra.

Durante el almuerzo el plato principal compuesto de langostas con salsa golf le daban un sabor agridulce, sumado a un sabor ligeramente amargo del caviar, generaban un sabor en la boca sumamente placentero, invitando a degustar despacio, casi como u felino lo hace mirando atentamente a su porción tocándola con movimientos lentos como si quisiera prolongar el engullir lo que ve y huele.

El postre consistió en unas abundantes cremas heladas, previas a una torta de cumpleaños con banderas italianas y argentinas, celebrando no solo el onomástico del abuelo, sino la llegada a este país como inmigrante.

Una vez que el abuelo hiciera una lenta y larga reseña desde su llagada al país, sus primeros trabajos, y el formar la familia, – lo cual no evito algún disimulado bostezo por parte de nuestros parientes- , nos pusimos a formar círculos para hablar, discurrir o pelar del tema que nos viniera en gana, todo esto sin desproteger a un personal de servicio, que mediante generosa propina no dejaban que ninguna de las copas bajaran del cincuenta por ciento de su contenido.

Así se formaron pequeños círculos, que no pudieron atraer mi atención de ninguno de los tópicos de conversación, y comencé a fijar mi atención en el paisaje de la isla, atrayéndome la tranquilidad que se apreciaba en sus laterales.

Dispuesto a no perderme la tarde escuchando estupideces entre a la casa y saqué de mi bolso un short liviano y me dirigí hacia la costa de la isla. Al pasar por la parte central de la casa vi el resultado del bombardeo etílico en los invitados, conservando muy pocos el poder del equilibrio.

Camine entonces a los largo de la costa, rama en mano sintiéndome casi un niño. No sé cuánto camine –quizás en círculos – hasta que observé a unos cien metros de la costa una cortina de álamos lo cual prometía una buena sombra para recuperar el fresco de la soleada siesta.

Estaba acercándome a ese oasis cuando escucho suaves gemidos, y palabras muy suaves de mujer. Me quedo parado en ese lugar, tratando de girar solamente el cuello para fijar de donde vienen eses sonidos tan voluptuosos.

A unos metros, en el segundo álamo de la cortina, vi una imagen sumamente atrapante. Una mujer de unos cuarenta años parada contra la corteza del álamo con una solera amarilla levantada hasta la cintura, sostenida con su mano derecha y las piernas abiertas, quitaba con su mano izquierda un seno.

Arrodillada frente a ella, una joven de mi edad rubia y desnuda, apretaba su lengua en su vagina girando su cabeza en círculos para aprovechar la superficie deseada. La mano derecha de la joven se deslizo entre sus piernas para acompañar el gozo de su compañera con una salvaje masturbación.

Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que se podría decir que sonaba como un timbal, entonando un ritmo africano. Al ver esto sentí un dolor hermosimo en los muslos como preludio de un bello orgasmo provocado solamente por ver la belleza de estos dos cuerpos.

Por un momento, solo por un momento la mujer parada con un delicioso gesto, apartó a su compañera para permitir quitarse el vestido, como última cobertura a la belleza. Una vez hecho esto, se dio vuelta lentamente y luego de acariciarse ambas nalgas, como un código erótico ofreció a la joven un trasero generoso que desde mi punto de vista ofrecía, como una ostra, la promesa de una perla negra que no abundan frecuentemente.

En ese momento de excitación en silencio, sabía que esas imágenes se me estaban grabando en lo más profundo de mi retina, por lo que suavemente pero decidido me quite el pequeño pantalón de baño, quedando así en igualdad de condiciones con mis anónimas compañeras.

Mis propias caricias deseaban transmitir o ir a ritmo de las suyas, que ahora acostadas sobre la solera amarilla, hacían resaltar sus cuerpos tratando simultáneamente de alcanzar un orgasmo paralelo, viviendo instantes de toda lengua y toda vagina.

A no ser por casi un imperceptible sonido de una rama pisada, no hubiese girado mi vista hacia atrás, permitiéndome ver a mi tía Verónica a unos metros detrás mío, parada detrás de un árbol, desnuda con su ropa en el suelo –como quitada en la desesperación- ligeramente encorvada masturbándose copiosamente con su anular derecho, acariciándose su vientre con la palma izquierda, observando hasta diría por el gesto, con un placer de dolor la hermosa relación ofrecida por estas mujeres.

Mis ojos seguramente quemaron su mejilla izquierda, porque de pronto quedo como paralizada dejando su mano en la vagina, y fijando sus ojo en los míos como preguntándome ¿…que vas a hacer…?. Con un movimiento casi involuntario y apretando el short en mi mano. Me fui acercando como un gato se acerca a un gorrión.

Cuando solo estuve a unos pocos centímetros de ella – pudiendo apreciar lo frondoso de su vello púbico -, me miro con sus ojos dulces y me susurro…..¡ no pude evitarlo me atrapo este juego, y por lo que veo a vos también….estirando su mano derecha hacia mi miembro como con cautela ante mi reacción. Al sentir su mano cálida en mis testículos con mi palma derecha acaricié sus nalgas como supuse que sentiría la joven al acariciar las nalgas de su amante.

De inmediato la tía como una hembra en celo guio mi miembro hacia su entrepierna – todo esto sin dejar de participar con la mirada en las dos amantes – Cuando como por instinto mi miembro intento buscar el hueco cálido de su vagina, giro su cabeza y con ojos entrecerrados me suplico….. ¡……no, debes ser un semental, ahora te necesita otro orificio, no menos precioso……..dale empuja.

Cuando mi miembro estaba casi en la mitad. Sentí que de su vagina se escapaba una cascada, que bañaba sus piernas y mis muslos, la orina de mi tía sirvió para que de un solo golpe pusiera mis testículos acariciando sus preciosas nalgas. En ese momento ambos contemplamos que la pareja se despedía y la joven se alejaba caminando con la ropa en la mano.

La mujer mayor, quedo para pensativa, y se iba agachando para juntar su ropa. De prono la tía Verónica en medio de brutal penetración anal, expreso con un volumen alto pero con una voz suave, casi suplicando

¡….no te vayas vení……!

Se dio vuelta hacia nosotros sorprendida y paralizada, y mi tía continuó

…mira lo que me hace este… veni ayúdame…!

Con una suave sonrisa irónica – como, nos estuvieron mirando…?

– se acercó lentamente como calculando sus pasos, hasta quedar a solo un metro nuestro, pudiendo apreciar los quejidos que ambos proferíamos.

Respiro hondo y se acercó aún más, hasta la mano extendida de mi tía tomó la suya, apretándose fuertemente y transmitiéndose la energía de ambas.

Se acercó aún más e inclinándose para no permitir que dejara de introducirla y tras un profundo beso en su boca, en el cual se intercambiaron su lenguas, se dirigió a mi profiriéndome un generoso beso y acariciándome la espalda y mis nalgas, hasta colocarse detrás mío refregando su sexo en mis nalgas.

La tía Verónica con un quejido gutural, hizo sentir como una hembra orgullosa que estaba por tener su orgasmo.

Entonces quite mi miembro de su ano, para sí jugar con la vagina de mí también circunstancial amante, quien con movimiento rápido se colocó el miembro en su vagina. La tía observando parada y de costado a nosotros comenzó a masturbarse gritando salvajemente

-¡…ahora los tres… ahora los tres…!

Quite mi miembro enrojecido de la vagina de mi amante y a la vista de las dos, también comencé a masturbarme.

Esto sirvió para que ambas se arrodillaran ante mí para beber

– anunciado por un potente grito- las riquezas de mis adentros. Por unos instantes el silencio invadió el lugar sintiendo solo las aves que cantaban en el atardecer del Tigre.

Nuestra amante compartida nos miró con una bella sonrisa y nos dijo

-…..bueno soy Claudia…..

-..Yo, Verónica

-…..y yo……. soy Luís.

– Bueno –dijo Claudia- supongo que alguna vez no veremos nuevamente, creo que todos teníamos antojo de torta de chocolate. Suelo venir cada tanto a la isla y realmente me gustaría que estuvieran aquí…

– le dije- estamos en una fiesta……..es solo hoy…

Bueno lo importante que encontramos un lugar fresco en donde poder intercambiar experiencias y hacer nuevos amigos.

Mientras nos vestimos nos hacíamos las preguntas de rutina, diciendo nosotros que solo no unía una amistad, tome su teléfono de Buenos Aires en mi memoria, Claudia siguió el camino de su compañera y nosotros volvimos a la finca. El primer trecho lo hicimos en silencio y sin mirarnos, luego una mirada de reojo entre ambos y una sonrisa cómplice, la tía. No, Verónica desde ahora, me dijo

¿……..queres venir a casa a escucharme tocar el chelo……?

Desnuda toco mejor……..

En el viaje de retorno tratamos de evitarnos, pero de vez en cuando nuestras miradas se cruzaban, eran lenguas de fuego, que seguro seria solo el preludio de una tarde inolvidable.