Mi confesión

No voy a revelar mi nombre. Soy una mujer casada. Por curiosidad he leído algunos de esos relatos eróticos, bueno pornográficos.

Ignoro si esas historias son reales o invenciones.

Me imagino que más lo segundo. Voy a contarles mis experiencias en el tema de la sexualidad, a modo de que me sirva de terapia.

He de decir que mi marido es un hombre viril, su pene es grande, vamos supera los 20 centímetros, en erección.

Cuando la tiene flácida llega a los 17 pero lo curioso es que tiene el don de que la sigue teniendo erguida. Blanda pero recta.

El primer año de matrimonio no me gusto lo que me hacía.

Que no era otra cosa que daño.

La copulación no me agradaba, precisamente por el tamaño de su falo. Sólo encontraba un cierto reposo y disfrute cuando quedaba en reposo y había eyaculado. Por ahí es por donde comencé a actuar en el segundo año de casados.

Sabedora de las necesidades de los hombres le decía con mucha más frecuencia que antes que estaba cansada.

A lo mejor pasaban semanas. Tenía que camelarmelo. La noche que tocaba finalmente lo que tocaba hacer; primero nos besábamos como cuando éramos novios y luego me apretujaba a él.

Cuando nos desvestíamos ya se había corrido. Ya le conocía yo desde entonces. Entonces le trataba con ternura y con una cara mía de felicidad me la introducía.

Es entonces cuando me daba mucho gusto. Así gomosa y puntiaguda. Él en ese momento no disfrutaba pero se sentía dichoso de tenerme. En alguna ocasión si llegaba a volver a eyacular.

Tuvimos dos niños. Yo ya era treintañera y yo no se si en esas edades el aburrimiento o qué en el matrimonio hace que tengas momentos de auténtico encelamiento te arrastran a situaciones inusuales.

Lo que sucedió fue especialmente una determinada noche.

No se que había bebido o comido, el caso es que mi estado lo definiría como de frenesí.

Nos apretujamos como siempre en la cama, él en calzoncillos, yo con mi camisón. Y después de eyacular hicimos el amor. Pero luego vino lo mejor.

Le di el cambiazo de pastillas. Suele tomar unas para dormir pero yo le di unas muchas más fuertes; sedantes.

Se quedó como un tronco. Aproveché ese momento para sentarme encima de él moviéndome como si cabalgase , sobre su pene de 17 centímetros, elástico, gordo y firme, pero no totalmente erecto. ¡Que placer! Me volvía loca.

Nunca había sentido nada semejante.

Me estaba aprovechándome de él totalmente. Dormía. Estaba soñando. En otro lugar. No me estaba haciendo caso y sin embargo estaba copulando conmigo.

Me imaginaba que de pronto se despertaba, abría los ojos y que me atenazaba con sus poderosos brazos.

Eso me hacia…bueno ya os lo imagináis….me corría.

Pero cuando después de algún rato se le empalaba, yo entonces salía de él y bueno…le masturbaba hasta que vaciase.

Luego otra vez, lo genial.

Lo que más me gustaba era imaginar que abría los ojos para hacer conmigo lo que quisiera.

Así pase un buen rato…bueno parte de la noche…bueno no dormí.

Cuando se despertó por la mañana yo estaba desvanecida a su lado y por lo visto la cama estaba empapada y pegajosa como si hubiesen pasado varios manguerazos.

Mi marido fue el que metió las sábanas en la lavadora. No dijo nada pero se imaginó lo que había pasado.

No es tonto.

Me despido.

Esta es mi historia.

Bueno he dicho que fue aquella noche….quizá haya habido alguna más…