Historia de Mercedes
Mercedes estaba frente al espejo.
Se veía a si misma vestida con una blusa entallada de generoso escote y una falda ajustada a sus normalmente escondidas curvas que terminaba por encima de la rodilla.
Completaban el conjunto unas medias y los zapatos que eran de tacón.
Todo a juego y de color crema. Mientras se observaba, iba recordando algunas conversaciones con su vecina y amiga Carmen.
Carmen se había venido a vivir un año atrás al piso de al lado del de Mercedes, su marido Fernando y sus dos hijos de diez y doce años.
Según le había contado se había separado después de varias broncas y se había traído a su hija de siete años.
El primer contacto fueron los saludos ocasionales al cruzarse en la escalera.
Más tarde y como los niños iban a la misma escuela del barrio empezaron las visitas de una a la otra, ocasionalmente tomando un café, para charlar unos minutos.
Ambas rondaban los cuarenta y aunque sus vidas era bien distintas no tardaron en congeniar.
Mercedes hubiera querido tener un trabajo remunerado pero debido a la falta de ocasiones con horario adecuado y gracias a los buenos ingresos de su marido terminó por aceptar su rol de ama de casa.
Carmen en cambio trabajaba como dependienta en un importante comercio de ropa del centro de la ciudad.
Por ello iban alternándose las chicas que recogían por la tarde a su hija y la cuidaban hasta que regresaba.
Cuando la confianza entre las dos fue sólida y Carmen se quejó un sábado por la tarde de que su ex-esposo no le pasaba la pensión de la hija, Mercedes le preguntó como se apañaba con todos los gastos.
Carmen no respondió en seguida y la miró luego con una leve sonrisa.
Le dijo que le iba a contar un secreto.
Mercedes no supo responder otra cosa que no quería saber nada que comprometiese a Carmen pero esta le dijo que puesto que eran amigas era mejor que no hubiese secretos entre ellas.
Carmen le explicó que algunos viernes o sábados por la noche iba a cierto hotel donde hombres de negocios se quedaban una o dos noches más después de una semana de ajetreo para tener sexo con mujeres que no fueran profesionales habituales.
Carmen no se quedaba toda la noche.
Hacia las dos o las tres de la madrugada ya solía estar de regreso en casa y entonces se iba la mujer que quedaba al cargo de su hija.
Cada salida le representaba a Carmen unas 40.000 pesetas (250 de esos euros, que no hay manera de acostumbrarse!).
Mercedes no salía de su asombro y no atinaba a decir nada. Carmen se acercó a su amiga y le explicó que los hombres que allí encontraba eran de lo más normal.
El propietario del negocio seleccionaba a sus clientes negándoles los servicios «extra» si no venían bien recomendados.
Carmen no sabía como pero la mayoría de las habitaciones de los clientes especiales solían estar ocupadas.
Añadió que no siempre le apetecía tener sexo con los hombres que le tocaban, pero que en general no se quejaba y hasta se lo pasaba bien.
Mercedes siempre se quedaba muy cortada cuando se hablaba de sexo pues solo había estado con su marido y en sus ratos de cama él siempre llevaba la iniciativa. Por ello ese día no hablaron mucho más.
No volvieron a tocar el tema hasta el jueves siguiente cuando Carmen pidió a Mercedes que cuidara a su hija la noche siguiente. No tenía nadie con quien dejarla pues la mujer que en aquella época la ayudaba había pillado una inoportuna gripe.
El marido de Mercedes no se quejó demasiado cuando le dijo que les dejaría a él y los niños la cena preparada y que se iba al piso de Carmen a vigilar a la niña hasta que ella regresara de «una cena con los compañeros de trabajo».
Fernando terminaría poniendo una película de violencia y sexo en el video y luego se iría a dormir.
Mercedes llamó a la puerta de su vecina. Carmen estaba vestida con gusto y a la vez sexy, arreglada de cara pero sin pasarse. Mercedes le dijo a su amiga que vestida así iba a tener muchos admiradores.
Añadió que la envidiaba por tener un vestuario tan bien provisto.
Carmen sonrió pero no contestó y luego entre las dos acostaron a la niña.
Mientras Carmen se iba le indicó a Mercedes que si quería podía probarse aquellas piezas de ropa del armario que le gustasen.
Puesto que tenían medidas parecidas la ropa le sentaría bien. Le dijo que las compraba a precio de mayorista donde ella trabajaba y que si quería alguna se la sacaría bien de precio…
Mercedes volvió a la realidad tras todos aquellos recuerdos y se encontró de nuevo frente al espejo vestida con la ropa de su amiga.
Pensó en Carmen acostada con un desconocido. No pudo saber porqué pero Mercedes notó que se estaba excitando.
Empezó a desnudarse frente al espejo y sus manos recorrieron sus pechos y su cintura terminando en su sexo. Se tendió en la cama de Carmen y empezó a frotarse el clítoris y a meterse un dedo en la vagina.
Siempre había considerado innecesaria la masturbación para una persona casada pero en aquel momento no supo o no quiso privarse del placer.
Cuando hacia las dos de la madrugada llegó Carmen encontró a Mercedes con un libro sobre las rodillas.
Carmen le preguntó si había encontrado algo que le gustara y Mercedes tras responder que todo era muy bonito quiso saber como le había ido.
Carmen le explicó que al poco de llegar se le había acercado el «encargado del negocio» presentándole a un hombre mayor, elegante y todavía con buen tipo. Añadió que en la cama había durado poco si bien es cierto que ella no tuvo que fingir el orgasmo.
Carmen preguntó a Mercedes por su último orgasmo y esta supuso que se refería a su masturbación.
Enrojeció. Carmen sin embargo creyó que su amiga no quería reconocer que su esposo no la satisfacía a menudo.
Por ello le dijo que quizás debería ir con ella en su próxima visita al hotel.
Mercedes todavía enrojeció más, balbuceó que ella quería a su marido, que tenía la suerte de que no le hiciera falta el dinero y que no quería mentir a nadie. Y sin embargo Carmen notó que no se negaba.
Mercedes le dio rápidamente las buenas noches a Carmen y volvió a su casa.
Se metió en la cama donde Fernando estaba durmiendo pero ella tardó en pegar los ojos. Se imaginaba ella misma junto a un desconocido, mayor pero de buen tipo y teniendo sexo apasionadamente.
Mercedes y Carmen solían encontrarse cuando llevaban los niños a la escuela por la mañana. Carmen luego iba a su trabajo y Mercedes regresaba a casa.
Esos días al llegar y cerrar la puerta Mercedes seguía imaginándose poseída por un desconocido mayor que ella y la fantasía iba llenándose de detalles: el bigote fino, el pecho sin vello, la cabeza poblada de un bonito pelo blanco, unas suaves caricias, unos besos dulces… Y finalmente no podía evitar masturbarse.
Carmen le repitió su propuesta al cabo de un mes. Después de dejar los niños y mientras se dirigía al autobús le explicó que al siguiente viernes ella volvería al hotel y que el propietario del negocio esperaba más clientes de lo habitual.
Le había preguntado si conocía alguna mujer de aspecto sexy y temperamento tranquilo que quisiera ayudarles con el «exceso de demanda» de aquel día.
Mercedes volvió a quedarse colorada. Sonrió y solo acertó a decir que ella no tenía aspecto sexy. Carmen sonrió también y le dijo que al volver del trabajo pasaría a verla.
Ese día y al llegar Mercedes a casa no tuvo bastante con su habitual autosatisfacción. Sólo una ducha larga y fría le permitió reiniciar el ritmo diario.
Por la noche cuando sonó el timbre de la puerta, Mercedes no sabía donde esconderse y Fernando abrió. Reconoció la voz de Carmen mientras le contaba a su marido que venía a proponerle a ella ir al cine el próximo viernes.
Los tres reunidos en la cocina convinieron que Mercedes no iba mucho al cine ya que a Fernando no le gustaba salir de noche . Por ello las dos amigas irían a ver alguna película de moda y quizás a tomar algo después.
Llegó el viernes y Mercedes todavía no había decidido si quería o no correr la aventura que su amiga le proponía. Ella sólo acertaba a imaginar un encuentro sexual dulce y romántico propio de adolescentes.
Al llegar Carmen a casa encontró a Mercedes vestida con su aire convencional y un poco pasado de moda. Tirándole un poco de la mano Carmen sacó a Mercedes del edificio y tomaron un taxi.
Al poco rato llegaron al barrio de nivel alto donde estaba el hotel. Se apearon en la esquina y entraron por la puerta principal donde el portero les saludo con una larga sonrisa y mirándolas fijamente les dijo que aquella noche tendrían mucho trabajo.
Entraron en un despacho donde encontraron a un tipo aparentemente de lo más normal.
Carmen lo presentó como Lucas, el propietario del negocio. Inmediatamente entró otro tipo también normal si bien más alto y fuerte. Era el «encargado» y se llamaba Carlos.
Primero Lucas mandó desnudarse a Mercedes. Ella se ruborizó y se quedó quieta. Lucas le repitió la orden de manera tajante y ella se quitó la ropa dejándose la combinación.
Carlos se acercó y colocándole la mano en la cintura le preguntó si había oído al jefe. Mercedes terminó de desnudarse y no quiso mirar a ningún lado. Lucas se acercó a ella pasando a su alrededor y terminó por decir que realmente sí estaba buena.
Puso las manos sobre los pechos de Mercedes y tras pellizcarlos ligeramente musitó algo sobre su propio trabajo y que ya habría ocasión más adelante de otras cosas.
Luego quiso aclararle diversos aspectos «profesionales» y fué al grano. Empezó diciendo que estaba seguro que Mercedes estaba allí por libre decisión, que estaba prohibido drogarse y remarcó que no quería problemas, que tenía un negocio que funcionaba muy bien y que si ella trabajaba como era debido iba a ganar un buen dinero.
Ante todo debía dejar al cliente satisfecho.
No hubo ninguna amenaza real pero Mercedes sintió miedo.
Luego Carlos mandó vestirse a Mercedes y se llevó a las dos mujeres a la planta superior del edifico donde en una sala decorada con buen gusto y en línea moderna había una barra de bar y diversos sofás y sillones.
Algunas mujeres estaban allí sentadas hablando sin levantar la voz. El ambiente parecía muy amistoso entre ellas.
Carlos presentó a Mercedes a las seis mujeres que allí había en aquel momento. Al poco de haber empezado a hablar con ellas entraron dos hombres vestidos con cazadoras y camisas de colores pero con porte elegante.
Mercedes se daba cuenta que este era un prostíbulo de altos vuelos y no entendía como la habían admitido tan rápidamente. Tal y como Carmen le había contado los clientes dejaban mucho dinero y debían esperar «servicios muy especiales».
De repente le asaltó la idea de que el jefe de su marido u otros que la conocieran llegaran como clientes.
Carmen le había contado que la mayoría de hombres que allí iban eran de otros lugares del país y llegaban a la ciudad por negocios pero el miedo no pasó hasta que Carlos se acercó a ella con un tipo de unos 40 años, bien vestido, más bien alto, con un poco de barriga que demostraba que no practicaba demasiado deporte y con gafas.
Dijo llamarse Javier.
Sin ser un prodigio de simpatía empezó hablando de bebidas y combinados, le recomendó tomar algo suave y frio y pasó a hablar de sitios que había conocido en sus viajes por el país.
Mercedes se sentía nerviosa y sin embargo halagada por la consideración de aquel desconocido que no le quitaba los ojos de encima.
Al terminar la bebida Javier la tomó de la mano y simplemente le dijo que tenía la habitación al lado.
Mercedes siguió sumisamente a Javier y se encontró sentada en la cama junto a él. Javier perdió algo de sus modales suaves cuando abrazó a Mercedes y la besó con fuerza.
Mercedes no atinaba a reaccionar y simplemente se dejaba hacer. Luego se dió cuenta que dejaba de besarla y que una mano le acompañaba la cabeza sin violencia pero inevitablemente hacia la bragueta.
Ella maquinalmente abrió la cremallera y encontró una verga más bien pequeña pero ya empalmada y supo que tenía que chuparla.
Lo hizo y se sorprendió a si misma intentando bajar los pantalones y los calzoncillos. Javier se apartó.
Se bajó él los pantalones y la mandó quitarle los zapatos y terminar de desnudarlo. Luego quiso que se fuera desnudando ella lentamente y así lo hizo sin atreverse a mirarlo.
Al quedarse desnuda se acercó a su cliente y se dejó besar, lamer y pellizcar.
Se sentía excitada a pesar de creer que no se estaba comportando como Javier esperaba.
Al cabo de unos minutos su manos cobraron vida. Acariciaban el cuerpo de su amante y a partir de aquí la excitación fue en aumento hasta que Javier le mandó ponerle el preservativo.
Ella se lo puso sin ningún preámbulo ni juego y se tendió abriendo las piernas. Javier la penetró y tras algunas embestidas se corrió.
Mercedes reaccionó como no habría supuesto nunca. La situación la había excitado muchísimo y no había logrado un orgasmo.
Quizás no sabía explicar que es lo que había estaba esperando pero sí actuó para lograrlo. Se salió de debajo de su cliente. Le quitó el condón y empezó de nuevo a mamar la verga saboreando los restos de semen.
Siguió pellizcando suavemente los testículos y recorriendo con las uñas el cuerpo de Javier. Al cabo de un rato tuvo su premio.
La verga se endureció de nuevo y volvió a colocarle un preservativo. Mercedes se ensartó en aquel pene que había vuelto a la vida moviéndose entonces con violencia arriba y abajo.
Esta vez Mercedes llegó al orgasmo. Un orgasmo físico, lejos de las fantasías de enamoramientos de primera juventud y con el que nunca había soñado estando con su marido.
Un orgasmo que la hizo soltar un hondo gemido de liberación y de conocimiento del valor del sexo. Mercedes se quedó rendida sobre el cuerpo de su amante ocasional.
Javier se había corrido pocos segundos antes del orgasmo de Mercedes y agradecía a aquella mujer la pasión animal que le había mostrado con caricias en la nuca y un suave abrazo.
A los pocos minutos, tal y como le había instruido Carmen, Mercedes se levantó, recogió la ropa y se fue al baño.
Se arregló un poco y tras sonreír a Javier que seguía tendido en la cama salió de la habitación y se fue al despacho de Lucas.
Allí estaba el jefe que le dió el dinero prometido. También estaba Carmen. Al igual que ella había terminado con su cliente.
Las dos salieron a la calle, tomaron un taxi y regresaron a casa sin intercambiar demasiadas palabras. A punto de entrar cada una en su casa Carmen le preguntó a Mercedes si había ido realmente todo bien.
Mercedes se limitó a sonreír y a decir que sí. Carmen insistió y le preguntó cuando volvería al hotel. Mercedes respondió que seguramente pronto.
Eran poco más de las dos de la noche.
Mercedes se puso el camisón de siempre y se tendió en aquella cama tan conocida al lado de su dormido marido.
Los breves minutos que pasaron hasta que se durmió estuvo pensando que había descubierto un placer que debía vivir muy a menudo.
Suponía que se presentarían situaciones difíciles si seguía con la aventura que esa noche había empezado.
De lo único que estaba segura es que no renunciaría a repetir aquel gozo que había encontrado junto a un desconocido.