Cartas de Jenny

A finales de 1998 yo estaba contratado por la delegación en España de una empresa de consultoría informática, con sede en Estados Unidos, para dirigir proyectos relacionados con el «efecto 2000» (Y2K).

¡Cómo pasa el tiempo!. ¿Quién se acuerda ya de aquello?.

Por aquel entonces, había escrito ya un par de relatos eróticos, que publicaron en una Web hoy desaparecida.

Hubo uno, «Las mujeres y el amor», que provocó un alud de mensajes de correo electrónico, la mayor parte de chicas.

Una de ellas -probablemente española por la palabrita- me dijo literalmente «que era un gilipollas, que no sabía una mierda de lo que pensaba o sentía una mujer».

Pero la mayor parte eran elogiosos.

El de Jenny destacaba sobre el resto.

Porque había en él algo que no encontré en los demás, y es que me daba pié para continuar el contacto a través del correo.

Yo respondo a todos los mensajes que me llegan, pero en su caso lo hice con más gusto, porque estaba viajando mucho por aquella época, y aquello podía llenar algo de mi solitario tiempo libre.

Ayer he releído sus mensajes. Y he decidido publicarlos.

Quizá no debería, pero creo que ella está un poco en deuda conmigo, por lo que contaré al final.

Y quiero -si es que lee estas líneas- decirle desde aquí que comprendo sus motivos, y que no le guardo ningún rencor, aunque en aquel momento me dolió su engaño.

Obviamente, las direcciones de correo son absolutamente inventadas. (Voy a probar si existen de verdad, porque sería una «pasada» que recibieran mensajes a consecuencia de esto).

He traducido también algunas palabras y expresiones propias del español que se habla en Puerto Rico, porque en España no se entienden. Pido por ello perdón a mis amigos de allá. .

Tampoco son todos -hay casi cien- y nadie tendría la paciencia de leer esto hasta el final.

Pero sí una selección y el último mío de este intercambio, que duró hasta febrero de 1999:

De: Jenny
Asunto: Tu relato
Me llamo Jenny, y soy asidua lectora de la página de…

Entre tanta porquería como he podido leer en ella, tu relato ha sido como un rayo de luz. Claramente no eres mujer, y se te escapan algunas cosas, pero en general está muy bien escrito, y se nota que lo haces con sentimiento.

¡Ánimo, y continúa haciéndome pasar buenos ratos con la lectura de tus relatos!.

Y, si alguna vez deseas que una mujer te saque las faltas a un escrito antes de publicarlo, no dudes en recurrir a mí.

Un beso.

De: jbu
Asunto: Respuesta a Jenny
Ante todo, muchas gracias por tu amable opinión.

Pero me has dejado sin saber qué había en el relato que te ha parecido poco adecuado. Me encantaría que me escribieras de nuevo, y lo comentaras más en extenso.

¿Es mucho pedir?.

Un fuerte abrazo.

Jaime.

De: Jenny
Asunto: No eres mujer…

Verás Jaime: antes, durante, y sobre todo después del acto sexual, una mujer no siente igual que un hombre. Eso es lo que te falla. Los hombres pensáis en ello casi en términos de conquista, como el pistolero del oeste que quiere muescas para la culata de su revólver y, por lo menos casi todos los que yo he conocido, pasáis absolutamente por alto la ternura «antes», la delicadeza «durante», y el cariño «después».

No digo que no haya mujeres así, pero tu protagonista siente y piensa como un hombre.

Por cierto, hace tiempo que no leo nada tuyo…

Muchos besos.

De: jbu
Asunto: Y tú, ¿qué sientes en «esos momentos»?.

Perdona el atrevimiento, no tenemos ninguna confianza, y comprenderé que no me respondas.

Para empezar, te contaré un poco sobre mí:
Mi nombre ya lo conoces; está en el encabezamiento de mis mensajes. Tengo veintinueve años, estoy soltero, y vivo en Barcelona. Tengo algunas amigas, y disfruto con el sexo -por más que últimamente no disponga de tiempo para practicarlo-. Y más de una repite, lo que me hace pensar que no lo hago tan mal, a pesar de que «antes», «durante» y «después» no sepa tratarlas adecuadamente, según tú.

Es por eso que quisiera que me relataras alguna experiencia tuya, que me indique lo que quieres decir.

Ten en cuenta que no sé quién eres -salvo que tú quieras decírmelo- así es que lo que escribas no puede comprometerte.

Quedo esperando impaciente tu contestación.

Un fuerte beso.

Jaime.

De: Jenny
Asunto: Mi experiencia
Me ha costado mucho decidirme a responderte.

Ya sabes mi nombre. Vivo en San Juan de Puerto Rico. No voy a decirte nada más.

La imposibilidad de que tengamos amigos comunes, y por tanto nadie conocido pueda saber nunca esto, me ha ayudado a resolver.

He tenido, como tú, varias experiencias, unas más agradables que otras. Hubo una muy especial. Fue con un hombre ya entrado en la cincuentena, al que llamaré Pedro.

Sucedió que en una ocasión, hace ya varios años, tuve que viajar sola a los Estados Unidos, no hace al caso ahora dónde ni por qué.

La primera noche que cené en el hotel, había en la mesa de al lado un hombre maduro muy interesante, de pelo oscuro con pinceladas blancas en las sienes, y un fino bigote -me encantan los hombres con bigote-. Muy elegante, usaba ropa que se notaba de lejos que era hecha a medida. Y también estaba solo.

Durante toda la cena, le sorprendí en varias ocasiones mirándome fijo. Y entonces no desviaba la vista, sino que clavaba en los míos dos ojos de un negro profundo. Las últimas veces, quise ver en sus labios la sombra de una sonrisa. Y sentí que mis piernas temblaban sin que pudiera evitarlo.

Nunca antes había permitido a un desconocido que me abordara así. Pero, cuando a la salida del restaurante, el se me acercó, no salió de mis labios ninguna frase que pudiera hacerle ver que yo no era una cualquiera, dispuesta a no importa qué cosa con el primero que se me acercara. No sé si sería la soledad, el encontrarme lejos de mi casa en un ambiente extraño, en el que nadie me conocía…

Se dirigió a mí en un perfecto inglés, en cuyo vocabulario se notaba su paso por alguna buena universidad:
– He estado observándola toda la cena, y me parece usted una mujer muy atractiva. Si no desea mi compañía, lo comprenderé y la dejaré sola. Pero me agradaría mucho gozar del placer de su conversación.

No fui yo la que respondí. Fueron mis instintos:
– Con mucho gusto, si no me tiene en mal concepto por ello.

– De ningún modo -respondió él-. Se nota a las claras que es usted una dama, y jamás me permitiría causarle ningún enojo.

Bueno, para abreviar, nos dieron las dos de la madrugada sentados en dos butacas de cuero del bar, que no cerraba en toda la noche. A la media hora, ya le había contado mi vida, pero él no correspondió de la misma forma. En aquel momento, no lo advertí. Estaba demasiado ocupada aspirando el perfume varonil que emanaba de su cuerpo, admirando sus manos muy cuidadas, de largos dedos, su boca de labios finos, sus ojos… Sus ojos parecían penetrar en lo más íntimo de mi alma. Y su voz me hacía estremecer hasta lo más profundo.

Cuando puso una de sus manos en mi brazo, sentí que me derretía por dentro:
– No quisiera incomodarla. Pero son raras las ocasiones en que una mujer me ha impresionado tanto como lo ha hecho usted. Y no puedo dejar pasar esta oportunidad. Quiero estrecharla entre mis brazos, y hacerle el amor.

De nuevo, mi razón quería decir que no. Pero asentí, aunque me sentía muy turbada. Aquello era nuevo para mí. Pero mi cuerpo anhelaba el contacto con el suyo. Y le deseaba, como nunca antes había ansiado a ningún hombre.

Subimos a su habitación. Durante mucho, mucho tiempo, él me tuvo abrazada, cubriendo de besos mi cara, sin pasar a nada más. Nunca antes nadie había besado mis párpados de aquella forma, nunca unos labios habían atrapado así la comisura de mi boca, provocándome mil sensaciones placenteras.

No tengo conciencia clara de lo que siguió después. Evoco vagamente que en algún momento le arranqué la ropa con ansia, mientras yo estaba aún completamente vestida.

El siguiente recuerdo es el de mi cuerpo desnudo bajo el suyo, su pene dentro de mí, acariciando lentamente mis entrañas, y provocándome un placer que nunca había conocido. Y luego su lengua sobre mi sexo, mientras mis manos se aferraban a su pelo, como para impedir que se separara de mí.

Finalmente, después de regalarme tantos orgasmos que perdí la cuenta de ellos, recuerdo su voz describiendo una por una las distintas partes de mi cuerpo, seguida por sus manos, que lo recorrían con suaves caricias. Y ello me produjo un nuevo clímax; nunca habría creído que eso fuera posible.

No volvimos a vernos después de aquella noche. Y jamás después hombre alguno ha sabido proporcionarme tal gozo, ni hacerme sentir mujer, y querida, y deseada de aquella forma.

Me ha salido más largo de lo que pensé.

Ahora te toca a ti.

Un beso muy especial de
Jenny
De: jbu
Asunto: Me has dejado sin habla
Ahora entiendo lo del «antes», «durante», etc.

He estado pensando mucho en la historia con que podría corresponderte. Después de leer tu experiencia, creo que debo relatarte algo que es muy querido para mí. Se trata de la primera -y única vez hasta ahora- en que una chica me entregó su virginidad.

Se llamaba María.

La primera vez que entré en el aula de la universidad, nada más traspasar el umbral de la puerta, mis ojos se posaron directamente en ella. Aunque estaba rodeada de gente, entonces no pude ver a nadie más. Y ella correspondió a mi mirada con la misma intensidad.

No había sitio a su lado. Durante toda la clase, estuve volviendo la vista, ansiando contemplar de nuevo su rostro. Y cada vez, veía sus ojos clavados en los míos.

A la salida, me paré ante su pupitre. Ella estaba recogiendo sus cosas, que guardaba en un gran bolso, con la vista baja. Pero sé que era consciente de mi presencia, porque estaba ruborizada. Finalmente, levantó la cabeza, y me dirigió una mirada de sus limpios ojos azules.

No hicieron falta palabras. La tomé de la mano y salimos juntos.

Los meses siguientes pasaron como en un sueño. Dábamos largos paseos hablando de naderías, enlazados de la cintura. O asistíamos a algún estreno de cine. A ella le gustaban las películas sentimentales, que siempre me habían «repateado». Pero no me importaba acompañarla, porque no me hacía falta mirar la pantalla. Me bastaba con contemplarla.

No voy a decir que no me inspirara deseo el contacto de sus pechos en mi brazo, mientras caminábamos. O el de su vientre apretado contra mí, mientras nos abrazábamos y nos besábamos largamente en cualquier rincón oscuro. Pero era un deseo distinto del que me habían producido otras chicas. Y sentía que, si me comportaba como con ellas, la perdería.

Un día llegó a clase con los ojos rojos e hinchados por el llanto. No entramos al aula. Sentados sobre el césped ante la facultad, me contó el origen de su problema, que entonces pasó a ser también mío.

Su padre es militar. Ella había vivido ya en varias poblaciones, siguiendo sus frecuentes traslados. Y la noche anterior había comunicado a la familia que había sido destinado a una capital de provincias. Y eso significaba nuestra separación.

Exploramos mil posibilidades. Pero ninguna factible. En la nueva población también existía facultad de informática, por lo que no cabía la posibilidad de que ella se quedara en una residencia hasta completar sus estudios. Trasladarme yo allí, impensable. No podía obligar a mis padres a hacer tal sacrificio, cortos de dinero como estaban, que ya era para ellos difícil mantener mis estudios en Barcelona.

Finalmente, tuvimos que hacer frente a la realidad. Solo nos quedaría el correo -no electrónico, que eso no se conocía entonces- el teléfono de tanto en tanto y, quizá, mis vacaciones en su ciudad de destino.

Las semanas que faltaban transcurrieron aún más rápidamente. No queríamos hablar de ello, pero siempre había una sombra entre nosotros: ambos éramos conscientes de que nos quedaba muy poco tiempo de estar juntos.

Pasaron los exámenes, y por primera vez en mi vida obtuve un suspenso. Mi cabeza estaba en otras cosas. Ella los pasó «raspando».

Mis padres se marcharon de vacaciones al pueblo natal de mi madre. Yo les expliqué el tema, y ellos transigieron gustosos en que no les acompañara.

Y llegó la víspera del día fatídico.

Nos habíamos citado en una cafetería que frecuentábamos. Estaba yo vistiéndome para salir, cuando picaron en la puerta. Era María. Estaba más hermosa que nunca, a pesar de sus ojos húmedos, y su cara de tristeza infinita. O quizá, por ello precisamente. Me miró intensamente:
– Te he traído un regalo de despedida.

Pero no tenía ningún paquete en sus manos. Yo sí le había comprado unos pendientes, que le entregué, y le ayude a ponérselos.

No supe cuál era su regalo, hasta que empezó a desnudarse muy lentamente, con los ojos fijos en el suelo. Y la visión de su cuerpo no palió mi dolor, sino que lo incrementó hasta lo indecible.

Y sentí que me estaba ofreciendo el más inapreciable don, el más maravilloso regalo que podía ofrendarme.

Puedes creerlo o no. En aquel momento me hubiera bastado con contemplarla durante toda una eternidad. No es que no la deseara, que mi juventud reaccionó como cabía esperar. Pero la visión de su cuerpo desnudo no me provocaba el mismo sentimiento de urgencia en satisfacer mi apetito que había experimentado con otras chicas, sino una ternura en la que el acto sexual solo era, solo debía ser, la culminación de mi entrega como correspondencia a la suya.

Me desnudé yo también, sin prisas, y permití que me contemplara a su vez. Luego la conduje a mi dormitorio, y nos tendimos en la cama. Durante mucho tiempo, mis manos exploraron su cuerpo, que conocían por primera vez. Y las suyas acariciaron el mío, leves como una pluma. Y nos besamos interminablemente.

En un determinado momento, ahora sí, ambos estábamos estremecidos de deseo. Sentía su aliento entrecortado en mi boca, y sus manos que ahora se engarfiaban en mi espalda, con la urgencia de su ansia. Pero ello no me hizo perder la cabeza ni por un instante.

Mi pene estuvo acariciando mucho tiempo la entrada de su feminidad, retirándose ante la resistencia que probaba que era yo el primero al que se ofrecía. Finalmente, muy despacio, vencí el pequeño obstáculo, pero me detuve de nuevo ante su gesto de dolor.

La acaricié de nuevo, y cubrí su cara de suaves besos. Sentía su daño como mío, y no sabía como evitarlo. Finalmente, fue ella misma la que elevó sus caderas, forzándome a penetrar en su interior. Y no permitió que me separara, lo que intenté, al percibir un nuevo gesto crispado en su hermoso rostro.

Con la máxima suavidad que pude, empujé levemente para luego retirarme, y así hasta que la totalidad de mi masculinidad estuvo alojada en su interior. Y te doy mi palabra de que no estaba pensando para nada en mi satisfacción, sino en conseguir que ella disfrutara de su primer orgasmo, como retribución al maravilloso don de su entrega.

Tan es así, que conseguí que se estremeciera con los espasmos de la primicia de su culminación, mucho antes de que yo, finalmente, depositara dentro de ella la simiente de mi amor.

Estuvimos después abrazados mucho tiempo, contemplando las primeras estrellas a través del ventanal.

Más tarde, ella se levantó arrasada de lágrimas, y salió de mi dormitorio, de mi casa, y de mi vida -aunque entonces no lo sabía-.

Lo siento, quizá me ha quedado un poco sentimental, pero es así como lo sentí y lo recuerdo.

Muchos besos.

Jaime
De: Jenny
Asunto: Me ha encantado leerlo…

…y todavía se me humedecen los ojos cuando lo recuerdo. Estuve llorando durante mucho tiempo con tu historia.

Tienes que responderme, no puedes dejarme así. ¿Qué ha sido de María?.

Por favor, hazlo rápido.

Con todo mi cariño,
Jenny.

De: jbu
Asunto: Lo lamento, pero no puedo
Lo siento, no puedo complacerte. Todavía me duele el recuerdo, casi como cuando unas semanas más tarde recibí una larga carta de su padre, acompañada de su diario, donde había reflejado puntualmente sus pensamientos sobre mí.

Pero nos estamos poniendo muy sentimentales.

Recibir tus mensajes es muy agradable para mí. Pero es exasperante esperar durante dos o tres días tu respuesta. ¿Podríamos encontrarnos en un «chat»?.

Yo también te quiero.

Jaime.

¤ ¤ ¤
A principios de febrero de 1999, nuestra correspondencia -que seguía siendo el único contacto, porque nunca quiso «chatear» conmigo- había alcanzado una «temperatura» de la que puede ser muestra uno de sus mensajes, que incluyo a continuación:
De: Jenny
Asunto: Solo me siento viva cuando recibo tus e-mails…

El correo electrónico tiene un defecto que no tenía el de papel: puedes estrechar una carta contra tu pecho, pero no la pantalla del ordenador. Y, aunque lo imprimiera, me faltaría el saber que tus dedos han tocado el escrito y, quizá, percibir en él tu olor.

Pero mi mente puede recrear tu imagen sólo conocida por la fotografía que me enviaste, y soñar con tu calor a mi lado.

Ya no me da vergüenza hacerte estas confesiones:
Ayer estaba tendida en mi cama, después de leer tu último e-mail, e insensiblemente comencé a acariciar mis pechos por encima del camisón. Cerrando los ojos, podía imaginar que eran tus dedos los que recorrían circularmente mis pezones, que se endurecían al contacto de la suavidad del roce de tus manos.

Pronto me estorbó la tela, y me lo saqué por la cabeza, para sentirlo más rico, sin nada entre tu piel y la mía. Mi cuerpo ardía, y mis caderas se estremecían sin que yo pudiera evitarlo. Mis manos apretaron mis senos, y los proyectaron hacia delante, para ofrecértelos.

Estaba muy mojada, y no sólo por el sudor de la bochornosa tarde de verano. Y mi coño afiebrado rechazaba la opresión de mis braguitas, única prenda que me quedaba, por lo que también me las quité. Abrí mis piernas, como para mostrarte que estaba ansiosa de recibirte en su interior.

Casi me era posible imaginarte desnudo ante mí, deseoso de tomar lo que desearía poder hacer tuyo.

Otra vez mis manos (las tuyas) recorrieron mi hendidura caliente, anhelante de sentirte muy hondo. Y cuando al fin me vino un profundo orgasmo, volví a la realidad.

Porque no sentía el peso de tu cuerpo de hombre sobre el mío, ni mi dedo me colmaba por dentro como lo haría tu verga. Y me faltaba sentir tus contracciones dentro de mí, mientras me llenabas con «la simiente de tu amor» (como tú mismo dices).

Te añoro, mi amor, más que si alguna vez hubiera estado contigo. Porque entonces, al menos tendría tu recuerdo real.

Jenny.

¤ ¤ ¤
Por aquellos días, una mañana al llegar a la oficina me esperaba el recado de que el Socio de mi empresa al que yo reportaba me esperaba en su despacho.

– Jaime, tengo que pedirte algo. Pero antes quiero que sepas que nunca te lo propondría, de no ser porque estoy muy satisfecho con tu trabajo.

– Me han llamado hace un rato de Cleveland -continuó-. Han firmado un contrato con una empresa de San Juan, para desarrollar su proyecto 2000. Necesitan una persona con experiencia, y que hable español. Y yo he pensado en ti. ¿Qué te parece?.

Si hubiera sido mujer, le hubiera dado un beso. Me apresuré a aceptar.

Aunque estaba totalmente prohibido, utilicé el sistema de la empresa para enviar rápidamente un mensaje a Jenny. No podía esperar hasta las siete de la tarde para decírselo:
De: j.b
Asunto: Una maravillosa noticia!!!!!
Casi no puedo creerlo.

¡La semana próxima estaré contigo!.

Mi empresa me ha destinado por tres meses a Puerto Rico. ¡Y luego aún tendré que viajar allá, al menos una vez cada dos meses!.

Estoy ansioso por verte.

No puedo esperar a más tarde. ¡Tienes que ir a recibirme al aeropuerto!.

Te deseo intensamente.

Jaime.

¤ ¤ ¤
No respondió a ese mensaje, ni a los otros cinco, cada vez más imperativos, que le envié antes de mi partida, ni a los dos que le dirigí ya en su ciudad.

Carlos, el jefe de informática de mi cliente en San Juan, es un «tío legal». Ya a las dos semanas habíamos establecido una buena relación, y hasta me había invitado el último «güiquen» -como decía él- a su casa, donde conocí a su simpática y vivaracha mujer… y sus cinco hijas, una por cada año de su matrimonio.

Tanto, que un día durante la comida me atreví a contarle mi problema:
– Yo sé que tienes muchos contactos -terminé-, así es que me he atrevido a pedirte que veas si es posible averiguar los datos de Jenny a partir de su dirección e-mail. Si no puedes, o hay algo ilegal en lo que solicito, me lo dices, y ya está…

– ¡Nada, hombre! -me respondió-. Los amigos están para esto.

Dos días más tarde me llamó a su oficina. Nunca le había visto serio hasta entonces.

– Escucha Jaime, no quiero meterme en tu vida, pero como amigo te aconsejo que pienses muy bien lo que vas a hacer a partir de ahora.

Me pasó una hoja de su bloc de notas a través de la mesa.

– Como puedes ver en ese papel, Jenny no se llama así. Ahí tienes su nombre verdadero, su dirección y teléfono. Pero te advierto que está casada con un hombre muy rico y poderoso de acá, con fama de cuidar muy bien de lo que es suyo. Así que mi consejo es que te olvides de ella.

Su cara volvió a recuperar la sonrisa de siempre:
– ¿O es que en San Juan no hay suficientes hembras calientes para un chico español como tú?.