Apareció de improviso en mi vida y también de improviso se fue, dejándome como recuerdo de los meses que la tuve cerca de mío la imagen siempre latente de su rostro aceitunado de finas facciones, su nariz respingada, su frente amplia y sus labios seductores.
Y una tenue sonrisa que siempre bailaba en su boca, acompañando una actitud de permanente ausencia, de estar lejos de mí, de mis sentimientos, de la pasión que despertara en mi pecho.
Y sus ojos. Esos bellos ojos de mirar profundo que se clavaron en mi mente y me atraparon para no soltarme más.
Esos ojos que fijaba en mí y me desarmaban completamente, convirtiéndome en un idiota que a duras penas lograba articular frases coherentes o ingeniosas con las cuales poder atraerla.
Vino a solicitar que le permitiéramos hacer su práctica profesional en la oficina y yo le hice la entrevista preliminar y me quedé prendado de ella, todo al mismo tiempo.
Desde ese primer encuentro su vida se pegó a la mía, devolviéndome el entusiasmo que creía perdido, convirtiendo mi pecho en un torbellino de sensaciones casi olvidadas.
Lo que en un principio era una atracción por su hermoso rostro y su actitud ausente, motivada tal vez por algún problema familiar, después se trocó en pasión cuando empezó a venir a la oficina vestida con unas blusas que hacían resaltar sus grandes senos redondos moldeados admirablemente después de su maternidad adolescente.
Esos senos se convirtieron en mi obsesión, elevándome a fantasías increíbles cuando me los imaginaba entre mis manos o besándolos. Usaba blusas ceñidas que los hacían lucir en todo su esplendor, orgullosa y consciente de la atracción que ejercían.
Y día que pasaba me parecían más seductores, más tentadores. ¡Cómo los imaginé entre mis manos, recorriéndolos suavemente, sintiendo sus pezones endurecidos en el hueco de mis palmas!
Después empezó a venir con pantalones. Cada vez que se retiraba de mi oficina mis ojos se clavaban en su trasero, que aunque no era grande lucía unas dimensiones que me parecían perfectas; sus dos globos redondos se movían al compás de sus pasos como invitando a ser tocados, a acercarse por detrás y a apretarse a ella con toda la pasión que tenía contenida desde que esta joven de escasos veintidós años se apareció en mi vida.
Me mostré siempre muy amable con ella, alargando mis explicaciones cuando venía a consultarme algo, con la clara intención de que ella continuara mirándome y poder vislumbrar, aunque fuera de reojo, sus grandes y tentadores senos.
Y ella con su mirada profunda y su semi sonrisa bailando entre sus labios, tal vez sabedora de mis intenciones, lucía con orgullo los promontorios que me quitaban el sueño, como si quisiera darme alimento para mis fantasías solitarias..
Empezó a producirse entre ambos una corriente de confianza.
Aunque ella sabía muy bien lo que sentía hacia su persona, ello no impidió que se estableciera un lazo afectivo entre los dos.
Me di cuenta por la manera en que me hablaba o respondía mis bromas que si bien no secundaba mis deseos se sentía cada vez más cómoda en mi presencia.
Nunca respondió a mis insinuaciones ni a mis requerimientos, que con el tiempo fueron haciéndose demasiado evidentes.
Pero siempre recibía como respuesta solamente una sonrisa, aunque era evidente que no le molestaba y que, a pesar de mis requiebros no correspondidos, me trataba ahora con más confianza.
Fue esa confianza que ella me regaló la que me dio fuerzas para intentar un mayor acercamiento, con la intención final de enamorarla, a pesar de la diferencia de edad y del hecho de que ella tenía un novio de su edad. Empecé por llamarla por el teléfono interno y a coquetearle cada vez que conversábamos.
Nunca se molestó, nunca se puso seria, nunca me pidió que no siguiera.
Claro que yo era su jefe y tal vez se sintiera presionada por mí y no se atreviera a ponerme en mi lugar ante el temor de perder el trabajo.
Pero no. Sentía que había algo entre ambos, pues hubiera bastado con que solamente en una oportunidad se pusiera seria o no sonriera ante mis coqueteos para que yo hubiera desistido, pues por ningún motivo podría haberla sometido a algún tipo de acoso.
No. Algo me decía que mis intentos no eran inútiles, que mis devaneos no eran en vano, que poco a poco estaba debilitando su fortaleza.
Mi problema era cómo llevar las cosas entre ambos más allá de donde estaban, traspasando los límites que imponían mi condición de jefe y su condición de joven seria.
La quería sentir como mujer entre mis brazos, con sus senos en mis manos y mi boca en la suya. Y el colmo de mis deseos era tenerla enteramente para mí, entregándome su cuerpo que yo disfrutaría hasta hacerla gozar como nunca gozó antes.
Poco a poco fui logrando que la corriente de comunicación entre ambos se hiciera más fluida, al punto de que en una oportunidad le manifesté abiertamente que estaba enamorado de ella y ella recibió mis palabras con una sonrisa callada.
Tampoco era difícil escuchar su risa franca ante alguna salida mía o un comentario a alguno de mis pedidos de enamorado.
Mi primera petición se la hice un día viernes, poco antes de que ella se retirara:
«En alguno momento libre que tenga este fin de semana, piense un ratito en mí, ¿ya?»
«Bueno, si tengo algún momento libre, lo voy a hacer»
Su respuesta era todo lo que deseaba, pues sus palabras eran la confirmación de que mi galanteo no le era indiferente. Ese fin de semana lo pasé entre nubes, pensando en su respuesta y en lo que ello podría llegar a significar.
Como es lógico, a partir de ese día mis peticiones se fueron haciendo cada vez más audaces, pero ella nunca se molestó y siempre respondió a mis peticiones, aunque no siempre en la forma que yo hubiera querido.
Ese lunes nuestro diálogo fue breve.
«¿Pensó en mí?».
«No, no tuve tiempo»
Y la respuesta fue la misma durante tres días, pero al cuarto hubo un cambio.
«¿Pensó en mí?»
«Sí»
«¿Qué pensó?»
«No, solo pensé»
Con el paso de los días el diálogo fue mejorando.
«¿Pensó en mí?»
«Si»
«¿Y qué pensó?»
«Me acordé de usted»
«De qué se acordó?»
«De las cosas que me dijo ayer»
«Ayer dije muchas cosas, ¿de cuál de ellas se acordó?»
«Mmmh, mejor no»
Y así, paulatinamente, nuestros diálogos por el teléfono interno fueron haciéndose cada vez más abiertos, ya superadas las barreras iniciales.
«¿Pensó en mí?»
«Si»
«¿En qué pensó?»
«En sus palabras de ayer»
«¿Que la amo?»
«Mmmmmh»
«¿No le molesta?»
«Mmmmh, No»
«Pero, ¿le agrada?»
«Mmmmmmh»
«Por favor»
«Mmmmh»
«¿Te agrada?»
«Mmmmmh»
«Por favor, cariño, dime que sí»
«Bueno, sí»
«¡Gracias, cariño lindo, gracias!»
¡Había logrado finalmente romper la barrera entre ambos! Estábamos en la etapa del coqueteo, un excelente punto de partida para concretar mis planes con Jenny.
Colgué y quedé sumido en la alegría de mis pensamientos, pues había logrado derribar los últimos obstáculos entre ambos.
De aquí en adelante tenía un solo objetivo frente a mí: poseerla a como diera lugar. A partir de este momento pondría todas mis energías en conseguir que aceptara ser mía, que colmara mis deseos por ella.
Cierro los ojos y me la imagino frente a mí, con sus grandes y profundos ojos mientras yo la aprisiono entre mis brazos para acercar mi rostro al suyo y besar esos labios tan deseados.
Me parece sentir el roce de sus senos en mi pecho y ya presiento en mis manos el suave tacto de su piel firme. Me la imagino levantando sus pechos para que yo los tome y bese, mientras ella me aferra la cabeza para hundirla entre ellos.
El suave contacto de sus muslos me transmite una sensación de suavidad que se convierte en humedad cuando logro alcanzar su sexo, cubierto por unas diminutas bragas.
Casi me parece vivir ese momento sublime de introducir mis dedos por entre su braga y alcanzar los labios de su sexo, que imagino húmedos de deseo.
Un ruido me despierta de mi ensoñación y me obliga a abrir los ojos. Jenny está frente a mí, como si fuera la respuesta a mis locos deseos de besarla, de tocarla, de apretarla junto a mí, de estrujar con mis manos sus senos, de acariciar sus muslos y recorrerlos hasta alcanzar el premio de su sexo. No imagina que en ese preciso momento yo me estaba imaginando que estaba metiendo mis dedos en su vulva.
«Vengo a despedirme, pues hoy terminé mi práctica»
Sus palabras fueron un balde de agua sobre mis deseos, mis ensueños, mis planes.
«¡¿Cómo!?»
«Si, hoy es mi último día de trabajo con ustedes, por eso vengo a agradecerle la oportunidad que me dieran de hacer la práctica profesional con ustedes».
Se dio vuelta y se marchó sin decir nada respecto de nuestros diálogos por teléfono.
Era como si nunca hubiéramos tenidos esa conversación que fue tan importante para mí Y yo me quedé con la boca abierta y sin poder comprender cómo se podía pasar de la euforia al abatimiento en tan poco tiempo.
Tras ella se fueron mis últimos sueños y se abrió una oscuridad de desesperanza que me cobijaría sin posibilidad de escapar de ella.
Nunca me llamó, nunca más supe nada de ella.
Sólo me quedó el recuerdo de su hermoso rostro aceitunado, su mirar profundo, su nariz respingada, sus labios sensuales . . . y sus hermosos, redondos, deseados senos que nunca logré tener en mis manos.