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Admirador secreto

Admirador secreto

Era medio día cuando por sorpresa fueron sacados todos los alumnos de la secundaria.

Los insistentes rumores de que en el barrio se traficaba con droga hicieron que profesores y directivos implementaran aquel operativo.

Mientras los chicos esperaban alineados en el patio, maestros y empleados se daban a la tarea de revisar mochilas y bolsas de útiles en busca de la supuesta droga.

Y si para todos los alumnos aquello les generaba sorpresa, había algunos otros que materialmente estaban aterrorizados, tal era el caso de Samuel, cuya bolsa era vaciada en esos momentos en el salón por la maestra Lucía, que impartía español a los segundos años.

Lucía no había encontrado nada fuera de lo común en los útiles de Samuel y ya se disponía a guardarlos cuando algunos recortes de revista cayeron de una libreta, al recogerlos se dio cuenta de que eran recortes de fotografías de mujeres desnudas, algunas de esas fotos bastante pornográficas, pues mostraban a modelos abiertas de piernas mostrando a plenitud el sexo abierto al ojo de la cámara, pensando “ay Samuelito, quien te viera, chamaco calenturiento”.

Lucía iba guardar los recortes dentro del cuaderno cuando una foto llamó su atención, una mujer mostrando sus abiertas nalgas dejaba al descubierto el negro conjunto de pliegues de su ano y al calce como pie de foto: “así lo tiene la maestra Lucía”.

Aquello paralizó a la maestra, cuyas nerviosas manos abrieron el cuaderno para descubrir con espanto varias páginas llenas de notas fechadas, todas aludían a ella, apenas se atrevió a leer un párrafo: “hoy Lucía vino vestida de pantalón, un hermoso pantalón rosa, pero tan ceñido que por el frente se le remarcaba perfectamente la abultada pepa, casi se le podía notar los carnosos labios de la pucha, y por atrás Lucía estaba mejor, la tela del pantalón era mordida por los cachetes de las nalgas, ay Lucy cómo te deseo, no se si podré aguantarme las ganas para llegar a mi casa para acariciarme la verga pensando en ti, mi amor prohibido”.

Ruborizada y nerviosa la mujer cerró violentamente el cuaderno, pensando al mismo tiempo como hacer para aplicar un serio castigo al impertinente chamaco, por ello guardó el cuaderno y los recortes en su escritorio, llamaría a cuentas a Samuel y lo amenazaría con suspenderlo hasta que trajera a sus padres para ponerlos al tanto del indebido comportamiento del chamaco.

Un rato después cuando la revisión terminó y los alumnos siguieron con sus clases, los maestros entregaban el fruto de sus investigaciones: tres revistas pornográficas, dos frascos de pastillas de contenido incierto, una navaja tipo Bond y tres tristes cigarrillos de mota, eso era todo.

Lucía nada dijo de lo encontrado en la mochila de Samuel, se sentía nerviosa y ofendida, le daba pena decir a sus compañeros lo descubierto por ella en la bolsa de aquel alumno.

Samuel por su parte descubrió inmediatamente que su cuaderno de notas ya no estaba!, había desaparecido y seguro lo tenía Lucía, ella había revisado las mochilas en ese salón, el pánico volvió a apoderarse de él y no lo abandonó ya.

Cuando todos salían de clases vio en la entrada de la escuela a la maestra, no pudo esquivarla, la mujer se enfrentó a él: “a ver Samuel quiero que me digas ¿por qué escribes todas esas sucias cosas sobre mi?, ¿qué falta de respeto para una persona mayor como yo?, ¿así te educaron en tu casa?, mira chamaquito te voy a suspender hasta que traigas a tus padres para que se enteren la clase de niño que tienen.

Si no vienes con ellos el próximo lunes ni entres a la escuela, ¿entendiste?”, le dijo la mujer casi agritos.

El chico guardó silencio y la maestra se alejó a paso rápido hasta su automóvil, meneando eso si sus carnosos glúteos, cosa que ahora no inquietó a Samuel que paralizado, se había quedado estupefacto por la reacción de la maestra Lucía.

Al llegar a su casa la maestra dedicó su tiempo a las labores caseras y olvidó el incidente de aquel cuaderno, fue hasta la noche cuando se puso a revisar trabajos escolares que la libreta volvió a caer en sus manos.

Pensativa no se decidía a volver a leer aquellas groserías, moviendo la cabeza por fin se animó:

–“Hoy es mi primer día de clases y ya tengo en quien soñar. Mi maestra de español, Lucía. Tan embobado estaba contemplándola que ni siquiera supe de que trató la clase. Toda ella es excitante, su rítmico caminar hace bailar armoniosamente sus tetas, unas hermosas ubres talla 36 B, grandes, pesadas, que se mueven como péndulos.

Sus caderas son también grandes, llenas, curveadas, vibrantes, perfectas sin el menor asomo de celulitis, y su rostro, su hermosa cara es la de los mismísimos ángeles, su respingada nariz y sus labios carnosos pintados de carmín, sólo de pensar en ella se me levanta algo más que el ánimo”.

–“Lucía iluminó mi día con su deliciosa falda amarilla, los bordes arriba de la rodilla dejaban ver sus hermosas piernas de piel blanca, casi lechosa, redondos y perfectos, nada de celulitis.

La blusa blanca y casi transparente hacía juego con su escalofriante falda. Casi se transparentaba el brasiere blanco de media copa que paraba más sus tetas, esas hermosas tetas que imaginó blancas y de enormes aureolas de color café claro, sus pezones deben ser pequeños pero sensibles, muy sensibles, que cuando se erectan forman dos chupones parados y las aureolas entonces se tornan arrugadas, ay Lucía que rica masturbada me daré pensando en ti”.

La maestra suspendió la lectura y sorprendida se percató de que su respiración parecía agitada y su cuerpo caliente, no pudo dejar la lectura, fue a otra página: “hoy vi a mi maestra subiendo la escalera, por supuesto yo iba detrás de ella, disfrutando del cadencioso movimiento de sus nalgas al subir escalón tras escalón, las maravillosas carnes palpitaban ligeramente, he tratado de imaginar como es ese delicioso culo, seguro que Lucy está peluda, pues alguna vez vi sus pantorrillas sin afeitar, se le notaban los pelitos, así que supongo que su pepa debe desbordar de pelos, que imagino castaños como su hermosa cabellera, imagino que la pelambrera se le escapa por los bordes de su calzón, y lo mejor, imagino que el valle que separa sus nalgotas también está poblado de pelos largos e hirsutos, o a lo mejor también se depila la pepa, ay maestra de mi amor cuando te deseo!”.

Siguió leyendo: “la vi salir del baño de profesores y de inmediato mi verga se enderezó.

Tal vez fue a hacer chis, la imagino sentándose en la taza con las pantis bajo las rodillas, al momento un pequeño pedo escapa de su apretado culo y el fuerte chisguete de meados escapa de entre los carnosos labios abiertos, los chorros siguen y una mueca de satisfacción pinta sus labios, toma un pedazo de papel sanitario y abriendo las piernas lo pasa con su mano entre la raja húmeda, el papel queda mojado y se ha llevado dos o tres vellos largos, Lucy lo tira al bote de la basura y ya parada se sube los calzones y su pantimedia.

También imagino que ha ido a hacer del dos, en mi mente la veo pujando un poco, el anillo de pliegues se abre poco a poco y un grueso pedazo de caca empieza a salir de ese oscuro nicho formando una curiosa culebra que lentamente cae al fondo de la taza, mi amor vuelve a pujar más, de nuevo el culo deja escapar otro cacho de apestosa caca, vuelve a pujar y un diminuto cacho, el último, cae en el agua salpicando sus gloriosas nalgas, luego Lucía toma papel de baño y con él se limpia las nalgas, el papel sale manchado de excremento, lo dobla y vuelve a recorrer su peludito culo manchando de suciedad aquel bendito papel que además trae adherido un coqueto vello.

Mamacita, cuanto quisiera haber sido ese pedazo de papel para limpiar tan rica carne, te adoro mujer de mi vida!”.

Lucía suspende la lectura, ya no sabe que pensar. Se siente ofendida y enojada, pero a la vez impresionada al saber el fuerte impacto que ha generado en aquel chiquillo de escasos 15 años, también se siente un poco halagada, hace tanto tiempo que nadie expresa pensamientos tan lujuriosos y tan calientes por ella que siente caliente su entre pierna.

Tratando de alejar malos pensamientos cierra con violencia el cuaderno y se mete a su recámara, tal vez un baño ponga en paz sus pensamientos, piensa.

Ya en la regadera el agua tibia parece llevarse sus pensamientos, trata de poner su mente en blanco mientras repasa el jabón por su cuerpo, pero al pasar éste por su peluda entrepierna un estremecimiento la asalta, siente aquello caliente, la raja entreabierta, hinchada con sus carnosidades expuestas, salientes separan los gruesos labios, repasa ahí mismo el jabón y vuelve a sentir un espasmo de placer que casi le hace doblar las rodillas, apoya una mano en la jobonera y ahora es su mano derecha la que explora su sexo, el dedo derecho repasa de arriba abajo su monte de venus, con los labios apretados no puede apagar los hondos suspiros, dos o tres veces repite la misma operación, hasta que incapaz de contenerse su dedo es succionado por aquella cavidad apretada y caliente, mete y casa el dedo acompasadamente, siente que su respiración se agita y los estremecimientos abarcan ahora todo su cuerpo, y con el dedo metido hasta el nudillo –haciendo movimientos circulares— el orgasmo le llega en seguida mientras recuerda en su mente “ay maestra de mi amor cuánto te deseo”.

Cuando termina su baño, confundida y un tanto avergonzada –hacía tiempo que no se masturbaba— secando su cuerpo con la toalla, sin querer piensa “hace tanto tiempo que no tengo pareja, a ver…, ¿hace cuánto que no estoy con un hombre?, si, fue hace tres años, en aquel seminario sobre educación, en Aguascalientes, fue una locura, pero aquel profesor…, hummm!…, y…, hace cuánto que no me masturbaba…?, ufff.., pues más…, y además…, si, creo que lo conservo, ese consolador que me gané en aquella despedida de soltera, creo que lo utilicé una o dos veces, pero hace bastante tiempo…, pero…, ahora…, y pensando en estas cochinadas que escribió Samuel, chamaquito pervertido…, verá el lunes, cuando llegue con sus padres, la que le voy a armar al condenado!, o mejor no…, y si sólo le doy un sustito para que se calme…, o si…, ay no, estoy loca!, lo mejor será que me busque un novio…”.

Ya de camino a su recámara sin querer toma el cuaderno de Samuel, lo lleva consigo a su cuarto, lo deja sobre el buró y se dirige a su tocador, busca en un cajón sin encontrar lo que busca, abre otro cajón y luego otro, hasta que bajo ropa que ya no usa lo encuentra, envuelto en una franela blanca está aquel instrumento, el consolador obtenido en una rifa en aquella despedida de soltera, es un consolador largo y grueso, la perfecta reproducción de un miembro masculino en total erección, sólo que de color negro –alguna vez fantaseó en buscarse un novio de color y comprobar si así tenían la verga los negros–, reprimiendo sus pensamientos lo tomó en una mano y se dirigió a su cama.

Desnuda sobre la cama pensamientos contradictorios la mantienen indecisa, por fin apaga la luz principal y enciende la lámpara del buró, de paso agarra el cuaderno de su alumno, se acuesta de lado para que la luz de la lámpara ilumine su lectura y abriendo el cuaderno encuentra una página y sus ojos ansiosos siguen la lectura:

“Mis labios apresan un duro pezón mientras que mi verga roza su pepa abierta, jugosa. Me mantengo así, acariciando suavemente con el glande la raja que me llama, ella suspira, alza el cuerpo para que mi boca trague más de aquella teta gorda, cuya aureola abarca casi media chiche, vuelve a suspirar arqueando el cuerpo para que mi pito erecto la penetre, yo me contengo y vuelvo a repasar la punta de la verga a lo largo de su panocha que ahora está ardiendo, remueve su cuerpo una y otra vez, hasta que impaciente su boca se abre para suplicar ´ya por favor, méteme la verga´…

Lucía suspende la lectura, se siente sofocada y nerviosa, su mano alcanza el consolador y así como está, acostada de lado, lo dirige hacia sus nalgas, siente en su piel la dureza y frialdad del instrumento, ahoga un suspiro, aquel pito de hule repasa entre sus glúteos carnosos, presiona un poco arqueando el cuerpo hasta que siente el glande de hule sobre los labios de su sexo, se detiene, sus ojos vuelven a la lectura suspendida:

“Mi tronco resbala al momento y su vagina me traga entero, entró todo, nuestros vientres quedan pegados y mi verga sumida en aquellas profundidades ardientes y apretadas, ella suspira, sus manos acarician mis nalgas presionando como para hacer más profunda la arremetida, nuestras bocas se juntan ansiosas y las lenguas danzan furiosas, nos movemos en un ritmo lento, apenas logro arremeter un poco pues aquellas manos me apresan, me obligan a mantenerme dentro de ella, que moviendo a los lados su cuerpo hace incrementar nuestro mutuo placer, siento que aquellas sensaciones me llevan sin querer a terminar, pero me contengo, ahora ya ha aflojado la presión de sus manos y logro meter y sacar la verga que sale mojada, lustrosa de sus jugos, un raro perfume nos envuelve, es penetrante, huele a sexo, arremeto con fuerza, ella gime y se frota contra mi alzando su vientre, saco y meto la verga que ahora nada en aquella cavidad abierta, sumamente abierta, hasta puedo oír los chasquidos que provocan nuestros cuerpos, ‘chaz, chaz’, seguimos esa danza, acompasamos nuestros movimientos, ella arremete y yo también, en sincronía, así varios minutos, hasta que un hondo suspiro me anuncia su orgasmo y su boca se separa para decir entrecortadamente ‘ya, ya, me viene, más, dame más verga, más, hummm, mássss’…”.

La maestra siente que algo metido entre sus piernas, por atrás, empieza a penetrar, contiene la respiración, su mano presiona y aquel cuerpo extraño empieza a entrar en su sexo, sus ojos se cierran, el consolador sigue su camino, siente que la apretada carne de su vagina se abre y se va tragando el duro tubo de hule, más y más hasta que sólo el extremo posterior queda fuera de su pucha sostenido con sus dedos, entonces un profundo suspiro la sorprende, el ‘ahhh” parece haberse escuchado en toda la habitación, y mientras en su mente recrea el escrito ‘más, dame más verga’, vuelve a sacar el consolador de su sexo, vuelve a meterlo con delicadeza, ahora entra más fácil, todo, siente distendida y mojada su vagina, el olor llena la habitación, se concentra en las sensaciones que atrapan todo su cuerpo mientras que acompasadamente se penetra una y otra vez con el falso miembro, cada vez más rápido, más fuerte, ‘chaz, chaz’ como si fuera un pito de verdad, se dice ella, más y más, todo, todo, entra todo, se repite, mientras arquea el cuerpo y su mano remueve el consolador metido completamente en su pucha, ahora descaradamente distendida e hinchada, y cuando el orgasmo la sorprende su otra mano suelta el cuaderno que cae sobre la alfombra y los continúos ‘aaaahhhh, ahhhhh, hummm, yaaaa, yaaaa!’, los estremecimientos alcanzan la ola y van amainando, poco a poco, lo mismo que el movimiento del consolador dentro de ella, su respiración al poco vuelve a la normalidad, pero mantiene el miembro de hule dentro de ella, trata de pensar y no puede, sólo recrea las sensaciones vividas.

Se siente satisfecha, las ricas sensaciones aún persisten, saca con lentitud el duro émbolo, lo siente mojado, escurriendo de líquidos apestosos, siente que aquella humedad le ha impregnado toda la entrepierna, más aún toda ella se siente mojada de sudor.

Vuelve a cerrar los ojos, su mano no ha soltado el consolador que ahora se dirige a sus nalgas, su mano lo apunta entre las nalgas, mentalmente busca la entrada de otro conducto, se muerde los labios al sentir la punta dura del consolador sobre los apretados pliegues de su ano, presiona más, siente dolor, afloja el cuerpo, el consolador resbala, corrige al momento, vuelve a presionar y con la respiración contenida el glande de hule la penetra, soporta el inesperado dolor de la penetración, va despacio, siente que la cola le arde, le duele, pero no suspende sus empeños, lentamente aquello la penetra, paso a paso su intestino se llena de hule hasta que sólo el extremo queda fuera de sus nalgas abiertas.

Lo deja ahí, dentro de ella, y viene a su mente su primera cogida anal –en su época de estudiante le dio el ano a uno de sus escasos novios que insistía en coger, había sido placentero, rememora— ahora siente que su hoyo se distiende y mueve el consolador, lentamente, el ano se aferra a aquel cuerpo extraño que escapa de sus profundidades, pero sólo momentáneamente, se vuelve a ensartar, ahora la verga de hule entra más fácil, el dolor desaparece poco a poco y pequeñas oledas de placer lo sustituyen.

Lucía siente como penetra aquel tronco duro, siente rico, muy rico, ya el consolador entra y sale. Se ayuda un poco, los dedos de la otra mano han alcanzado su pucha concentrándose en su vagina, hace círculos con sus dedos sobre el clítoris, y mientras el consolador entra y sale de su culo, siente que la respiración se le escapa, el orgasmo le llega, trata de contenerlo como para aumentar la intensidad del goce, pero las furiosas arremetidas del consolador en su culo y los intensos movimientos de sus dedos sobre su botón del placer se hacen insoportables, los ‘ayyyy, mjjjuhhh, ay, ya, ahhhh!’ llegan a sus oídos, se viene tumultuosamente brincando sobre la cama, llenando su culo de aquel consolador que ahora entra y sale por completo, mientras que en su mano siente un intenso chorro de líquido caliente, su venida, su orgasmo, intenso, increíblemente intenso.

Cuando por fin el placer ha amainado, saca con lentitud el consolador de su ano y el olor a sexo se mezcla de aquel olor penetrante a heces fecales, se siente avergonzada y a paso tambaleante se dirige al baño, ahí se limpia el ano con papel sanitario y lava el consolador que descubre impregnado de caca, lo lava concienzudamente con jabón y al hacerlo descubre con sorpresa el grosor y longitud de su juguete, “ay que bárbara eres Lucía, mira nada más todo lo que te metiste, eres una puerca…, eso eres…, pero fue divino”.

Ya en su recámara vuelve a guardar en su lugar el consolador y cuando va a meterse bajo las sábanas, sus pies chocan con el cuaderno, sonríe coqueta “ay Samuelito, no sabes el favor que me hiciste…”, piensa.

Ya es lunes, Lucía ha bajado de su carro y se dirige a la entrada de la secundaria, ahí descubre a su alumno, Samuel la espera nervioso y lleno de miedo, ella se siente indecisa sobre qué decir, el chico no puede articular palabra, por fin ella se anima: “mira Samuel he pensado mucho en tu caso, entra a la escuela y me esperas en el salón de maestros, ahí hablaremos”.

Cuando Lucía entra donde ya la espera su alumno, segura de si misma le habla: “mira muchachito, lo que hiciste no tiene nombre, he arrancado de tu cuaderno esas hojas llenas de cosas ofensivas sobre mi persona y las he destruido.

Tienes que prometer no volver a escribir cosas así sobre mi, ¿entiendes?, además he checado tus calificaciones, ¿qué te pasa?, tu no eres un chico tonto, pero tus puntuaciones han ido bajando en estos últimos meses, ya vas a terminar el curso y si sigues así vas a reprobar materias!, tienes que concentrarte en la escuela y no pensar en tonterías.

Mira voy a ayudarte, dos veces por semana vas a ir a mi casa por las tardes a repasar las materias donde tienes problemas, ¿entiendes?, pese a todo lo que haz hecho voy ayudarte Samuel, ¿aceptas?, bueno, ya vete a tus clases, ah y toma tu cuaderno…, chamaquito irreverente!”.

Y mientras Lucía ve salir al nervioso chiquillo, no puede dejar de pensar: “a ver Samuelito, si eres capaz de hacer todo eso que escribiste sobre mi, verás las cogidas que te voy a dar”, y siente una inesperada punzada en la entrepierna, suspira, toma sus cosas y feliz se dirige a dar su clase.

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