Mi lengua jugueteaba sobre todo el hermoso aparatito de mi extraña compañera. Acabó de una forma feroz, casi animal. Sus jadeos y suspiros eran como de otro mundo, su voz se había puesto ronca, me decía que no parase, que siguiera chupándole el pitilín, (Así ella lo denominaba) Sus manos se enredaban en mis cabellos haciendo mis movimientos sobre su concha aún más frenéticos.
Al despertarme, así desnudita como estoy voy al baño, y luego de hacer pis, parada en puntas de pie frente al espejo miro mis tetas, las levanto aún más con mis manitas y viéndolas así, turgentes, infladas, pienso: cuántos hombres darían lo que no tienen por chuparlas; parece que fueran de una chica mayor, muy duras y firmes, con unas oscuras aureolas y en su centro dos protuberantes y rojos pezones. Luego observo mi cola paradita, aún más por estar en puntitas de pie, mis nalgas se contraen haciéndolas más redonditas.
El muchacho me contaba con lujo de detalles la aventura sexual con la viuda, yo imaginaba todo ese relato conmigo como protagonista. Él sospechaba que debajo de la mantita yo me estaba acariciando, miraba por el espejito cada vez con más atención, hasta que le dije que si estaba cansado de manejar estacionara el auto en algún lugar para despejarse un poco. No hacía falta tener mucha inteligencia para darse cuenta que es lo que le estaba pidiendo.