Una hermana para dos I

Mi nombre es Juan y os voy a contar una historia que ocurrió hace varios años, cuando tenía diecisiete años recién cumplidos.

Era un chico introvertido y barbilampiño, de espalda estrecha y poco desarrollado.

Tengo un hermano que se llama José, que tenía un par de años más que yo.

Estos dos años, en esa edad se notan mucho.

Mi hermano me sacaba casi la cabeza, era más fuerte, simpático y atrevido que yo.

Tenemos una hermana varios años mayor que nosotros.

Ahora está casada y tiene varios hijos a los que queremos mucho.

Nos llevamos bien, pero en aquellas fechas no ocurría lo mismo.

Ella tenía veintitrés años y había acabado la carrera de farmacia, igual que Papá.

Era su ojito derecho, y aunque me pese decirlo, había motivos para ello, pues nosotros dos sólo le dábamos disgustos a nuestros padres.

Mi padre tenía un carácter que le hacía intratable cuando se enfadaba.

Se encolerizaba y nos imponía unos castigos muy severos.

Y se enfadaba a menudo, por lo que le teníamos mucho miedo.

Mi hermana Patricia, a sus veintitrés años estaba preciosa.

Eran los primeros momentos del verano y comenzaba a pasearse ligera de ropa, con pantaloncitos de deporte, camisetas, a veces sin nada debajo.

Cada movimiento de mi hermana me excitaba y llevaba mi calentura en silencio. Me masturbaba imaginando a mi hermana bajo mis manos.

Era, lo he sido siempre, un chico con fantasías de dominar a las mujeres que se me sometían dóciles y sumisas y mis masturbaciones eran producto, en general, de fantasías en las que una chica era mi esclava y la obligaba a someterse a mí y luego la besaba los pechos o las nalgas.

Me habían contado lo de la copulación, pero yo entonces, en mi fuero interno me satisfacía con aquellas pequeñas travesuras.

Si me gustaba una chica, pues la utilizaba como estrella invitada de mi manoleta.

Mi hermana Patricia era mi estrella invitada en el noventa por ciento de mis manoletas.

Un día me sorprendió un comentario que se le escapó a José sobre Patricia.

Era un comentario obsceno.- ¡Qué culo tienes, so puta!.- Dijo hablando entre dientes, al verla pasar con aquellos pantaloncitos cortos. Me miró como deseando que no le hubiera oído. Pero le oí.

– ¡No sé como puedes decir eso de tu hermana!-
– ¡No era de Patri, gilipollas!.-
– ¡¿Ah,. No?! ¿De quien era entonces?. – José calló y al cabo de un rato se sincero

-No me digas que no está buena.-
– Yo no pienso en Patri de esa forma.- Mentía. Pensaba y sospechaba que José tenía un comportamiento parecido al mío. Miré a su bragueta y pude apreciar una enorme empalmadura. Bueno, yo no era el único de la casa entonces.

José se quedó pensando lo que me iba a proponer. -¿Por qué no unimos esfuerzos para conseguir un poco de Patri?-
-¿Conseguir un poco?.-
-SI, verás… verla ducharse, o los muslos mientras está en la cama durmiendo…No sé, aprovecharnos de que tenemos una hermana tan buena.-

Mi hermana era divina. De pelo suave, castaña oscura.

Me sacaba bien la cabeza y con mis diecisiete años la veía como una sex symbol.

Cualquier pecho que tuviera me tenía que parecer delicioso. Sus piernas, a la fuerza me debían parecer las de Marlene Dietrich. No le di a mi hermano una respuesta afirmativa, pero consentí tácitamente.

Desde ese día, José y yo nos apoyábamos uno en el otro.

Si José entraba en el dormitorio de Patricia mientras pensábamos que se cambiaba, entonces entrábamos sin llamar y si Patricia decía que por qué entrábamos de aquella manera, mientras se subía rápidamente el pantalón o se tapaba con las manos, nosotros asegurábamos que habíamos llamado.

Después de tres o cuatro veces, Patri habló con Mamá y le pusieron un cerrojillo a su puerta

Otro punto para atacarla era en el baño.

Si se bañaba podíamos ver la figura difuminada de su cuerpo detrás de las translúcidas cortinas.

Esto nos lo permitía en cambio, pero no podíamos repetirlo con frecuencia, pues se mosqueaba. José se afeitaba a veces, y prolongaba innecesariamente su afeitado con tal de verla salir y coger su toalla, pero no lo conseguía.

Se quedaba debajo del agua hasta que se iba. Entonces, José comenzó a jugar con el agua de grifo y Patricia se quejaba pero aguanta estoicamente los cambios de temperatura.

Cuando Patricia salía del baño, se enfrentaba a José y se producían trifulcas.

Yo observaba el cuerpo divino de Patricia que se movía con energía, mientras subía la voz.

Debajo de aquella toalla amarrada a su cuerpo, sus tetas estarían desnudas y seguro que tendría aquellas bragas blancas, que imaginaba como una réplica exacta a la parte de debajo de su bikini.

Mi hermano tiró, una vez, de la toalla y Patricia quedó sólo cubierta con las bragas. Sonó un bofetón y pude contemplar la figura roja de la mano, plasmada en la cara de José, que se había quedado momentáneamente blanca.

Patricia se chivó a Papá, y el breve momento de gloria, en el que pudimos ver a mi hermana moviendo el trasero corriendo camino de su cuarto, nos pesó con dos semanas sin asignación. José prometió vengarse.

Haciendo el balance de unas semanas de hostigamiento, los resultados obtenidos eran francamente pobres, pero seguíamos con la moral alta.

Por las noches, los dos dormíamos en el mismo dormitorio y pasábamos los últimos ratos del día intercambiando opiniones sobre las maravillosas curvas de Patricia y lo que pensábamos hacerle si un día caía en nuestras manos

Un día nuestro padre nos juntó a los dos. Estaba realmente enfadado, pero hacía esfuerzos por contenerse.

-¿Dónde están los preservativos del cajón de las muestras?.-

Yo no sabía lo que era un preservativo. Sí sabía lo que era la caja de muestras.

Era un sitio donde papá guardaba todas las muestras que les traían los de los laboratorios. Le faltaba una caja y sospechaba de nosotros. José y yo no podíamos decir nada.

-¡Plafff! ¡Plafff!.- Dos bofetones. -¡Estoy hartos de vosotros! ¡Tu madre y yo nos vamos tres semanas de crucero y vosotros no hacéis más que portaros como cafres! ¡Me estáis hartando, nenes!.-

Otra vez Plafff y Plafff. José y yo nos callábamos. Yo pensaba que José era el responsable de aquello y José pensaba que el responsable era yo, pero no nos íbamos a delatar.

-Os vais a quedar con Patricia en la casa del campo tres semanas y no quiero que les causes a vuestra hermana ningún problema. ¿me oís? ¡NINGÚN PROBLEMA!

José sabía donde estaban los preservativos.- ¿Te acuerdas del otro día que entró la zorra esa en el despacho de papá antes de irse de marcha.? .-

Miramos en el bolso que se solía poner para salir.

Tenía la caja de preservativos.

Faltaban cuatro. O sea, que en un par de semanas, Patricia había follado cuatro veces. Al ver el dibujo en la caja, empecé a comprender la utilidad de aquello.

Salimos de su habitación antes de que Patricia volviera del baño.

Parecía muy contenta de las bofetadas recibidas por nosotros.

Al rato salió vestida guapa y un poco provocativa.

-¡Puta!.- Dijo José hablando entre dientes. -¡Puta!.- repetí yo con mi voz un poco más infantil.

Patricia vino a las cuatro de la mañana esa noche.

Al día siguiente recibió una suavisima reprimenda de mamá.

Nosotros aprovechamos la primera oportunidad para abrirle el bolso y ver que faltaba un nuevo preservativo.

-Si no tiene novio.- Dije ingenuamente. -Juan, no hace falta tener novio para follar.-

Por un momento, la obsesión por descubrir a Patricia en situaciones embarazosas se transformó en una obsesión por delatarla.

Se nos ocurrió una idea. Patricia solía coger el coche de papá para ir a casa de una amiga de la urbanización. Escondimos la llave del coche y claro, papá preguntó por la llave.

Patricia estaba ausente. Había salido a ver a otra amiga que vivía muy cerca.

-La llave debe estar en el bolso de Patri.- Dijo José mientras yo escondía el bolso en mi armario. Papá buscaba el bolso.

Al final, papá se dio por vencido. -Debe de habérselo llevado.-

José bajó las escaleras y fue a su encuentro. Me asomé al balcón.

Los vi discutiendo sin poder oír que decían. José me había dado instrucciones de que si me veía adelantarse un poco corriendo, que le entregara el bolso a papá.

José y Patricia venían a la vez, aunque guardaban las distancias.

Entonces procedí al plan «B», que era dejar las llaves en el aparador de la entrada y esconder el bolso con los preservativos en un lugar más seguro, un lugar donde Patricia no lo podría encontrar.

Lo escondí en mi bolsa de deportes y le puse un candado que tenía para que no me la robaran mientras hacíamos ejercicio. No sabéis los chorizos que hay en el colegio.

Papá encontró la llave y dijo – Esta niña… mira que le tengo dicho que ponga las llaves en el salón.- Bajó con mamá y pude ver a mis hermanos esconderse para que no les vieran. Sentí pararse el ascensor en nuestro piso y abrí la puerta impaciente. José venía serio pero orgulloso y Patricia traía unos lagrimones.

-Siéntate aquí, zorrita calentona.- Dijo José. – Te voy a explicar el trato al que hemos llegado Patricia y yo, es decir, nosotros.- José se paseaba de un lado a otro de la habitación, mientras Patricia secaba sus lágrimas, que a mí me hubieran enternecido si no hubiera tenido a mi lado a José.-

Dentro de dos días, Papá y mamá nos abandonan a manos de esta cochina «gasta condones». Nosotros hemos recibido fuertes castigos por su culpa y tenemos derecho a resarcirnos. Vamos a estar tres semanas juntos y lo vamos a pasar muy bien.

Como ella no va a poder salir de noche a Follaaaaar…

Va a tener que follar con nosotros.

Yo ya le he impuesto un castigo. Irá conmigo a comprar preservativos a la farmacia de la competencia, donde trabaja el rubio ese que le gustaba, que es donde hay que comprar los condones y nos gastaremos la caja juntos. ¿Y tú? ¿Qué quieres?.-

A mí, eso de follar… con diecisiete años no lo había hecho nunca y me parecía más estimulante recrear en realidad mis fantasías. La veía allí, gimoteando, hermosa y sensual.- Yo…Yo…Yo quiero que sea mi esclava.-

No se porqué se me ocurrió sacar un preservativo del bolso de mi hermana y llevarlo encima.

Aquello me quemaba en el bolsillo, pero me gustaba tenerlo.

Sentía lo prohibido. Aquel preservativo, unido a la promesa de mi hermana, vencida por el chantaje, de ser mi esclava, hacía que mi corazón latiera más deprisa.

Íbamos la familia al completo montados en el coche, camino del chalet de la sierra. Mi hermana estaba sentada entre medias de los dos en el asiento trasero.

Puse mi mano sobre el muslo desnudo de Patricia, que no se quitaba los pantaloncitos para nada.

Me miró de mala cara, pero no osó quitarme la mano.

Mi hermano hizo lo mismo en el otro muslo. Patricia, con sus veintitrés años se veía manoseada por dos muchachos que eran, para colmo, sus hermanitos.

Le dije al oído.- Espero que te portes bien estos días. Soy muy malo con las esclavas que no se portan bien.

– Mi pene se estiró cuando le solté aquello. Ella hizo una mueca y yo le apreté el muslo. Pasé la noche pensando en Patri. Mi hermano tampoco podía dormir. Hablamos de lo que pensábamos hacerle.

-Me la voy a follar de diez maneras distintas, tantas como preservativos hay en la caja.- Dijo José.
-¡ah! Pero ya habéis comprado la caja.-
-¡Hombre claro, Juan! ¡No la vamos a comprar aquí que no hay farmacia!.-
-¡Jo! ¡Yo quería ver la cara de zorra que se le ponía cuando lo compraba.-
-Se puso colorada delante del rubio. El gilipollas le sonrió.-
-Ya le gustaría al tonto ese tener en perspectiva las tres semanas que nos quedan a nosotros.-

Nos quedamos callados. José entonces me propuso algo.- Mira, Juan, no hemos llegado hasta aquí para que ahora cada cual vaya a su aire.

Te propongo que tu le ordenes cosas a Patricia delante de mí y yo me la follaré para que tú nos veas. Así tú me inspiraras a mí y yo te inspiraré a ti. –

-Me parece bien.- Contesté.

Sentimos a nuestros padres despedirse de nosotros dándonos unos besitos en la frente cuando se fueron de madrugada.

Cuando nos despertamos, fuimos a buscar a Patricia a su cuarto, como si buscáramos el regalo de reyes un seis de enero.

Patricia dormía. Nos acercamos en silencio y la destapamos.

Dormía de cara a la almohada. Vimos sus hombros desnudos y supusimos que no llevaba camisón y al ver su espalda descubierta se confirmaron nuestros presentimientos.

Luego destapamos su culo respingón y bien hecho, tapado tan sólo con sus braguitas. Le manoseamos el trasero un par de veces hasta despertarla. -¿Qué hacéis?- Patricia intentó protegerse tapándose.

-Eres mi esclava. Te ordeno que te des la vuelta.-

Patricia obedeció tapándose los senos con las manos y tomando una posición fetal, sentada en la cama. Saqué un papelito en el que apunté las reglas que debía cumplir.

– Desde este momento y hasta que lleguen Papá y Mamá eres mi esclava. Me obedecerás en todo lo que te mande, cumplirás las normas que te imponga y permitirás que haga contigo lo que me apeteciera. Si lo haces así, te devolveré el bolso con los preservativos. Si no lo haces, le daré el bolso a Papá. ¿Aceptas?.-

-¡No.-
-José…¡llama a papá al móvil.-
-¡Espera, espera!…si acepto.-
-¿en todo y hasta el final?.-
-Si.-

-Bueno…no tenemos tiempo que perder. Dentro de una semana tendrás la regla y no te podremos follar durante cuatro días.- Una reacción de sorpresa se apoderó momentáneamente de la cara de Patricia. -Sí, hermanita, sí. Te tenemos vigilada desde hace mucho tiempo.-

Lo primero que hicimos fue inspeccionar su armario. Por supuesto que nada de pantalones y camisas.

Le dejamos que se pusiera sólo lo que a nosotros nos excitará, camisetas, pantalones cortos, bañadores.

Le quitamos los sostenes.

Esa ropa la guardamos en su macuto y éste, en el armario de mis padres. Pero el resto de su ropa la pusimos en nuestro armario.

Sabíamos que patricia se cambiaba de braguitas al menos una vez al día y nos tendría que pedir permiso para cambiarse las bragas.

Patricia se vio obligada a andar en bragas por la casa mientras nos hacía y servía el desayuno. Quiso salir al jardín.

-Cada vez que entres o salgas, tendrás que venir a pedirme la parte de abajo del bañador, que te daré cuando tenga en mis manos tus bragas.- Patricia tuvo ciertos reparos a quitarse las bragas delante nuestra. Pudimos ver su sexo cubierto de pelos. No pude evitar cierta desaprobación. Sinceramente, me daba respeto aquel felpudo. Luego sé colocó el bañador.

-Joder, Juan, qué cabrón estás hecho. A mí esto me excita que no veas. Mira, estoy a cien.- Miré a José y efectivamente, estaba muy empalmado bajo el pantalón de deporte.
-¿Te la vas a follar ya?.-
-¡No! ¡Voy a ver si la aguanto para la noche.-
Patricia se había tumbado en la tumbona de la piscina.- Me enfadé.- Mírala, ¿Quién la ha mandado descansar?.-

Al entrar, la obligamos a desnudarse de nuevo para colocarse las bragas que yo custodiaba. Debajo de la camiseta se percibían sus pechos en libertad.

Era la hora de comer. Puso la mesa aguantando estoicamente nuestros manoseos de culo. Al sentarse, la obligué a sentarse enfrente mía. Mientras comíamos inicié una conversación.

-Hoy dormirás la siesta conmigo. Quiero que me esperes en la cama con la camiseta quitada.- Y mientras decía esto, me quité las zapatillas y puse mi pie descalzo y desnudo entre sus muslos. Me excitó la cara de incomodidad que se le producía y no paré hasta sentir la tela de las bragas que le cubría el sexo en el empeine del pié, metiendo una parte importante por debajo de sus medio desnudas nalgas.
-¡Come rápido, pues te quiero en la cama en cuanto me coma esta tajada de melón!

Patricia movía con gracia su trasero camino del dormitorio. José me preguntó.- ¿Te la vas a follar?.-
-No me atrevo. Le voy a comer las tetas para que se caliente para esta noche.-
-¡Ah! Pues yo si me atrevo.- Aseveró José.

José me siguió al dormitorio. En mi cama estaba cubierta por la sábana, mi hermana. Me quité mi camiseta mientras mi hermano tomaba posiciones en su cama.

Me eché en la cama sin decirle nada a Patricia, que se corrió hacia un lado.

Entonces, comencé a darle besitos en los senos. No quería mirarle la cara. Hubiera sido una debilidad. Se me vino a la cabeza la imagen de un niño mamando y comencé a besar sus pezones.

No me creía que mi hermana se fuera a excitar tan pronto.

Que fuera tan ardiente. Sus pezones se estiraban bajo mi boca. Me tocó la cabeza. No quería ternuras.

Le agarré de las manos y se las puse a la altura de la cara con fuerza y las mantuve así mientras continué mamando de sus senos. Sentía su cuerpo bajo el mío , el calor de sus muslos, la suavidad de su vientre.

Sentía la sangre afluir al pene y cómo tras estar a punto de reventar durante un rato, se vaciaba sobre mis calzoncillos mientras continuaba mamando en un postrer esfuerzo por continuar mi placer.

Supongo que aunque quisiera hacerme el duro, no lo era tanto. Me quedé dormido sobre el cuerpo espléndido de mi hermana, que hacía de colchón. Me desperté no obstante sólo en la cama.

Estaba anocheciendo. No era raro una siesta tan larga después de las noches en vela por el nerviosismo de la ocasión. Me levanté. Y de pronto escuché quizás la causa de mi despertar. Fui al cuarto de mis padres.

Oía la cama moverse rítmicamente. Me asomé y allí estaban, mi hermana, abierta de piernas, debajo de mi hermano José en la cama deshecha de matrimonio. A José se le veía un culo redondo y cómo le colgaban lo testículos. Me acerqué en silencio y despacio y vi que efectivamente, se la metía. Entonces Patricia comenzó a chillar con gritos cortos y muy estridentes.

A mi hermano, mientras se agitaba y se movía penetrando a Patricia sin compasión, se le fue la hoya.- ¡Puta!…¡Puta!…¡Puuttaaaa!.- Y entonces comenzó a mover el culo como no lo había hecho antes. Pude apreciar que aquello hizo que Patricia, a su vez comenzara a mover su cintura de una manera desproporcionada.-¡ohhh…ohhh…ohhhhh….Aaaaahhh.- No me parecía ahora tan mal eso de follar.

Mi hermano quedó un momento tumbado junto a Patricia, sudando ambos y se besaban y mezclaban sus lenguas y sus salivas. No parecía importarles que estuviera yo allí. Pensé que mi hermana era una zorra divina.

-¡Ya te has levantado!.-
-Dijimos que yo vería como follabas.-
-¡Perdona tío! Es que estábamos muy calientes y tú no te despertabas.-
Bueno, como había visto lo principal, no me enfadé demasiado. Pero escondí las bragas de Patricia y cuando después de hacer pis, con la puerta abierta, vino a pedírmelas, la regañé- Esa no es una actitud humilde para una esclava. De castigo, túmbate en la cama y enséñame el toto.- Me pareció una palabra poco dura.- ¡Enséñame el coño!.-

Patricia se tumbó. ¡Qué bello espectáculo, aquel melocotón abierto, cubierto de un bello no muy denso, en medio del cual aparecía una pepita de carne. Era el primer coño real que había visto. Tras verlo un minuto, le extendí sus bragas. Tendimos una colchoneta de un sofá viejo a los pies de mi cama. Siempre he querido tener un perro y Patricia sería mi amante mascota durante algún rato por unos días.

Cuando me levanté vi que Patricia seguía durmiendo tendida sobre la colchoneta. Me levanté empalmado, como de costumbre. Al ver a mi hermana tierna y en braguitas empecé a acariciarla con los pies. Puse mi pié entre sus muslos y aquello la despertó.

-Hola cachorrilla.- Puse los pies cerca de su boca.- Lámele los pies a tu amo.- No tuve que pedírselo dos veces. Patricia me lamía el empeine de los pies. Luego le pedí que se pusiera de rodillas y posara la cabeza sobre mi muslo. Me puse a cien al sentir su cabeza cerca de mi vientre y su boca caliente sobre mi muslo. Deseé que me chupara mi pene ahora a cien, pero José acababa de salir del baño y me corté. De todas formas, la tuve así, a mi merced unos minutos, mientras acariciaba su pelo.

– ¡Hoy te tienes que duchar! No te vas a duchar todos los días. Los días pares te lavarás el toto.- No pensaba cumplir aquello, pero quería ver cómo reaccionaba a mis mandatos.

Mi entretenimiento durante aquella mañana fue tratar a Patricia como una cachorrilla. Después de desayunar, me dediqué a tirarle pelotas de goma por la casa. Ella remisa iba y me las entregaba. Cuando la traía, dejaba una galleta sobre mis rodillas que tenía que coger con la boca. Al agacharse, veía sus preciosos senos colgarle por la rendija de la apertura de la camiseta.

-¿Puedo ir al baño?-
-¿A qué?
-A orinar.- dijo Patricia con cara de asco.
– Voy contigo.-

Me puse delante del water esperando que Patricia orinara para oír y ver el chorrito, pero se cortaba de hacerlo. Me pidió varias veces que me fuera. Al final se subió las bragas sin orinar. No importaba. A las dos horas no tuvo más remedio que mear delante de mí. Aquel chorrito hacía «chirrrrr» y me gustaba. Luego me gustó como cogía un poquito de papel para limpiarse el toto.

José atendía sin participar, pero divertido. A la hora de comer, le puse el plato en el suelo. Comimos salchichas y patatas fritas. Me divertía verla a cuatro patas , con las bragas metidas entre las nalgas, agacharse y coger la salchicha de la boca y al morderla, ver caer un trozo de ella de nuevo en el plato.

Una perrita agradecida siempre viene a que su amo la acaricie. Patricia, a cuatro patas, se restregaba contra mí, por que se lo ordenaba. Yo le acariciaba la espalda, y la cabeza. Entonces se me ocurrió que debíamos ir a darla un paseo. Como siempre, al salir al jardín, tuvo que cambiar sus bragas por el bañador. Cogí un trozo de cuerda y se la até alrededor del cuello y dejando un cabo suelto la llevaba de él. Ella no debía separarse, y cuando lo hacía, le daba un tirón y un azote en las nalgas, repitiendo.-¡No!-

Le enseñé algunas órdenes. Como Sit, que era que se sentara en el suelo. Me inventé todo un vocabulario. Las órdenes se dividían en cuatro clases. De descanso, de presentación, de humillación y de uso. Las de descanso eran las que debía tomar mientras no le exigía nada. Había dos; de píe y sentada en el suelo. De presentación. Su utilidad era deslumbrar a mis amigos, a un vecino, a un comprador. Era una posición erguida y sacando pecho.

La humillación demostraba a todos su docilidad y que estaba preparada para que yo le ordenara. En general, debía recogerse y agachar la cabeza. Y por último, el uso era una posición en la que sus genitales quedaban expuestos a ser usados por cualquiera que se acercara. Pasé toda la tarde.

Al llegar la noche, José se me acercó diciendo que no entendía lo que hacía.-Ahora vas a ver.-

Me senté en el sofá del salón y dejamos delante de mí un gran espacio. Patricia seguía atada por la cuerdecita verde de tender los trapos. -Hoy, perrita, te voy a aparear con un perro de tu raza. Se llama José y verás que bien te monta. Quítate las bragas, que no te van a servir para nada.-

Patricia escuchó mi primera orden. -¡Presentación de pié!- Separó las piernas y sacó pecho, poniendo sus manos detrás, unidas. Di un tirón hacia debajo.

-¡Humillación de pié!- Patricia bajó la cabeza, ofreciendo el cuello extendido en la nuca.
-Ven aquí y ponte en uso de pié.- Patricia vino hacia mí humillada y se dio la vuelta, arqueando la espalda y separándose las nalgas. Vi su ano con detenimiento por primera vez. ¿Habría sido profanado alguna vez? Vi su sexo desde una perspectiva muy distinta a como la había visto el día anterior.

– ¡Ve al centro y humillación de rodillas.- Se puso de rodillas, con la cabeza agachada y las manos en las mejillas.

-José, desnúdate de una puta vez.- José se desnudó rápidamente y cuando estuvo en pelotas y empalmado, entonces le di la última orden a Patricia.

-¿De uso de rodillas!.- Patricia se puso a cuatro patas y arqueó su espalda hacia el suelo. José se colocó nervioso el preservativo. Me levanté para ver todo el coño de mi hermana. José se acercó por detrás y cogiéndola de la cintura, comenzó a introducirle su pene protegido con el preservativo. Tenía una cara de bestia que llamaba la atención.

Se lo metió del tirón. Patricia hizo un gesto de dolor y movió todo su cuerpo y aguantó de nuevo que comenzara a menearse dentro de ella. Estaba sentado en el sofá y veía las tetas de mi perrita moverse rítmicamente por las embestidas que José le proporcionaba. José debía estar muy excitado, por que comenzó a moverse a lo burro hasta descargar sobre Patricia, que recibió con alivio su descarga, arqueando su cintura y dando pequeños alaridos de placer.

Yo hacía tiempo que había manchado mis calzoncillos. Me estaba quedando sin calzoncillos blancos y aquello tenía que tener una solución. Me fijé que mi perrita se estaba acariciando la almeja para proporcionarse un orgasmo más largo. Aquello me impresionó de nuevo. ¡Que pura era mi perrita! Estaba seguro que si le hubiera echado un perro de verdad la hubiera montado igual.

José sacó su pene con el preservativo lleno de su leche y le propinó varios besos en las nalgas a mi perrita. Yo la desaté y le ordené que se colocara las bragas que le tiré a la cara.

Esa noche, Patricia durmió junto a mí, en mi cama. Había hecho muy bien la perrita y no iba a consentir que lo siguiera haciendo. Yo hice muy bien el cachorro, e igual que el día anterior, me quedé durmiendo sobre sus pechos lamidos, después de correrme en los calzoncillos de nuevo.

Eran las doce de la mañana. Patricia ya me había enseñado el toto dos veces. La primera, cuando fue a orinar y yo la seguí para que tuviera que orinar delante de mí. La segunda, cuando salió al jardín. Quería bañarse, pero yo le dije que no estaba dispuesto a darle la parte de arriba del bañador. Se bañó en camiseta. Al salir, la prenda se la quedaba pegada a la piel y aparecían marcadas unas tetas y unos pezones muy bonitos. A José le pareció tan rica como a mí.

Me pidió una camiseta seca. No debía de dársela, pues al fin y al cabo había sido una rebelde al bañarse. Se la di y pudimos ver su piel de gallina y sus pezones arrugados por el efecto del agua fría. De todas formas, la iba a castigar por bañarse con la camiseta.

-Has mojado la camiseta. ¿Ahora que hacemos con ella?.-
-Ya se secará.- Me dijo desafiándome sin duda.-
– Sí, se secará. Pero me has hecho subir al cuarto a por ella. Vamos a subir otra vez, pero los dos juntos que te tengo que arreglar una cosa.-

Patricia subía delante de mí. Veía sus ricas nalgas. – ¡Párate!.- Me obedeció. Allí mismo comencé a darle besitos en las nalgas. Estuve un rato. Patricia se quedaba quieta y yo me afanaba en besar todos los trocitos de su piel.

La ordené que se echara sobre su cama mientras fui al cuarto de baño a coger una cuchilla nueva desechable, la espuma de afeitarse y una toalla que mojé en agua caliente. Al llegar al cuarto de mi hermana la espeté-¿Qué haces aún con las bragas puestas?.-

Patricia se quitó las bragas mientras me decía, aún en tono desafiante.-¿Vas a verme otra vez el toto?.- Evidentemente no había visto lo que traía en las manos.

-Quítate la camiseta.- Patricia cogió los extremos de la camiseta, pero cuando lo tuvo a la altura de la cara le ordené que la dejara así, tapándose la cara. Ante mí estaba mi hermana de veintitrés años. Un cuerpo bastante más hecho que el mío. Tomé la espuma y la rocié. Patricia pegó un respingo -¡QUIETA!.-

Extendí la crema de afeitar por su sexo. Patricia abría sus piernas. No me gustaba el vello. Yo, todos los totos que había visto eran sin pelo. Comencé a pasar la cuchilla por el monte de Venus de Patricia. La piel aparecía suave y blanca. Me saciaba de los detalles de su sexo. Cuando llegaba a la raja, se levantaba su monte depilado y justo en la cima, se partía en dos.

En medio de sus dos labios aparecía una hendidura y justo en medio, una creta arrugada, que volvía a partirse en dos más abajo, ya entre sus muslos. Luego, todo se unía justo abajo. Quité todo el pelo del sexo de Patricia. He visto a chicas que tienen bello en el culo. Patricia no tiene. Es una hembra muy fina.

-Veo que eres una cochinita. Te has dejado un poco de pis en el toto.- Ignorante de mí, le dije al ver su sexo mojado. Patricia calló y miró hacia otro lado, volviéndome la cara. Puse la toalla mojada sobre su sexo . Al levantar la toalla, el sexo de Patricia parecía el de una barbie.

La llevé al baño y la senté sobre el sanitario para limpiarle las motitas de pelo que pudieran quedar. Al sentarse, la cresta de Patricia asomaba desafiante. Yo le echaba el agua templada en el sexo. Se me ocurrió una idea. Le quité la camiseta y me coloqué detrás. Tenía su culo entre mis muslos. Ella estaba tan cerca del grifo, que al manipularlo, conseguí que el agua le diera de lleno en el sexo.

La sentía tensa. Puse mi boca en su cuello y comencé a besarla, mientras mis manos recorrían su vientre. No podía pensar que por tocar la barriga a una chica se podía poner tan caliente. Consentí que extendiera sus manos hacia detrás y se agarrara en mis rodillas. Mi nabo se rozaba con su espalda.

Agarré sus senos y me acerqué todo lo que pude a ella al sentir que me iba a correr . Arqueé la espalda y comencé a eyacular. Mi semen le salpicó la espalda mientras yo apoyaba mi pecho contra sus lumbares con la respiración acelerada. Patricia me manoseaba los muslos mostrando que no le importaba demasiado ser mi esclava, mostrando que en el fondo, le gustaba ser mujer con su hermanito de diecisiete años.

Bajamos las escaleras. La llevaba de la mano y la había obligado a ponerse unos zapatos de tacón. Iba a que José la viera. La mirada de José, después de verla pasear delante de él, desnuda y elegante, se posó en su triángulo del amor. -¡Que le has hecho?- Y tras fijarse mejor dijo que deseaba verla bien

– ¡Patricia!¿No has oído?¡ Exhíbete!.- Patricia me obedeció y poniéndose de rodillas, se agachó y separó las piernas para que pudiéramos verla. Tenía un sexo delicioso. Y un ano perfecto, en mitad de sus amplias nalgas. -¡Está divina!.-

Ese día no permití que Patricia llevara bragas y no me perdí su primera meada de depilada y el detalle del papelito rozándose su toto desnudo. La sentamos entre los dos cuando vimos la tele, acariciándole los muslos, hasta la hora de dormir. Esa noche le tocaba dormir en la colchoneta, junto a mí. Pero José decidió usar su tercer condón. Patricia se metió dócilmente en su cama y José se colocó encima y la folló entre susurros y gemidos de placer.

Me excitó mucho verlos, pero no llegué a correrme. Mi hermano tiró el preservativo a un lado, usado y llenito de su semen. Como ya había acabado, le ordené a Patricia.- ¡Venga! ¡A la colchoneta!.-

– Hombre… José… Déjala en mi cama esta noche… –
– Bueno… pero no la acostumbres.-