PRÓLOGO

Victoria, de 49 años y divorciada desde hacía cinco, se levantó esa mañana con un peso invisible sobre sus hombros. El divorcio había dejado cicatrices emocionales que parecían no sanar. Mientras preparaba el desayuno en la cocina, sus ojos reflejaban cansancio y un halo de tristeza. El sonido de unos pasos ligeros la hizo girar. Samuel, su hijo de 19 años, apareció en la puerta de la cocina. La sola presencia de él iluminó el rostro de Victoria, aunque solo por un instante.

—Buenos días, mamá —dijo Samuel, con una sonrisa que no lograba ocultar su propia carga emocional.

—Buenos días, hijo —respondió Victoria, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Samuel, debido al desgaste emocional causado por el divorcio de sus padres había repetido dos cursos, apenas comenzaba su primer año en la universidad. La falta de concentración se hicieron mella en su rendimiento académico. Antes de que Victoria pudiera decir algo más, Samuel recogió su mochila y se dirigió hacia la puerta.

—¡Espera, Samuel! —llamó Victoria, intentando retenerlo por unos momentos más.

Él se detuvo en seco, mirándola con impaciencia.

—No tengo tiempo, mamá. Debo llegar temprano hoy —dijo Samuel impaciente.

—Es importante desayunar, hijo. No puedes empezar el día con el estómago vacío —respondió ella preocupada.

Samuel suspiró, visiblemente molesto por la insistencia de su madre.

—Lo sé, mamá. Pero ya llego tarde —dijo, abriendo la puerta y desapareciendo rápidamente por ella.

Victoria quedó parada en la cocina, sintiendo un nudo en la garganta. Su hijo ya casi era un hombre y se estaba alejando cada vez más, y la sensación de impotencia la invadía.

CAPÍTULO 1

Una mañana más, Victoria se encontraba en la cocina cuando Samuel cruzó raudo mientras se colocaba la mochila a la espalda.

— Buenos días, mamá— dijo Samuel apresurado como era habitual.

— Buenos días, cariño — respondió ella — ¿Hoy tampoco vas a desayunar? — preguntó con una mueca de desaprobación.

— No me da tiempo, mamá— respondió Samuel, pasando junto a ella y dándole un sonoro beso en la mejilla.

— No puedes seguir así, cariño — expresó ella, visiblemente preocupada — además ¿por qué vas siempre tan temprano? La universidad no queda tan lejos.

— Eh… — titubeó el joven.

— Espero que no se nada malo — dijo Victoria seriamente, pero al ver como su hijo se ruborizaba supo perfectamente de que se trataba — es por una muchachita ¿verdad?

— ¿Que? No es eso — dijo el ruborizándose aún más.

— O un muchachito — siguió Victoria con el interrogatorio.

— ¿Que dices? No, no.

— Bueno, no tiene nada de malo eso cariño.

— Ya mamá, pero no es el caso. Es una compañera de clase — dijo suspirando, rindiéndose antes de que ella siguiera imaginándose cosas que no son.

— Ya me lo olía yo — dijo Victoria, que se había relajado al saber que solo era eso.

— Bueno, basta ya con el interrogatorio, me voy — concluyó Samuel.

Victoria se quedó observando a su hijo a través de la ventana de la cocina. Definitivamente, ya no era un niño, y cada vez se volvía más independiente. Salió de sus pensamientos y se puso manos a la obra para recoger y limpiar la casa. Después de un esfuerzo agotador, sudada y cansada, decidió darse una ducha antes de salir a hacer algunas compras. Preparó la ropa limpia sobre la cama y, mientras caminaba hacia el cuarto de baño, se fue desvistiendo. Al quedar completamente desnuda, se observó con nostalgia en el espejo. Siempre había sido una mujer con curvas, pero de bonita figura, y ahora sentía que esa turgencia iba perdiendo consistencia. Pasó sus manos por sus grandes pechos rozando sus pezones, elevándolos como si quisiera recordar cómo desafiaban la gravedad cuando era joven. Luego se giró para observar sus nalgas, que habían ganado volumen con los años, aunque aún estaban firmes. Finalmente, se convenció de que seguía siendo una mujer hermosa a sus 49 años y se metió en la ducha. El agua caliente la relajó; sus pensamientos se calmaron por unos minutos, y Victoria agradeció esa tregua. Salió de la ducha con su cuerpo de piel morena adornado por pequeñas gotas de agua que realzaban su sensualidad. Se secó con una toalla y luego se embadurnó con una crema hidratante con suave fragancia de rosas. Desnuda, se dirigió a su dormitorio y se dispuso a vestirse. Victoria se encaminó hacia la entrada de la casa, tomó las llaves y el bolso del perchero, y salió rumbo al mercado.

Después de comprar algunas verduras y carnes, Victoria hizo una parada en el bazar que regentaba un simpático chino. Mientras recorría uno de los pasillos en busca de unos recipientes de plástico, avistó unos vasos de plástico reutilizables para café y una idea brilló en su mente. Con esos vasos, Samuel podría llevarse al menos un café o un zumo para el camino cuando tuviera prisa para la universidad. Tomó dos vasos y algunos envases y se dirigió a la caja para pagar. Al llegar a casa, se dispuso a preparar el almuerzo para que estuviera listo cuando Samuel regresara.

— Mamá, ya estoy en casa — anunció Samuel al soltar su mochila en la entrada.

— Hola, cariño — respondió Victoria desde la puerta de la cocina mientras sostenía un cucharón — ¿Cómo fueron las clases hijo?

— Bien, mamá. Voy adaptándome — respondió modestamente — ¿Falta mucho para la comida?

— Unos veinte minutos más — informó ella, mirando hacia la olla.

— Voy a darme una ducha entonces, hace un calor terrible hoy — decidió Samuel.

Mientras retiraba la olla del fuego, Victoria oyó una voz lejana.

— ¡Mamá! — gritó Samuel desde el baño.

Victoria se acercó a la puerta del baño — Dime hijo, ¿qué sucede, cariño? — preguntó.

— Nada, solo que olvidé la toalla. ¿Podrías traérmela? — solicitó Samuel.

Victoria fue al armario del pasillo, tomó una toalla y tocó con los nudillos la puerta del baño.

— Pasa — respondió el joven tapándose con la fina cortina de la ducha. Su polla quedo claramente marcada a través de la cortina, detalle que no pasó desapercibido para Victoria.

Samuel se envolvió la toalla alrededor de la cintura al salir de la ducha — Gracias, mamá.

— No hay de qué, cariño — respondió Victoria, dirigiéndose hacia la puerta.

Samuel envuelto en la toalla, salió de la ducha— ¿Qué hay de comer? — preguntó.

— Estofado de ternera — respondió Victoria, girándose hacia él e inevitablemente sus ojos se posaron en el fibroso y joven torso de su hijo.

— Suena rico, estoy muerto de hambre — dijo él.

— Eh… sí, me ha quedado bien rico — respondió Victoria recobrando la compostura — Te espero en el salón, no tardes.

Victoria recorrió el pasillo, sintiéndose ruborizada y con el corazón ligeramente acelerado. Hacía cinco años que se había divorciado y algunos más sin el contacto de un hombre. Durante el almuerzo, trató de apartar cualquier pensamiento libidinoso, pero no podía evitar fijarse en Samuel y reconocer que se estaba convirtiendo en un atractivo hombre.

— ¿Por qué me miras así, mamá? — preguntó Samuel.

— Nada, cariño. Solo que te estás convirtiendo en todo un hombre — dijo ella, orgullosa.

— No exageres — respondió Samuel, riéndose y algo ruborizado.

— Y con la compañera esa ¿qué tal? — preguntó intrigada.

— ¿Ya estas con el interrogatorio? No quieras saberlo todo — dijo el intentando desviar el tema.

— Anda, cuéntale a tu madre — insistió.

El semblante del joven cambio junto con una mueca de disgusto — Pues mal, mamá. Pensaba que yo le gustaba, pero resulta que está empezando a salir con un muchacho de su barrio.

— Oh vaya cariño, lo siento mucho. Bueno ya conocerás a otra — dijo ella intentando reconfortarle. Se sentía triste por él, aunque extrañamente aliviada.

El resto del día transcurrió como cualquier otro día. Samuel se encerró en su cuarto a estudiar, y Victoria salió con unas amigas con las que solía quedar.

A la mañana siguiente, el sonido del agua burbujeante en la cafetera se mezclaba con el aroma del café recién hecho, envolviendo la cocina en una atmósfera acogedora cuando Samuel entró.

— Buenos días, mamá— saludó Samuel, dando a Victoria un beso como de costumbre.

— Buenos días, cariño — respondió ella, apreciando el gesto afectuoso — espera, no salgas corriendo como siempre — le detuvo agarrándole del brazo.

— Vamos mamá, llegaré tarde — se impacientó Samuel.

— No te quejes, será solo un minuto. Mira lo que te he comprado — dijo ella, mostrándole el termo.

— ¿Es un vaso para café? — preguntó él, mirando con curiosidad.

— Sí, para que te lo lleves en el camino. ¿Cómo te gusta el café? — indagó Victoria.

Samuel detalló su preferencia y observó cómo Victoria preparaba el café humeante mientras la jarra de leche giraba en el microondas. Cuando todo estuvo listo, Victoria le mostró el termo.

— Tiene un tapón para abrir y cerrar, y lo puedes agitar — explicó Victoria, agitándolo para demostrarlo. Desafortunadamente, no había cerrado bien la tapa, y el café caliente se derramó sobre los pantalones de Samuel, especialmente en su entrepierna.

— ¡Hostias! ¡Cómo quema! — exclamó Samuel, gritando por la sorpresa.

— ¡Ay, Dios mío! ¡Lo siento muchísimo, cariño! — se disculpó Victoria, soltando el termo y tomando un trapo.

Preocupada, comenzó a limpiar el café derramado en su entrepierna, sin darse cuenta de que estaba sobando el miembro de su hijo.

— Ya está, mamá. Está bien, déjalo — dijo Samuel, sintiéndose incomodo debido a la erección involuntaria que su madre provocaba con la mano.

— Sí, sí, perdona hijo — respondió Victoria, dándose cuenta entonces de lo que su mano acariciaba.

Samuel se retiró a su habitación algo avergonzado. No tardó mucho en cambiarse y regresar.

— Listo, ahora sí que debo darme prisa.

— Cariño, perdóname. He llenado de nuevo el termo, ¿quieres llevártelo? — ofreció Victoria.

— No, gracias, mamá. Ya he tenido suficiente café por hoy — respondió Samuel, intentando aligerar la situación con un toque de humor.

Samuel salió tratando de esquivar la mirada de su madre. Una vez la puerta se cerró, Victoria se dejó caer en el sofá, suspirando y lamentando internamente el bochornoso incidente. Sentada en el sofá, recordaba el contacto inesperado con su hijo y comenzó a sentirse extrañamente excitada.

— Será mejor que me dé una ducha — murmuró para sí misma.

Victoria se desnudó en el cuarto de baño y entró directamente bajo el agua fría, buscando apaciguar su repentina excitación. Sin embargo, sus pezones, duros como piedras, parecían desear lo contrario. Llevó sus dedos hacia ellos; hinchados y sensibles, enviaban descargas eléctricas hasta su coño. Separó sus piernas levemente mientras una mano descendía por su vientre hasta que sus dedos se enredaron con el vello púbico. Dio un repentino suspiro cuando sus dedos separaron los labios y se colaron en su interior. Rendida al placer, se masturbaba y pellizcaba sus pezones hasta que el orgasmo sacudió todo su cuerpo. Suspirando, disfrutó de las intensas sensaciones que la recorrían, mientras el agua seguía cayendo por su cuerpo, mezclándose con sus propios fluidos. Al salir de la ducha, comenzó a secarse, mirándose avergonzada en el espejo y preocupada por la intensidad de sus emociones provocadas por su hijo. Hasta el mediodía, se refugió en las tareas domésticas, tratando de apartar esos pensamientos, aunque no lograba hacerlo del todo. El cuerpo de Victoria se tensó al escuchar abrirse la puerta. Aunque inicialmente evitó mirar a Samuel, le extrañó que él no anunciara su llegada como de costumbre, así que se asomó para verlo entrar, medio cojeando.

— Hijo, ¿qué te ha pasado? — preguntó preocupada.

— Uff, mamá, parece que el café me ha quemado bien — respondió Samuel, tratando de cruzar el salón lentamente.

— ¿Dónde? — preguntó Victoria, sin entender del todo.

— Eh… bueno… es delicado — murmuró él, visiblemente avergonzado.

— Ay, cariño, lo siento mucho — expresó Victoria, llevando sus manos a la cara — espera, voy a buscar una crema para las quemaduras.

Victoria regresó al cuarto de su hijo con el tubo de crema en la mano — Toma, esta es la crema. ¿Necesitas ayuda?

— No, gracias, mamá. Prefiero estar solo — respondió él, mostrando cierta incomodidad.

— Ah… claro, disculpa — dijo Victoria, cerrando la puerta tras salir.

Se apoyó contra la pared del pasillo, sintiéndose avergonzada por la pregunta, dada la intimidad de la zona afectada.

CAPÍTULO 2

Pasaron un par de días desde el incidente con el café, y aunque el joven Samuel seguía dolorido, disimulaba frente a su madre para no preocuparla. En esos días, cada vez que Victoria se duchaba, no podía evitar pensar en el contacto con el miembro de su hijo. Se lo imaginaba creciendo en sus manos. Las imágenes fluían como el agua de la ducha por su cuerpo, mientras sus dedos acariciando coño le proporcionaban placer. Un día, al regresar Samuel de la universidad, le fue imposible ocultarlo.

— Samuel, cariño, ¿aún no mejoras con la crema? — preguntó Victoria mientras cocinaba.

— En algunas partes sí, en otras no — contestó el joven, caminando a duras penas hacia su habitación.

Ella se quedó preocupada, sintiéndose culpable de haberle provocado aquella lesión en un lugar tan delicado. Cuando hubo terminado en la cocina, se dirigió al dormitorio de su hijo para interesarse por él. Se acercó lentamente sin hacer ruido a la puerta y se quedó quieta unos segundos antes de tocar.

— Hijo, ¿estás bien? ¿Puedo pasar? — preguntó Victoria suavemente.

— Sí, pasa — se escuchó desde dentro.

Victoria abrió la puerta lentamente, asomando la cabeza, y se adentró en la habitación cuando vio a Samuel tumbado bocarriba con gesto de dolor en su rostro. Se acercó a él y se sentó al borde de la cama.

— Cariño, tendremos que ir al médico a que te vean eso — dijo ella acariciando su pelo suavemente.

— No, me daría mucha vergüenza enseñárselo, mamá — dijo él llevándose las manos a sus partes.

— Bueno, pero algo tendremos que hacer — dijo Victoria, quedándose pensativa por unos instantes — ¿Y a mí? ¿También te daría vergüenza mostrármelo? — preguntó tras tomar aire, armándose de valor.

A Samuel le pilló por sorpresa — No sé, mamá, es un poco violento e incómodo — respondió él reticente.

— Lo sé, cariño, pero la salud es lo primero. Venga, anda, incorpórate.

Él torció el gesto unos segundos, pero al final cedió. Se levantó y, sin mirarle a la cara, se bajó el pantalón corto y el calzoncillo. Ante Victoria apareció el herido pene de su hijo. Primero se centró en los muslos donde las quemaduras ya habían empezado a cicatrizar. Luego observó cómo en el tronco del miembro la quemadura estaba fresca. Con la intención de verlo mejor, lo tomó con sus dedos y lo levantó un poco. El gesto hizo dar un respingo a Samuel.

—¿Te hice daño? — preguntó Victoria sobresaltada.

— No, solo me sorprendió. Dijiste de solo mirar — contestó Samuel, colorado por la vergüenza.

— Era para verlo mejor, parece que no cicatriza. ¿Te has estado echando bien la crema?

— Creo que sí, mamá.

—¿Quieres que te ponga yo la crema? — preguntó Victoria, temiendo la respuesta mientras su corazón palpitaba con fuerza.

Samuel no quería, pero el deseo de poder deshacerse del dolor pudo más que su timidez.

— Está bien — dijo suspirando — el tubo de crema está sobre la mesilla.

Victoria soltó el miembro de su hijo y se giró hasta alcanzar la crema. Giró el tapón hasta abrirlo y aplicó un poco sobre su dedo índice y su dedo corazón.

— Voy a untarla, seguro que lo sientes frío — advirtió para que no se sobresaltara, a lo que Samuel simplemente cerró sus ojos.

Con sumo cuidado fue esparciendo la crema con sus dedos sobre el dolorido miembro del joven. Fue recorriendo cada vez más piel e inevitablemente empezó a crecer.

— Lo siento, mamá, no puedo controlarlo — dijo Samuel, totalmente ruborizado por la incómoda situación.

— No pasa nada, cariño, es algo normal — dijo ella queriendo tranquilizarle — así parece que la crema penetra mejor.

Victoria siguió un poco más, sin poder apartar la mirada sorprendida por el generoso tamaño de la polla de su hijo. Si fuera por ella hubiera continuado, pero le pareció suficiente y no quería avergonzar más a su hijo.

— Listo, cariño, ya puedes taparte de nuevo — dijo ella con una sonrisa amable, aunque en su interior un volcán de sensaciones parecía haber entrado en erupción, provocando palpitaciones en su coño.

— Gracias, mamá — dijo Samuel mientras se subía con cuidado la ropa.

—¿Tienes hambre, cariño?

— No mucha.

— Entonces me daré una ducha y luego almorzamos.

— Está bien, mamá. Y gracias de nuevo.

— No hay de qué, cariño — respondió Victoria y, acto seguido, le dio un beso en la mejilla.

Victoria cerró la puerta tras de sí y, soltando un suspiro que fue casi un gemido, se dirigió apresurada al cuarto de baño. Una vez más, gozó en solitario bajo el agua de la ducha. En esta ocasión estaba extremadamente excitada, y sus caricias aumentaron en intensidad y velocidad provocando un sonido de chapoteo en su mojado coño. El clímax no tardó en irrumpir con violencia en su cuerpo, teniendo que morder su mano para ahogar sus gemidos. Así, entre la culpa y el deseo, Victoria se encontraba cada vez más atrapada en sus propios sentimientos contradictorios, luchando por mantener la cordura en medio de una situación que la desbordaba. Al día siguiente, Victoria se encontraba en la cocina. Mientras desayunaba, su mente estaba perdida en un mar de dudas y contradicciones. Entonces Samuel irrumpió, con prisas como siempre.

—¿Qué tal, hijo? ¿Estás mejor? — preguntó Victoria al ver moverse con más facilidad a Samuel.

— Sí, parece que la crema hizo mejor su efecto esta vez — dijo él con una sonrisilla.

— Me alegro, cariño — respondió ella con una sincera sonrisa — Te he preparado café para que lo lleves — dijo, ofreciéndole el termo de café.

— Gracias, mamá. Cogeré uno de estos también — dijo Samuel, tomando uno de los croissants del plato y acercándose a ella para darle un beso en la mejilla antes de salir por la puerta.

Victoria se quedó allí en la cocina, con libidinosos pensamientos y fantasías en su mente mientras le daba un pequeño sorbo al café. La mañana transcurrió lentamente. Intentaba apagar sus ganas de acariciarse con las labores del hogar, teniendo que esforzarse mucho en varias ocasiones. Se acercaba el mediodía y su corazón se aceleraba pensando en la llegada de Samuel. “¿Me dejará ponerle la crema de nuevo?”, se preguntaba, recordando la suave piel del joven miembro y cómo conseguía endurecerlo con apenas pasarle dos dedos. La cerradura sonó, sintiéndola como un estruendo en su pecho, y el leve sonido de las bisagras hizo palpitar su intimidad, sintiendo que ya empezaba a mojarse.

— Mamá, ya estoy en casa — gritó levemente Samuel.

— Hola, hijo. ¿Cómo fueron las clases? — preguntó, teniendo que aclararse la garganta.

— Algo pesadas — respondió, estirando su espalda.

— Y… ¿lo otro? — preguntó Victoria, dirigiendo su mirada a la entrepierna del joven, queriendo señalar.

— Bastante mejor — respondió Samuel, aliviado.

— Parece que puse bien la crema — dijo ella orgullosa, intentando que no sonara con segundas intenciones.

— Sí, desde luego. ¿Me la pondrás luego otra vez? — preguntó.

Victoria intentó responder al momento con un “por supuesto que sí”, pero la pregunta la tomó por sorpresa. Llevaba toda la mañana pensando en la forma de ofrecerse para volver a ponerle la crema en su miembro dolorido, y ahora era él mismo quien se lo pedía.

— Sí, claro, hijo, me encantaría — dijo Victoria, queriendo que la tierra se la tragara en ese momento — ¿Cómo has podido decir me encantaría? — se lamentó para sí misma.

Durante unos instantes pareció pasar un ángel. El silencio se hizo y sus miradas se cruzaron. Los segundos se hicieron eternos para Victoria, esperando la reacción de él a lo que acababa de decir. Lo que ella no podía saber es que para el joven aquellas palabras no habían insinuado nada especial. En la inocente mente de Samuel no había cabida para una insinuación sexual de su madre.

—¿Comemos primero? Tengo hambre — preguntó Samuel con total normalidad.

— Claro, cariño, como quieras. Ve poniendo la mesa en lo que yo aparto en los platos.

Victoria apenas atinaba vertiendo la comida en los platos con el cazo. Apenas comió; un nudo en el estómago que le bajaba hasta su mismísima cueva del placer se lo impedía. Terminaron de comer y recogieron la mesa.

— Ve a tu habitación, cariño. Descansa mientras recojo la cocina. Luego voy a ponerte la crema — dijo Victoria cariñosamente.

El joven obedeció y se encerró en su cuarto. En cuanto escuchó el clic del pasador de la puerta al cerrarse, la excitada Victoria no pudo contenerse las ganas de acariciarse. Metió la mano por dentro de su pantalón y luego de sus bragas. Conforme sus manos se acercaban a su cueva a través de su vello púbico, más mojada se notaba. Cuando sus dedos separaron sus labios, pudo notar lo empapada que estaba. Si no fuera por las ganas que tenía de untarle la crema, se hubiera acariciado hasta el orgasmo allí mismo. Sacó su mano y rozó sus dedos uno contra otro, sintiendo la viscosidad de sus fluidos. Con fuerza de voluntad reprimió sus deseos y se centró en meter los platos y cubiertos sucios en el lavavajillas.

— Cariño, ¿puedo pasar? — preguntó Victoria a través de la puerta.

— Sí, pasa — respondió Samuel inmediatamente.

Samuel estaba tumbado, pero se levantó conforme ella entraba. En la mesita de noche esperaba el tubo de crema, dispuesto a ser la excusa perfecta para una sesión de cuidados muy excitantes.

— Bájate la parte de abajo, hijo — dijo ella, dirigiéndose a la mesita.

Cuando se giró con el tubo de crema en la mano, el joven ya estaba con los pantalones bajados y su miembro colgaba esperando su cura. Victoria fingió observar cómo iban curando las quemaduras, pero sus ojos no paraban de posarse en el miembro de Samuel, que para su agrado ya había comenzado a endurecerse. Evidentemente, para un joven como él, todo aquello le provocaba excitación, aunque intentaba tapar esos pensamientos pensando en otra cosa. Victoria se acercó a él, abriendo el bote de crema, y repitió la misma operación que el día anterior. Con los mismos dos dedos empezó a untar la crema sobre aquella fina piel. En esta ocasión se recreó en su tarea algo más de tiempo, pues aquello parecía que no pararía nunca de crecer. Sorprendida por el tamaño que estaba adquiriendo, haciendo que pareciera fortuito, con la ayuda de su dedo gordo tiró de la piel hacia atrás varias veces, haciendo que sobresaliera el glande.

— Mff — gimió levemente Samuel.

Victoria volvió a dar algunas pasadas solo con dos dedos, mientras podía apreciar cómo de la punta emergía una gota de fluido trasparente y viscoso. Ahí decidió parar, pues unas ganas irrefrenables de recoger aquella gota con su lengua comenzaban a poseerla.

— Listo, cariño, ya puedes subirte el pantalón. Verás cómo mañana estás otro poco mejor.

— Gracias, mamá.

— Descansa un poco, hijo, pero luego ponte a estudiar.

— Sí, claro.

Victoria salió de la habitación, cerrando la puerta. Caminó por el pasillo hacia el baño, aunque en su interior quería ir corriendo. Se metió en el baño y echó el pestillo rápidamente. Mientras le daba al agua caliente, iba desprendiéndose de su ropa hasta quedarse completamente desnuda. El contacto del agua caliente relajó su cuerpo. Sus manos bajaron por sus pechos hasta chocar con sus erectos pezones. Una mano se quedó ahí, jugando con ellos, mientras la otra fue bajando hasta su entrepierna, deseosa de sentir de nuevo oleadas de placer. Tras introducirse unos minutos dos dedos, bastaron un par de caricias a su clítoris para explotar en un orgasmo. Fue tan intenso que se olvidó de que no estaba sola y unos fuertes gemidos se escaparon de su boca por un segundo hasta que la mano que tenía libre la tapó. Este excitante proceso se repitió durante varios días y Victoria se recreaba cada vez. Comenzaba siempre con dos dedos, para luego ir haciéndolo con algún dedo más. Hasta que una tarde sucedió lo inevitable.

— Mamá … para un momento… por favor — pidió suplicando Samuel.

—¿Por qué, cariño? Tengo que terminar de esparcir bien la crema — dijo Victoria, mientras con sus dedos y la palma de su mano envolvía el poderoso miembro que había llegado a su máximo esplendor.

Apenas terminó de decir eso Victoria cuando comenzó a sentir fuertes palpitaciones en su mano. Cuando alzó la vista, potentes y espesos borbotones de néctar lechoso volaron por el aire, creando una perfecta parábola hasta impactar contra el suelo. Victoria no dejó de mover su mano, intentando que soltara todo.

— Lo siento, mamá, no sé qué ha pasado. No he podido contenerme — dijo muy apurado Samuel.

— Tranquilo, cariño, es una reacción normal — dijo ella, soltando lentamente su miembro — Además, con las heridas, seguro que llevas muchos días sin eyacular por mi culpa. No te preocupes, ¿de acuerdo? No has hecho nada malo.

— Está bien, mamá. Bueno, déjame que limpie todo este estropicio.

— Claro, cariño, yo voy a entrar al baño — dijo ella.

Victoria, tal como se encontró a solas en el baño, lo primero que hizo fue oler su mano. Entre el olor a crema pudo distinguir el característico olor del semen. En aquella ocasión no esperó a meterse en la ducha; directamente se desnudó y puso un pie sobre la taza del váter. Sin ningún tipo de esfuerzo, dos dedos se colaron en el interior de su empapado coño. Se miraba al espejo, pudiendo ver las muecas que hacía cuando sus dedos tocaban en el momento y lugar justo. Intentaba ahogar sus gemidos, pero cuando su orgasmo explotó, enviando señales de placer a través de todos sus terminales nerviosos, unos contenidos gemidos no pudieron ser retenidos por más tiempo y salieron de su boca con una exhalación. Solo se escuchaba su respiración intentando recobrar su ritmo normal cuando unos pasos resonaron por el pasillo seguido del sonido de una puerta cerrarse. La sospecha de Samuel espiándola detrás de la puerta, lejos de aminorar su lujuriosa locura no hizo sino acrecentar sus libidinosos deseos.

CAPÍTULO 3

Victoria estaba sentada en el sofá con la televisión encendida, esperando impaciente a que Samuel llegara de la universidad. Una mujer presentaba las noticias, pero ella apenas le prestaba atención. Sus pensamientos se centraban en los recuerdos del día anterior y divagaba con lo que podría suceder hoy de nuevo. Cuando escuchó la llave entrar en la cerradura, saltó como un resorte del sofá deseando recibir al joven. Se ajustó la ropa y, tirando un poco de la fina camiseta de cuello de pico, acentuó el escote, exponiendo generosamente sus turgentes pechos.

— Mamá… — empezó a decir Samuel para anunciar su llegada, pero al verla cerca de la puerta no terminó la frase — Ah, estás ahí.

—¿Qué tal tu día, hijo?

— Bien, mamá, hoy me dijeron que el proyecto que entregué estaba muy bien.

— Qué bien, cariño, me alegro mucho — dijo ella, dándole un suave beso en la mejilla — ¿Y la quemadura?

— Pues parece que mejor — dijo él, desabrochándose el pantalón y, ni corto ni perezoso, se los bajó junto a la ropa interior, exponiendo su miembro ante la sorprendida Victoria.

Ella no esperaba que él se desinhibiera de ese modo, pero tras unos instantes de shock se acercó más a él. Se inclinó un poco hacia su entrepierna para ver mejor y tomó la polla de su hijo entre sus dedos.

— Sí, ya está casi curado, pero deberíamos ponerle crema hoy también — dijo con una sonrisa traviesa imposible de ocultar — Vamos a tu habitación.

Samuel se subió un poco los pantalones y la siguió hasta el dormitorio. Con la crema en la mano, ella le pidió que se sentara en la cama.

— Espera un momento — dijo Victoria antes de abrir el bote. Salió de la habitación y en menos de un minuto volvió con servilletas en la mano — Por si acaso — dijo levantando la mano donde llevaba las servilletas.

El joven Samuel se sintió un poco avergonzado, pero su falo erecto deseaba tanto como ella los delicados cuidados. De nuevo, empezó a untar la crema suavemente. Primero con los dedos para luego agarrarlo completamente con su mano. Los movimientos de su mano se asemejaban más una paja que a los delicados cuidados de una madre. Al igual que el día anterior, tras unas repeticiones, el tibio semen empezó a erupcionar. Victoria sintió de primeras las palpitaciones en su mano y se apresuró a poner una de las servilletas en frente, donde Samuel se vació completamente entre contenidos gemidos y espasmos en sus piernas.

— Mamá, lo siento. Me volvió a pasar — dijo Samuel.

— Tranquilo, cariño, ya te dije que era normal. ¿Te gusta cuando te acaricio así?

— Sí… me gusta mucho — dijo él tímidamente.

— ¿Quieres que mañana lo haga también?

— Sí…

— Está bien, cariño, mañana lo repetiremos. Ahora descansa, yo voy a darme una ducha.

— Puedes hacerlo aquí, mamá — sugirió Samuel.

—¿El qué, cariño? — preguntó Victoria, intrigada.

— Lo que haces siempre en el baño después de ponerme la crema — dijo él, armándose de valor.

Victoria se quedó mirándolo. Como sospechaba, él la había espiado a través de la puerta del cuarto de baño. Dudaba si hacerlo o no, ahora la que sentía cohibida era ella. Algo en su interior la empujó a aceptar.

—¿Quieres ver cómo lo hago? — preguntó Victoria con una media sonrisa maliciosa dibujada en su rostro.

— Sí, mamá, me encantaría — dijo él, impaciente.

Samuel se apartó un poco de la cama para dejarle espacio y ella se acercó mientras se subía la falda, dejando a la vista unas bonitas bragas negras de encaje. Se sentó en la cama, abriendo sus piernas y se dejó caer un poco hacia atrás. Una de sus manos empezó a acariciar su raja por encima de las bragas. Sus dedos rozaban suavemente la tela e intercalando con presiones más intensas. Cuando Samuel se acercó para observar mejor ella hizo a un lado la tela de las bragas. Ante el atento joven emergió un empapado coño que llegaba a mojar los pelos que adornaban sus carnosos labios. Tras pasar sus dedos de nuevo, los pliegues interiores se abrieron. Estiró los labios abriendo sus dedos y por unos instantes dejándole una perfecta visión de su agujero, que se abría y cerraba con cada una de sus respiraciones, justo antes de meter su dedo índice y corazón al mismo tiempo. Victoria gemía suavemente mientras se masturbaba lentamente, queriendo brindarle un buen espectáculo a su hijo.

—¿Puedo hacerlo yo, mamá? — preguntó Samuel acercándose un poco más.

— Claro que sí cariño — dijo ella levantándose para sacarse completamente las bragas y volviéndose a tumbar abriendo aún más sus piernas — ven hijo, dame tu mano — le pidió acercando la suya.

El joven hizo lo que le pidió y ella le hizo cerrar la mano excepto los mismos dedos que ella había utilizado. Lo guío hasta que los dedos de su hijo tocaron su coño y moviendo su mano hizo recorrer su raja.

— Está caliente… — dijo Samuel sorprendido por el suave tacto del coño de su madre.

Ella no dijo nada, simplemente se limitó a empujar sus dedos hacia su interior. Las paredes de su coño envolvían los dedos de su hijo, que fue metiendo y sacando cada vez más rápido. Cuando sintió que él mismo seguía los movimientos, soltó su mano dejando que fuera el quien la masturbara.

— Así cariño, sigue moviendo tus dedos así… — dijo ella entre suspiros y leves gemidos.

Sus manos recorrieron si vientre, subiendo su camiseta hasta que sus pechos fueron liberados. Mientras su hijo seguía con su placentera tarea ella amasaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Con los movimientos de su cadera buscaba que los dedos llegaran más adentro haciendo que el orgasmo se acercara.

— Ah, cariño… me encanta… sigue… sigueeee — gemía ella elevando su voz.

Samuel se asustó un poco por los gemidos de su madre e hizo ademán de retirar sus dedos, pero ella agarró fuertemente su muñeca y le hizo aumentar la velocidad haciendo que se corriera rápidamente empapando la mano de su hijo.

— Ahh… ahh… — gimió arqueando su espalda maximizando el placer.

Samuel se quedó sorprendido de los fluidos que habían salido del coño de su madre. Después de que ella tirara hacia atrás hasta que los dedos salieron, el joven los llevo instintivamente a su nariz queriendo aspirar el intenso aroma. Mientras tanto Victoria se dejó caer completamente sobre la cama, con su pecho agitado subiendo y bajando.

—¿Lo hice bien, mamá? — pregunto el sin apartar la mirada del dilatado y palpitante coño.

— Lo hiciste perfecto cariño — dijo Victoria incorporándose.

—¿Repetiremos esto mañana también? — preguntó deseando escuchar una respuesta afirmativa.

— Si cariño, podemos repetirlo también si lo deseas — contestó Victoria ofreciéndole una de las servilletas con su mano mientras que llevó también una servilleta con su otra mano hasta su, ahora sensible, coño.

Al día siguiente, Victoria se encontraba nerviosa. Impaciente, esperaba la vuelta de Samuel, deseosa de repetir la placentera experiencia del día anterior. Podía sentir la humedad en su entrepierna, haciéndola suspirar con cada roce de sus generosos muslos. Se fue a su dormitorio y tomó un conjunto de ropa interior bastante sugerente, y se fue directa a la ducha. Se desnudó, tomó una pequeña tijera y comenzó a recortar su vello púbico. En la ducha, se lo terminó de rasurar delicadamente con una cuchilla desechable. Intentaba contenerse, pero no pudo resistirse a darse alguna que otra vez con el chorro de agua en su inquieto y sensible coño, haciendo que suspirara de forma entrecortada. Una vez se hubo secado, agarró un bote de crema hidratante y comenzó a embadurnar su rollizo cuerpo, haciendo hincapié en su recién rasurado coño. Caminó desnuda por el pasillo hasta su cuarto. Primero se colocó el sujetador, que apenas era capaz de contener sus grandes pechos, y después deslizó sus pies por el tanga, para luego subirlo hasta ajustarlo, y la fina tira de atrás se metió entre los cachetes de su culo. Antes de salir del dormitorio, tomó una fina bata que estaba colgada detrás de la puerta. Se envolvió con ella y se anudó la delicada cinta a su cintura, de forma que fuera fácil deshacerlo con tan solo tirar de ella.

Ya en la cocina, su imaginación volaba entre lujuriosas fantasías junto con Samuel. Su pecho empezó a moverse con su acelerada respiración, cuando el sonido de la sintonía del noticiero comenzó a sonar en la televisión. Ya faltaba poco. Victoria intentaba distraerse preparando una taza de té, pero sus pensamientos siempre volvían a Samuel. Imaginaba sus manos recorriendo su piel, su mirada inocente transformándose en deseo. El reloj marcaba las 3 en punto cuando escuchó el sonido de la llave en la cerradura. Su corazón latía con fuerza.

Samuel entró con una sonrisa cansada pero alegre — Mamá, ya estoy en casa.

— Hola, cariño. ¿Qué tal tu día? — preguntó Victoria, acercándose a él con una sonrisa seductora.

— Bien, hoy tuvimos una charla muy interesante sobre el proyecto — respondió Samuel, dejándose caer en el sofá.

Victoria se inclinó sobre él, asegurándose de que su escote fuera bien visible.

— Me alegro, hijo. ¿Y cómo está tu… quemadura? — dijo con un tono insinuante.

Samuel la miró con una mezcla de timidez y expectativa.

— Mejor, creo que está casi curada.

— Bien, entonces, ¿te parece si volvemos a hacer lo de ayer? — preguntó Victoria, su voz casi un susurro.

— Sí, claro, mamá— respondió él, ansioso por lo que vendría.

Victoria tomó la mano de su hijo y lo guio hasta su dormitorio. La bata apenas ocultaba su voluptuoso cuerpo, y Samuel no podía apartar la vista de su madre. Al llegar, ella se sentó en la cama y él se desnudó con más confianza que el día anterior. Ella hizo un gesto con la intención de agarrar su flácida polla, pero su hijo la detuvo.

— No mamá, déjame a mi comenzar hoy — dijo Samuel tirando de su mano para que se levantara.

Victoria se incorporó con una sonrisa traviesa en su rostro y sus rostros quedaron a escasos centímetros haciendo inevitable que sus labios se juntaran dando paso a un húmedo beso. Mientras sus lenguas se perseguían, Samuel tiro de la cinta de la bata haciendo que esta se abriera permitiéndole meter sus manos hasta encontrarse con la piel desnuda del culo de su madre. El la atrajo hacia si, sacándole un suspiro cuando notó la polla de su hijo, que ya había comenzado a tomar un buen tamaño, entre sus muslos y rozando su coño por encima de la fina tela del tanga. Samuel subió sus manos por la espalda suavemente, para luego llevarlos hasta las grandes tetas de Victoria. El joven las masajeaba y levantaba sintiendo su peso y la agradable sensación cuando sus dedos se hundían levemente en ellas. Victoria completamente excitada bajo las cintas de los hombros del sujetador y luego tiro de ellas, dejando libres sus tetas ante su hijo y sus duros pezones apuntando directamente hacia él.

— Bésalas cariño — dijo Victoria agarrando sus tetas ofreciéndoselas.

Samuel se acercó lentamente con la mirada centrada en los pezones de su madre hasta que sus labios chocaron con ellos. Comenzó con suaves besos, pero rápidamente estuvo succionando y lamiendo aquellos grandes y oscuros pezones. La bata yacía ya en el suelo mientras ella acariciaba la cabeza de su hijo. Samuel decidió que ya era suficiente y era hora de atender el coño de su madre — Túmbate en la cama, mamá — le pidió.

Así hizo Victoria, tumbándose bocarriba en la cama con las piernas abiertas ofreciéndole vía libre hasta su coño. Samuel no se hizo esperar y se reclino sobre la cama. Sus dedos comenzaron a acariciar la raja de su madre sobre la empapada tela del tanga. El joven inmediatamente notó algo diferente al día anterior y tirando de la tela a un lado pudo ver de qué se trataba. El frondoso y oscuro pelo que adornaba el coño de su madre había desaparecido y ahora podía ver cada detalle. Con sus dedos acarició suavemente los mojados labios que asomaban haciendo suspirar a Victoria — Mmm… cariño…

El siguió con sus caricias hasta que sus dedos se hicieron entre sus pliegues y una vez se encontraron con la entrada de su coño comenzó a introducirlos. Con suma facilidad, debido a la excitación de Victoria, entraron completamente.

— Mama… que mojado esta hoy — dijo Samuel iniciando suaves movimientos con su brazo.

— Si hijo mío… me pones muy cachonda… sigue metiéndolos… mmm — dijo ella.

Samuel la masturbaba cada vez más rápido mientras ella gemía pidiendo más mientras pellizcaba fuertemente sus pezones. Lentamente el sacó sus dedos dejando una vista perfecta del dilatado coño de su madre. Se acercó un poco para admirarlo mejor y cuando el intenso olor impregno su nariz sintió curiosidad por su sabor. Como si le hubiera hipnotizado, sin apartar sus ojos se fue acercando hasta que solo tuvo que sacar un poco su lengua para rozar el mojado coño.

— Mmm… Samuel… — gimió Victoria sorprendida por el paso que había dado su hijo.

Samuel lamia sin ton ni son por todo el coño de su madre sin saber muy bien lo que hacía, pero a pesar de ello el placer que recorría el cuerpo de Victoria no necesitaba de un experimentado amante. Ella con la intención de instruirle separo más sus piernas y con sus dedos abrió los labios de su coño — Pasa tu lengua ahí — dijo Victoria señalando con uno de sus dedos a su inflamado clítoris — si así cariño… así… aah — gimió ella al sentir la lengua de Samuel jugar con su delicado botón — oh sigue cariño… mete tus dedos también por favor — rogó ella.

Samuel siguió atentamente las instrucciones y en apenas dos minutos el cuerpo de su madre comenzó a moverse bruscamente mientras ella gemía cada vez más fuerte.

— Me corro hijo… me corro… oh por dios que gusto… ah… — oyó Samuel gritar a su madre a la vez que más y más fluidos comenzaron a emerger de su coño.

— Wow cariño ha sido delicioso — dijo Victoria seguido de un escalofrío que hizo estremecer su cuerpo — ven túmbate aquí conmigo.

Samuel se subió a la cama y se tumbó junto a ella. Victoria puso una pierna sobre él y comenzó a besarlo, saboreando sus propios jugos.

—¿Te gustó el sabor de mi rajita cariño?

— Si mamá, sabe raro, pero me gustó mucho.

Victoria mientras había bajado su mano y había atrapado su erecta polla, impregnándose con el líquido preseminal que había empezado a expulsar. Entonces ella fue la que le indicó que se colocara bocarriba. Samuel obedeció a su madre y se colocó con su polla mirando al techo. Ella con una mirada traviesa se puso de rodillas entre sus piernas y subiendo por sus mulos comenzó a acariciar los peludos huevos de su hijo. Su mano fue subiendo por el tronco lentamente hasta llegar a la mojada punta, para luego bajar tirando de su piel hasta que la cabeza emergió completamente. Siguió haciendo ese movimiento repetidamente y al igual que le ocurrió a su hijo el aroma pareció embrujarla y una fuerza invisible la empujo a llevar su boca hasta la punta de su polla hasta que sus labios envolvieron el glande. Su lengua comenzó a hacer movimientos al rededor mientras oía a su hijo respirar fuertemente por la nariz.

—¿Te gusta lo que te hago cariño? — pregunto ella con una mirada traviesa.

— Si mama… sigue… — suspiro Samuel.

— A ver qué te parece esto… — dijo ella y casi sin terminar la frase empezó a tragarse su polla.

Samuel cerraba sus ojos disfrutando del momento y cuando los abría solo alcanzaba a ver la cabeza de su madre subiendo y bajando. Victoria disfrutaba del tacto de la venosa polla en su boca, luego la sacaba y deslizaba su mano por ella junto con su lengua. Sentía su dureza en su máximo esplendor y sabiendo que no iba a durar mucho más se dijo a sí misma que no iba a perder esa oportunidad. Rápidamente se incorporó puso sus piernas a los lados de la cintura de su hijo y agarrando su polla se dejó caer sobre ella clavándosela completamente en su coño.

— Mama… — dijo Samuel sorprendido por el movimiento de su madre.

— Shhh… disfruta cariño… — dijo Victoria poniendo el dedo índice sobre los labios de él.

Victoria respiró hondo y comenzó a mover sus caderas deleitándose en como la polla de su hijo abría las paredes de su coño. Disfrutando de esa sensación después de tanto tiempo subió sus manos hacia sus pechos y comenzó a masajeárselos y pellizcar sus pezones maximizando el placer. Samuel por su parte permanecía inmóvil, con los ojos abiertos como platos deleitándose con el espectáculo que tenía delante. Ella se inclinó hacia adelante, ofreciendo sus senos a su hijo, quien no dudó en atraparlos entre sus labios. Victoria comenzó entonces con unos suaves movimientos que, poco a poco, se volvieron más intensos. Subía rápidamente para luego dejarse caer con fuerza sobre duro y vigoroso trozo de carne. El sonido de sus fluidos chapoteando, sus cuerpos chocando y sus respiraciones aceleradas componían la banda sonora de aquel lascivo momento. Samuel agarraba con fuerza el culo de su madre haciendo más intensa la follada, mientras sentía como su coño mojado succionaba su polla, haciendo que tuviera que esforzarse en no correrse.

—¿Te gusta cómo te folla mamá? — pregunto susurrando Victoria.

— Si mamá… me encanta… pero no aguanto más… — gimió el joven.

Entonces Victoria con sorpréndete agilidad se incorporó y se hinco de rodillas en la cama entre las piernas de su hijo. Tomó con una mano la polla de su hijo y atrapo la punta con su boca. Con la mano lo masturbaba con fuerza mientras con su boca mamaba mirándolo directamente a los ojos y tras unos segundos su hijo comenzó a correrse en su boca entre gemidos.

— Mmm… — gimió Victoria mientras sentía un chorro tras otro del espeso y tibio esperma inundar su boca.

— Oh… mama… eres increíble… — decía Samuel entre suspiros y espasmos.

Victoria seguía mamando tragándose la leche que podía mientras una pequeña parte caía sobre la polla de su hijo desde la comisura de sus labios, pero ella no estaba dispuesta a desperdiciarlo y se metía la polla hasta su garganta buscando el preciado néctar que caía sobre el tronco. Cuando no hubo rastro de semen, tras uno sonoro chupón, saco la polla de Samuel completamente reluciente.

— Uff… cariño cuanta leche has echado — dijo Victoria mientras le seguía dando lametazos como si de un polo se tratara.

— Ha sido increíble mamá, nunca había sentido tanto placer ¿Lo haremos más veces?

Todas las veces que quieras cariño — respondió Victoria soltando su polla y echándose junto a su hijo.

Se quedaron desnudos en la cama, mientras se besaban suavemente hasta que el cansancio les venció y se quedaron dormidos. Aun no lo sabían, pero esa solo había sido la primera de muchas falladas que se darían madre e hijo.

EPÍLOGO

El despertador marcaba casi las 08:00 cuando Victoria se despertó y miró hacia el otro lado para observar a su hijo completamente desnudo durmiendo plácidamente, deleitándose en la erección matutina del joven. El despertador empezó a sonar, anunciando un nuevo lunes. Se giró hacia la mesilla y con su mano apartó los trozos de papel higiénico que habían utilizado la noche anterior para limpiar los restos de sus fluidos y el semen de Samuel.

— Vamos Samuel, despierta o llegaras tarde — dijo suavemente mientras agarro su polla.

— Buenos días… — dijo Samuel estirándose — para mamá o harás que me orine aquí mismo.

— Mmm una lluvia dorada, deberíamos probar algún día — dijo riéndose Victoria — anda levanta date una ducha, iré haciendo el desayuno — dijo ella dándole un suave golpe en la hinchada polla haciendo que se balancease como un péndulo.

Victoria se levantó y se puso una fina bata mientras Samuel le dio una nalgada al pasar por su lado camino al baño. Estaba colocando el pan tostado en el plato que había en la mesa de la cocina cuando su hijo apareció con la mochila al hombro. Se sentó a desayunar bajo la atenta mirada de su madre.

— ¿Hoy era la presentación del trabajo que era tan importante, no? empezó a sonar, anunciando un nuevo lunes. — pregunto Victoria mientras le acariciaba el cabello.

— Si, será una parte importante de la nota de esa asignatura. Estoy algo nervioso — respondió Samuel.

— ¿Quieres que mami te haga algo para relajarte? — le pregunto Victoria mientras comenzó a acariciar sutilmente la polla de su hijo por encima del pantalón.

— Sabes que siempre estoy dispuesto para eso, mamá — dijo el apartando su mano y abriendo su pantalón.

Victoria tiro del pantalón hacia abajo y luego del calzoncillo hasta que la flácida polla de su hijo. Samuel por su parte deshizo el nudo de la bata de su madre y la dejo caer quedando desnuda frente a él. Ella se puso de rodillas sobre la bata que yacía en el suelo y con su boca busco su miembro. Tras varias chupadas la polla de Samuel estaba dura como un mástil y su madre la engullía con esmero.

— Debes darte prisa cariño o llegaras tarde — dijo Victoria sacándosela de la boca.

— Entonces aparta tus manos — le ordeno Samuel.

El joven cogió su polla y la guio de nuevo a la boca de su madre. Cuando ya estuvo dentro sujeto su cabeza con las dos manos y con suaves movimientos de su cadera fue metiéndosela cada vez más adentro hasta atravesar su garganta. Sus movimientos se volvieron más rápidos haciendo que sus huevos chocaran en la barbilla de su madre.

— Ya viene… ya viene… mamá — anunció justo antes de sacar la babeada polla de su boca.

Y tras menearla un poco frente a su cara comenzó a bañarla con su semen. Victoria extasiada disfrutaba de la sensación del semen golpeando su cara, envolviéndola en su aroma. Sin poder resistirse volvió a mamar su polla en busca de las ultimas gotas, deleitándose con su sabor.

— Ahora sí que debo irme mamá o sí que llegare tarde — dijo Samuel volviendo a guardar su polla.

— Anda corre, seguro que ahora haces genial la presentación del trabajo — dijo ella incorporándose.

Samuel le dio un beso en los labios y se despidió de ella. Victoria se quedó allí en silencio en la cocina, desnuda y con la cara llena del semen de su hijo. Pasó un dedo por su cara, deslizando el semen hasta su boca y luego le dio un sorbo al café.

— Definitivamente, el café está mejor con leche — dijo para sí misma riéndose sola.

FIN

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