«Hola, tío»

Era Sandra, hija de mi prima Cecilia, que me había encontrado frente al cine al cual pensaba a entrar para pasar la tarde de ese día en que me encontraba solitario, ya que mi familia estaba fuera de la ciudad.

Desde hacía meses Sandra, mi joven sobrina de veinte hermosos años, se había metido en mis sentidos y grabado a fuego en mi corazón, produciéndome pensamientos hacia ella que eran de todo tipo menos de aquellos que se supone un tío tiene por una sobrina. Ella ocupaba cada instante de mi vida con su sonrisa alegre, su mirada sincera, sus gestos espontáneos, su figura juvenil que había desarrollado unas piernas y unos senos que me quitaban el aliento.

Nunca tuve oportunidad de insinuarle nada, pues habría sido una locura, ya que ella me veía como un tío y toda su cordialidad y afecto eran los normales de una muchacha para con una persona de edad como yo.

En el delirio que esta muchacha había despertado en mí, en cada mirada, en cada gesto, en cada sonrisa, en cada palabra suya, yo veía un mensaje de correspondencia a mis deseos, aunque estaba consciente de que todo era fantasía mía. Nunca podría haber nada entre ambos, entre la bella joven de veinte años que era Sandra y yo, su tío de sesenta años. Aunque había sabido de jóvenes que gustaban de los viejos, pero eso eran historias que cuentan los hombres nada más. La vida real es muy diferente, me decía.

Pero nadie me podía quitar las sensaciones que sentía cuando me refugiaba en su recuerdo y fantaseaba pensando en que yo le atraía. Y así empecé a encerrarme en mis fantasías, que tan feliz me hacían. Y así vivía mis días pensando siempre en ella hasta que su voz vino a interrumpir la soledad de mis pensamientos esa tarde primaveral.

Como si se hubiera hecho presente ante un conjuro de mis anhelos, me la encuentro de pronto con su cabellera color castaño cayendo por los costados de su rostro en fibras lisas y delgadas. Sus ojos claros que parecían irradiar a todos los vientos su alegría de vivir estaban clavados en mí como respuesta a mis deseos nunca confesados. Y su bello rostro tantas veces repetido en mis sueños, pálido y de mejillas arreboladas, estaba frente a mí, más cerca de lo que nunca lo tuve antes.

Si los deseos de tanto desearlos se cumplen, yo estaba viviendo uno.

«Hola, m´hijita, ¿cómo estás?»

«Bien, tío, de vacaciones de la Universidad. Yo también pensaba entrar al cine»

«¿Cuál película querías ver?»

Noté una ligera turbación en ella y recién entonces me percaté de que estábamos frente a un cine que anunciaba películas eróticas. Intentando superar el bochorno, le menciono una película de moda que exhibían cerca y le pregunto si quiere verla, a lo que ella accede con un gesto alegre.

Mientras nos adentramos en la sala de cine pienso en que esta invitación es un error, pues probablemente cometa una estupidez y mi sobrina se moleste conmigo. Es que la tentación es demasiado grande para mí estando los dos sentados uno al lado del otro, sintiendo su cuerpo tan cerca de mí en la soledad del cine y me será difícil evitar el abrazarla o besarla. Pero ya estamos en esto y debo ser fuerte y evitar a cualquier precio demostrar mis deseos a mi sobrina. Y si logro superar la tentación de abrazarla y besarla, me quedará la feliz sensación de que los dos pasamos juntos un par de horas a solas, en una sala oscura, mientras yo tenía todos mis pensamientos puestos en ella, imaginando esos abrazos y esos besos. Será un recuerdo que saborearé con deleite en el futuro.

La proyección ya había empezado y nos situamos en la penúltima fila. Le ofrecí los bombones que había comprado a la entrada y me situé a su lado, dispuesto a gozar de su cercanía mientras ella se entretenía con la película.

Pasan las imágenes frente a mí y los minutos eternos sintiendo la presencia de ella junto a mí, respirando tranquilamente. Le hago comentarios insulsos que ella responde con monosílabos, una mirada y una sonrisa, para volver la vista a la pantalla mientras yo me quedo viéndola por breves segundos más para grabar en mi mente el contorno de su rostro o las fugaces miradas que me da cuando responde mis comentarios.

Después de uno de mis comentarios y cuando ella se había vuelto a observar la pantalla y yo me quedaba arrobado viéndola, ella volvió nuevamente el rostro sin darme tiempo a volver la cara y al sorprenderme con la vista fija en ella en una actitud de absoluta estupidez en el rostro embobado que la observaba. Se me quedó mirando con una expresión serena, sin delatar ningún tipo de sentimientos y esta vez sin sonreir volvió lentamente el rostro a la pantalla.

Sorprendido in fraganti, aparté el rostro que estaba totalmente ruborizado por la confusión e intenté mirar a la película, pero sin ver nada. ¿Qué pensaría ella? ¿Se habría molestado?

No me atreví a hacerle nuevos comentarios y me quedé en silencio. Pasado un rato, ella me ofreció un bombón, que en mi turbación no logré tomar cuando estiré mi brazo, el que fue a chocar casualmente con uno de sus senos.

«Disculpa, Sandrita, fue sin querer», le dije en el colmo de la confusión. Y me sumí en un mutismo total para encontrar refugio a mi torpeza y desaliento por lo que había hecho. Sabía que las cosas entre los dos habían llegado al peor nivel imaginable para mí, solamente por mi estúpido proceder que parecía el comportamiento de un adolescente.

Ella nada dijo y siguió viendo la pantalla, mientras yo deseaba que la tierra me tragase.

Al cabo de unos minutos de silencio y cuando en la pantalla una pareja se besaba, siento que su cabeza se reclina suavemente en mi hombro y se queda quieta, mirando hacia delante, en una actitud de abandono tan natural que pareciera que entre ambos había una intimidad de años y que yo era la persona depositaria de todas sus emociones y sentimientos, como si fuera un viejo amigo en el cual podía confiar y descansar tranquilamente.

Me quedo petrificado, mirando también hacia delante sin atinar qué hacer. Pasado el momento de confusión, inclino la cabeza hacia ella y me encuentro sus ojos que me miran fijamente, expectantes, mientras sus labios se abren en una clara invitación a que los cierre con un beso.

Lentamente me inclino y rozo sus labios en un beso delicado, lleno de esperanzas, con la respiración contenida por la emoción que sentía en ese momento tan inesperado, tan irreal, tan soñado por mí.

Ella abre sus labios y me devuelve el beso, rodeándome el cuello con sus brazos, transportándome con ello a los límites de la alegría.

Si estaba soñando, ese era el tipo de sueños que siempre quise tener. Pero no, no era un sueño, esta vez era real. Su abrazo, su abandono y su beso lo eran. Sentía el sabor fresco y húmedo de sus besos en mis labios y en mi pecho resonaba aún el palpitar de su corazón cuando estábamos estrechados en nuestro primer abrazo como hombre y mujer que se atraen.

La tomo entre mis brazos y la beso apasionadamente, como si ese beso fuera lo último que haría en la vida. Es tal mi felicidad por la situación que estaba viviendo que no mido la fuerza que mi entusiasmo imprime a mis besos, pero ella responde con el mismo entusiasmo introduciendo su lengua en mi boca.

Una vez saciada mi sed de besos, la estrecho y le digo con voz entrecortada por la emoción:

«No sabes las veces que soñé con este momento».

«Yo también.»

«¿Cómo, tú también?»

«Sí, Salvador»

No lo podía creer: Sandra había cambiado el «tío» por mi nombre de pila, produciendo con ello una cercanía entre ambos mayor que la que habíamos logrado al besarnos y me confesaba que yo también le gustaba, que mi pasión era correspondida.

Los sueños habían dado paso a la realidad. La tenía entre mis brazos y me había confesado que ella también había deseado abrazarme y besarme. Pero si ahora estábamos unidos en un abrazo largo y apretado, saboreando nuestro primer beso, tal vez estaríamos viviendo el inicio de algo más hermoso aún, me dije a mi mismo.

¿Y por qué no?, me pregunté. Soy un hombre, aunque varios años mayor que ella, pero hombre. Y ella es mujer, aunque muchos años menor que yo, pero mujer, con sentimientos, con anhelos al igual que yo. ¿Y si ella también ha soñado estar conmigo como yo he soñado con ella? ¿Y si mis deseos de poseerla son correspondidos por ella? ¿Por qué ella no podría verme como un hombre al cual amar?

Los jóvenes son apasionados por naturaleza, por lo que no sería de extrañar que ella me deseara. Especialmente considerando que Sandra estaba en la edad de la plenitud de sus potencialidades sexuales y que las circunstancias eran propicias para llevar adelante mis deseos.

Entonces a mi entusiasmo inicial dio paso el deseo de poseerla. Al saber que ella me había visto como hombre más que como tío, a mis primeros sentimientos dio paso el deseo de tener su cuerpo, lo que ya no me parecía descabellado, dadas las circunstancias. Y considerando mi experiencia en el campo amatorio, estaba seguro que si me aplicaba correctamente podría obtener de ella lo que deseaba. Si sabía llevar las cosas de manera adecuada, con delicadeza, sin torpeza ni brusquedad, estaba seguro que ella terminaría por ceder a mis deseos.

Volví a besarla y poco a poco una de mis manos se fue acercando a uno de sus senos, sin encontrar resistencia a su paso. Cuando logré mi objetivo, dejé reposar mi mano sobre su pecho un momento y luego me dediqué a presionarlo suavemente, apretando su punta. Ella, mientras tanto, se dejaba hacer y sus suspiros junto a mi oído aumentaban mi deseo. Dejé de acariciar su seno y bajé la mano hasta su estómago, para introducirme bajo la blusa y rehacer el camino sintiendo su piel delicada rozar la palma de mi mano, sin que Sandra hiciera nada por impedirlo, salvo aumentar sus suspiros junto a mi oído. Cuando volví a alcanzar mi objetivo saqué su seno de la prisión del sostén y acaricié largamente sus suaves redondeces y la dureza de sus pezones que delataban la excitación que invadía su cuerpo, mientras ella aumentaba sus suspiros, los que ahora parecían soplidos.

Se removió y yo me quedé quieto, mientras Sandra desabotonaba su blusa y su sostén, los que quedaron abiertos como pétalos de flor, mostrando sus dos senos enhiestos, desafiantes, redondos, blancos y suaves, invitándome a acariciarlos, mientras ella apoyaba su cabeza en el respaldo del asiento y cerraba los ojos, esperando que yo se los acariciara.

Suavemente hundí mi rostro entre sus suaves y acogedores cojines de piel y pasé mis labios de uno a otro, en forma alternada, para terminar besando el que estaba más cerca de mí, poniendo toda mi atención en él. Puse mi boca en el pezón y chupe suavemente, sabiendo el efecto que produciría en mi sobrina, la que se removió en su asiento, apretando sus manos en los posamanos del mismo.

Dejé libre ese seno y me dediqué a besar el otro, mientras mi mano suavemente se posaba en su muslo, sobre la falda. Empecé a chupar el pezón mientras mi mano se hundía suavemente, lentamente, entre los pliegues de su falda para recorrer su pierna desde la rodilla hacia su muslo.

A esas alturas mi sobrina se revolvía en el asiento, con su cabeza aún en el respaldar, mientras sus piernas se abrían lentamente para dar vía libre a mi mano para que alcanzara su objetivo.

Dejé libres sus senos, los que acaricié suavemente con mi mano libre mientras la otra se apoyaba sobre el calzón que ocultaba su sexo. La idea era que ella estuviera consciente de lo que sucedía entre sus piernas.

Pasé mi mano sobre su cubierto sexo, haciendo presión con uno de mis dedos entre los labios vaginales, sintiendo los leves pinchazos de los vellos de su pubis mientras sentía como su vulva delataba la humedad que el deseo había producido en mi sobrina. Y ella, mientras tanto, se removía cada vez más descontrolada, moviendo sus manos sobre los costados de su asiento.

De pronto una de sus manos se va en busca de mi verga, la que bajo el pantalón ha crecido a dimensiones lógicas de presumir. Pero pasado un instante, suelta mi instrumento y vuelve a apretar el posamanos, quizás intimidada por lo atrevido de su gesto o tal vez sorprendida por el tamaño de mi sexo.

Decido aplicarme a fondo y suavemente, mientras la beso en la boca, con un dedo aparto su calzón y mi mano se introduce por debajo de éste y cubre su sexo, donde queda en reposo.

Y con la otra mano tomo la suya y la llevo a mi entrepiernas, poniéndola sobre mi verga, apretándola suave pero firmemente a esta. Ella duda un momento y luego se decide y empieza a apretar mi instrumento, con una suavidad increíble.

Pero ella desea más y sube su mano intentando abrir mi pantalón. Entonces detengo mi inspección vaginal y me dedico a abrir mi pantalón para que ella pueda actuar con libertad, dejando expuesta mi herramienta que cual mástil se yergue desafiante desde mis entre piernas.

Ella toma mi verga y empieza a masturbarme tan suavemente como lo hizo al apretarme por sobre el pantalón. Juguetea con ella llevando el cuero que la cubre hasta cubrirla completamente para posteriormente bajarlo hasta donde le es posible, mientras observa detenidamente como palpita mi pedazo de carne entre sus manos.

«¿Te agrada?»

«Mhm»

Continúa jugando con mi instrumento, sin apartar la vista del mismo. Parece hipnotizada del pedazo de carne cubierto de venas por las que la savia de vida corre presurosa y deseosa de ser expelida.

Suavemente hago presión sobre su cabeza para acercarla a mi verga, que espera ansiosa su boca, pero ella se resiste.

«No».

Confundido por lo que supuse un error mío, sólo atino a decirle «disculpa».

«Aquí no»

Evidentemente mi primera impresión no era equivocada.

«¿Por qué?»

«Hay mucha gente»

La invitación era obvia y mi siguiente pregunta era la única que correspondía en esas circunstancias.

«¿Vamos a otro lado?»

«¿Dónde?»

«Donde podamos estar solos tu y yo»

Sin responder, se apartó suavemente de mí, arregló su ropa, espero que yo hiciera lo mismo y se levantó, tomándome del brazo.

Antes de salir del cine le pregunto al oído: «¿Sabes lo que esto significa?»

Ella se aprieta más a mí y me responde con un beso y una sonrisa cómplice.

Fuimos por mi vehículo y nos dirigimos a un Motel a continuar lo que empezamos en forma tan inesperada, con mi sobrina de veinte años apoyada en mi hombro en un gesto similar a aquel con el que en la penumbra de la sala de cine se inició esta aventura semi incestuosa, alimentada por mis fantasías eróticas hacia mi sobrina y llevada a cabo por la más hermosa de las casualidades.

¿O sería un sueño?