Capítulo 3
- Mellizos I: Noche de bodas
- Mellizos II: La esclava
- Mellizos III – Final
Mellizos III – Final
Capítulo VI
A pesar de todo hubo alguien que ese verano lo paso peor que yo, fue el apocado hijo de los vecinos de al lado.
Un desgarbado chaval de unos quince años, al que, por su tímido carácter, mis primos gustaban de fastidiar siempre que podían.
El joven solo estuvo una semana en el chalet de sus padres; pero, desde que llego, y mis primos se dieron cuenta del interés sexual que despertaba en él, no dejaron de atosigarle, utilizándome a mi como si fuera un cebo y el un pez que atrapar.
Cuando nos lo encontrábamos por el pueblo, yendo solo la mayoría de las veces, mis primos me obligaban a acercarme a él, y hablarle.
Y, mientras charlábamos, si no había nadie cerca, tenia que lucirme mas de la cuenta, por orden expresa de los dos diablillos.
La mayoría de las veces lo hacia jugando, inocentemente, con los botones de mi camisa, para que viera una buena porción de mis tetas; o sentándome frente a él, bien abierta de piernas, para que pudiera ver a gusto mis picaras braguitas.
En un par de ocasiones mis primos me pellizcaron previamente los pezones a conciencia, para que se marcaran, mas aun, en el ajustado top, y el chico se fijara mas.
El pobrecillo siempre reaccionaba igual, poniéndose rojo como un tomate, y marchándose con un delator bulto en los pantalones.
Hasta que un día se pasaron de la raya, pues me mojaron la fina camiseta blanca que llevaba puesta con agua de una fuente, para que él pudiera ver bien mis tetas; y vaya si se fijo, pues el agua hizo que se transparentara la camiseta, y parecía como si fuera desnuda por el pueblo.
Pase una vergüenza terrible hasta que se seco y la gente dejo de mirarme fijamente los oscuros pezones por lo que me negué a seguir luciéndome en la calle.
Pero por las noches, dado que el chico tenia su habitación frente a la mía, yo tenia que pasearme, durante un buen rato, medio desnuda por el dormitorio.
Tan solo para que mis primos se divirtieran viendo, desde una ventana del desván, como se masturbaba a mi costa, escondido en su cuarto.
Mis primos decidieron hacer su ultima jugada, antes de que se marchara; y, aprovechando la ausencia de mis tíos, le invitaron a merendar a casa.
El pobrecillo vino como una mosca a un tarro de miel, vestido con sus mejores ropas y perfumado como si fuera a una boda.
A mi me hicieron poner una falda de vuelo muy corta, que me obligaba a lucir mis picaras braguitas a cada momento, y un apretado top de cremallera, que realzaba mi firme delantera considerablemente.
Mientras les servia la merienda, luciéndome a cada momento, pude darme cuenta de que el jovencito lo estaba pasando francamente mal para poder disimular su rígida erección en sus finos pantalones de verano.
Mis primos, para rematar la sucia jugada, le invitaron a jugar a policías y ladrones conmigo.
Este era un juego que ya llevaban jugando algunas noches en el parque; y que consistía en que yo era una ladrona, a la que ellos, como policías, debían registrar, para ver si llevaba algo oculto.
Me solían dar una pinza de la ropa para que me la prendiera escondida en la ropa, y me apoyaban, bien abierta de piernas, contra algún árbol; pero, aunque les dejase la pinza bien visible, ellos no la encontraban, pues les servia de excusa para que me pudieran toquetear a gusto, y a fondo, por todas partes, durante el tiempo máximo que les daban.
Le explicaron rápidamente el juego y me dieron la famosa pinza; que, por orden de mi primo, tuve que esconder todas las veces dentro de mis frívolas braguitas.
El chaval, la primera vez que me cacheo contra la pared, solo se atrevió a rozarme un poquito los pechos y el trasero; y, por supuesto, no encontró la pinza.
Después lo hizo uno de mis descarados primos, y este si que me manoseo a fondo, apretando y estrujando sin descanso cada centímetro de mi cuerpo.
Y no solo por divertirse a costa mía, sino para demostrarle al turbado vecino que en ese pícaro juego valía de todo, incluso abrirme el top por completo para meter las manos dentro, o levantarme la minifalda lo necesario para poder llegar mejor al interior de mis braguitas, ya fuera por delante o por detrás.
La segunda vez que le toco al atribulado vecino ya me toco un poco mas las tetas por encima del top, haciéndolo con mucha suavidad, e incluso me palpo el trasero rápidamente, aunque eso si, por encima de la minifalda.
Al ver que yo ni me quejaba ni decía lo mas mínimo, el chico, la tercera vez, se animo de verdad; y, bajando la cremallera del top, metió las dos manos dentro un buen rato, para acariciar mis melones.
Reconozco que era una delicia ver con que delicadeza apretaba mis sensibles pezones.
Yo podía sentir en mi cuello su agitada respiración; y notaba, todavía mas, su endurecido paquete golpeándome el culo.
La verdad es que pensé que le iba a dar algo cuando introdujo una mano temblorosa bajo mis braguitas y recorrió, brevemente, toda mi rajita, hasta alcanzar por fin el trofeo.
Aunque el chico ya tenia la pinza en su mano, note que se había quedado muy quieto, con una mano aferrada fuertemente a mi teta y la otra dentro de mis bragas; así que me gire, y vi que el pobrecillo al final se había corrido en los pantalones de seda.
Mis primos se retorcían de risa en el suelo, pues al jovencito se le había quedado una carita que daba pena.
Cuando ellos se fueron, me imagino que a contárselo a sus tontos amigos, yo hice subir al turbado chico a mi dormitorio, y trate de lavarle la gran mancha del pantalón.
Mientras se le secaban el pantalón y los calzoncillos, cogí una toalla húmeda y limpie con cariño su entrepierna.
El pobrecillo se estaba quieto como un pequeño muñeco.
Antes de terminar de limpiarlo note que se volvía a poner en forma su largo y afilado instrumento; y, como pensé que le debía una compensación por la faena que le habíamos hecho, me agache, y empece a darle pequeños besitos en su tierno aparato.
Tumbado sobre mi cama solo le oía gemir y jadear, mientras aquello se ponía cada vez mas grande y duro, así que decidí tomar yo la iniciativa; y, quitándome las braguitas, me senté a horcajadas encima suyo, plantándole mi conejo delante de su cara.
Desde luego el muchacho no era nada tonto, pues pronto empezó a chupar y lamer mi intimidad con las mismas ganas que yo me aplicaba a la suya.
Además sabia usar muy bien la lengua, por lo que enseguida me hizo llegar con un fuerte orgasmo; y aun me hizo llegar una vez mas, antes de correrse él, por lo que, en agradecimiento, me trague todo su amargo néctar.
Al día siguiente, antes de que el simpático jovencito cogiera el autobús que había de llevarle de regreso a la ciudad donde vivía, y sin que me vieran mis primos, me reuní con él en secreto en el pequeño hueco que hay entre los jardines de los dos chalets.
Lo hice para despedirme de él como era debido, con un interminable beso en la boca, de los de película; con un agradable sobeteo de mis agradecidas tetas, por debajo de la fina y holgada camisa, y de mi trasero, desnudo bajo la minifalda para la ocasión, incluido.
Estoy segura de que todavía hoy lo recordara con nostalgia, como yo.
Capítulo VII
Ya llevaba mas de tres semanas en casa de mis tíos y las luchas en la playa se habían convertido en todo un ritual dentro de la pandilla.
Nada mas llegar a la pequeña cala, jugaban primero entre ellos un rato para ver quien jugaba en mi bando y quien en contra mía, por supuesto que todos sudaban lo indecible para poder estar en el bando opuesto al mío, y poderse poner las botas a mi costa.
Una vez decididos los equipos me llamaban, y comenzaba la segunda parte del ritual.
Empezaban por jugar como antes, pero cada vez recibía yo mas balones, y cada vez se me echaban encima mas chicos, y durante mas tiempo; y lo que al principio eran solo roces y apretones, rápidamente se transformaban en auténticos manoseos, por fuera y por dentro de mis diminutos bikinis.
Los últimos ataques se me hacían eternos, con cuatro o cinco chicos prácticamente subidos encima de mí, intentando apoderarse cada uno de algo mas que los demás.
Creo que la verdadera lucha estaba en ver quien se adueñaba primero de mis sensibles pezones y conseguía endurecérmelos antes de que otro le apartara para ocupar su privilegiado lugar.
Y, como no, el premio gordo se lo llevaba aquel, que venciendo la resistencia de mis piernas, conseguía introducir su dedo en el interior de mi pobre conejito.
Siempre había algún mocoso espabilado que, poniéndose detrás mía, me bajaba el bikini para dejarme con el pálido trasero al aire; y, cuando los ataques arreciaban por delante a la búsqueda de mi intimidad, me metía cómodamente un dedo, e incluso dos, por mi estrecha entrada posterior.
Tenia que estar con el agua hasta el cuello para que la poca gente que había en la cala, por suerte, no vieran lo que me hacían esa pandilla de pulpos; menos mal que sus gritos y risas ocultaban mis continuos gemidos de dolor; y, bastante a menudo, de placer.
Cuando mis primos veían que ya la cosa empezaba a desbocarse, y que yo estaba casi todo el tiempo con las tetas asomando fuera del bikini; y, a menudo, incluso mi intimidad, suspendían el juego, con la siguiente tristeza de sus amigos, para demostrar quienes eran los que, de verdad, mandaban como déspotas reyezuelos en la pandilla.
Los pocos días que vinieron sus padres a la playa con nosotros, como no podían jugar a sus anchas, se las ingeniaban para alquilar dos o tres barcas de pedales y me obligaban a ir con ellos.
Si no había nadie cerca me tocaba hacer topless, mientras mis primos me ponían las tetas perdidas de crema, para envidia de sus amigos, que no me podían tocar.
Pero si había gente, entonces cogían sus gafas de buceo y jugaban al tiburón; yo era la víctima que, en el agua, mientras me agarraba a la barca, sufría sus odiosos ataques en silencio.
Estos solían consistir en pequeños mordiscos por todo mi cuerpo, especialmente en mis pechos y mi culo, por fuera del bikini; aunque la mayoría de las veces me lo apartaban, para que no les molestara, y así poder ver lo que me mordían una y otra vez; hasta que se acababa el alquiler de la barca, y podía descansar por fin en la arena.
Lo cierto es que prefería estar a solas con ellos que aguantar a los amigos de mi tío.
Estos eran una pareja de vecinos de su misma edad con la que solían estar casi siempre, y que solo aparecieron por la playa en un par de ocasiones acompañando a mis tíos.
El tener a un grupo de adultos tan cerca de mi, contemplando fijamente todo lo que mi escueto bikini dejaba a la vista me ponía nerviosa.
Y aun me ponía mas nerviosa ver el interés que ponía el marido en compartir los jueguecitos de mis primos y sus amigos conmigo.
Como estos tenían que ser mas castos en su presencia los chicos no se divertían, pero el si, pues se arrimaba a mi todo lo que podía para ver mejor mi cuerpo.
Pero sin embargo fueron su esposa y mi tía las culpables de que me quedara con los pechos al aire delante de todos el día que, mientras me ponían crema en la espalda y charlábamos sentadas las tres en la toalla, desataron sin querer el lazo superior de mi bikini, provocando así la exhibición involuntaria de mis senos, justo cuando sus maridos estaban mas pendientes de nosotras.
Por suerte solo tuve que volver a hacerme la dormida en otra ocasión, un día que estaba la mar demasiado revuelta para jugar, y tuve que dejar que me volvieran a enterrar.
Esta vez me pusieron boca arriba, a pesar de mis tímidas protestas, con los brazos junto al cuerpo, y las piernas bien separadas.
Me echaron encima una gran cantidad de arena para hacer un supuesto castillo; pero, en cuanto me hice la dormida, empezaron a cavar túneles.
Los dos primeros, como no, fueron directos a mis tetas.
Solo estuvieron unos pocos minutos sobando mis senos por encima del bikini, porque pronto me lo soltaron, para dejarlo todo a la vista, y ya todo fue un desfile de manos magreándome a placer.
Lo cierto es que ese día me acariciaron muchísimo mas suavemente que de costumbre, para no despertarme; y eso, unido al maravilloso tormento del roce de la arena húmeda que restregaban por mis duros pezones hizo que me excitara bastante mas de lo que hubiese deseado, hasta el punto que empece a notar una sospechosa humedad en mi entrepierna.
Por eso no me sorprendió demasiado que, cuando por fin excavaron el túnel principal, el que llegaba hasta la parte de abajo del bikini; y que mi primito, de nuevo como maestro de ceremonias, se apresuro a apartar a un lado, para enseñar a todos mi intimidad; oyera como murmuraban respecto a la cantidad de liquido que había, y que empapaba toda la parte inferior el bikini.
Lo malo es que, en cuanto empezaron a meter sus hábiles deditos dentro, por riguroso turno, lo pase fatal para poder disimular mis gemidos de placer, mientras me corría dulcemente en sufrido silencio.
Y esta vez todos los críos me podían ver perfectamente los gestos y la cara.
La verdad es que estoy convencida de que los mocosos se dieron cuenta de que fingía dormir, pues sus caricias se volvieron mas bruscas, pellizcándome los pezones sin piedad, una y otra vez, hasta hacerme daño.
Y no pararon de meter sus dedos dentro de mi estrecha gruta, a lo basto, hasta que me volví a correr otra vez, mordiéndome el labio de nuevo para no gritar mi placer.
Después me volvieron a vestir, y pude hacer que me despertaba; pero, por la forma en que me sonreían, me di cuenta de que desde ahora ya no les iba a engañar.
Capítulo VIII
Unos días después, mientras mi tía estaba de compras con su amiga, el marido de esta se quedo con mi tío en la casa para ver un partido de fútbol.
Mis primos sabían que esa semana se iban a ir las dos parejas de acampada durante unos días, y querían que les convenciera para que fuéramos con ellos, en vez de quedarnos solos en la casa.
Como a mi tampoco me interesaba quedarme sola con mis primos trate de engatusarles para que nos llevaran.
Javier, el amigo de mi tío, desde que llego, no me quitaba los ojos de encima y, después de hablar por lo bajo con mi tío, supongo que de mi frívola ropita y de mi seductor cuerpo, vi que este también empezaba a mirarme de otra manera.
Pronto empezaron a pedirme bebidas, vasos, y otras cosas muchas cosas que no venían a cuento.
Yo sabia que lo hacían porque cada vez que me agachaba a recoger o dejar algo en la mesa les estaba enseñando casi todo mi pecho, así que hice como que no me daba cuenta y les alegre la vista.
Javier, entre bromas, me palmeo varias veces el trasero; y, como vio que me dejaba sobar sin quejarme ni decir lo mas mínimo, paso gran parte de la cena acariciándome el muslo con disimulo, llegando incluso a rozar con sus dedos mis bragas (para mayor diversión de mis primos que, como siempre, no se perdían ni un detalle).
Pensé que el pequeño sacrificio había valido la pena cuando, esa misma noche, ellos lograron convencer a sus dóciles mujeres para que nos llevaran a todos a la acampada.
El viaje hasta el lejano y apartado camping, un lugar precioso rodeados de bosques junto a un pequeño río, transcurrió sin incidentes. Aunque me di cuenta de que los hombres no dejaban de utilizar el retrovisor para ver mis picaras braguitas, cada vez que sus mujeres se despistaban, decidí que no tenia mayor importancia, y les deje hacer a gusto.
Esa misma tarde, después de plantar las tiendas, y mientras las mujeres preparaban la comida, mis primitos me obligaron a acompañarles, junto con mi tío y Javier, a dar un paseo por el bosque, río arriba.
Llegamos, después de un buena caminata, a un pequeño y oculto embalse del río; y, como hacia calor, y estábamos solos, dijeron de bañarse.
Yo no quería participar, puesto que no llevaba bañador, pero mis pícaros primos no me dejaron otra opción, así que nos bañamos todos en ropa interior.
Como el agua era muy transparente, y yo solo llevaba puesto un reducido tanga, pronto me di cuenta de que ninguno de los cuatro me quitaban los ojos de encima, haciéndome pasar vergüenza.
Para terminar de arreglarlo mis primos empezaron con sus jueguecitos, enredándome en una estúpida peleilla que no podía traer nada bueno; pues los dos adultos, como no, les imitaron a los pocos instantes. A mi tío se le escapo la mano alguna que otra vez, pero el que se puso de verdad las botas fue su amigo; pues, en cuanto vio que yo no decía nada, se hincho de tocarme las tetas y el culo, cada vez mas tiempo y con menos disimulo.
Cuando al final nos marchamos del remanso, para pena de mis primos y alegría mía, nos hicieron prometer que no les diríamos nada a sus respectivas mujeres, porque sino no podríamos volver a ir a divertirnos a ese recóndito lugar.
Aquella noche, mientras mi tía acostaba a mis primos, con ayuda de su amiga, tuve que permitir que el pícaro Javier, haciéndolo pasar como si fuera una broma, metiera toda su cabezota bajo mi ajustada camisa de manga corta y chupeteara a placer, tanto la teta como el sensible fresón, durante un buen rato, ante la mirada inquieta de mi tío, que no nos quitaba ojo.
Luego fue mi tío el que me sorprendió cuando, mientras le daba el típico beso de buenas noches, de espaldas a mi tía, me acarició con mucho disimulo una de las tetas por encima de la camiseta, jugando durante unos instantes con el todavía rígido pezón.
Después, ya en la tienda, cuando me desnude, mi tía y su amiga no pararon de hacer comentarios sobre mis grandes y firmes pechos. Incluso la osada amiga de mi tía, aprovechando mi sorprendida pasividad, me los estuvo palpando y sopesando a conciencia con ambas manos, apretándolos suavemente mientras hacia comentarios muy pícaros acerca de ellos.
Las dos mujeres se rieron mucho al ver con que facilidad se me endurecían los gruesos pezones ante sus continuos toqueteos, retorciéndomelos cariñosamente antes de dejarme.
De madrugada creí oír algunos besos, e incluso amortiguados jadeos, en la zona donde dormían ellas dos; pero, equivocadamente, pensé que simplemente lo había soñado.
Al día siguiente mis primos dijeron que no les apetecía venir a pasear con nosotros, aunque me avisaron en privado de que nos estarían espiando desde lejos, y que me tenia que portar muy bien.
A mi tío, y su amigo, les pareció ver el cielo abierto, y me llevaron, lo mas rápido posible, entre risas y bromas, al remanso del día anterior.
Como aparentemente no había testigos cercanos me dijeron que nos bañaríamos completamente desnudos; pero, en cuanto me desnude del todo, se empeñaron en darme crema, para que no me quemase con el sol. Mi tío se hizo cargo rápidamente de mis dos pechos, acariciándolos con tanta habilidad que pronto se me pusieron los pezones como piedras; y, casi a la vez, pude sentir las manos de su amigo hurgando en mi intimidad, pronto se dio cuenta de que era virgen, y pude ver en su cara que no contaba con esto.
Le oí como hablaba apresuradamente con mi tío al oído y después, sentándose sobre mi, me puso su miembro entre mis pechos. Luego me enseño como debía sostener estos para masajearlo a la vez que me introducía la punta de su pene en mi boca.
Nunca había hecho algo así, pero mi tío, abriéndome bien de piernas, empezó a chupar mi intimidad, con mucha habilidad, y estaba tan a gusto que les deje hacer. Tenia pensado quitármelo de la boca antes de que llegara al final, pero cuando esto sucedió me encontraba en mitad de un fuerte orgasmo, y tuve que tragármelo todo lo que eyaculo, si no quería ahogarme.
Solo me dejaron unos instantes para recuperarme, y enseguida, mi tío ocupo el lugar de su amigo.
Aunque ya le había cogido el truco a la posición tenia algunos problemas, porque el miembro de mi tío era en verdad enorme (casi el doble que el de mi novio), y tenia que apartar la cabeza de vez en cuando para poder respirar.
Javier, que no quería aburrirse, introdujo en mi culito uno de sus dedazos, y no paro de moverlo hasta que me corrí otra vez; después alterno esas brutales caricias con pequeños tirones en mi clítoris, haciéndome brincar una y otra vez entre violentos orgasmos.
Cuando note que mi tío iba a llegar decidí que tenia el mismo derecho que su amigo; y, haciendo un esfuerzo, me trague todo el mana que salía de esa enorme fuente.
Después nos lavamos rápidamente y nos marchamos, para que sus mujeres no sospecharan nada.
Eso si, los que mejor se lo pasaron aquella tarde fueron sin duda mis primos, que no se perdieron ni el mas mínimo detalle del curioso evento. Por lo que procure no repetirlo.
El resto de la acampada fue mucho mas tranquila, ya que Javier, aunque lo intento en muchas ocasiones, apenas me volvió a tocar, pues casi siempre estaba su mujer, o mi tía, delante.
Aunque a la que podía me lanzaba un pellizco o un rudo palmetazo en el trasero, con cualquier tonta excusa. Y yo, encima, tenia que sonreírle y fingir que no pasaba nada
Después de todo el día jugando y soportando a los mellizos por las noches caía en la cama como una piedra, por lo que no volví a oír nada extraño. Dado el tremendo calor que hacia ahí dentro dormíamos las tres vestidas tan solo con nuestras braguitas, por lo que me sorprendía ver que muchas mañanas amanecían las dos mujeres completamente desnudas.
Yo sospechaba que mis primos se las ingeniaban de algún modo para acceder a nuestra tienda, dado que muchos días notaba una fuerte irritación en mis zonas mas intimas y delicadas cuando me despertaba, clara señal de que alguien las había estado manipulando durante la noche.
Al igual que mis pobres y sufridos pezones, que amanecían doloridos y marcados casi siempre, con claras señales de chupetones a todo su alrededor. Aunque los odiosos mellizos siempre lo negaban y nunca me dieron muestras de saber nada sobre este tema en concreto.
Del regreso a casa solo comentar que íbamos todas dormidas en el asiento de atrás y, cuando me desperté, tenia las piernas muy separadas y la minifalda totalmente subida.
Eso no es raro, lo que si lo es era que alguien me había apartado las braguitas a un lado, de tal manera que se veía por completo mi rosada intimidad, con mis labios sonrientes y mis alegres ricitos oscuros a la vista de todo el publico presente.
Tuve que maniobrar con mucho cuidado para dejar todo en orden sin despertar a los demás, sobre todo a la amiga de mi tía que al fin se había quedado dormida apoyada en uno de mis hombros, con una mano agarrada firmemente a mi teta, como tomando posesión de ella.
Aunque la despedida fue rápida no pude evitar que Javier me toqueteara el trasero antes de seguir camino de su casa, mientras su esposa se despedía del resto de la familia.
Capítulo IX
Tiempo después mis tíos trajeron al chalet dos perros pequeños, crías de pastor alemán, de unos amigos suyos, para que los cuidáramos el fin de semana que ellos estarían fuera.
A mi me hizo mucha ilusión, porque me encantan los animales, y sobre todo los perros, pero no contaba con las perversiones de mis dos primos.
Debido a que los animales ya eran algo mayorcitos mis tíos no querían que estuviesen en la casa, y les preparamos un pequeño refugio en el jardín, hecho de mil cosas diferentes.
A la mañana siguiente, nada mas irse mis tíos, me dijeron que ese día jugaríamos con los perros en la casa, en vez de ir a la playa; y yo, ingenua de mi, accedí la mar de contenta a sus deseos.
Solo salir al jardín vi que los mellizos habían sacado un montón de trastos de la cocina y del desván, y empece a preocuparme.
Y me preocupe mas todavía cuando me ordenaron que me desnudara del todo, haciéndoles un completo strip-tease al compás de sus silbidos; y que me tumbara, en pelota picada, sobre la amplia toalla de playa, para empezar con el primer juego que habían estado tramando la noche anterior.
En cuanto lo hice me ataron firmemente a dos de las tumbonas que allí estaban con unas cuerdas que habían sacado del garaje, con los brazos y los pies abiertos en cruz, para que yo no pudiera rebelarme ni hacer ninguna trampa.
Luego procedieron a untar mi cuerpo con dos estrechas líneas de mermelada. Estas salían desde cada una de mis manos hasta llegar al pie opuesto, haciendo una sinuosa espiral por cada seno hasta llegar a la cima, y cruzándose ambas en el ombligo. Después de algunos esfuerzos lograron coronar cada uno de mis rígidos pezones con una guinda, de esas de repostería, como metas volantes; y metiendo otra dentro de mi ombligo como si fuera una especie de premio especial.
Uno cogió el perrito y el otro la perrita y, dejándoles oler el inicio de la mermelada de mis manos, me pidieron que yo diera la salida. Así lo hice, deseosa de que me soltaran lo antes posible, y los dos animalitos empezaron a lamer con unas ganas que me hicieron sentir mil cosas a la vez.
Pues, por mas que lo intentaba, no lograba que esa suaves bolas de pelo me dieran asco; y, si bien es cierto que al principio sus largas y asperas lengüecitas solo me hacían cosquillas, rápidamente estas empezaron a convertirse en un raro placer.
Pronto alcanzaron mis tetas y, mientras la perra se entretenía en saborear su guinda, y mi pezóncito (que, al endurecerse, parece ser que le gusto mucho mas que la guinda, pues le dedico bastante atención), el perro se adelanto raudo hacia la guinda del ombligo.
Parecía que iba a ganar él la carrera, pero no contaban con que a esas alturas mi sensible intimidad llevaba ya un rato rezumando jugos, y el animalito no dudo ni un momento en desviarse de la mermelada para lanzarse a chupar mis jugos.
El perrito movía su larga y áspera lengüeta a una velocidad de vértigo y yo sentía que su húmeda lija me iba a matar de placer. De nada sirvieron mis protestas, cada vez mas débiles, pues los mellizos no me soltaron hasta que la perrita llego al final de mi pie.
Y, para entonces, estaba tan excitada que no me importo demasiado que me soltaran los pies y las manos; así que mantuve la misma postura para no molestar al osado animalito.
Los mellizos enseguida se dieron cuenta del estado de excitación en que me hallaba, y no dudaron ni un instante en aprovecharse de la situación para seguir con otro juego de la misma índole.
Me hicieron poner a cuatro patas y me convirtieron en mama perra.
Así, mientras cada uno de ellos se hacia cargo de su perrito, se turnaban en hacerme mil perrerías a mi, y nunca mejor dicho.
El mellizo que tenia a la perrita no paraba de untarme mermelada en las tetas, para que el pobre animalito, que parecía haberle cogido gusto a la cosa, no dejara de jugar con mis duros pezones.
Al apoyar mis codos en el suelo había dejado mis sensibles péndulos rosados a la altura ideal, por lo que su húmedo hocico se ensañaba con mis joyas a conciencia.
El otro mellizo aprovecho que el perrito se había encariñado con mi sabroso conejo, y se esforzó en hacerme correr una y otra vez, con sus hábiles caricias, para que el chucho no dejara de lamer mi cálida rajita ni un instante, cómodamente situado sobre una banqueta que lo dejaba a la altura justa de la húmeda gruta que tan a fondo estaba degustando.
Además el muy desgraciado se dio cuenta de que si jugaba con mi orificio mas estrecho al mismo tiempo que me masturbaba, me hacia llegar mucho antes al orgasmo; y no dudo en introducirme un dedo, y en algún momento creo que hasta dos, para hacerme gritar de placer, mientras los cuatro disfrutaban, cada uno a su modo, de mi tembloroso cuerpo.
Al acabar la mañana, cuando por fin me dejaron descansar, estaba mas floja que un flan; y muy preocupada, al ver que me estaban empezando a gustar este tipo de porquerías.
Por eso preferí no volver a acercarme a los perritos mientras estuvieran en la casa, por si las moscas. Volviendo a mi rutina diaria de «juegos» con mis primos y sus amigos.
Capítulo X
Cuando llego la feria al pueblo pude descansar un poco, solo los primeros días, de sus acosos.
Después, cuando las atracciones se volvieron ya rutinarias para ellos, volvieron a valerse de mi para divertirse.
La primera vez que subí en la rueda loca, el avispado vejete que la manejaba hizo reír a todo el mundo con sus picantes frases y sus bromas, bastante subidas de tono, al tiempo que, manejando hábilmente el aparato, me obligaba a lucir mis picaras braguitas; haciéndome golpear el trasero contra el asiento, una y otra vez.
Como mis primos y sus amigos se lo pasaron tan bien, a mi costa, me obligaron a subir cada noche por lo menos cuatro veces al estúpido cacharro, para diversión del numeroso publico, mayormente masculino, que se lo pasaba en grande viéndome hasta el ombligo; y contemplando, embobados, como mis abultados melones bailoteaban descontrolados, meneándose alocados para todas partes y amenazando con escaparse de mi ropa en cualquier instante. Mientras, mi lastimado trasero se quedaba rojo, de tantos golpes como recibía.
Después, cuando ya estaban animados, me hacían entrar en el pasaje del terror; creyendo que, mientras deambulábamos por los oscuros decorados, me podían meter mano sin que nadie se enterara.
Pero ellos no contaban con que los encargados de la atracción si nos veían a nosotros desde diferentes escondites del decorado.
Yo estaba tan acostumbrada a sus manoseos que les dejaba toquetearme por todas partes.
Solo me enfadaba un poco cuando se empeñaban en bajarme las bragas hasta las rodillas, pues no podía caminar con comodidad.
Por lo demás, solía hacer casi todo el recorrido con las tetas al aire, mientras ellos me las tocaban, y chupaban, a placer; sin olvidarse nunca de mis sufridas partes bajas, que también recibían lo suyo, como de costumbre.
Así me tuvieron un par de días, hasta que el encargado de la atracción, un hombretón de mas de cuarenta años, hablo en privado con mis primos y sus amigos, para exigirles su parte del pastel.
Ese fue el motivo de que esa noche, mis primos, me llevaran, muy contentos, directamente a esa atracción.
Allí me hicieron pasar por un estrecho pasillo, que yo no conocía, hasta una especie de rincón lleno de agujeros.
Al oírnos acercarnos se asomaron por los agujeros ocho o diez manos, por lo menos; y, aunque al principio me negué, al final no tuve mas remedio que meterme dentro de ese rincón, ante la atenta mirada del resto de la pandilla, que disfrutaban de lo lindo viendo como las ansiosa manos de los desconocidos se ensañaban conmigo, dejándome casi desnuda.
Estuve mas de media hora dejando que aquellos desconocidos me exploraran a placer, llenando todos mis agujeros de dedos y torturando mis pezones a pellizcos.
Al final me obligaron a meter un pecho por uno de los agujeros mas grandes, para poder chuparlo entre todos antes de soltarme.
Un par de días antes de mi cumpleaños, aprovecharon que llovía para convencer a sus padres de invitar a varios de sus amigos a pasar la tarde en casa, mis tíos no estaban muy conformes porque tenían que ir a visitar a una amiga enferma, pero como yo me ofrecí para vigilarles, obligada por los mellizos, al final accedieron.
Mis primos me hicieron prometer que me portaría muy bien con sus amigos, pues era mi fiesta de despedida para con ellos, así que me hicieron poner mis bragas mas sexis y el mismo atrevido conjunto, de top y minifalda, que lleve aquel día al cine, en cuanto se fueron mis tíos por la puerta.
Dada la fama de facilona que tenia ya a esas alturas del verano, no me extraño lo mas mínimo que no faltara ninguno de la pandilla a la reunión. Durante la merienda, en la que tuve que hacer de camarera, como de costumbre, varios de los chicos ya empezaron con los roces, supuestamente inocentes, a mis pechos; y algún que otro apretón a mi trasero.
Creo que no falto ninguno por mirar, de forma mas o menos discreta, lo poco que escondía bajo mi minifalda, agachándose bajo el mantel, con cualquier tonta excusa.
En cuanto el ambiente empezó a estar caldeado me hicieron jugar con ellos a la cerilla, este era un juego bastante popular en aquella época en el que había que pasar una cerilla de uno a otro, y al que se le apagara se le hacia levantar una carta; según como fuera esta debía decir una verdad, dar un beso o hacer un atrevimiento, siendo su compañero de la derecha el que le decía que era lo que tenia que hacer o decir.
Lo de la verdad, eran preguntas bastante intimas. Que en mi caso concreto eran siempre, como no, de índole sexual, y cuyas respuestas les divertían muchísimo, llegándome a asombrar la mayoría por sus amplios conocimientos acerca del sexo y de las mujeres.
El beso siempre me lo llevaba yo, como era de suponer; y conforme avanzaba el juego dejaron de ser en la mejilla o en los labios y pasaron a otras zonas mucho mas intimas de mi cuerpo. Pues, aunque casi siempre respetaron lo mas sagrado de mi persona (salvo un par de ellos a los que les hacia mucha gracia besar un sitio tan húmedo), me lleve mas de una docena de besos en el trasero (que el tanga permitía ver en su totalidad). Y perdí la cuenta de las veces que tuve que levantarme el top para que uno de esos diablos metiera la cabeza dentro y me besara las tetas, o los ya rígidos pezones; llegando a recibir algún que otro pequeño mordisco de regalo, como pago a mi docilidad.
Con todo, lo peor de todo eran los atrevimientos, pues también era yo la que los sufría.
Me tuve que atrever a hacer todo lo que se les ocurría; y cada uno intentaba ser mas pícaro y original que el anterior en sus picaras pruebas, a costa de mi cuerpo.
Uno de ellos se tuvo que atrever a olerme el trasero, como si él fuera un perrito en celo. Otro se tuvo que atrever a quitarme las braguitas a base de mordiscos. Otro tuvo que limpiarme toda una teta, cubierta de nata, con la lengua. Otro tuvo que pintarme los pezones con mi barra de labios. Otro tuvo que medirme los pechos con una cinta métrica. Otro me los tuvo que pesar con una báscula de cocina. Otro tuvo que cortarme un mechón de pelos del conejo. Otro tuvo que hacerme un lacito, con un hilo de coser, en un pezón (para lo cual lo hubo de pellizcar un poco, hasta que se puso bien gordo). Otro tuvo que hacer que me ordeñaba como si fuera una vaca (y tiraba y apretaba con tantas ganas que por un momento pensé que lo lograría). Otro me azoto, levantándome la minifalda, como si fuese una niña pequeña. Y estos son solo algunos ejemplos.
Y no solo ellos, yo tuve que arrastrar mis tetas desnudas por el suelo empujando una pelotita; tuve que dejar que me metieran un cúbito de hielo por el coño y varias cosas por el culo (entre ellas un lápiz y una piruleta); tuve que dar de mamar a uno como si fuera un bebe; tuve que hacer un strip-tease completo al son de la música; tuve que dejar que me pusieran una pinza de la ropa en un pezón (pero me la quitaron enseguida porque dolía demasiado). Menos el pino, creo que hice casi de todo aquella tarde.
Y, por supuesto, en un momento u otro tuve que jugar con cada uno de sus aparatitos; por suerte todos eran aun muy niños para darme problemas, salvo Dani, del que ya hable.
Este, como era mas o menos de mi talla, tuvo que atreverse a cambiar toda su ropa con la mía dentro del armario empotrado de mi dormitorio. En cuanto cerraron la puerta se me echo encima como una fiera; y, quitándome las bragas, trato de entrar dentro de mi.
Pensé que lo mejor que podía hacer era intentar acelerar las cosas, así que le pedí calma, y empece a masturbarlo con maestría, debía ser la primera vez que se lo hacia una chica, pues se corrió casi enseguida. Pero, para asegurarme de que no me molestaría en toda la tarde, me agache ante él; y, haciéndole una espectacular mamada, conseguí que volviera a eyacular de nuevo.
El chico salió del armario con una cara que era todo un poema.
Cuando por fin se termino el dichoso paquete de cerillas me hallaba en un estado muy raro, mezcla de excitación y turbación, y no me pareció nada extraño que subiéramos al cuarto de los gemelos para seguir con otro juego. Esta vez no se andaron por las ramas, y me hicieron tumbar tal cual sobre la alfombra para jugar a los médicos.
Ya estábamos demasiado cachondos a esas alturas como para pensar en sutilezas, y no me importo.
En seguida empezaron a explorarme a fondo y, entre risas, me desnudaron, dejándome con todo al aire. Fue entonces cuando todos se hincharon de tocar, y hurgar, a placer.
Sentía sus rudas bocas chupando y mordiendo, y tenia mil manos por todos lados dando pequeños pellizcos y apretones. Pero aun así pude notar claramente que era Sergio el que estaba enseñándoles como hacerme una paja, con un dedo hurgando dentro de mi culo.
Tenia mucha practica el asqueroso de mi primo y me hizo correr enseguida.
Al oír mis fuertes jadeos y gemidos pronto fueron varios los que se turnaron en aprender el secreto; y, aunque los chiquillos no eran tan hábiles como Sergio, hicieron que me corriera varias veces. Metiéndome, en algún que otro momento, hasta dos dedos a la vez por la entrada trasera, obligándome con ello a dar auténticos gritos de placer, los muy puñeteros.
Cuando al fin se marcharon los niños no me quedaron fuerzas ni para salir a despedirlos.
Y, cuando mis tíos regresaron de la visita y vieron lo cansada que estaba, y lo pronto que me iba a dormir, me dijeron cariñosamente que cuando se juntan unos cuantos niños agotan mucho; y no tuve mas remedio que, sonriendo, darles toda la razón.
Capítulo XI
Aquella noche, cuando salí de la ducha reparadora, me quede dormida enseguida, sin quitarme siquiera el albornoz. Por eso, al día siguiente, cuando me desperté, me quede muy sorprendida al ver que llevaba puesto uno de mis camisones de verano, y que el albornoz estaba cuidadosamente doblado sobre una silla.
No se quien fue el buen samaritano que lo hizo, pero si se que se cobro su precio en carne; pues además del evidente escozor de mis pezones mi húmeda entrepierna aun estaba encharcada y dolorida, para demostrarme que esa noche había habido una fiesta silenciosa en mi dormitorio, a costa de mi cuerpo serrano.
La mañana de mi cumpleaños, mis tíos se fueron a primera hora de la mañana a la ciudad a comprar, entre otras cosas, algo para mi; y mis primos decidieron jugar el ultimo juego antes de darme el regalo prometido.
Después de todo lo que había pasado ese verano no me importo demasiado que me hicieran subir desnuda al desván; ni que me ataran, a cuatro patas, en lo alto de un viejo caballito balancín, al que le faltaba la cabeza.
Me colgaba un pecho por cada lado del caballito de madera. Y, como este era bastante pequeño, solo apoyaba mi barriga encima de la sillita; con lo que mi trasero, y todo lo demás, quedaba expuesto a sus tropelías, pues apenas apoyaba mis rodillas en el suelo.
Se quedo Sergio acariciándome, con toda la habilidad que había adquirido estos meses, mientras Alex se marchaba.
Cuando el otro mellizo regreso ya me había echo correr dos veces, y estaba tan cachonda que no me importo nada que hubiera vuelto con el perrito.
Al menos pensé que era él, al sentir su áspera y húmeda lija lamiendo de nuevo mi dulce conejito sin descanso. Pero supe que me equivocaba, cuando conseguí girar la cabeza y vi que era un enorme perrazo el que me estaba haciendo llegar a otro violento orgasmo.
Entre risas, mis primos me dijeron que el enorme chucho era el padre de los perritos que habían traído aquel día, y que era famoso en el pueblo por su gran fogosidad sexual.
Como vi venir sus intenciones, llorando les suplique que respetaran mi virginidad.
Ellos no contaban con que yo fuera todavía virgen esas alturas, así que se retiraron a deliberar, mientras el animal continuaba con sus fuertes lameteos, provocándome nuevos orgasmos
Al final accedieron a cambiar de planes y decidieron que el animal entraría solo por mi entrada posterior, virgen todavía; y a cambio yo debía hacerles a ellos lo mismo que le hice a mi novio aquella famosa mañana, mientras nos grababan con la cámara de vídeo.
Tuve que ceder, aunque jamas había pasado por mi mente que llegaría a hacer tal cosa, pues el chucho ya estaba buscando la mejor posición para penetrarme.
Así que uno de ellos se agacho junto a la fiera; y, tras algunos esfuerzos, consiguió que su enorme y largo pene se introdujera por mi canal mas estrecho. Chille como una poseída, ya que pensé que me estaba destrozando, pues el dolor era casi insufrible. Pero poco después eso cambio, y empece a sentir un placer como nunca antes había sentido, con unos orgasmos terribles, que pensé que nunca se acabarían, y que me hicieron gritar como una autentica loca.
Los gemelos, en cuanto vieron que dejaba de quejarme, y que empezaba a gemir cada vez mas fuerte, se pusieron delante de mi, uno junto a otro, y se bajaron los pantalones.
Aquellas cositas aun no estaban preparadas para juegos de mayores así que me las podía meter enteras en la boca sin ningún problema; y así lo hice, turnándome de uno a otro aparato, mientras ellos jugaban con mis pechos, apretándome las tetas y pellizcando los pezones sin piedad.
Al mismo tiempo el maldito animal me mataba de placer, entrando cada vez mas dentro de mi, con unos furiosos envites que me hacían rugir de gozo.
Perdí la cuenta de la cantidad de veces que llegue al orgasmo.
Lo malo fue que, cuando por fin el odioso perro llego al final, y se corrió, llenándome con unos largos y cálidos chorros de esperma, mientras me derretía de placer, se le formo una especie de pelota de carne en el miembro, y pase un susto terrible pensando que me quedaría enganchada a él todo el día. Por suerte solo estuvimos así unos minutos, aunque se me hicieron eternos.
Después, cuando me soltaron las ataduras, pude ir a lavarme a fondo en el aseo, que falta me hacia; aunque la flojera de mis piernas convirtió el recorrido hasta el baño en una autentica odisea.
Luego me duche parsimoniosamente mientras se lo llevaban a su casa.
Al salir del baño vi que los mellizos me esperaban en mi dormitorio, con la cinta de vídeo en sus manos y toda la ropa que me habían requisado puesta sobre la cama.
Mis odiosos primos cumplieron su palabra y, después de comprobar que era la autentica cinta, me enseñaron como borrarla. Me sentí muy feliz cuando al fin logre deshacerme de ella.
Pero todavía me quede mas feliz cuando les di un buen par de tortas a cada uno y les asegure que se llevarían la paliza del siglo si se atrevían a ponerme un dedo encima otra vez.
Se fueron, mas asustados que doloridos; y, hasta hoy, no me han vuelto a molestar.
Aunque me asusto al pensar en las diabluras que harán algún día con sus novias.
Capítulo XII
A media tarde vino la amiga de mi tía, la mujer de Javier, para hacerme su regalo, nos metimos en mi habitación y saco un precioso body de una caja.
Me dijo que me lo tenia que probar antes de la fiesta, para descambiarlo si no me estaba bien; y, sin dejarme reaccionar, empezó a soltarme los botones de la camisa.
Yo, sorprendida, deje que me desnudara como una niña pequeña, delante de mi tía, y que me pusiera el body.
Después, cuando comenzó a acariciarme los pechos, con la vana excusa de ajustar las copas, me di cuenta de que no había soñado lo de la tienda de campaña… y que las dos mujeres eran lesbianas.
Estaba tan cohibida, pues era la primera vez que conocía a una, que le deje hacer.
Ella, al ver que yo no decía nada, aumento la intensidad de sus caricias en mis pechos, masajeando mis pezones con una habilidad que jamas había sentido en nadie.
Después, haciéndole un gesto a mi tía, se arrodillo frente a mi y, soltando el cierre de abajo del body, empezó a darme unos suaves lengüetazos por todo el clítoris. Me abría caído de espaldas si mi tía, en ese momento, no me hubiera acompañado suavemente a la cama.
Allí me dejo caer, y empezó a darme dulces besitos por toda la cara. Dado que su amiga no había dejado de lamer y chupar mi dulce intimidad, maravillosamente, estaba ya en el séptimo cielo.
Fue por eso que, cuando mi tía, con sus amorosos besitos llego a mi boca, mientras me acariciaba expertamente las tetas, masajeandome tiernamente los pezones, los respondí como buenamente pude.
Tímidamente al principio (con pequeños besitos en sus labios), y como una autentica fiera en celo al final (chupando y mordiendo su sabrosa lengua), cuando me vino el fuerte orgasmo.
Después de hacerme llegar varias veces hasta el final, turnándose entre las dos para beber de mi cálida fuente, me hicieron jurar silencio respecto a su gran secreto. Luego se marcharon, entre risas, al dormitorio de mi tía, donde se pasaron toda la tarde entregadas a sus juegos y libertinajes.
Esa noche, durante la fiesta, decidí celebrar mi libertad, y no pare de beber con mis tíos y los amigos que habían venido.
Javier me regalo un collar muy bonito, y caro, pero que tuvo su pequeño precio.
En un momento dado el truhán me acorralo a solas en el pasillo y, estrujándome ambos pechos con sus zarpas, me dio un apasionado beso en la boca.
Como el ajustado body que llevaba puesto no le permitía jugar con mis grandes tetas, como era su intención, metió sus manazas debajo de mi minifalda; y, soltando el ya citado cierre de abajo, masajeo brutalmente mi intimidad. Llego incluso a meter uno de sus dedazos dentro de mi trasero, por completo, mientras pellizcaba mi clítoris con la otra mano.
Menos mal que, cuando apareció mi tío, interrumpió el beso, pues el dolor me estaba matando.
La fiesta continuo sin mas incidentes; y, cuando se marcharon todos, seguí a solas, bebiendo, junto con mis tíos, hasta acabar con las botellas de champan que nos habían traído.
Descubrí que mi tía aguanta menos que yo el alcohol, asi que tuve que ayudar a mi tío a acostarla.
Me hizo mucha gracia cuando, una vez desnuda mi tía, mi tío me guiño un ojo y luego le introdujo un dedo, hasta el fondo, varias veces, en su dilatada intimidad. Mientras, ella ronroneaba como una gatita, y movía suavemente las caderas para sentirlo mas a fondo.
Como vi que estaban la mar de entretenidos, pues mi tío no paraba de acariciarla cada vez con mas intensidad, les deje solos y me fui a dormir.
Pensé que, con tanto alcohol, dormiría de un tirón hasta bien entrada la mañana… pero les aseguro que no fue así.
La primera sensación al despertarme fue de placer, pues me estaba corriendo, y nunca había tenido un despertar mas dulce.
La segunda fue de duda, puesto que las manos que me habían hecho llegar al cielo, y que seguían acariciando a fondo mi intimidad y mis tetas, eran demasiado grandes para ser las de mis ruines primitos.
Y la tercera fue de sorpresa, al darme cuenta de que era mi tío el que estaba, desnudo y excitado, situado tras de mi.
Note como su poderosa masculinidad intentaba abrirse paso dentro de mi culo, y me alegre de que el asqueroso perro hubiera dilatado esa difícil entrada esa misma mañana.
Aun así creí que me rompería antes de que pudiera introducir su enorme miembro. Pero mi tío, con un gran alarde de habilidad y paciencia, consiguió lo que me parecía imposible.
Pronto tuve que morder la almohada, para que mis gritos, primero de dolor y después de placer, no despertaran a los demás.
Mi tío se corrió dos veces seguidas en mi culito, antes de salir, y yo perdí la cuenta de las veces que creí morirme de placer.
Después se marcho sigilosamente, como había venido… y la verdad es que nunca mas a vuelto a ponerme un dedo encima.
Y esta es mi historia, que espero les haya gustado a ustedes mas leerla que a mi vivirla.