Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • Me voy a follar a mi hijo I – Hola madre

María pasó la yema del dedo por el borde de la copa de vino, dibujando un círculo húmedo sobre la mesa. El vino era blanco, casi tan blanco como la piel de sus muslos bajo el camisón. Sin sujetador, las areolas rosadas se marcaban sobre la tela, como dos manchas descaradas en medio de tanto blanco inocente. Le gustaba ese contraste. Lo había escogido a propósito.

Fuera, la calle seguía con su rutina anodina de jueves. Dentro, la cocina era el sitio desde el que lanzaba su tela de araña. Un hervidero de feromonas contenidas y un escenario listo para el primer acto. Todo estaba medido al milímetro.

Martín llegaría en minutos. Siempre llegaba a la misma hora, con el pelo aún mojado, la mochila colgando de un solo hombro, ese olor inconfundible a cloro, sudor fresco y desodorante barato. Un aroma adolescente que María había aprendido a asociar con el placer culpable. Sabía lo que hacía en la biblioteca cuando decía que estudiaba. Sabía, incluso, en qué categorías se perdía y a qué perfil de OnlyFans llevaba meses abonado. Su perfil. Se pajeaba con la que estaba a punto de abrirle la puerta.

La mayoría de la gente que conocía a María, fuera de redes, habría puesto la mano en el fuego:

Esa mujer es normalita. Bonita, sí, pero más sosa que un caldo sin sal.

Lo decían las vecinas, lo pensaban las madres del colegio, lo comentaban las compañeras de la facultad cuando aún trabajaba en algo decente. María siempre va… bien, pero sin alardes. Nada provocadora. Y no mentían. Al menos no del todo. María sabía vestir su fachada con la misma precisión con la que hoy había elegido su camisón casi transparente y cortísimo, por arriba y por abajo, prácticamente una camiseta algo larga. Sabía ser invisible. Durante años lo había sido. Incluso en casa, donde nunca fue ni fiestera ni coqueta. Ni siquiera cuando follaba con Carlos se desmelenaba del todo, aunque ella lo había intentado, había intentado enseñarle su parte oculta. Pero era demasiado extrema para su ex marido. Por tanto, prevalecía la parte tímida. Siempre había sido tímida. Eso decían, pero era más apropiado decir “introvertida”. Ella no lo discutía, lo dejaba correr.

Solo unos pocos —los que pagaban, los que la buscaban en su cam, y en OnlyFans, esa pasión y luego profesión que su ex nunca entendió— conocían a la otra María. A Little Malaya, la zorra sin filtros, la teen primero, y después la milf, que gemía poniendo el culo a cuatro patas frente a la cam mientras gritaba “fóllame hijito” mientras un plug anal brillaba en primer plano.

Una doble vida hecha de orgasmos fingidos y otros que no, de guiones improvisados y confesiones reales. El placer secreto de saberse pervertida cuando todos la creían gris.

María miró su reflejo en la copa de vino. Ni siquiera ahí se reconocía. Lo que iba a pasar esta noche era una tercera forma de ser. No era la María tímida que su ex conoció, ni la ocultamente pervertida Malaya aficionada que su ex dejó. No era la Malaya profesional que vendía gemidos virtuales a desconocidos. Era otra cosa. Había decidido que el momento y la forma de unir a María y Malaya era en la seguridad de su hogar, con lo que más quería en el mundo, y, además, ajustando cuentas con lo que más odiaba. Esta noche, esa mujer debutaba en carne y hueso.

La cerradura crujió. María no sintió nervios. Lo que sintió fue calor entre las piernas, esa humedad tibia, la forma que toman las fantasías que por fin cruzan al mundo real. Nunca había sentido exactamente ese calor. Sólo algo cercano cuando follaba con Carlos e intentaba compartir con él sus fantasías extremas.

Martín entró, y todo fue según el guion.

—Hola madree—saludó él, sin asomar siquiera la cabeza a la cocina.

—Hola, guapo! —respondió María. Lo dijo suave, con ternura, pero la mirada que le clavó desde la mesa y su sonrisa ladeada, perversa, no tenían sólo amor maternal. O quizá sí. Eso es materia científica o de mejores narradoras.

Martín giró la cabeza, y ahí llegó la primera sacudida. Su escáner involuntario empezó en los muslos cruzados, pasó por el contorno de su nalga en la silla alta, subió por el camisón de seda bien relleno por sus tetas, se enredó en el pelo húmedo pegado al cuello y terminó en esas gafas que le caían un poco, dándole un aire entre profesora cachonda y madrastra peligrosa. Los perfectos pies descalzos que tan en detalle conocía, con uñas recién pintadas de color discreto, remataban el cuadro.

—¿Cenamos juntos? —le preguntó María, alzando la copa.

Martín tragó saliva. Desde cerca, el camisón era casi transparente. Y cuando ella levantó el brazo, la sisa dejó ver la curva suave de un pecho desnudo. Martín miró. Quiso apartar la vista, pero no pudo.

—Te acompaño, pero ya he cenado —murmuró, soltando la mochila al suelo.

María le pasó su copa y le rozó los dedos. Fríos. Los de ella, calientes. Martín se sentó, o lo intentó. La silla alta de la cocina le pareció más incómoda que nunca. Cruzó las piernas. Error. El pantalón corto no disimulaba nada. María lo vio. Y sonrió, con la boca levementa abierta.

La copa dejó un cerco en la mesa, igual que las bragas de María estaban dejando uno sobre la silla. Al moverse, sintió el leve tironcito de la tela empapada separándose de su piel recién depilada. Mojada antes de que él llegara, más aún ahora.

—Tienes que comer más —le dijo, cortando un trozo de queso.

—Estoy bien —respondió él, y la voz le salió tensa. El efecto del corte del trozo de queso sobre las tetas de su madre en camisón le afectó.

Silencio. Solo cubiertos y respiraciones cruzadas. María jugaba a cruzar y descruzar las piernas, dejando asomar el borde negro de la braga. Martín parpadeaba como quien intenta resetear el cerebro. Le iba mal. Y María disfrutaba cada segundo.

El móvil vibró sobre la mesa. Notificación de OnlyFans por Gmail. María ni lo miró. Sabía quién era. Sabía qué decía. Cada jueves, un mensaje muy parecido: “Estoy solo en la biblioteca. ¿Me mandas algo fuerte? Quiero oír cómo te corres” Esta vez no habría video. Esta vez lo iba a oír en directo.

—¿Quieres ducharte antes? —preguntó ella, levantándose.

Martín frunció el ceño. No era una sugerencia habitual.

¿Antes de qué?

De pasar el rato con tu madre.

Joder, ¿por qué?

Porque hueles a cloro. Y me encanta cómo hueles cuando usas mi gel. – Hizo una parada y le miró a los ojos, con la sonrisa de lado, para continuar usando cada sílaba con mayor lentitud – El de coco.

Martín se puso rojo. María le devolvió una sonrisa completa.

—Vale —dijo él, escapando al pasillo.

Cuando la puerta del baño se cerró, María se levantó de nuevo de la silla. Las bragas se despegaron de su coño con un nuevo tirón lento y húmedo. Se mordió el labio. Quería que Martín la follara con las mismas ganas que se la cascaba viéndola en pantalla. Quería ser su fantasía real. Ahí, en su salón. No era puto ilegal.

Caminó sin prisa hasta la puerta del baño. No entró. Solo pegó la oreja. Agua corriendo. Piel resbalando. Sabía exactamente qué hacía ahí dentro. Lo había escuchado otras veces. Y muchas de esas veces, ella se había tocado también, sincronizada con él, separados solo por una puerta.

Volvió a la cocina. En el salón, los trípodes ya estaban montados. No era para asustarlo. Era para que entendiera que no había accidentes y facilitar la conversación. No era un descuido. Y cuando todo terminara, ese video llegaría al Telegram de su ex, Carlos. Su hijo follándose a su madre, y la madre pidiendo más. Le iban a dar un espectáculo extremadamente depravado, aunque ni siquiera ella misma sabía cuánto.


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