Desde que tengo uso de razón, mi madre iba ligera de ropa por la casa. Los días más calurosos, llevaba sólo un par de bragas y una camiseta, sin molestarse en usar sostén. Tenía una camiseta en particular que me enloquecía con pensamientos sucios. Era de color blanco, bastante vieja, y la había personalizado recortándole el escote y las mangas. Cada vez que la llevaba puesta, sus tetas rebotaban de manera hipnótica bajo la tela delgada. ¡Los días que usa esa camiseta la miraba mucho más de lo normal! Para que se den una idea, mi mamá era el vivo retrato de la actriz Emma Butt. ¿Cómo no enloquecer contemplando a semejante hembra? Sus pezones amarronados siempre se veían duros. El abundante vello de su entrepierna siempre era tupido. Gracias a esa hermosa vista, de hecho, es que desarrollé mi gusto casi enfermizo por los coños bien peludos.
Cuando tomaba un baño, nunca cerraba la puerta. Era usual que yo entrara y me sentara en el taburete junto a la bañera a conversar con ella. Ella se limitaba a yacer allí plácidamente, con sus grandiosos pechos insinuándose bajo el agua. A menudo, mamá me pedía que le enjabonara la espalda y yo siempre lo aprovechaba como una oportunidad para meterle mano por todas partes. Cuando terminaba con su espalda, le decía que era hora de hacerlo por delante. Ella, lejos de ofenderse o escandalizarse, levantaba los brazos sonriendo y me dejaba hacer. ¡Qué tetas gloriosas las de mamá!
No hace falta decir que, una vez que descubrí las delicias de la masturbación, cada vez que ocurría uno de estos episodios corría a mi habitación y me pajeaba hasta soltar chorros y chorros de lefa. Los sentimientos que me inspiraron esas sesiones de masturbación nunca disminuyeron; de hecho, se hicieron más y más y más fuertes a medida que pasó el tiempo.
Hubo una serie de momentos destacados a lo largo de los años en los que llevamos las cosas un poco más allá de lo normal. Hablaré en esta oportunidad de dos de ellos.
El primero ocurrió pocos días después de mi cumpleaños. Unos días antes, mamá me preguntó qué quería como regalo. Como su pensión por viudez no era la gran cosa y además yo no quería nada en especial, lo pensé y le dije que sólo deseaba una cosa. Ella me dijo que muy solemnemente que, si podía, me lo cumpliría sin pensarlo dos veces. Entonces le pedí que usara su camiseta especial y nada más durante todo el día. Ella sabía a cuál me refería porque siempre lo comentaba. Le pregunté si podía despertarme por la mañana usándola y pasar el resto del día así, aunque estuviera haciendo sus quehaceres. Mi cumpleaños cayó un sábado ese año, y los sábados eran días de limpieza de la casa. Ella sonrió, me dijo que era un travieso y prometió que lo pensaría. No volvió a mencionar el asunto, así que pensé que probablemente no me iba a cumplir el capricho.
La mañana de mi cumpleaños escuché a mi mamá pasar junto a la puerta de mi habitación y bajar las escaleras. Pensé que esa era la confirmación que no iba a recibir mi regalo. Me quedé dormido de nuevo. Lo siguiente que supe fue que sentí un brazo en mi hombro sacudiéndome con suavidad para despertarme. Nunca olvidaré la vista que tenía delante cuando abrí los ojos: el pronunciado escote de mi camiseta favorita dejaba al descubierto la parte superior de las areolas de las tetas de mamá mientras ella se inclinaba sobre mí y me daba un beso en la frente y me susurraba feliz cumpleaños. ¡Me pito adolescente se puso tieso al instante!
Miré hacia abajo y me di cuenta de que mi cara estaba a sólo unos centímetros de su velluda vagina. Su barriga colgaba apenas un poquito. Justo debajo de su ombligo, comenzaba la camiseta. Sus pezones estaban duros, ¡muy duros! Nunca los había visto sobresalir tanto como entonces. El cuello de la camiseta dejaba al descubierto la mayor parte de su hermoso busto. Al parecer, había bajado a prepararme una taza de té que estaba en mi mesita de noche. Le confesé que no creía que fuera a hacerlo y me preguntó sonriendo si estaba contento. Mi respuesta fue meter la mano bajo la camiseta y comenzar a jugar con una de sus tetas. Con mi mano libre levanté el edredón y le pedí que se metiera en la cama. Ella obedeció.
Ella entró muy lentamente, mientras levantaba su pierna izquierda para entrar, su coño quedó expuesto en todo su esplendor (¡¡y fue absolutamente glorioso!!). Nunca lo había visto tan de cerca hasta ese día. Recuerdo cada pliegue y el olor almizclado pero sensual del área más privada de una hembra. Normalmente, cuando estaba de pie, no se podía ver mucho de su coño. Era una hendidura bastante discreta debajo del triángulo sin afeitar de su pubis. Pero cuando entró en mi cama esa mañana, se abrió como una flor rosa brillante para mí. Ambos labios se abrieron y recuerdo haber visto hilillos de jugo aferrándose a cada labio. Mamá tenía un clítoris grande y de aspecto tierno y estaba claramente. Por breve que fue ese momento, afectó mi vida de una manera profunda. Desde entonces, esa visión es de las más frescas en mi mente.
Mamá se había acostado junto a mí, estaba apoyada sobre su lado derecho y, como solía ocurrir, su teta izquierda se había caído completamente de la camiseta (¡otra razón por la que era mi prenda favorita!). Me incliné y se la chupé durante lo que parecieron horas. Mi verga estaba dura como un ladrillo. Estaba lubricando tanto que la parte de delante de mi ropa interior estaba empapada. La saqué y quise tocar a mamá con ella. Mi mente estaba tan llena de pensamientos sexuales y satisfacción por tenerla acostada a mi lado casi desnuda que simplemente lo hice. Me moví hasta que la punta de mi instrumento tocó su muslo. Recuerdo sus palabras exactas que susurró en ese momento: «¡Santi, mi cielo, mira que hacerle semejante guarrada a mami!», pero la forma en que lo dijo fue juguetona. Eso me animó a ir un poco más lejos. Seguí deslizando mi instrumento por sus piernas, manchándola con mi líquido preseminal, hasta que abrió ligeramente las piernas. Coloqué mi pito entre sus muslos y luego ella los cerró. Debido a que le estaba chupando una teta, mi verga estaba aproximadamente a la mitad de sus muslos.
Pasado un rato, ambas tetas ya estaban fuera. Alternaba mis chupadas. No hubiera sacado sus ubres de mi boca por nada del mundo. Me estaba volviendo loco de placer. Me armé de valor y comencé a sobárselas con mis manos temblorosas. Mientras, movía lentamente mis caderas casi por instinto, sintiendo sus muslos apretando mi verga. Luego de un rato, mi movimiento se hizo más rápido a medida que el clímax se aproximaba.
Mamá parecía estar disfrutando. Me sonreía cada vez que la miraba entre sus hermosas tetas color caramelo.
Continuamos así durante unos quince minutos más, hasta que no fui capaz de aguantar más. Me vine, ¡y vaya que lo hice! Empecé a soltar gemidos incontrolables mientras metía mi cara entre los pechos de mi madre, los besaba y los lamía por todas partes. Mi verga era una manguera que soltaba chorro tras chorro de leche.
Ella sabía exactamente lo que estaba pasando y cuando levanté la vista, temeroso por lo que ella podría decir, simplemente me miró, me acarició la cabeza y dijo: «Santi, bebé, mamá te ama. Cuando te calmes, límpiate y levántate». Dicho esto, se levantó, se paró frente a mí con sus dos tetas fuera de la camiseta blanca, los guardó soltando una risita y entonces me regaló otra imagen que nunca olvidaré: cuando se dio la vuelta para salir de mi habitación, vi sus muslos empapados con mi semen.
Nunca se dijo nada sobre ese momento, como si todas las cosas que venían sucediendo entre nosotros a lo largo de los años se mantuvieran en secreto, sólo entre nosotros. El resto del día fue como un sueño. Mamá cumplió su palabra y usó la camiseta durante todo el día, tal y como le había pedido. Debo haberle metido mano durante la mayor parte del día. Recuerdo que ese día logré tocarle el montículo de su coño por primera vez, sintiendo su gran mata de vello contra mi piel. La seguía casi como si flotara. Prestaba especial atención al verla inclinada quitando el polvo, lustrando el piso o buscando cosas. Vi su coño abrirse para mí no menos de seis veces más ese día, no tan de cerca como cuando me despertó a la mañana, pero sí lo suficiente como para apreciar el destello de carne rosada, jugosa y brillante. El día terminó con nosotros diciéndonos buenas noches en la puerta de su habitación después de que yo había pasado las dos horas anteriores con mis manos bajo su camiseta mientras veíamos algo en la televisión (¡y no tengo idea de qué era!).
Mi segundo recuerdo más vívido lamentablemente no duró tanto. De hecho, fue por accidente que sucedió. Culminó cuando obtuve una vista casi directa del grandioso coño de mi madre y de su apretado y arrugado ojete.
Al fondo de nuestra cocina, puerta mediante, había un pequeño cobertizo pegado. El nivel del piso entre la cocina y el cobertizo era diferente, había que bajar un escalón. Resulta que ahí era donde estaba instalada la lavadora, a la izquierda de la puerta. Para cargarla (era de carga frontal, no de carga superior), nos poníamos en cuclillas con los pies en el borde del piso de la cocina y nos inclinábamos un poquito hacia adelante, colocando una mano sobre la máquina para sostenernos. Tan pequeño era y tan lleno de cosas estaba, que el cesto de la ropa sucia ocupaba todo el espacio libre del piso del cobertizo.
Una mañana, durante las vacaciones de invierno de mi penúltimo año de escuela, entré a la cocina y vi a mi mamá en cuclillas e inclinada hacia adelante, llenando la máquina lavadora. Como dije antes, a menudo ella estaba muy ligera de ropa cuando sólo estábamos nosotros dos en la casa (es decir, la mayor parte del tiempo). Aquella mañana en particular, llevaba un sostén deportivo y nada más.
Lo primero que captó mi atención fue, como siempre, el color rosado de su sexo. Aceleré el paso para acercarme y me agaché junto al armario cerca de ella para sacar un tazón para servirme cereal. La forma en que estaba abierto su coño fue sin duda una de las cosas más excitantes y maravillosas que he visto en mi vida. Su gran clítoris estaba completamente expuesto a pesar de su mata de vello y los labios de su coño estaban muy separados, tan separados que había una clara abertura allí, un agujero negro donde muchas veces he pensado en enterrarme. ¡Pude verlo TODO! Llegué a distinguir su pequeño orificio para orinar debajo de su clítoris, vi los pliegues internos y la humedad de su hermoso túnel.
Todo parecía tan perfecto. Se agachaba a un lado para agarrar otra prenda del canasto y necesitaba inclinarse hacia adelante nuevamente para echarla dentro de la lavadora, y todo entre sus piernas parecía abrirse más cada vez que hacía esto. Mamá sabía que yo estaba allí y honestamente no creo que estuve mirándola por mucho tiempo, pero absorbí cada detalle del cuadro frente a mí. Me dijo buenos días y me preguntó si tenía más ropa sucia. Dije que sí y subí a buscar unas medias. Cuando bajé y se los entregué, ella se inclinó hacia adelante nuevamente y la vista pareció mejorar aún más, pareció extenderse aún más para mí, el agujero de su coño parecía más grande, sus labios eran más jugosos. ¡También vi sus nalgas separadas y su arrugado agujero marrón en exhibición solo para mí cuando cerró la lavadora! El músculo del esfínter se contrajo y tuvo un espasmo mientras se ponía de pie.
Quise quedarme y contemplarla más, pero no aguanté. ¡Debía escapar a mi habitación a descargarme! Recuerdo haberle dado unos besos en la mejilla y luego en su escote, uno en cada teta, para luego correr escaleras arriba (ni me había servido cereal).
Me tuve que pajear hasta calmarme. No paré hasta eyacular tres veces.
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