Capítulo 1

Capítulos de la serie:

La familia que folla unida permanece unida I

Mi marido y yo siempre fuimos muy liberales en materia de sexo.

En los últimos años incluso nos habíamos asociado a un club de intercambio de parejas en el que se llegaba a bastante más que eso.

Había fenomenales orgías.

Cuando mi marido falleció repentinamente me encontré, al poco tiempo bastante falta de satisfacción sexual.

El club de intercambio no podía seguir admitiéndome ya que no tenía pareja y eso, pese a que en la práctica era insustancial, constituía un requisito formal.

A los pocos meses, mis dos hijos gemelos Pedro y Pablo me notificaron que ya habían terminado sus estudios en el extranjero y que regresaban a casa. Yo no les había permitido venir al entierro de su padre ya que, desde el pragmatismo que regía nuestra familia, aprecié que no hubiera servido de nada su presencia en las exequias.

Ellos tienen 22 años y son exactamente iguales, creo que solamente yo soy capaz de diferenciarlos. Cuando fui a buscarlos al aeropuerto quedé asombrada de su cambio. Ya no eran los adolescentes que salieron de casa.

Eran hombres hechos y derechos, como era de esperar a su edad. Una madre nunca se da cuenta de que sus hijos crecen. Tras los primeros días de contar sus aventuras se estabilizó la vida cotidiana, comenzaron a buscar trabajo y yo volví a sentir la necesidad de una polla en mi coño.

Un buen día me vino a la cabeza una idea perversa: ¿Por qué no con ellos?. inmediatamente descarté aquella aberración, pero me venía constantemente a la cabeza y no conseguía apartarla definitivamente.

Al final no encontré respuesta al” por qué no”, salvo las convencionales, que no eran suficientes ante mi calentura.

Tras semanas de verles moverse por casa, con aquellos cuerpazos de 1,80m, a veces casi desnudos, tomé la decisión de que serían ellos quienes me follasen … si lo aceptaban.

Una noche, después de introducirme en el coño mis bolas chinas para darme ánimos y ponerme mi ropa interior más atractiva, junté a los dos chicos y, armándome de valor y superando la vergüenza les dije:

– Chicos, ya sabéis que en esta familia siempre se ha hablado con franqueza de todo sin respetar ningún tabú. Conocéis que vuestro padre y yo disfrutábamos mucho del sexo y no creo que os sorprenda si os digo nos habíamos hecho socios de un club de intercambio de parejas en el que disfrutábamos mucho y frecuentemente. La variedad de hombres que me han follado en esos intercambios han hecho que me encuentre plena de sexualidad y ansiosa de tener más. Al fallecer vuestro padre ya no puedo seguir siendo socia del club por carecer de pareja. He pensado en buscarme una, sea cual sea, aunque solamente sea para seguir siendo socia. Pero eso sería complicarme la vida de forma innecesaria. Por eso se me ha ocurrido que …. queee …

– ¿Qué ? Mamá. – Esteee …. bueno …. pues … si no tenéis inconveniente … yooo … os he visto ..y

– Bueno, terminarás algún día.

– Pues que si queréis follarme vosotros. Ya está dicho.

– Bueeeeeeno. ¡ La puta nos salió !.

– Bien mamá, por hacerte un favor, podríamos. Pero antes de decidir hay que hacerte un examen.

– Por supuesto hijos, me desnudo.

Une vez me quedé desnuda comenzaron a examinarme, primero visualmente y después palpando, entre comentarios.

– Pedro, lo primero que habrá que hacer será quitarla ese felpudo del pubis para que se vea limpio y bonito.

– Si, pero no parece que sea preciso mucho más. Quizá adornarla como la puta que nos ha resultado la vieja. Vestirse ya se viste como tal.

Al oírme llamar puta por mis propios hijos se me subió la calentura y comenzó a humedecerse mi chocho.

– ¿Qué es ese cordón que te sale de la vagina, mami ?

– Son mis bolas chinas, las llevo casi siempre que salgo.

– No me extraña que estés caliente siempre so pendón.

Más humedad. Me gustaba que me trataran como a una ramera. Me ponía a cien. Pablo comenzó a sacarme despacito las bolas mientras Pedro me amasaba las tetas y pellizcaba los pezones.

– Tiene jugosos y gordos los pezones, y las tetas gordas y pesadas, la vieja.

– Si, y el coño destila jugos como un manantial, voy a probarlos. Mmmmm delicioso. Siguió chupando mi coño un rato y alcancé mi primer orgasmo con mis hijos.

– Ya se ha corrido la muy zorra, y eso que ni tan siquiera le he tocado el clítoris, que por cierto lo tiene muy gordo, dijo, presionando entre sus dedos mi sensible órgano. Sigamos examinando.

Me tumbaron en el sofá y siguieron palpando todo. Ya me metían los dedos en el coño y en el ano comentando lo calientes que tenía mis agujeros, lo mal que olía mi culo y la necesidad que tenía de un enema.

– No está nada mal Pablo, se le podrán hacer muchos favores a mamá. Se parece a aquella casada que nos follábamos todos los días del último trimestre del curso pasado. ¿Te acuerdas de la última semana en que nos follamos juntas a ella y a su hija?. Lástima que fuesen tan indiscretas y se enterase el marido.

– Pedro, vamos a depilarla. No me gustan los coños peludos.

Mientras procedían a despojarme de la pelambrera siguieron con sus comentarios que me ponían a cien y tuve otro orgasmo solamente de sentir los dedos alrededor de mis labios vaginales y mi clítoris. No sentía ninguna vergüenza de estar allí despatarrada indecorosamente ante ellos mientras separaban mis labios para pasar la maquinilla de afeitar.

– Convendría llevarla a Corporación Depiloestética para que le hagan un depilado definitivo y que quede suave como el culo de un bebé para siempre.

– Si, conviene hacerle unas cuantas mejoras. Y hablando de bebés, mamá que anticonceptivo utilizas.

– Estoy usando la píldora.

– Bueno mamá sigue con ella, te follaremos. Serás nuestra concubina. Ahora vamos a empezar, pero antes hay que vaciarte el culo para mayor comodidad. Me consideré enormemente afortunada de ser la concubina de mis dos hijos gemelos y de que me fuesen a follar conjuntamente. Mi coño no cesaba de manar, y más viendo el tamaño de las pollas de los nenes. Me entró una ligera preocupación ya que en mi ano no había alojado penes de ese tamaño nunca, y en la vagina pocas veces.

Me tomaron uno de cada mano y me llevaron al baño para que me mirase en el espejo mi coño depilado.

Me encantó como destacaban impúdicamente mis abultados labios mayores sobresaliendo en la cima mi gordo clítoris que su capuchoncito apenas podía cubrir.

Me dieron una sobada de tetas y nalgas delante del espejo que me llevó a calenturas que jamás creí tener.

Ver mis tetas aprisionadas y estrujadas por las manos de mis propios hijos, así como reclinada hacia adelante sobre el lavabo mientras me introducían los dedos en la vagina era algo que me ponía en éxtasis.

Realmente nunca había contemplado el uso de mi cuerpo en un espejo.

Aquel descubrimiento me hizo pensar en la conveniencia de redecorar mi dormitorio ahora que haría falta una cama de dos metros.

Después, me tomaron otra vez de la mano y me llevaron a reclinarme sobre la mesa de la cocina para proceder a la irrigación de mis intestinos. – Mamá, ¿ tienes un tapaculos?

– Si hijo, en mi dormitorio, en el cajón segundo de la cómoda, al fondo. Pablo fue a buscarlo mientras Pedro calentaba agua con un poco de aceite de oliva y unas hojas de eucalipto. Cuando volvió Pablo con aquel instrumento me preguntó como lo utilizábamos su padre y yo.

– Bueno, a veces jugando y otras era para indicar discretamente al intercambiado de otra pareja que no estaba accesible por el ano, bien fuera por el tamaño de su polla, que me daba miedo o porque estaba dolorida. – Si, realmente eres un poco estrecha de culo, ya lo he comprobado con los dedos. Es una de las cosas que habrá que corregir.

Me imaginé a mis hijos jugando con mi ano para ensancharlo y me dieron escalofríos de placer. Realmente era una verdadera ramera y lo peor es que me gustaba.

Me insertaron la cánula en el ano y metieron a presión el líquido con la pera. Inmediatamente me colocaron el tapaculos y me llevaron otra vez al baño, donde estuvieron jugando con pis pezones y mi clítoris hasta que mis dolores de tripa aconsejaron el vaciado.

Me solté en el retrete ante la atenta mirada de ellos sin cortarme un pelo. Antes de ese día no podría ni imaginarme hacer las necesidades delante de nadie.

Ni de mi marido las hice nunca. Me estaba asombrando mi capacidad de perversión. Claro que, pensándolo bien, si una decide follar con sus dos hijos al mismo tiempo, lo demás no parece ya de importancia.

Siempre tomada cariñosamente de la mano me condujeron a la habitación y me sentaron en la cama.

Pablo se dedicó a besar mi boca con una maestría que nunca había conocido, después pasó a los pechos mientras que Pedro se dedicaba a mis genitales, succionando y manipulando mi clítoris como si sus 22 años de vida se los hubiera pasado haciendo solamente eso.

Poco tardé en alcanzar un prolongado orgasmo con tan copiosa corrida que Pedro dijo: – Pablo no veas como suelta cuando se corre, habrá que tener una botella de agua al lado porque cuando le demos bien a lo mejor se deshidrata. Tiene unas corridas la mar de sabrosas.

Me colocó Pablo sentada sobre sus piernas al borde de la cama y me fue insertando la polla en la vagina poco a poco consciente de su anormal grosor.

Cuando empezaba a gemir por el dolor, Pedro me metió su polla en la boca para acallarme mientras me empujaba por el cuello para que no me la sacase.

Creí que me ahogaría con el coño rasgado, pero su experiencia hizo que poco a poco le tomase el gusto al asunto y al poco rato me encontraba transportada a la gloria.

Tres escandalosos orgasmos me hicieron alcanzar sin que ninguno de los dos se corriese. Después me dieron la vuelta y mamé la polla de Pablo mientras Pedro de untaba mi agujero trasero con alguna crema.

Entonces si que temí por mi integridad. Cuando comenzó a penetrar no lo podía aguantar. Pedro desistió del intento y me la metió por el coño hasta que se corrió dentro al mismo tiempo que yo volvía a tener otro orgasmo sintiendo su esperma inundarme.

Pablo se corrió en mi boca pidiéndome que me lo bebiese, cosa que hice con gran placer.

Me sentía orgullosa de mis dos gemelos.

Media hora más tarde, y después de beberme casi un litro de agua como me habían pronosticado, me regalaban con otras dos dosis de semen, esta vez al revés, Pedro en la boca y Pablo en el coño, previa la propina de varios orgasmos más.

Era ya de noche y, agotada, me dormí abrazada entre mis dos queridos hijos. Por la mañana me repitieron el trabajo, corriéndose uno tras otro en mi vagina. Jamás creí que mi cuerpo pudiese aguantar tanto ajetreo. Me levanté de la cama machacada.

– Mamá, dijo Pablo, tienes poco aguante, hay que entrenarte más, y eso del culo hay que arreglarlo.

– Pues si me dais más orgasmos probablemente acabe en el otro mundo a poco tardar.

– Huy! Tienes madera de puta, puedes aguantar y disfrutar mucho más. – Creo que la idea de follar con mis hijos ha sido la mejor que he tenido en mi vida, queridos, aparte de la de quedarme embarazada de vosotros que era condición imprescindible para que se cumpliese la primera. Qué le espera a mi culo?

– Pues mamá, por principio tienes que tenerlo vacío y limpio para poder follarlo y alternar con el coño, porque sino puedes tener infecciones en éste. En segundo lugar, te pondremos una dieta para que tu caca, que es de utilidad alguna vez, no huela demasiado mal y, en tercer lugar, es muy estrecho para nuestras pollas, así que habrá que ensancharlo. Lo mejor es hacerlo como en Histoire D’O. Te daremos unos consoladores cada vez más gruesos para que te habitúes hasta llegar al calibre de nuestras pollas … y de las dos juntas.

– Ay, eso no me gusta. Tengo el culo muy sensible.

– Mamá, si no te podemos follar el culo te perderás el sándwich que nos ha hecho famosos entre alumnas y profesoras de la universidad. No querrás perderte tal placer.

– Bueeeeno, está bien, pero dadme tiempo.

– No demasiado. Esta tarde iremos de compras.

Fuimos de compras a una ciudad alejada de la nuestra y en mi vida he pasado mayor sofoco y vergüenza.

Me llevaban entre los dos, unas veces del brazo y otras de la mano, sin privarse de cuando en cuando de sobarme el culo en público. Entramos primero en una joyería donde con el mayor desparpajo me dijeron:

– Mamá, quítate las alianzas de boda.

Yo me quité las alianzas mía y de mi marido que, al uso de las viudas, llevaba juntas en el anular derecho y Pablo las tomó diciendo al joyero:

– Grabe usted en el interior de una “Concubina de Pedro” y en el de la otra “Concubina de Pablo”, no importa en cual.

Dicho aquello, quise que la tierra me tragase, y más ante la sorprendida mirada del joyero al que tuvieron que repetir el pedido.

Cuando el joyero las devolvió me pusieron una en el anular derecho y la otra en el izquierdo diciendo:

– Bueno, ya hemos formalizado el concubinato. Oiga ¿Cuánto le debo?. El joyero debía estar escandalizado porque dijo que era gratis, mirándome como a la ramera de Babilonia. Estoy segura de que jamás olvidará mi sofocada cara si es que la vio, ya que yo miraba al suelo obstinadamente buscando un resquicio para meterme en él.

Después me llevaron a un sex shop, donde de sopetón le preguntaron a un empleado donde estaba la ropa sexy para la señora.

Al encargado de la ropa le pidieron un sujetador de látex de los que sujetan pero no tapan de mi talla, y para mostrarle mi talla

Pablo me agarró los pechos por detrás y los levantó.

A continuación vino un tanga de hilo dental para lo cual Pedro le dijo al empleado que palpase bien mis nalgas.

Error de Pedro, porque el empleado dijo que para esa prenda lo único importante era la medida de la cadera, ya que el volumen de las nalgas era banal. No obstante el empleado palpó mis nalgas mientras lo decía.

Así siguieron cayendo en la cesta de la compra una serie de prendas ante mi cada vez mayor congoja, ya que se iban reuniendo a nuestro alrededor un montón de curiosos. La culminación de mi vergüenza vino cuando Pablo le dijo a Pedro en voz alta:

– Busca la serie de consoladores para ensanchar el ano de mamá mientras yo miro otros aditamentos.

No me hubiera importado morir entonces. Pero Pedro, delante del empleado del sector, dijo:

– Mamá, elige por qué talla de consolador quieres empezar a ensanchar tu ano.

Roja como un tomate señalé uno casi sin mirar y Pedro le dijo el número de los siguientes más gruesos hasta un calibre que no fui capaz de mirar.

Estaba pensando en quitarme la chaqueta y ponérmela encima de la cabeza como hacen los acusados en un juicio ante las cámaras fotográficas o televisivas. Los curiosos alrededor eran cada vez más y los otros stands del sex shop estaban vacíos.

Regresó Pablo con otra cesta llena de envases y por fin fuimos a la caja a pagar. Entonces el encargado, con cara de astuta complicidad nos sugirió: Disculpen que me entrometa, pero si la señora es su madre y la follan ustedes mismos en lugar de prostituirla, tengo comprobado que les gusta tener espejos para ver sus agujeros rellenos con la carne de su carne. Vea, tengo varios modelos anatómicos según el acto sexual que se ejecute y … – Vale, dijo Pablo nos llevamos esos dos.

Aquello me estaba llevando a la apoplejía inmediata cuando salimos del lugar. No tuve ocasión de mostrar mi indignación porque cerca entramos en un portal que indicaba una clínica.

Aquello ya me mosqueó demasiado y al llegar al piso estábamos en tal discusión que nos condujeron a una salita privada. – Mira, mamá, voy a hablarte objetivamente, me dijo Pablo. Hemos aceptado follarte, pero comprenderás que podemos encontrar multitud y variedad de jovencitas y maduras para saciarnos. Así que si quieres seguir el trato deberás prestarte a las variaciones que nosotros queremos. Si no rompemos el trato y punto.

Comprendí que no me quedaba más remedio si quería seguir follando con ellos. pero quise imponer alguna condición.

– Qué me queréis hacer aquí.

– Pues poca cosa: una depilación permanente de pubis, axilas, etc.., implantar unos bonitos piercings y algún delicado tatuaje.

– ¡Ah, no ! Ni hablar.

– Bueno, pues ni hablar, trato deshecho.

– Bueeeno, a ver. Detalladme más.

– Unos anillitos de oro en los pezones, otro en el gordito clítoris que tienes, un tatuajito discreto en el pubis y otro artístico en una nalga. – Me harán daño.

– Que va, te ponen anestesia. Lo único es que en algunos días no te podremos follar.

– Esto no me gusta nada y me estáis chantajeando.

– Ya te hemos dicho que si no quieres nos vamos y ya está. Pero reconoce que a uno le gusta follar con mujeres a su gusto. Así que tu debes ceder un poco y adaptarte a nuestro agrado.

– Está bien, pero que conste que me disgusta.

Nos introdujeron en una sala como de quirófano y le hicieron subir a una camilla. Allí toda espatarrada me entró terror y dije:

– Mejor que en el clítoris en los labios.

– Mamá, dijo Pablo delante del cirujano, hemos quedado que en el clítoris. El haberme identificado como su madre delante de aquel hombre me produjo tanto bochorno que ya no me atreví a soltar palabra. Me dejé perforar el clítoris y los pezones y colocar unos anillos de oro. Después me tatuaron algo en el pubis y, finalmente, me hicieron dar la vuelta y me tatuaron la nalga izquierda. Nos fuimos sin que yo hubiera vuelto a hablar. Los colores de la vergüenza aún no se me habían bajado. Conscientes de mi indignación ellos también callaron hasta llegar a casa, donde insistieron en que me viese en el espejo.

Allí casi me da una apoplejía: En el pubis me habían tatuado un rótulo que decía “CONCUBINA DE MIS HIJOS” y, además de dijeron que era imposible quitarlo. Mi mirada de odio lo dijo todo. Me fui a la cama y tarde tres días en dirigirles la palabra.

Una mañana, mirándome en el espejo me percate que, quitando la impertinencia del dichoso rótulo, por lo demás me veía muy atractiva. Mi nalga izquierda quedaba muy agradecida con una amapola rodeada por dos espigas de trigo en un dibujo muy bien elaborado.

Pensé que con el tatuaje del pubis jamás me atrevería a acostarme con otro hombre, así que quedaba a merced de mis hijos. Me dije que la cosa no tenía remedio y, pasadas las molestias de las perforaciones, me reconcilié con ellos mediante una monumental follada en la que comprobé el gustillo que da el que te tironeen de los pezones y del clítoris con cadenitas enganchadas en los anillos. Entonces fue cuando empezó el tratamiento de mi culo y, ante mi sorpresa, de mis pezones y mi clítoris. Todas las noches tenía que insertarme en el ano durante tres horas un consolador cada vez más grueso y además, quitarme los anillos del clítoris y los pezones para ponerme unas cápsulas de vacío que, según ellos harían más abultados y atractivos esos órganos.

Al cabo de una semana llegó la prueba de mi culo y fue un éxito. Aguanté no solo la polla de cada uno, sino que además me las metieron a la vez. También lo hicieron en la vagina y, por primera vez disfruté de un sándwich con ellos. A partir de aquel día yo tenía al menos un sándwich cotidiano. Era tan intensa mi actividad sexual con ellos que tuve que matricularme en un gimnasio para ponerme en forma y resistir aquel esfuerzo diario. Cuanto me acuerdo del día que me dijeron que iba a necesitar beber mucha agua. Era cierto, ya que mi coño no paraba de chorrear.

Poco a poco comenzaron a hacer travesuras conmigo que me encantaban. Me follaban con el puño simultáneamente en el ano y en la vagina. Me colocaban pesas colgadas de los anillos mientras me follaban. Me amarraban las tetas. Me sometían en fin a mil encantadoras perrerías que aumentaban el flujo de mi coño hasta casi parecer que me meaba. Y hablando de mear, también me enseñaron el placer de jugar a esas cochinadas con el pis. Yo ya diferenciaba a ciegas el sabor de la orina y el semen de cada uno. En eso no eran gemelos.

Quizá lo que más morbo de producía era su lenguaje, tratándome de mamá-puta, de degenerada, de incestuosa, de lujuriosa, de pervertidora. Aquellas palabras hacían que me desinhibiese sobre la moralidad de lo que hacía y me sumergiese plenamente en el placer. No soy su madre, pensaba, soy su concubina. Mejor aún, soy su madre y su concubina. Y aquellos pensamientos producían estremecimientos a todo lo largo de mi columna vertebral terminando en unas tremendas contracciones involuntarios de mi ano y mi coño.

Cuando eso ocurría y tenía una polla dentro, su propietario, a veces los dos, lo anunciaban a gritos: ¡ La zorra ha tenido un orgasmo mental solo de pensar que se folla a sus dos hijos al mismo tiempo!. Qué barbaridad le calienta más pensar con quien folla que follar en si. El tratamiento de vacío propinado a mis pezones y a mi clítoris dio un gran resultado y en poco tiempo pude presumir de unos enormes pezones con su anillito embelleciéndolos y unas areolas extensas y henchidas coronando mis pesadas pero apetitosas ubres. El clítoris se había convertido en una pequeña pollita que mejoraba mucho la intensidad de mis orgasmos.

Decidieron que no era necesario seguir el tratamiento ya que se había conseguido el efecto deseado a plena satisfacción de todos. Mi empeño en verme follada en los espejos y sobre todo verme el culo o el coño taponados les hacía las cosas incómodas y yo además no podía manejarme con las dos manos para verme como me abría yo misma, así que compraron una cámara de vídeo digital y cuando uno de ellos no actuaba podía filmarme.

Me encantaba ver como se estiraba mi clítoris cuando tironeaban de la cadenita, ver como quedaba dilatado mi ano tras una enculada doble,  mis bonitas manos abriendo mis labios vaginales para recibir sus gordas pollas, o el semen o mis fluidos resbalando de dentro de mis agujeros. Lo que más me deleitaba era ver mi cara y mis pechos bañados en orina cuando jugábamos a las marranadas y sobre todo mi cara lasciva cuando alcanzaba un orgasmo. También era delicioso oír mis propios gemidos y gritos, que no suenan igual desde fuera. Viendo las películas encontrábamos cosas que mejorar o nos daban ideas para hacer las cosas más placenteras.

También hacíamos travesuras fuera de casa, como follar sobre el coche al borde de una carretera, pasearme desnuda por una calle concurrida y salir pitando en el coche, ir a un hotel vestida como una puta con los dos juntos y pedir el servicio de habitación asomandonos los tres desnudos, bueno yo con medias, liguero y sujetador sin copas, y agarrando ellos mis nalgas. Esto del hotel les gustó y lo repetimos varias veces, incluso una vez, delante del recepcionista que ya nos conocía, Pablo dejó caer un comentario descubriendo que yo era su madre. Pese a haber aceptado ya con toda naturalidad mi perversión incestuosa, volví a sufrir un sofoco de vergüenza. Ya no nos dejaron volver.

Un día fuimos a jugar al billar y disimuladamente me metieron una pesada bola de marfil, de billar europeo, en el coño y otra en el culo. Cuando abandonábamos el local el encargado se había dado cuenta de la falta de las bolas y montó un número exigiendo registrarnos. Nos dejamos registrar y obviamente no encontró nada. A quién se le iba a ocurrir donde estaban ocultas las bolas. Arriesgando la suerte volvimos otra vez a por la tercera bola, que alojé en la vagina, y me llevé además otras cinco de billar americano en el culo. Esas fueron las únicas veces que salí de casa sin mis bolas chinas, que ellos querían que llevase siempre que saliese, máxime si iba con alguno de ellos.

Por supuesto esas travesuras las hacíamos en ciudades distintas de nuestra residencia, donde mis dos retoños habían encontrado magníficos trabajos y estaban muy bien considerados en sociedad.

Así seguimos durante varios meses, los mejores de mi vida, hasta que los dos, casi simultáneamente, se echaron novia. Pese a que me había hecho la idea de que aquello sucedería tarde o temprano, me sentí decepcionada. Era consciente de que, con novia los dos, no tendrían mucho tiempo para mi, y aunque lo tuvieran. carecerían del suficiente semen para mi insaciable ninfomanía. Ya hubo veces que se quedaron secos, y eso que no escatimaban el uso de la lengua, los puños o los consoladores.

Efectivamente, mis dosis de placer se vieron reducidas drásticamente, bien por ausencia de los folladores bien por indisponibilidad de semen. Y con aquel tatuaje en el vientre no me atrevía a buscar sustitutos.

No me quedó más remedio que sufrir aquel contratiempo con resignación. Lo llamo contratiempo porque solamente fue eso. La fortuna o la generosidad de mis hijos me asistieron otra vez más.

Un día se presentaron en casa los gemelos con sus respectivas novias. Me dijeron que pensaban casarse los dos el mismo día y querían presentarme a sus novias.

La de Pablo, Cristina, era una rubita tipo nórdico, bien rellenita, con grandes tetas gravitantes y gordo culo, muy apetitosa. La de Pedro, Alicia, era una soberbia mulata llena de vertiginosas curvas. Entre las verticales de sus pezones y la tangente a sus nalgas debía haber casi un metro de distancia.

Como buena anfitriona les invité a tomar algunos aperitivos y charla que te charla fuimos conociéndonos mejor, pareciéndome que tenía la suerte de haberme tocado dos agradables nueras con las que me llevaría muy bien. Así se lo dije y Pedro aprovechó para decir:

– Ya que hay buen rollete, vamos a intimar más con mamá. Y tomando de la mano a su novia la acercó a mí y, deslizando hacia abajo mi vestido, le mostró mis tetas sin sujetador.

– Anda Alicia haz un homenaje a las tetas de tu futura suegra. Y la mulatita sin dudarlo un momento comenzó a chupar los gruesos vértices de mis macizas ubres. Después fue derivando hacia mi cuello y terminó poniendo sobre mi boca sus gruesos y suculentos labios, tan suculentos y suaves que no dudé un segundo en sacar mi lengua para corresponder a sus caricias. Mientras mis hijos decían algo a lo que no presté atención, pero noté que tiraban de mis piernas hasta poner mis nalgas casi fuera del borde del sofá, alguien me subió la falda e inmediatamente otra boca mamaba mi depilado coño sin bragas. De una ojeada pude advertir que la comida de coño me la hacía mi otra futura nuera.

Yo ya había tenido alguna experiencia lésbica en los intercambios de parejas cuando en lugar de intercambio hacíamos cama redonda, pero nunca tan avanzada. Me gustaba tanto esta situación que comprendía que mi perversión había alcanzado unos límites inimaginables para mí antes de la muerte de mi marido. Allí estaba yo siendo follada no solamente por mis hijos sino también por sus novias, que serían sus formales esposas en poco tiempo. No se cuando ni como se desnudó Alicia, pero me encontré su coñito sobre mi boca ofreciéndose deliciosamente abierto a una mamada que no dudé en emprender con gran entusiasmo. Me fijé en que aquel juvenil pubis estaba tan desprovisto de pelos como el mío, y que el clítoris mostraba también un encantador piercing de plata consistente en un finísimo anillo con un colgante de perla. Al poco la boca que tan placenteramente me trataba el coño fue sustituida por una polla bien encajada hasta los testículos, así que pensé que era Pedro cooperando con su deliciosa novia mulata, pero me equivoqué, Pedro estaba a mi lado follando a Cristina, la novia de su hermano. Aquella tan hermosa forma de generosidad de mis hijos compartiendo el placer, y la total ausencia de prejuicios en el grupo, hizo que mi consideración como puta pervertida participando de ello aumentase muchos grados, que se materializaron en mi primer orgasmo, por cierto prolongadísimo. Nada más notar Pablo mi corrida saco su polla de mi gruta y rápidamente advirtió a las chicas para que observasen mi caudaloso flujo vaginal. Ellas quedaron encantadas de mi proeza y se aplicaron a beber hasta la última gota mientras mis gemelos les perforaban el ano, esta vez, cada uno a la suya.

Después hicieron un bocadillo a Alicia mientras yo le ponía mi coño en su vagina para que se deleitase con mis fluidos y Cristina le amasaba, estrujaba, chupaba y mordía sus durísimas tetas de colosales pezones negros. A continuación el bocadillo le fue servido a Cristina quien a cada sacudida de penetración agitaba sus blancas y mórbidas carnes cual si fuera un flan mientras yo le tironeaba de los anillos de sus pezones y del clítoris y Alicia se servía de su boca para limpiarse el coño de los jugos de su propia corrida. alcanzado el orgasmo por Cristina fue mi turno. Después nos colocaron de rodillas ante ellos y nos regaron la cara y los pechos con su semen. Alicia me lamió el semen depositado en mi cuerpo y Cristina me limpió los jugos que brotaban de mi coño.

Cuando agotadas y felices nos quedamos enredadas en un montón a sus pies besándonos dulcemente allí donde alcanzábamos, el travieso Pablo tuvo la idea de que me follasen con el puño el culo y el coño. Las chicas se pusieron alborozadamente a la tarea y me llevaron a tales clímax que, después de limpiarme con sus lenguas. Pedro tuvo que llevarme en brazos a la cama donde caí exhausta hasta el mediodía de la mañana siguiente.

Aún repetimos con imaginativas variantes aquella formidable agrupación de placer y, con la excusa de intimar sin varones estropealotodo, las chicas y yo solas, a las que inicié en las delicias de las meadas, de lo que quedaron muy contentas para poder demostrar a sus futuros esposos que ellas podían aprender sin necesidad de ellos. Un mes antes de la boda hubo una reunión con los padres de ambas novias para conocerlos y me produjeron una gran impresión, estuve segura de que me llevaría muy bien con mis consuegros, sobre todo con ellas, muy agradables y cuidadas y muy similares a sus respectivas hijas. La madre de Alicia era negra muy oscura, aunque el padre era blanco.

Dos semanas antes de la boda mis hijos me pidieron que dejara de tomar la píldora anticonceptiva porque querían preñar a su concubina al mismo tiempo que a sus esposas. Cuando escuché aquel despropósito tuve tal orgasmo por el morbo que me produjo que los chicos pensaron que tenía un ataque de epilepsia. Mientras Pedro me lamía el desnudo coño para limpiar el flujo, Pablo me besaba y me decía cariñosamente:

– Ya ves mamá, que cumplimos igual con nuestra concubina que con nuestras esposas, y así será siempre en vista de la confianza que pusiste en nosotros.

Dándole vueltas a la subyugante visión de un embarazo de mis propios hijos, les pregunté que cual de ellos me preñaría, y me respondieron que no se iba a saber, ya que, al igual que harían con sus esposas me follarían con las dos pollas en mi vagina al mismo tiempo y se correrían simultáneamente. Aquello me provocó otro orgasmo espontáneo y mi calentura alcanzó tales cotas que, a las seis de la mañana se dieron por vencidos de follarme.

Habíamos empezado a las nueve de la noche y al vigésimo orgasmo ya no seguí con la cuenta. Durante esa noche y el día siguiente bebí cerca de ocho litros de agua y estaba tan desfallecida que me pasé dos días en la cama. Eso sí, con mis bolas chinas puestas y varios consoladores a mano, ya que cuando me imaginaba con una gran panza follando a mis hijos y nueras no tenía más remedio que desahogarme.

A la semana siguiente tuvo lugar el primer intento de preñarme. Aunque ya me habían follado numerosas veces con las dos pollas por la vagina, el pensar con qué intención se hacía esta vez me produjo orgasmos más intensos que los habituales. Cuando nos corrimos los tres a la vez y sentí sus abundantes chorros en mi interior tuve la convicción de que se había logrado el objetivo.

Después de la boda, las semanas que pasaron en viaje de novios, juntos claro, se me hicieron eternas. A la vuelta me homenajearon con una de nuestras orgías. Tuve la primera falta de la regla y acudí al ginecólogo quien me confirmó lo que íntimamente ya sabía. A la semana siguiente fue Alicia quien confirmo su embarazo y tres días más tarde lo anunció Cristina. Pasé un poco de vergüenza al informarles a mis consuegros de mi estado porque pensarían que yo tenía por ahí algún amante descuidado. Pasó el tiempo y nuestras panzas crecían. Las tres teníamos gemelos, como era lo probable. Mis hijos disfrutaban tremendamente follando como locos a las tres gorditas, como nos llamaban. Sobre todo la panza de la mulatita Alicia tenía visos de alcanzar un tamaño nunca visto, tanto como sus pezones y los míos que añadiendo las hormonas del embarazo al tratamiento suministrado por los chicos, hacían que las oscuras aréolas mostrasen una hinchazón a reventar.

Un buen día quedé con mis nueras para ir a comprar ropa de embarazada, primero tenía que pasar a buscar a Alicia y juntas iríamos a por Cristina. Como las chicas me habían dejado llave de sus casas por si las perdían y no había secretos entre nosotras, entré en casa de Alicia sin llamar a la puerta. En el vestíbulo oí los conocidos gritos y gemidos de una buena follada, por lo que me dirigí a la habitación del matrimonio y al abrir la puerta alegremente dije:

– ¿ Me puedo unir a la fiesta ?.

Pero me quedé perpleja porque los gritos no eran de Alicia, sino de su madre. Allí estaba la enorme humanidad negra de mi consuegra empalada por el culo en la polla de mi hijo y de espaldas a él, mientras su propia hija le metía la mano en el ancho coño haciendo una paja a través de la membrana a la polla de su esposo.

– Te puedes unir, como no, dijeron al unísono los dos cónyuges, mientras que observé que mi consuegra empalidecía de oprobio y no acertaba qué hacer. Para sacarla de su apuro me desnudé rápidamente y con todo descaro le hice ver que no llevaba ropa interior y le exhibí mis adornos, sin que se me olvidase sacar lentamente ante ella mis bolas chinas. Inmediatamente abordé sus negros y deliciosos pechos mientras el matrimonio continuaba su tarea. De los pechos pasé a su boca, que me recibió ávidamente y ya sin ningún recato. Pasamos una tarde gloriosa y no fuimos de compras obviamente. Me acordé de Cristina y pregunté:

– ¿La madre de Cristina también …..?

– Pues claro. Ahora vienen ellos tres.

Aquella orgía cuando llegaron nos duró toda la noche y el día siguiente. Mis consuegras nunca habían recibido por el culo y fueron debidamente desvirgadas, de bocadillos tuvieron los que quisieron, incluido entre dos mujeres con consoladores en arnés. Se interesaron por la depilación de los coños y se la hicimos, buscando una explicación para sus maridos.

También se interesaron por los piercings y, ante la imposibilidad de cumplir aquél deseo les colocamos pinzas de presión en los pezones y los labios vaginales. Ni que decir tiene que sus cuerpos no estaban para tal ajetreo y que gran parte del tiempo estuvieron mirando y masturbándose. Les prometí llevarlas a mi gimnasio para acostumbrarse a lo que les esperaba a partir de entonces. Y a partir de entonces mis chicos no podían atender tanta demanda de semen, por lo que la actividad lesbiana se impuso como dominante.

Las mezclas familiares eran algo cotidiano y las citas para follar dependían de la apetencia. Así podía darse el caso que yo estuviese follando con la madre de Cristina y con Alicia, mientras la madre de Alicia estaba siendo perforada por mis chicos con la ayuda de Cristina. Imaginen ustedes cualquier combinación o situación que en los catorce años siguientes se tuvo que dar con seguridad.

Los partos de las tres preñadas tuvieron lugar en un lapso de dos semanas. Alicia y Cristina tuvieron ambos gemelos varones, pero yo tuve chica y chico.

Después de la cuarentena, la demanda de nuestros pechos por parte de los gemelos grandes y de mis consuegras fue motivo de discordias porque nosotras queríamos reservar leche para nuestras criaturas.

Aquellos fueron años maravillosos para todos, y cuando la última generación alcanzó los diecisiete años se equilibró la distribución sexual y las hembras comenzamos otra vez a ser folladas más frecuentemente con pollas de carne que de plástico. Mis propios gemelitos alegraron mi vejez a los 58 años durmiendo siempre atentos a mis necesidades en mi propia cama. La dulzura de la chica y la brusquedad del adolescente se conjugaban perfectamente para darme placer. No crean que mis jóvenes gemelitos me apartaron del resto de la familia y que ellos solamente me atendían a mi. De hecho mi nuera Alicia quedó preñada nuevamente durante un viaje de los gemelos mayores y todas las probabilidades indicaban que el autor del desaguisado fue mi hijo pequeño, mi hijo-nieto.

El único roce que hubo en la familia fue cuando los gemelos mayores se empeñaron en preñar a su hija-hermana a los 18 años, aunque la follaban habitualmente.

Ahí fui inflexible y dije que el incesto debía limitarse ya, sin más generaciones follando entre sí.

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