Primer parte

Eva era una muchacha adelantada a su tiempo. Había sido la primera chica de la aldea que se había puesto pantalones y la primera en fumar un cigarrillo en público, cosa que no le había gustado ni a su abuelo, más que nada porque el cigarrillo se lo había cogido a él, y su vieja le daba los cigarrillos contados.

Eva iba para los veintitrés años, era de estatura mediana, tenía el cabello pelirrojo y largo, tenía tetas grandes, culo grande, era blanca de piel, de ojos claros y tenía pecas hasta en el culo, pero era preciosa.

Era una golfa, le enseñaba a las muchachas de la aldea a masturbarse y cuando las tenía calientes se las follaba. Era la quita virgos oficial de la aldea, una aldea que tenía unas cuarenta casas viejas, hechas con piedras, cemento y barro y pintadas con cal y había en ella unos ciento cincuenta habitantes.

Nadie le había abierto los ojos, lo de masturbarse lo había descubierto por casualidad, jugando ella sola, lo fue perfeccionando y luego jugando con sus amigas aprendió a follar. Os voy a contar uno de los polvos con los que más disfrutó.

Eva tenía una prima que vivía en la ciudad, se llamaba Rita y era cinco año menor que ella. En el verano del 66, vino una semana de vacaciones a la casa de los abuelos, con los que vivía Eva, ya que su padre y su madre se habían ido a trabajar a Alemania.

La casa tenía tres habitaciones, pero en una de ellas habían hecho una sala para poner una televisión Telefunken en blanco y negro, unos sillones negros de sky y una mesa camilla. La televisión era la primera de un particular en esa aldea, pues las otras dos estaban en las tabernas.

En fin, que Rita iba a dormir con Eva. Esa noche se había ido la luz y la habitación donde iban a dormir estaba iluminada por un candil que colgaba de un clavo que había en la pared derecha de la habitación. Era una habitación pintada de blanco, estrecha, tenía una cama de dos plazas, dos mesitas de noche y un armario, todos los muebles eran de pino y ya no tenía nada más, pues por tener, no tenía ni cortinas en la ventana.

Rita era una muchacha más alta que Eva, delgada, morena, ni fea ni guapa, tenía las tetas pequeñas y el culo redondito. Luego de ponerse una combinación y de sentarse en la cama por encima de la única sábana que en ella había, le dijo a su prima:

-No sé como eres capaz de dormir en camisón, con el sujetador y con las bragas puestas y además taparte con la sábana con el calor que hace.

-Yo sería incapaz de dormir enseñando mi cuerpo como haces tú.

-Tengo puesta una combinación.

-Transparente, en la que se te marcan los pezones y se te ven las bragas.

Rita miró para los pezones y luego los acarició pasándole un dedo por encima a cada uno.

-¿Nunca duermes desnuda, prima?

Eva la vio venir y le gustó que viniera.

-En noches calurosas como esta, casi siempre, pero porque duermo sola.

Rita acarició los pezones y las areolas.

-Las chicas jóvenes pocas veces dormimos solas. Tú ya me entiendes.

La había entendido, pero iba a jugar con ella a la gata y a la ratita.

-No, no te entiendo.

-Sí que me entiendes.

-Como no me lo expliques…

-Yo, a veces, meto en mi cama a un hombre, a dos, o a tres, otras meto a una chica, a dos, a tres, o a cuatro, o meto chicos y chicas… ¿Y tú?

Ella también, pero sabía mentir.

-Yo no soy tan mentirosa.

-No te miento. Mi satisfacción personal con hombres, mujeres, o con ambos géneros varía según la noche.

-¿Y te lleva el ganado tu padre o tu madre?

-A veces mi madrastra está entre las mujeres.

Eva se sentó en la cama. Aquello la sobrepasaba.

-¡¿Pero tú qué setas te has tomado, loca?! ¡¿Te follas a tu madrastra?!

-Solo con la imaginación.

-Lo que hay que oír.

-Mi madrastra es una mujer y está muy buena, ¿Es que tú no metes a mujeres en tu cama?

Empezaba el juego de verdad.

-En mi cama nunca he metido a nadie, tú eres la primera, y te han metido.

-No me has entendido.

-Entendí, entendí.

-No, no me has entendido, te estaba hablando de masturbarte y fantasear.

-Yo no sé que es eso de masturbarse. ¡Y deja de tocarte las tetas que me estás poniendo nerviosa!

Rita le puso un dedo en los labios.

-No chilles que te pueden oír los abuelos y si vienen no podré hacer lo que quiero hacer.

-¿Qué vas a hacer?

-Me voy a masturbar para que aprendas a hacerlo y te corras como me corro yo.

Rita siguió a lo suyo.

-Desde que comenzaste a desbarrar me pareció que estabas loca, pero nunca creí que estuvieras tanto.

-¿Y eso a que viene ahora?

-A que correrse se corren los hombres, y no se masturban, se hacen la paja.

-Vaya, vaya, vaya, mira por donde me entero de que mi primita es un virguito.

Eva le dijo con retranca:

-Viene, viene, viene, mira por donde me entero de que mi primita está jodida de la cabeza.

Rita se quitó las bragas y la combinación y quedó como su madre la trajo al mundo. Eva le preguntó:

-¿Qué haces?

-Me voy a masturbar y me voy a correr.

Ya la tenía donde quería.

-A ver. ¿Cuánto te apuestas a que no te corres?

-Un polvo, si me corro, dejas que te eche un polvo.

Eva, mirándole para el coño, y como si no lo supiera, le preguntó:

-¿Con qué, loca, con qué me vas a echar un polvo?

-Lo sabrás a su debido tiempo. ¿Hay apuesta?

-Hay, pero si pierdes tú, que vas a perder, me das tus pinzas de depilar las cejas, tu cortaúñas y la lima.

-Tuyas serán, si pierdo.

Rita reculó y puso su espalda en la cabecera de la cama, cerró los ojos, echó las manos a las tetas y las amasó, las amasó de modo que sus pezones se deslizaran entre dos dedos de cada mano, luego las levantó y dijo:

-Lame, Aurora… Lame, María.

Eva escuchaba lo que decía su prima, veía lo que hacía y su coño se empezó a mojar.

Al rato, Rita, con la mano izquierda magreando su teta izquierda, escupió en los dedos de su mano derecha, luego bajó la mano hasta el coño peludo y con tres dedos frotó el coño de arriba a abajo, de abajo a arriba y alrededor y frotando, dijo:

-Así, así, cómeme el coño, Anselmo.

Estuvo así un rato, frotándose y hablando con ellas y con él. Eva ya estaba de un cachondo subido.

-Ahora métemela, Anselmo.

Se metió los tres dedos dentro del coño y se dio cera. Eva sintiendo el ruido de los dedos de su prima chapoteando dentro de coño sintió como su coño echaba por fuera. Luego oyó a su prima decir:

-Mira como me corro, prima.

Miró y vio como quitaba la mano de las tetas, como mordía el canto de la mano para no gritar, como el culo de su prima rebotaba en la cama y como su cuerpo se sacudía.

Al acabar, Rita dejó que su espalda se deslizara hacia abajo por la cabecera de la cama hasta que su cabeza quedó sobre la almohada. Miró a los ojos a su prima y le dijo:

-Te has quedado sin pinza de depilar las cejas, sin cortaúñas y sin lima.

-Ya no eran míos.

-Has perdido y tienes que pagar. Quita el camisón.

Eva se siguió haciendo la ingenua.

-Me da vergüenza.

Le quitó el camisón Rita.

-Ahora aún siento más vergüenza. Ver como me miras…

-Échate boca abajo y ya no verás como te miro.

Se echó boca abajo. Rita le abrió el sujetador y le besó la espalda por la marca que había dejado el sujetador, después besó y lamió su cuello, bajó lamiendo y besando la espalda y al llegar abajo le quitó las bragas. Vio que estaban empapadas, sonrió, las tiró al piso y luego besó y lamió sus nalgas, se la separó y le lamió el ojete. Eva le preguntó

-¿Qué haces?

-¿No te gustó?

No quiso espantar a la presa, porque hasta el extremo de comer un culo nunca había llegado ella, y deseó saber que se sentía.

-Sí, me gustó, pero el culo es para lo que es.

-Y para otras cosas.

Le separó las nalgas, le lamió el ojete y le metió y le sacó la lengua de él.

-Eres muy cochina.

-¿Te gusta o no te gusta?

-Sí, me gusta.

Le siguió dando lengua el ojete y Eva empezó a gemir. Entre gemidos, le dijo:

-Tenía razón, prima, el culo tiene más funciones que las de…

Rita paró de lamer.

-¡No lo digas!

Le quitó el sujetador y vio sus tetas, unas tetas grandes, con areolas rosadas y gordos pezones. La puso boca arriba y luego le dio un pico.

-¿Ya no sientes vergüenza?

Eva siguió haciéndose lo que no era.

-No, pero no me des besos en la boca.

-En el culo, sí, y en la boca, no.

-Es porque la boca viene del culo, por eso.

-O sea, que tu boca es más fina que la mía.

Le metió la lengua en la boca. Eva giró la cabeza.

-Deja de hacer cochinadas.

-Las cochinadas, como tú le llamas, son lo más rico de un polvo.

Echada de lado, a su vera, mojó dos dedos en la boca y lentamente le acarició con ellos el pezón izquierdo, luego, despacito, le mamó la teta y le frotó el coño, con otros dos dedos. Al chupar la otra teta, Eva comenzó a gemir.

-Va a ser que sí.

-¿Qué sí, qué?

-Que me voy a correr.

-En ese caso quiero que tu primera corrida sea en mi boca.

Rita se metió entre sus piernas e hizo que Eva las levantara y pusiera los talones en sus hombros. Luego lamió desde el ojete hasta el clítoris la tira de veces y cada vez más rápido hasta que Eva, curvando su cuerpo, se corrió en su boca.

-¡Me corro!

Al acabar de correrse le enterró la lengua en el coño y luego la sacó y la metió cantidad de veces, la sacó y la metió hasta que notó que se iba a correr de nuevo, en ese momento le chupó el clítoris y Eva volvió a correrse como una bendita.

-¡Me corro, me corro!

No la dejó ahí. Le bajó las piernas, le cogió una, puso su coño encima del coño de Eva y haciendo una tijera le dio tela marinera. Ahora gemían las dos. Eva sudaba como una cerda, y Rita para allá iba. Se habían olvidado donde estaban y los abuelos las habían oído. Le dijo la vieja al viejo:

-Rita le está haciendo cochinadas a la nena.

-Sabías que eso podía pasar.

-De eso nada, pensé que la nena se las iba a hacer a Rita.

-Una cosa más. ¿Oí mal o Eva ya se corrió dos veces?

-Oíste bien.

El viejo le cogió la mano a la vieja y se la llevó a la polla.

-Hacía años que no la tenías tan dura.

El viejo le metió las manos a la vieja dentro de las bragas y vio que estaba mojada.

-¿Por el culo o por el coño, Josefa?

-Por el culo que del coño me encargo yo.

En la otra habitación, Eva comenzó a correrse.

-¡Me corro, me corro, me corro!

-¡Y yo, prima, y yo!

Se corrieron a lo grande. Luego Rita se echó boca arriba sobre la cama. Eva le dio un beso con lengua sin importarle de donde venía la boca, mejor dicho, porque sabía de donde venía la boca. Luego, la muy falsa, le preguntó:

-¿Me aprendes a comer un coño?

Rita le devolvió el beso.

-Mañana, que esta noche estoy deshecha.

Follaron toda la semana, y los viejos también.

Segunda parte

Eva se había metido en medio de una huerta de maíz para orinar y de paso encender un cigarrillo que le había birlado a su abuelo.

Orinó, se puso en pie, puso el cigarrillo entre los labios frotó la cerilla en el raspador de la caja de cerillas, el palo de la cerilla se rompió por la mitad, cayó en la hierba seca y la huerta comenzó a arder.

No pudo hacer nada más que salir de allí por patas si no quería morir quemada. Se fue corriendo hacia el monte, que era un gran robledal, un robledal desde el que se veían todas las huertas del contorno. Se subió a lo más alto, desde allí vio las llamas y se excitó.

Estaba mojada, muy mojada. Bajó la cremallera del pantalón. Metió la mano derecha dentro de las bragas y comenzó a darse dedo viendo las llamas devorar tres huertas.

Suerte que Basilio, el dueño de una de las huertas lindantes, estaba al lado de la presa que regaba las huertas y al ver el humo abrió las compuertas. Al final solo se había quemado tres huertas de maíz, porque el fuego no se había propagado a las huertas que las rodeaban.

Estaba Eva con la mano dentro de las bragas cuando oyó una voz que le dijo:

-Hola, Eva. ¿Por qué le prendiste fuego a la huerta de Venancio? ¿Te hizo algo?

Giró la cabeza y vio a su primo José con una vara en la mano y con un pequeño perro a su lado. El perro era un cruce de Dios sabe qué razas. Quitó la mano del coño y le dijo:

-Yo no le prendí fuego a nada.

-Te vi meterte en la huerta de Venancio y cuando saliste corriendo ya estaba ardiendo.

Eva se puso brava sabiendo que su primo era un blandengue.

-¡Tú no has visto nada!

El blandengue le salió contestón

-Sí que te vi. ¿Por qué le prendiste fuego?

La gente de la aldea comenzaba a llegar a las huertas quemadas y no tuvo más remedio que explicarle lo que había ocurrido.

-… Fue un accidente, pero de esto ni una palabra a nadie.

-¿Y por qué te estabas masturbando?

Eva se llevó una sorpresa, pues creía que su primo era un atontado.

-¡¿Y tú como sabes lo que estaba haciendo?!

-Porque el cura me habló del Bien y del Mal, y la masturbación está en el Mal. ¿Sabías que te puedes quedar ciega?

-Sí, pero seguro que no te dijo que al corrernos quedamos ciegos solo unos segundos. ¿Qué más te dijo?

-Que si fornico con una puta la polla se me puede caer a cachos.

-Hombre, si vas con una puta, puede ser. En fin. ¿Me vas a tapar?

-No me has respondido a la pregunta.

-¿Qué pregunta?

-¿De por qué te estabas masturbando?

-No sé por qué, pero ver el fuego me excitó. ¿Me vas a tapar?

-Lo que te pasó es que sufres de piromanía.

-Eso suena a latín.

-No es latín, pero estudio cosas.

-¿Te obliga el cura?

-No, lo hago porque me gusta.

-Eres muy raro. ¿Me vas a tapar?

José, que era un joven monaguillo, seis años menor que Eva, delgado, de su misma estatura, se quedó mirándola, y luego le respondió.

-Si me preguntan tengo que decir la verdad.

Eva trató de liarlo.

-¿Te hago un trato?

-¿Qué trato es ese?

-Si no le dice nada a nadie de lo que sabes, aunque te pregunten, te doy un beso.

José vio que podía quitar rédito de la situación y le siguió el juego.

-Es que mentir es pecado.

Eva apartó el cabello y quitó de encima de la oreja el cigarrillo que no había encendido en la huerta. José le dijo:

-A ver si vas a pender fuego aquí también.

-Aquí la hierba está verde.

Encendió el cigarrillo, soltó una bocanada de humo, se sentó con la espalda apoyada en el roble y siguió hablando.

-¿No te gustaría que te diera un beso?

-Mi honestidad no la vendo por un beso.

Componiendo el cabello con una mano, le preguntó:

-¿Estamos negociando?

-Puede.

– ¿Y si el beso te lo doy con lengua?

-Es poco.

-¿Qué pides?

José le miró para las tetas.

-Quiero que me enseñes las tetas.

-¿Las tetas?

-Sí.

-¿No te gustan mis labios?

-Sí, pero no son tus tetas.

-¿Qué tienen mis labios y mi lengua?

-Que no son tus tetas.

-¡Coño! Te dio fuerte con mis tetas.

-El coño me gustaría más.

-No lo dudo.

-¿Me vas a enseñar las tetas?

En las huertas se había reunido media aldea para ver el desastre. Eva, mirando a la gente, le respondió:

-Te enseño una teta, pero tiene que ser visto y no visto.

-Me enseñas las dos tetas y dejas que las vea bien vistas.

-¿Para qué quieres verlas bien vistas?

-Para menearla.

-Has subido el precio.

-No me voy a ver en otra como esta, tengo que aprovechar.

-Pides demasiado.

-Demasiado sería pedirte el coño.

-¿Qué clase de monaguillo eres tú?

-Uno que estaba ciego y que quiere ver.

-Ver te van a ver los de abajo y van a venir a preguntar si hemos visto algo.

José echó el resto.

-Vete para detrás del roble, abre la blusa, deja las tetas al aire y luego baja el pantalón.

-¡¿Qué?!

-Que quiero verte desnuda.

Eva se cabreó.

-¡Vete a la mierda! Tú quieres verme desnuda para follarme.

-Solo quiero verte desnuda y tocarme.

-Y follarme.

-No sé follar, pero sé donde se mete para no hacer daño.

-¿Y dónde se mete?

-En el culo.

Eva iba de sorpresa en sorpresa.

-¡¿Qué?!

-¿Tampoco es así?

-No, meter se mete en el coño.

-Ya lo sé, pero el cura me dijo que por el coño la mujer puede quedar preñada.

-¡Joder cómo está el clero!

-¿Vas para detrás del roble y haces lo que te he dicho?

Eva, que ya había apagado el cigarrillo, se puso en pie.

-¿Seguro que solo te vas a hacer una paja mientras me miras?

-Sí, seguro.

-¿Es ese el precio final que tengo que pagar por qué me tapes?

-Sí.

-Espera a que te llame.

Se metió detrás del roble, desabotonó la blusa negra, abrió el sujetador, se subió las copas, y luego bajó las bragas y el pantalón hasta las rodillas.

-Ya puedes venir.

José fue y con él fue el perro. La vio con la camisa abierta y el pantalón bajado. Vio sus grandes tetas con areolas rosadas y gordos pezones. A medio metro de ella, sacó la polla y mirándola comenzó a hacerse una paja.

-¿Soy como esperabas?

-Mejor, eres mejor.

-¿Estoy buena?

-Estás buenísima.

Eva vio como la mano de su primo se deslizaba por la polla, una polla normal, de unos quince centímetros de largo y unos doce de diámetro. No había visto antes una polla ni sabía que un nombre se masturbaba como lo hacía su primo. Vio como iba sacudiéndola cada vez más aprisa, luego vio como salía de ella un chorro de leche que le dio en las tetas y después como echaba leche en cantidad.

-Has echado una barbaridad de leche.

-Tengo más.

José seguía con la polla dura. Se volvió a masturbar mirándole para las tetas y para el coño. A Eva comenzó a latirle el culo y el coño. El coño comenzó a gotearle y los pezones se le pusieron duros a más no poder. Tenía que hacer algo y no sabía qué. Se le dio por decir:

-Puedes darme un beso, si te ayuda a correrte otra vez.

José dejó de masturbarse, fue a su lado y le dio el beso, pero no se lo dio en la boca, se lo dio en el pezón de la teta izquierda. Eva se estremeció.

-¿Puedo darle un beso al otro pezón?

-Puedes.

Le besó el pezón de la teta derecha. Eva se volvió a estremecer. José se puso en cuclillas, y con la boca enfrente del coño, le preguntó:

-¿Puedo darte un beso en el coño?

-Puedes.

Le dio un beso en el capuchón del clítoris. Eva casi se corre.

-¿Qué buscas, primo?

-Ver como se corre una mujer. ¿Me ayudas?

-Habrá que ayudarte.

Abrió el coño con cuatro dedos.

-¿Qué hago?

-Lámelo.

José, mirando para el coño, abierto y baboso, dijo:

-Lamerlo es un pecado, pero un pecado más grande sería no lamerlo.

José le lamió el coño, que estaba chorreando, y Eva, en segundos, jadeando y con un enorme temblor de piernas, se corrió en su boca.

-Así se corre una mujer. ¡Bebe!

Luego de beber, le dio la vuelta, la puso mirando al roble, le separó las nalgas, le lamió y le folló el ojo del culo, y acto seguido se enderezó y le frotó la polla empalmada en el ojete. Eva no le iba a dar para atrás, al contrario, separó las piernas y le iba a decir como lo quería.

-Métela despacito.

Se la clavó despacito, pero en el coño. Eva estaba tan lubricada que la polla le entró hasta las trancas.

-Tienes el coño apretado.

-Eres un falso.

Le echó las manos a las tetas y magreándolas le dio hasta en el carné de identidad. Eva lo había pillado con el carrito del helado.

-¿Y tú eras el que no sabía follar?

-Alguna mentirijilla se puede decir.

Chapoteaba la polla en el coño cuando le dijo Eva.

-¡Más rápido y más duro!

Le dio sin medida y Eva se volvió a correr.

-¡Me matas de gusto, primo, me matas de gusto!

Se la quitó del coño, y mientras Eva se corría se la metió en el culo y se corrió dentro de él.

Al acabar se limpió la polla con un pañuelo, polla que seguía dura. Eva se puso en cuclillas para hacer su primera mamada. Vio al perro echado sobre a hierba, mirando para ella y lamiendo la polla. Mirando para él le enseño los dientes, frunció el ceño y gruñó como si fuera una perra, luego, sin dejar de mirar para el perro, le metió un bocado sin fuerza en la polla. José, al sentir los dientes en la polla soltó un quejido. El perro metió el rabo entre las piernas y soltando gañidos salió escopeteado. Eva dijo:

-¡A tomar por culo, mirón!

José le dijo a Eva:

-Me salió cagado.

-Y mirón.

José oyó algo así como un murmullo de voces se puso a escuchar.

-¿No oyes nada?

Eva levantó la cabeza y escuchó a gente hablar.

-Varias personas vienen hacia aquí.

-Andarán a ver si encuentran a alguien. Arregla la ropa y bajemos por la parte de atrás del monte.

Una hora más tarde le decía José al sacristán en la sacristía.

-Cayó otra.

-¿Quién?

-Mi prima Eva.

-A tu prima pensé que nunca la catarías, le gustan demasiado los coños. ¿Cómo la has convencido?

-Echa otra Quina Santa Catalina que la historia es muy larga.

Tercer parte

Eva estaba con José en la sacristía del pueblo, donde él ayudaba al cura. Mirando para las sotanas, casullas y estolas, etc. Le dijo:

-Este sitio huele raro y esas ropas ahí colgadas me ponen nerviosa. No debí hacerte caso. Quiero irme.

-Si quieres irte sin follar, nos vamos, pero antes vamos a tomar un vaso de vino.

-Yo no bebo vino.

-Es dulce.

-Está bien, pero acabemos pronto.

José cogió en el armario una botella de Quina Santa Catalina que estaba sin abrir.

-Lo va a notar el cura.

-El vino es cosa del sacristán.

-Pues lo va a notar el sacristán.

-Es un borracho, ese no se entera de nada.

Abrió la botella y echó dos generosas copas de aquel vino dulce de color caoba oscuro. Eva se lo mandó de un viaje para salir de allí lo antes posible. No estaba acostumbrada a beber y se le subió a la cabeza al momento.

-¡Joder que flash!

-Eso es porque con las prisas no has metido algo sólido antes.

José cogió en el armario un bote con ostias grandes y sin consagrar y le dio media docena de ellas.

-No voy a comer eso, sería un sacrilegio.

-Son ostias sin consagrar, o lo que es lo mismo, pan ácimo.

Eva metió las ostias en la boca y le quedaron pegadas al paladar.

-Esto no baja.

José le dio vino para que le bajaran. Eva lo tomó y le bajaron, pero se puso contenta y empezó a ver todo de modo diferente.

-¡Qué a gustito estoy!

-¿Ya no te quieres ir?

-No, quiero jugar.

-¿A qué?

-Cierra los ojos que te voy a dar una sorpresa.

José cerró los ojos. Eva se quitó el pantalón gris de tergal, la blusa, el sujetador y las bragas y se puso la casulla verde del cura.

-Ya puedes mirar.

José miró para su prima y exclamó:

-¡Coño!

-Sí, soy un cura con coño y estola.

-Casulla.

-Llámame lo que quieras, pero juega conmigo.

Le echó la mano a la polla. José le echó a ella la mano a las nalgas, la apretó contra él y le comió la boca, mejor dicho, se comieron las bocas. Tan enfrascados estaban que no sintieron como una llave abría la puerta y como dos hombres entraban en la sacristía. Los hombres vestían con vaqueros y camisas blancas, eran alto y fuertes. Uno de ellos dijo:

-¡¿Qué diablos es esto?!

Eva se atragantó con su propia saliva. Miró para el que había hablado, vio que era el sacristán, vio quien era el otro y comenzó a temblar. El sacristán le dijo a José:

-Ha tenido el santo coño de desnudarse, de ponerse la casulla del cura y no le has dicho nada.

José no se iba a callar.

-Y tú vienes con el hijo del cacique de la aldea a joderle el vino a don Basilio, como si a él le hiciera falta beber de gorra.

-No tiene la mitad de delito que venir a follar aquí y ponerse la casulla del cura.

José se puso alto.

– ¿Quién coño te crees que eres para hablarme de ese modo?

El sacristán, que era alto y muy fuerte, lo cogió por una oreja, tiró, y le dijo:

-El que te va a arrancar una oreja si te me pones chulo.

El otro tipo, que era guapo como él solo, fue junto a Eva, le tocó el culo, y luego dijo:

-¿Por qué no la follamos los tres, Jacinto?

Eva reculó, puso el culo contra una de las paredes de la sacristía, y dijo:

-Si me tocáis lo vais a lamentar.

-No te vamos a tocar, te vamos a empotrar.

El sacristán le echó la mano a la botella de Quina Santa Catalina, la levantó y mirándola, dijo:

-Por si fuera poco os habéis bebido el vino. Claro que te vamos a empotrar

José seguía rebelde.

-¡Vais a follar mierda!

El sacristán le volvió a tirar de la oreja.

-¡Calla, Judas!

Eva miró para su primo y le dijo:

-¿Por qué será que esto me huele a encerrona, José?

El sacristán, con su gorda polla en la mano, le dijo:

-Porque lo es.

-¿Por cuánto me has vendido, José?

Le respondió el sacristán.

-Por quinientas pesetas, y con derecho a meter.

Eva cogió la botella de vino dulce, le echó un trago largo y el contento que la invadió la hizo venirse arriba.

-A él no le vais a dar nada, me vais a dar a mí quinientas pesetas cada uno, si voy a ser vuestra puta, que menos que cobrar.

-¿Y si no te pagamos, qué?

-Si no me pagáis hablo con el cura.

-Tú no harías eso.

-Sí que lo haría, lo haría en confesión. Mil quinientas pesetas, o no mojáis.

José tenía un problema.

-Yo no tengo quinientas pesetas.

-Pues no follas, Judas.

Salomón, el hijo del cacique sacó la cartera y le dio a Eva un billete de mil pesetas y otro de quinientas.

-A ver si vales tanto dinero.

-Valgo mucho más.

Eva guardó el dinero en el bolsillo del pantalón y luego, les dijo:

-Desnudaos y poneos cómodos que la fiesta va a empezar.

Se desnudaron y luego se sentaron en tres sillas.

Eva le puso el culo en la boca al sacristán y preguntó:

-¿Cuál de vosotros dos me quiere comer el coño?

Salomón se anotó.

-Yo, que para eso pago.

Salomón se levantó y le comió el coño bien comido… Con las lenguas lamiendo y follando su culo y coño, le dijo a José:

-Cómeme las tetas.

Los tres le dieron su ración de lengua hasta que a Eva se le antojó polla. Apartando a Salomón y a José. Se sentó en la polla del sacristán, una polla bien gorda, aunque no muy larga, y la metió hasta el fondo del coño, luego Salomón, para follarla, la cogió por la cintura y le fue subiendo y bajando el culo.

Eva le cogió las pollas a José y a Salomón y meneándolas las fue lamiendo y mamando, se las lamió y se las mamó por separado y juntas. Al rato estaba tan cachonda que cometió un error, y por supuesto no fue correrse en la polla del sacristán, el error fue decir:

-¡Quiero leche!

Salomón le llenó la boca de leche y José se corrió en su cara. El sacristán la sacó e iba a correrse en la entrada de su ojete, pero Eva bajó sus gordas nalgas y el sacristán se corrió dentro de su culo.

Luego de que Eva sacara la polla del culo, se limpió con sus bragas y después de esto fue a la mesa y, a morro, echó un trago de Quina Santa Catalina, acto seguido se sacó la casulla y les dijo:

-Yo ya he hecho mi trabajo, ahora me voy.

Salomón había pagado bien y quería más.

-Tú no te vas sin que te la meta. Por una mamada no se pagan mil quinientas pesetas.

Eva se rio de él.

-Si la tienes colgando. ¿Piensas metérmela doblada?

Salomón miró para José y para el sacristán, que también tenían las pollas colgando, y como si fuera el amo del mundo, les dijo:

-Ponérmela dura.

Fueron a su lado, el sacristán se la meneó y José lo besó y le acarició los huevos. Eva estaba boquiabierta mirando aquella escena que jamás esperó ver.

Vio como José besaba con lengua a Salomón, luego vio como lo besaba el sacristán y a continuación vio como las tres pollas se volvían a poner tiesas.

Pensó en como acabaría la cosa si ella no estuviera allí, y se excitó de tal manera, que su coño le volvió a pedir polla, o dedos, o una lengua, cualquier cosa le valdría, el caso era volver a tener el coño ocupado.

Eva vio venir a Salomón hacia ella y no lo recibió con los brazos abiertos porque daría el cante, pero cuando le echó las manos a las nalgas y la levantó en alto en peso, le rodeó el cuello con ellos. José le cogió la polla a Salomón y se la puso en la entrada del coño, Salomón dejó bajar el culo y la polla entró hasta las trancas.

Con la polla dentro del coño, el sacristán se puso en cuclillas, y mientras Salomón la follaba, le volvió a lamer y follar el ojete. Ya gemía Eva como una perra y le comía la boca a Salomón cuando el sacristán le dijo:

-Salomón, sácala un poco que la voy a meter yo.

La sacó, el sacristán se la metió en el culo y comenzó una doble follada que tiempo después hizo que Eva se corriera como una cerda.

-¡Leche, darme leche!

El sacristán le llenó el culo de leche.

Al acabar de llenarle el culo de leche, el sacristán sacó la polla del culo. José le limpió la leche con sus calzoncillos, después se la clavó él y la volvieron a follar. Eva, empotrada de aquella manera parecía estar en la gloria, y si no estaba poco le faltaba, ya que poco más tarde, con las dos pollas corriéndose en el fondo de su coño y en el fondo de su culo, se corrió ella, y lo hizo con tanta intensidad, que después de gemir como una desesperada y de sacudirse como una loca, se quedó sin sentido.

La pusieron encima de la mesa, la limpiaron e iban a dejar que descasara, pero abrió los ojos, vio a José, y le dijo:

-Judas.

Ya había cumplido con creces, así que la dejaron marchar.

Eva había quedado preñada del hijo del cacique, y acabó casándose con él, pero no dejo de tirarse a las muchachas que la buscaban.

Quique.