Historias de Ariki: Bárbara I
¿Cómo la conocí? Era una de las amigas de Tarita y la llamaban Bambi.
Estudiaba pedagogía en francés en una universidad privada en Viña del Mar. ¿Imagináis lo tierno de su apelativo?
Quien no recuerda el cervatillo de Disney… Sin embargo, su nombre era Bárbara.
Y el contrasentido le sentaba muy bien, porque dentro de un cuerpo de adolescente y una sonrisa angelical, se escondía un vórtice voluptuoso, una desenfrenada hetaira, una inagotable máquina de follar…
Tarita me había seducido con un viaje a Europa. Y no por el afán de viajar, sino porque me prometía un verano en el invierno europeo, lleno de cálidas sesiones de sexo y ternura.
Y yo había accedido porque, de otra manera, me habría tenido que separar de ella. Bambi, o Bárbara, nos había informado del viaje y había realizado los contactos previos para ser admitidos en un tour de 120 chilenos que volaban en un chárter a Italia.
La vez que me presentaron a Bambi, noté un brillo extraño en sus ojos que sus largas y sedosas pestañas se apresuraron a esconder. No dejó de sorprenderme después, cuando me dijo que bajó la vista a mi ‘paquete’, saboreando la posibilidad de probarlo algún día.
En ese momento, todos mis pensamientos eran para Tarita, así que, aunque mi instinto de macho me decía lo que ocurría, mi estado de seductor seducido, me lo ocultaba.
Y es que Tarita era realmente un diamante de sensaciones que conocería en toda su espléndida dimensión en los años de nuestra égida en Rapa Nui… Bambi estaba casada con un estudiante de periodismo admirador de Sandro, el contorsionista cantante argentino de moda por esos años. No sé si porque creía que se parecía a él o porque sus hormonas eran más femeninas que masculinas. Lo cierto es que no satisfacía para nada la insaciable sed erótica de Bárbara, quien le ponía los cuernos y él no se inmutaba.
Bambi viajó en el tour acompañada por su padre. Un gran tipo, abierto, amistoso y liberal. Apoyaba las aventuras de su hija sin darse por enterado. Después me confidenció Bambi que practicaba con él un juego bastante extraño para un padre con su hija.
Ella simulaba dormir y Tito, así se llamaba, la iba destapando poco a poco. Hasta dejar a la vista su coñito apenas cubierto por un vello muy fino y rubio. El juego duraba bastante tiempo.
Luego muy suavemente pasaba sus dedos en el alucinante jardín púbico de nuestra amiga. Excitada, Bambi empezaba a manar sus apetitosos jugos que Tito bebía de entre sus dedos.
Jamás intentó nada más. Pero ella se ponía a mil en este seductor y peligroso juego. Sólo una vez fue directamente al coño con su lengua en ristre como un pene y tocó los labios menores de Bambi.
Sólo alcanzó a rozarlo y un violento orgasmo la sacudió. Tito pensó que se despertaría, así que se retiró apresuradamente…
En ese deseo insatisfecho, en esa rutina inconclusa, me parecía que se hallaba la búsqueda incesante de Bambi. En Europa probó a todos los varones que se acercaron a ella.
A los españoles, que en esa época se hacían pasar por vírgenes que no conocían mujer para obtener los favores de las altruistas féminas extranjeras. España aún no se ‘destapaba’ y las chicas españolas aún no se decidían a enfrentar la competencia desleal que suecas, italianas y nórdicas establecían en su afán por desvirgar a estos inocentes chicos.
Demás está decir que las chilenas del tour se creyeron el cuento y se dedicaron a ‘desfacer virgos’ masculinos con entusiasmo digno de mejor causa. Bambi quería fornicar y esos tíos le parecían apetitosos y se dispuso a no dejar pasar la oportunidad.
Pero también tuvo experiencias de esas que no quisiera nadie vivir. Se había quedado en Checoslovaquia, en Praga, se había separado del tour atraída por un rubio y fornido checo.
No la volvimos a ver hasta nuestra llegada a Madrid. Cuando ya creíamos que no la veríamos más, ahí estaba esperando el bus que nos traía de Barcelona. Sentí un vuelco en el corazón.
Ya empezaba a preocuparme y no podía dejar de pensar en ella y en lo delicioso que sería coger con una hembra tan cachonda. Sólo Tarita impedía que diera algún paso en esa dirección. Nuestro viaje fue una especie de luna de miel con altibajos.
En París, pudo conseguir un cuarto para los dos solos. Ella era la única del tour que hablaba francés, pero sólo logró un cuarto para tres que compartimos con Pelusa, una ‘niña-chica’ grande, regordeta y estúpida que nos aguó toda la estadía en la capital del amor.
En Venecia, Tarita había entrado en su período y la menstruación para ella era muy dolorosa…
Pensaba que nos desquitaríamos en París, pero no fue así. Seguimos a España, San Sebastián, Burgos y Barcelona antes de arribar a Madrid. Cuando reapareció Bambi, reaparecieron también mis instintos de macho infiel.
Sólo pude conversar con ella, pero la historia que me relató fue espeluznante… Esa noche en Praga, el tour se alojaba en un hospedaje para estudiantes extranjeros. La mayoría, africanos. Allí Bambi conoció a un marroquí, Ahmed, que la hizo probar que las historias que se contaban de ellos eran pálidos reflejos de lo que realmente podían hacer en el sexo.
Ahmed, según me relató, poseía un rabo de 25 centímetros por 18 de circunferencia. Bambi cabalgó en su verga y se la hundió hasta la mitad… A esta altura de la historia mi erección se notaba a media legua.
Estábamos en un café en un rinconcito y no había ninguna posibilidad de que Tarita nos sorprendiera.
Por otra parte, si lo hubiera hecho, sólo compartíamos un momento… Claro que mientras hablaba, Bambi, deslizó su alba mano hacia mi bragueta…
El marroquí, después de soltarle chorros generosos de semen, unas cinco o siete veces, le humedeció el culito con sus jugos e intentó poseer el agujerito palpitante de la chica.
En ese punto de la historia, estaba a punto de correrme. Su mano, me había abierto la bragueta y sus dedos aprisionaban mi polla que había alcanzado impresionantes niveles de erección.
Ahmed sólo pudo introducir la cabeza de su enorme aparato. Si le había sido difícil cogerla por el coño, penetrar su albo agujerito, era una tarea ciclópea. Pero esos instantes en que el marroquí pugnaba por entrar y el culito por expulsar ese gigantesco intruso, fueron produciendo una cachondez inigualable y con esfuerzo y no poco dolor, el bruto africano la penetró hasta que tocó el fondo de su ano. Lágrimas y gemidos se fueron mezclando con un placer nunca sentido por la muchacha. Al parecer unió esas interminables noches en que su padre sólo la tocaba y el deseo oculto durante tanto tiempo y logró ingresar en la zona en que infierno y paraíso se unen. Cayó en el hoyo negro al que conduce el sexo extremo…
En ese instante, mi pene pugnó por derramar el líquido que atesoraba en sus testículos y que avanzaba como un volcán a punto de erupción. Bambi que sintió las contracciones previas, con inigualable maestría, le dio un pequeño apretón que retardó la inminencia eyaculatoria y continuó su historia. Después de Ahmed, había conocido a Lev. Un checo de casi dos metros de alto, rubio de ojos azules y fornido.
Bambi ya había descubierto cuál era el resorte que la ponía mil: lo extremo de las situaciones. Estar al borde del abismo… Lev tenía atributos masculinos que al lado de Ahmed, resultaba un bebé. Sin embargo, Bambi buscaba algo más que una relación sexual. El tour partió y Bambi no llegó. Nos preocupamos mucho por ella, porque las historias que se corrían en esa época hablaban de extranjeros que eran asesinados por un pasaporte…
Llegamos a imaginar a Bambi en el fondo frío del río. Y casi fue eso lo que ocurrió. Anduvo de copas con Lev recorriendo los lugares de la bohemia clandestina de Praga, hasta llegar a una posada. Bambi pensó que había llegado la hora de dormir (o de coger).
Se retiró al cuarto ubicado en el segundo piso y se dio un baño perfumado y caliente que la relajó al punto de dormitar. La despertaron unas fuertes voces que no entendía. El tono de la discusión, la falta de comprensión de lo que decían, la hicieron entrar en un remolino de temor.
Quería vestirse, salir del agua, pero estaba paralizada de terror… De pronto, sintió un tropel que subía las escaleras y llegaba hasta la puerta. La abrieron de un empujón. Reconoció la voz de Lev, mejor dicho los aullidos de Lev. Poco a poco, se atrevió a asomarse por la puerta sin ser vista.
El espectáculo era indescriptible. Cinco muchachones tenían a Lev en el suelo, completamente desnudo e inmovilizado mientras uno de ellos le mamaba la verga. Pero Lev no gozaba sino aullaba como si le estuvieran matando. La chica no se explicaba lo que sucedía, pero temió lo peor. Se envolvió en la toalla y se acurrucó observando la escena.
Pronto se dio cuenta de lo que ocurría con Lev. El tipo que le mamaba, le había introducido el puño en el culo y trataba de moverlo violentamente. Lev ante cada estocada soltaba un aullido desgarrador.
De pronto, fueron ahogados sus gritos por una enorme verga clavada hasta la garganta. Mientras lo sujetaban, los otros tipos se masturbaban dando grandes alaridos. Se vinieron en él y lo chorrearon con leche caliente. Luego lo pusieron boca abajo y por turnos lo sodomizaron.
Un hilillo de sangre revuelta con semen, ríos de semen, salía de su culo. Lev ya no se movía. La banda se apresuró en abandonarlo allí, en el suelo de la habitación, desnudo y húmedo. Bambi se aseguró que no volverían y cerró la puerta con llave. Puso un pesado mueble en la entrada. Y se dirigió a ver a Lev. Como pudo, arrastrándolo, lo llevó hasta la tina de baño y lo lavó. Como lo hace una madre con su bebito.
Lev sólo recobró el conocimiento un par de horas después. Recién pudo enterarse la chica de lo que había ocurrido. Lev se había negado a entregarla a la banda de desalmados… Y había tenido que pagar por ello. A la habitación habían ingresado por casualidad, por eso no la habían descubierto y la lealtad de Lev la había salvado de ser pasto de semejantes buitres… Bambi agradeció el generoso gesto de Lev cuidándolo hasta que se repuso de sus ‘heridas’. La despedida fue tierna. Lev había cambiado.
Tal vez en su fuego interno la humillante sonorización a que había sido sometido le habían cambiado el ‘chip’ y ya nunca más sería el macho seguro y orgulloso de sí mismo. Justamente era lo que había atraído a nuestra amiga. La despedida fue sin lágrimas. Una sutil sonrisa, un gesto, palabras… Y Bambi se unió a un grupo de turistas alemanes de bastante edad. La condujeron hasta Madrid a reunirse con nosotros.
Mi pene estaba enhiesto en su mano, palpitando de un gozo inesperado. Sólo Tarita había tenido ese privilegio. En el resto de la estadía, no hubo sobresaltos y no volví a estar tan cerca de Bárbara. Ella continuó sin embargo, con sus correrías.
Una mirada al pasar, un guiño, un suave roce, la mano descuidada en mi espalda, o mi mano que palpaba su trasero en forma muy disimulada y sin que nadie nos sorprendiera. Preliminares que mantenían una hoguera que prendería en cualquier momento.
Es momento llegó después de algún tiempo. El gobierno democrático había caído y la dictadura cambió radicalmente la vida de los chilenos. Perdimos muchos amigos en el exilio o desaparecidos simplemente. Hallé a Bambi por casualidad. Iba en dirección a Reñaca y ella hacía dedo. La llevé y volvimos al diálogo interrumpido. Su mano fue derechamente a mi bragueta.
Mi pene la esperaba después de todos esos meses. Así que surgió orgulloso cuando lo liberó. Pronto la tuve de rodillas, mamándome. Desde la posición de conductor aplicado al tránsito, veía sus pequeñas y danzarinas tetitas, libres de amarras.
Le lancé todo mi deseo en un carnaval de semen que tragó hasta la última gota. Conduje hasta una playa apartada y oculté entre las dunas el pequeño Fiat 600.
Detuve el automóvil y me lancé a arrebatarle resto del húmedo líquido que hacía un segundo le llenaba la boca. Nos besamos confundiendo salivas y semen. Abrí su vestido. No llevaba bragas. Su coñito rubio y casi lampiño manaba la miel que bebí a sorbos.
Sin embargo, no cogimos esa vez. Ambos teníamos un alto sentido de lealtad hacia Tarita. Ella, por ser su amiga y yo, por ser su pareja, así que decidimos esperar hasta una ocasión más propicia en que pudiéramos dar rienda suelta a nuestros deseos sin herir a nuestra Tarita.
Pero esa parte es otra historia que vendrá luego, en otra historia de Ariki…