Dulce aprendizaje
Queridos lectores, la historia que les voy a relatar ocurrió una tarde de verano, cuando el intenso calor hace que la mente vuele hasta las más altas cotas de desafío y hacia lo que muchos llamarían perversión; yo en cambio prefiero llamarlo dulce aprendizaje…
Por aquel entonces, yo era estudiante y compartía piso con mi prima (algo menor que yo y también estudiante), había muy buena relación en la familia, por ello, tanto sus padres como los míos no temían que nada «malo» pudiera ocurrir entre nosotros dos.
Estábamos tomando el sol en una amplia terraza que teníamos en el piso, desde ella nadie nos podía ver, ya que estaba en el nivel más elevado del edificio y a banda y banda un cañizo protegía la intimidad interior de miradas ajenas.
Hablábamos, como siempre, de cosas triviales, en este caso de compañeras suyas de clase, de sus novios y de las pocas preocupaciones que a esas edades podían tener.
Mi primita había recibido una educación bastante reprimida, por lo que, cuando se sacaba el tema del sexo se sentía aparentemente muy incómoda.
En esta ocasión le pregunté si ella no tenía novio:
– ¿Yo?, qué va.
– Pues será porque tú no quieres (le respondí)
Mi prima realmente era muy guapa, tenía una figura esbelta, un cabello liso y brillante, un rostro moreno y unos labios muy sensuales.
Pero lo que más me atraía de ella era su culo; era perfecto, de verdad, era de una perfección angelical, sus curvas y pliegues eran de una proporción inmejorable.
Siempre llevaba ropa muy ligera, que dejaba entrever su cuerpo y algo más, la verdad es que ya estaba acostumbrado a ver sus braguitas, ya que su vestimenta de ir por casa y su inocencia y espontaneidad hacían que dejase siempre al descubierto su ropa interior.
Esta vez, mientras hablábamos, sentados sobre tumbonas, ella tenía las piernas algo abiertas y llevaba un vestido de playa que le quedaba subido casi hasta la cintura, esa posición me permitía ver el brillo y las sombras que generaba toda su zona genital en la superficie de sus braguitas satinadas.
Le pregunté si alguna vez había estado con algún chico:
– ¡¡Nooo!!
Me respondió un poco nerviosa y le comenté que se tranquilizara que sólo era una pregunta y entonces comencé a percatarme que esa incomodidad ante el tema del sexo era porque, mientras todas sus amigas ya habían tenido relaciones con chicos, ella se sentía inferior por no haber experimentado.
– ¿Alguna vez te has masturbado?
– No (me respondió algo mas sosegada)
– ¿Porqué?
– No lo sé
– Pues, no sabes lo que te pierdes
– ¿Porqué? ¿Qué se siente?
– ¿Quieres saberlo?
– Me gustaría, pero ya sé en qué estas pensando y eso no puede ser Volví a notar como se ponía nerviosa, intenté tranquilizarla diciéndole que no me iba a aprovechar de ella, que sólo quería enseñarle para que de ahí en adelante ella supiese qué hacer cuando quisiera darse placer.
– Es que… no sé
Me acerque a ella y comencé a acariciarle sus cálidas piernas desnudas y doradas por el sol, le besé en la mejilla y noté como estaba muy caliente (no sé si por la exposición al sol o porque su temperatura estaba empezando a subir frenéticamente).
Ella giró su cabeza hacia mí y nuestros labios se encontraron, entonces mordisquee su labio inferior y pausé para decirle:
– No temas, no te haré daño y veras como no te arrepentirás.
Justo después de decirle esto volví a besarle en los labios, ella respondió empujando más su boca a la mía, fue en este momento cuando introduje mi lengua en el interior de su húmeda boca, nuestras lenguas comenzaron un sensual baile mientras mi mano se iba acercando a sus braguitas (las que habían eclipsado mi vista entre luces y sombras).
Cuando ya tenía mi mano sobre su parte más oscura, noté un gesto de distanciamiento por parte de ella, le acaricié en la cara y le dije que nada malo iba a ocurrir; ella se reincorporó y yo volví a poner mi mano sobre la tela brillante y suave de sus braguitas. Noté un agradable calor y le pregunté:
– ¿Tienes calor?
– Sí, un poquito
– Te voy a quitar las braguitas para que estés más cómoda ¿vale?
– mmm… bueno
Me agaché frente a ella y le subí el vestido hasta la altura del cuello, sobre sus pechos, que, aunque diminutos, estaban erectos invitando a ser liberados de la esclavitud que le proporcionaban esos sujetadores satinados a juego con las braguitas.
Ante semejante invitación me dispuse a darles al aire y la luz que necesitaban, dejé que aflorarán esas diminutas perlas erectas y me puse a besarlas y lamerlas incesantemente mientras sentía como se aceleraba la respiración de mi complacida alumna y algún suspiro era robado por el caluroso aire que nos envolvía.
Desde los pechos, fui trazando una ruta con mi lengua a través de su estómago y su monte de venus, donde me entretuve con los mágicos rizos de su vello púbico mientras iba bajando sus braguitas por unas piernas que espontáneamente se iban abriendo a su paso dificultando su descenso.
Allí, arrodillado y ante aquellas protuberancias carnosas totalmente húmedas y brillantes al sol, comencé a masturbar a mi prima, le dije:
– Mira, primita, como lo hago yo.
Entonces comencé a frotar mi dedo arriba y abajo de esa resbaladiza rajita, ella abrió sus piernas para facilitarme la maniobra, y pude observar los filamentos de humedad que unían un lado con otro de su hermosa y apetecible cueva.
Metí uno de mis dedos y ella emitió un gemido casi inaudible y una convulsión hizo que acercara su fruto más hacia mí, fue entonces cuando añadí un dedo más a la maniobra de placer que le estaba proporcionando a mi primita, mientras otro dedo cautivo se escapó hacia su abultado clítoris, volví a sentir otra convulsión y acto seguido sus piernas se abrieron ante mí como una puerta hacía el placer infinito, su respiración me dictaba que era el momento de no parar.
De forma rítmica, comencé a meter y sacar mis dedos de su interior mientras, a la vez, masajeaba suavemente su clítoris, sus gemidos eran el director que marcaba el ritmo de la orquesta que operaba en su interior la más bella sinfonía de sensaciones que mi prima había percibido jamás.
Cuando noté que su orgasmo era inminente, destituí al dedo que masajeaba el clítoris para dar el relevo con mi lengua, no podía dejar escapar la ocasión de lamerle ese clítoris que pedía a gritos ser chupado y complacido con la humedad de mi lengua, todavía tardó un poco en llegar y eso me dio tiempo para poder saborear esa dulce joya que asomaba a la luz para dar la bienvenida al éxtasis más puro.
Cuando tuvo el orgasmo, comenzó a convulsionarse como una posesa, sus piernas comenzaron a temblar y se cerraban aprisionando mi cabeza entre ellas, ella suspiraba:
– Ah! ya está, ya está, ya está…
Cada vez de forma más apagada, como si la energía de su cuerpo se la fuera robando aquel exquisito orgasmo del que estaba gozando, cuando su voz quedó totalmente enmudecida sus piernas se abrieron de par en par y su mirada se perdió entre el éxtasis y el placer, en un lugar recóndito al que, estoy seguro, se moría por volver a visitar de nuevo.
Una vez abiertas sus piernas, pude retirar mi cabeza y mis dedos para poder observar con fascinación toda la humedad emitida por ese maravilloso agujero.
Me acerqué a mi prima que yacía tumbada sobre la tumbona, recuperando el ritmo normal de su respiración y mientras me recostaba a su lado para abrazarle y tranquilizarla, le pregunté:
– ¿Cómo estás?
– mmm… muy bien. Oye primo…
– Dime
– Muchas gracias
– ¿Por qué?
– Por haberme sabido enseñar tan bien las maravillosas sensaciones que me perdía
– Me alegra saber que te ha gustado…
Le dije mientras reposaba mi mano sobre el néctar de su agradecido fruto, para ser respondido con un movimiento pélvico que me indicaba la gratitud de mi ofrenda de placer.