Divina estás

Me llamo Alberto. Soy un chico de dieciocho años.

La historia que os voy a contar me sucedió hace unos meses, durante unas vacaciones pasadas en las que nos reuníamos toda la familia, los hermanos de mi madre, en el pueblo de ascendencia.

Me gusta el pueblo. Tengo muchos primos y me lo paso muy bien.

Estas eran para mí unas vacaciones especiales, por su significado. La tita Dévora se había separado y todos nos proponíamos mimarla y arroparla. La reunión familiar transcurría en dos niveles. En el primero, los primos nos divertíamos como siempre. Mi primo Juan y yo nos propusimos realizar una excursión con acampada y todo. En el nivel de los adultos, la cosa no iba tan bien.

La llegada de la tita Dévora, tan deseada había convertido la reunión familiar en un pequeño infierno. La tensión se mascaba. Los reproches eran mutuos y la estancia pasaba por una situación tirante detrás de otra.

Al plantearle a nuestros padres la posibilidad de ir de excursión, mis padres aceptaron. En cambio, los de Juan pusieron pegas. No loes gustaba la idea de que fuéramos solos al monte, pues con los dieciocho recién cumplidos, aunque éramos mayores de edad, no éramos unos hombres.

Buscamos una solución en vista de la imposibilidad de convencer a los padres de Juan. La solución nos la brindó precisamente quien estaba en peor posición para ayudarnos: La tita Dévora. Efectivamente, en vista de lo amargada que estaba y que, como ella misma reconocía, estaba metiendo mucho la pata, se brindaba a acompañarnos. Así el campo, la naturaleza la relajaría

La tita Dévora es rubia de pelo rizado, pecosa en la cara y la espalda, de nariz respingona, ojos marrones, grandes, de boca carnosa y labios sensuales, resaltan en su cara redonda. Mide 1,65. Yo siempre la había visto muy alta, pero ahora, tanto yo como Juan hemos pegado un estirón y más o menos es de nuestra altura. Tiene 30 años. Lo que sí, es que es más ancha que nosotros, sobre todo en caderas, no así de espaldas. Tiene un cuerpo bien cuidado, por que hace deporte y esas cosas de «niña pija».

La verdad es que el que la tita viniera nos simplificaba muchas cosas: el coche, el móvil, dinero para un imprevisto, poder comprar cervezas en los bares… En cambio se nos planteaban algún problemilla, como el que tendríamos que compartir los tres la misma tienda de campaña.. Ancha para dos, algo estrecha para tres. No teníamos saco de dormir para ella, así que mi tita tuvo que cargar un par de mantas para ella.

Juan y yo saltamos de la cama cuando sonó el despertador a las siete de la mañana. Habíamos estado preparando los macutos durante la tarde anterior, así que a las ocho estábamos desayunados y listos para partir. Sólo esperábamos a la tía Dévora. Mi madre me sugirió que subiera y le tocara a la puerta. Yo no estaba muy convencido. Con la mala leche que estaba demostrando mi tía, me podía dar un rigido de tres pares de narices. Al final me animé y subí a su dormitorio. Toqué a la puerta, pero nadie contestaba. Toqué repetidas veces hasta que me animé a entrar en su dormitorio.

-¡Tita!…. ¡Tita!.- La llamé varias veces, así que me acerqué hasta ella. Sus hombros desnudos asomaban por encima del borde de la sábana. Sus nalgas respingonas emergían como dos montículos, tapados por la colcha.

-¡Tita!.- La zarandeé suavemente.

Al fín me contestó con voz de ulltratumba. -¿Queeee?.-

-Levántate.-

-¿Qué hora es?.-

-Las ocho.-

-¡Las ocho!.-

Mi tita aún estaba en el limbo del sueño, en el limbo de la semiconsciencia. Por eso la disculpé que fuera a salir de la cama de golpe. Se sentó en el borde. Para mí fue una sorpresa saber que la tita sólo dormía con las bragas puestas. Sus pechos asomaban, caían hermosos, deliciosos. Reales al fín. Todas las tetas que había visto en mi vida eran virtuales, ya fueran en papel o reflejadas en los tubos de rayos catódicos del televisor. Aquellas tetas eran de carne y hueso, o mejor dicho, eran de carne.

-¡Uy! ¡Que me ves! ¡Perdona!.- Me dijo tapándose el cuerpo con la colcha

Yo debía de haberme dado la vuelta, o haberme ido de la habitación. Lo cierto es que me quedé alelado y sólo se me ocurrió salir del trance haciéndole una pregunta que curiosa, parecía no tener malicia. -¿No te pones pijama para dormir?.-

-No lo aguanto.- Mi tía es el paradigma de la mujer liberal en nuestra casa. Siempre tan libre, tan rebelde. Alguna de mis tías se alegraban en el fondo de su fracaso, incluso mi madre, por que eso significaba que la vía opuesta a la suya, que era la vía de la virtud, había fracasado.

La colcha dejaba adivinar el resto del cuerpo de mi tía. Era armonioso. A veces me pregunto por qué por mucho que enseñen las mujeres siempre quiero ver uno lo que está tapado.

Al fín apareció mi tía, con los párpados algo hinchados. Hasta así me parecía hermosa. Llevaba unos pantalones vaqueros cortos, unos zapatos de deporte, con sus calcetines blancos y una camiseta que se había remangado de manera que dejaba al descubierto su ombligo. Tenía la piel de su vientre suave, como la de sus piernas depiladas. A un chico de dieciocho años, ver una mujer con muchos pelos en las piernas le puede resultar traumático.

Metimos las cosas en el coche y pusimos en marcha nuestros proyectos, marchándonos a pasar dos días a un paraje de sierra cercano, pro el que transcurría un río precioso, no contaminado. Una zona poco conocida por los turistas que conservaba aún su encanto. Buscamos en la orilla la mejor zona, limpia, apartada. Montamos las tiendas. Las posturitas de mi tía absorbían mi curiosidad. No podía quitar la mirada de sus piernas ni del culazo que se le ponía cada vez que se agachaba.

Mi primo Juan debió notar mi entusiasmo, por que cuando mi tía nos mandó por leña, comenzó una interesante conversación.

-¿Qué? ¡Está buena la tía!.-

-¡Joder, Juan! ¡Lo que te has perdido esta mañana! ¡Me ha enseñado las tetas!.- Juan me miraba perplejo, incrédulo.- Sabes, duerme sin camisón. Se levantó atontada y me las enseñó.-

-¿Y que? ¿Cómo las tienes?.-

-Para mamar, macho, para mamar.-

Juan se quedó pensativo, calculando si lo que iba a decir era una burrada o una cosa muy razonable. Al final se atrevió a decirme. -La verdad es que si yo pudiera me la follaba.-

-¿Pero Juan?.-

-¡Ya se que es mi tía! ¿Y qué?.- Decía mientras se agachaba una y otra vez para coger palitos de leña.

-¿Sabes lo que ocurrió?.- Me dijo al fin.

-¿Cuándo, Juan?-

– Se la encontró el tito en la cama con un capullo que acababa de conocer. Dice mi padre que la tita Dévora cuando bebe le entra una calentura que se vuelve como si fuera una zorra.-

Aquellas afirmaciones de Juan eran muy sugestivas pero yo desconfiaba un poco de ellas, pero podíamos intentar «Algo». -¡Oye Juan! ¿Por que no vamos con ella uno de los dos y compramos un poco de «priva».?-

– Por que no se si sabes, querido primito que tu primo Juan piensa en todo y llevo en mi macuto una botella de ron. No es el mejor ron del Caribe, pero tampoco es botellón. Ahora, que esa no es ni para mí ni para ti. Esa se la tiene que beber casi toda la tita-

De todas formas, teníamos que comprar refrescos, quizás un par de litronas. Convencimos fácilmente a la tita dévora, para la que un par de cervezas eran aún inofensivas para su virtud recuperada.

Nos propusimos darnos un baño. Presentíamos que el agua estaría muy fría.

-Esperad, que no traigo traje de baño.- Nos dijo mi tía, que rápidamente encontró una solución a la medida. Agarró algo de su bolsa y nos dirigimos a la poza, que era un remanso del río donde cubría un poco más que en el resto. El agua era cristalina. Los dos varones nos quitamos la camiseta y los pantalones y nos tiramos al agua con los calzoncillos. Mi tía iba a demostrar sus modernidades, pues se quitó la camiseta y los pantalones y el sujetador, y se tiró al agua en bragas.

Mi primo y yo estábamos boquiabiertos. Sus melones habían votado como los «limones salvajes del caribe» cuando venía corriendo a tirarse a la poza y ahora nadaba, permitiendo que se le viera todo detrás de las cristalinas aguas. El agua no me permitía que se me pusiera dura, por que es que si no…

El agua estab muy fría. Los tres teníamos la piel de gallina, y mi tía mostraba unos pezones rugosos e hinchados mientras repetía una y otra vez -¡Uy! ¡Que agua más fría!.-

-De verdad, tita, de verdad.- Le repetíamos. Al cabo de un rato Juan se animó a salirse, advirtiéndome de que se me iba a quedar la picha hecha un guisante. Mi tita fue la siguiente y yo no iba a durar mucho.

Al salir, a Juan se le trasparentaba el calzoncillo. Adivinaba su raja del culo debajo de la tela mojada. Pensé en seguida que mi tía sería la siguiente. Juan se quitó los calzoncillos mojado y se puso los pantalones directamente sobre la piel.

Acerté al prever que a mi tía también había de vérsele la raja del culo y las nalgas bajo la tela mojada. Tenía un culo delicioso, redondo pero ancho, como los muslos que aparecían anchos junto a las caderas y se estrechaban milagrosamente en las rodillas y los tobillos. Levantó los brazos para cogerse el pelo y las partes exteriores de sus pechos asomaron generosamente por los lados de su espalda. Se puso la camiseta sobre sus pechos desnudos. Luego tiró de ella hacia abajo y pretendió quitarse las bragas mojadas sin ser vista.

Yo, desde la poza tenía una visión privilegiada, y desde un momento se lo ví todo menos lo que los vellos le tapaban. Tenía una maraña de pelos rubios, rizados, impresionantes. – ¿Te quedas?-

Prefería conservar mi privilegiada posición por un momento, a pesar de la frialdad del agua. Seguí la figura graciosa de mi tía durante un ratito y luego salí y rápidamente me cambié. Me moví con rapidez por la vereda hasta que hice contacto visual. Por un momento me convertí en el lobo feroz, que perseguía en silencio a caperucita. Me acerqué hasta tenerla a unos veinte metros. Si saltaba sobre ella me la comería.

De repente, la tía Dévora miró a un lado y otro y luego detrás. Me escondí en mi papel de lobo malo. Mi tía se bajó los pantalones y las bragas. Se agachó y se puso a orinar. Pude ver esta vez sus nalgas desnudas, ni siquiera cubiertas por las bragas húmedas. Se levantó y yo me quedé un rato escondido, miedoso de que descubriera mi picardía.

Llegué a la tienda tras de mi tía. Ella se puso a preparar la comida. Yo me ofrecí de ayudante. Ya no quería otra cosa más que estar con mi tía. Comimos y vino el sopor de la siesta. La cerveza que bebió mi tía en la comida no debió de hacerle efecto, pues Juan y yo nos metimos en la tienda, esperando que su calentura la hiciera presentarse delante de nosotros, por lo menos, en bragas. Juan la espiaba abriendo la puerta de la tienda con el pié y me iba informando – Ahora saca un cigarrillo…ahora mira el paisaje…-

Me desperté con la cabeza embotada, casi de mala leche. Pegaba el sol y en la tienda hacía calor. Y Juan me pegaba lo suyo. Mi tía estaba sentada sobre una gran piedra, con las piernas extendidas y ligeramente cruzadas. Me comí el mal humor y fui a hablar con ella.

-¿Tienes novia?.-

-¡No, tita! ¡Aún no! ¿Y tú? ¿Tienes ya novio?.-

-No.-

-Y…¿Echas de menos a tu marido?.-

– ¿ A mi «Ex»?. Al principio un poco. Pero estoy convencida que estamos los dos mejor así. ¿Sabes? Si no sintonizas en la cama, el matrimonio es un coñazo. Y si no sintonizas fuera de ella, también.-

-¿ Y tú? ¿Dónde fallabais?-

-Pues mira, una cosa condujo a la otra y la otra ayudó a la primera.-

A mi tía le costó seguir explicándome, pero luego, tal vez buscando alguien con quien sincerarse, con quien desahogarse- Mi exmarido, tu extío era una persona poco ardiente. Nunca tenía ganas y cuando por fín lo hacíamos, era deprimente. En fín. Es mejor que hablemos de otra cosa. Lo que si te aconsejo es que cuando busques novia, que te llene dentro y fuera de la cama.-

Cuando Juan se levantó, ya habíamos planificado un paseo, los tres por un senderito por el que avanzamos hacia una cañada que conocíamos. Juan se colocó a mi lado y inició conmigo una conversasicón en tono reservado.

– ¿Lo vamos a hacer?.-

-¿El qué?-

-¡Joder,macho! ¡Emborracharla!.-

-Bueno, pero ¿Como la vamos a hacer beber?.-

– Eso déjamelo de mi cuenta:-

Miraba la figura de espaldas de mi tía, con aquellas cachas y me ponía a cien cuando me imaginaba lo que la noche nos traería.

Dejamos la tienda preparada al anochecer, nos tomamos unos bocadillos o sandwiches, como queráis llamarlo. Luego, después de comer la tía se lavó los dientes Y aquello nos animó a los dos primos a hacer lo propio. Luego nos reunimos en torno al fuego. Hablamos y al fin Juan nos propuso jugar a las cartas. Era un juego que Juan y yo conocíamos bien. No así mi tía. Para seguir el rollo de mi primo pregunté.

-Pero tendremos que jugarnos algo ¿No?.-

-Pues…¡La ropa!.- Contestó Juan.

Nos pusimos a jugar. Estando los dos compinchados, era imposible que mi tía ganara una sola partida. Así que pronto se quitó el zapato, y luego el otro. Luego le tocó el turno a los calcetines. Me fijé en los pies largos y elegantes de mi tía, en la estrechez de su tobillo y en sus uñas pintadas de rojo intenso. Pronto mi tías soltó el reloj. Nosotros guardábamos aquello según mi tía lo perdía y nos lo entregaba. Volvió a perder cuando ya nos había entregado los pendientes.

-¡Chicos! ¡Pero como me voy a quitar la camiseta!.-

-Pues nos tienes que dar una prenda.- Dijo Juan.

-¡Damos un beso!.- Dije yo. Juan me echó una mirada fulminante y después tomó un baso y mezclando el ron con el refresco le dijo a mi tía.- ¡Anda! ¡Tómate un chupito de estos!.-

Era un combinado bastante combinado por lo que mi tía no lo rechazo. Claro que a la siguiente vez el chupito iba un poco más cargado. Después de perder unas cuantas veces más, mi tía aceptó quitarse la camiseta, lo que significaba dos cosas. La primera es que efectivamente era consciente del peligro que entrañaba el que siguiera bebiendo y segundo, que ya estaba cayendo en la trampa.

Mi tía nos mostraba el sujetador. Cuando volvió a perder, no se atrevió a quitárselo ni tampoco los vaqueros cortos que llevaba, así que bebió de nuevo algun chupito más. Entonces Juan le propuso una nueva alternativa

-¡Prenda, Chupito o Deseo!.-

-Depende del deseo-

-Bésame en la boca.-

-¡Jo! ¡eso es trampa! ¡Bueeeeeno!.-

Juan y la tita Dévora se besaron en la boca, en un beso de tornillo de esos de las películas. Mi tía se empleó bien al principio, pero luego hacía tímidos esfuerzos por desengancharse que eran abortados por Juan. Luego me acerqué yo y aunque no era yo el que había ganado la partida, mi tía aceptó besarme. Jamás antes había sentido la cálida y suave, la húmeda y sensual sensación de la boca de una mujer. Era mi primer beso y notaba la experiencia de mi tía, que jugaba con mis labios entre los suyos y pasó la lengua entre ellos penetrando con ella en mi boca. Después de aquello mi tía debía de estar, o muy mosca, o muy caliente.

-¿Jugamos a otra cosa?.-

-¡Jo, tía! ¡Pero si acabamos de empezar!.-

Mi tía perdía continuamente. La amenazábamos con que si abandonaba el juego, sería nuestro lo que hubiera perdido, incluso su boca, por lo que tendríamos derecho a besarla siempre que quisiéramos. Así que probó otro chupito y tuvo que entregarnos el sostén. Sus pechos botaron liberados de las copas.. Eran tan bellos o más como los que había visto surgir entre las sábanos por la mañana, o flotar en las frías aguas de la poza. Redondos, grandes, firmes, rematados por un enorme pezón oscuro, del color del café con leche cargado.

-Siéntate encima de Alberto.- Fue el siguiente deseo de Juan para con la eterna perdedora. Mi tía se puso entre mis piernas. No exactamente encima, Sino debajo, pues yo estaba sentado en una piedra y mi tía puso su espalda entre mis piernas. Su pelo rizado estaba cerca de mi cara, al correr la brisa de la noche, me rozaba la cara. La veía de escorzo, Veía la punta de sus pezones puntiagudos rematar sus pechos. La piel de mis rodillas rozaban sus costillas.

Luego, se tuvo que deshacer de los pantalones y quedarse en bragas. De cerca, la textura de la piel de sus muslos era la de la mujer que empieza a madurar, la de la fruta que pierde su color verde para volverse amarilla, dulce, exquisita. Se volvió a colocar entre mis piernas. Le acaricié la cabeza y luego el hombro. Mi tía, incomprensiblemente entonces volvió su cara hacia mí y me miró primero a los ojos, y luego a la boca. Aquello parecía una petición, pero como no podía creer lo que me sugería. Ella misma estiró su cuello para fundir de nuevo su boca con la mía durante unos segundos emocionantes e interminables.

Mi tía volvió a perder y entonces, devolviéndole a Juan la cortesía, le ordené que se sentara de nuevo en las piernas, pero esta vez, en las de mi primo. Juan abrió sus piernas y ella se puso entre ellas, poniendo las manos sobre las rodillas de Juan y volviendo su cuello para besar al co-ganador de las partidas. Juan era más vivo que yo y aprovechó para cogerle las tetas, una para cada mano.

Yo, hasta que…Bueno, no quiero adelantar acontecimientos. Pensaba que los hombres le cogían las tetas a las mujeres por que les gustaba a ellos, y nunca se me había ocurrido que a ellas también les podía gustar, hasta que ví como mi tía se entregaba a un beso prolongadísimo con Juan, que no dejaba de magrearle las tetas. Juan siempre se había chuleado de su experiencia con las chicas y ahora parecía evidente que la tenía. Volvió a perder mi tía.

-Ahora vas a quitarte las braguitas.-

-¡No! ¡Eso no!.-

-¡Anda!.- La animaba yo.

-¡Anda!.- la animaba mi primo mientras le acariciaba las tetas y le besaba en el cuello, besitos cortos, pequeños y repetitivos.

-¡Dame otro chupito.-

Mi tía estaba borracha y caliente. Juan la forzó a ofrecerle su cara y volvieron a fundirse en un profundo óbsculo, con el consiguiente magreo de pechos.

-¡Toma! ¡Pero si vuelves a perder otra vez…Te vamos a comer!.-

Y mi tía perdió de nuevo.- Esta vez si que te tienes que quitar las bragas.-

-¡Jo! ¡Que no!

-¡Venga!

-¡Que no!.-

Nos quedamos en silencio. Sin duda si nos poníamos bordes mi tía se quitaría las bragas, pero no era eso lo que queríamos así que para recuperar la inciativa se me ocurrió una idea.

-Bueno; entonces…¡Baila!.-

Cuando las chicas están borrachillas y bailan, se ponen muy cariñosas. Mi tía, en bragas, unas bragas coquetas, de esas que cubren la mitad de la nalga, y llegan a tres dedos por debajo del ombligo, se levantó y comenzó a moverse lentamente. Cantaba ella sóla. Cantaba ua canción que yo conocía de la radio. Era una canción de los setenta. Una canción de Alaska y Dinarama, o los Pegamoides. Era algo así.

«Divina estás

Programada para el baile»

La luna iluminaba su pelo, las estrellas bañaban de leche la piel de sus senos y a mi tía se le escapaban de la memoria algunas de las partes de esa canción.

«tarará tarará tarará

que te ví bailaaaaaar»

Con sus pies desnudos daba cortos pasitos sobre el cesped de la praderita donde acampábamos, y meneaba su cintura, sus caderas moviendo su vientre y su ombligo con un suave balanceo.

«Me gusta bailar

con pegatinas en el cuuuuuulo

Estuviste con caca de luz

Per no te ví bailar».

Y se daba la vuelta como en una discoteca, haciendo volar nuestra fantasía al ver sus cachetes menarse, subir y bajar alternativamente, armoniosamente acompasados. Nos imaginábamos aquellos cachetes redondos cubiertos por unas minúsculas pegatinas, tal vez de los pokemon, o de la bola del dragón.

En ese momento, la tita Dévora se dio la vuelta, despacio, alzando los brazos y mostrando sus axilas en los que se notaba ya el nuevo nacimiento de pelos sobre sus sobacos afeitados. Ahora imitaba la parte de la canción en la que sólo se oía la orquesta,

«ta tarara ta tarara ta tararata tarara

ta tarara ta tarara ra»

Y tarareaba mientras nos invitaba a levantarnos y a unirnos a ella en su baile festivo, consiguiéndonos hacer levantar casi al unísono. Nos agarramos a su cintura y mutuamente, formando un corro, comenzando a reir a carcajada limpia mientras seguíamos bailando y repitiendo la letras subrealista de la canción. Y ahora éramos los tres los que nos sentíamos bailar «con pegatinas en el culo».

Mi tía me miró de nuevo a los ojos y otra vez a la boca y de nuevo me besó apasionadamente. Juan, oportunista subió la mano que tenía sobre la cintura, y le rozó el pecho por detrás de la espalda y volvió a la carga. -¿Te vas a quitar las bragas?.-

Mi tía se hizo la loca y volvió a cantar aquella canción

«Divina estás

programada para el baile»

Juan le agarró descaradamente el culo. Yo, que tenía el brazo sobre su hombro, dejé caer la mano y rocé su pecho, sin querer darme cuenta al principio, pero al ver que mi tía consentía, con bastante descaro después.

«Me gusta bailar

con pegatinas en el culo»

«Estuviste con caca de Luz

pero no te vi bailar»

Mi tía se abrazó apasionadamente a Juan, que le estaba agarrando el culo. Yo me uní a su abrazo, colocándome detrás. Los dos se besaban y yo besaba el cuello y la nuca de mi tía, de la salían unos minúsculos pelos rubios, rizados. Puse mi pene entre las nalgas de mi tía, en lo blando. Me puse a tope. Juan me hizo un guiño y siguió intentándolo.

-Tita ¿Nos acostamos?.-

-¡No! ¡Vamos a seguir bailando!.- Decía tambaleándose ritmicamente a un lado y otro con la frente apoyada en la frente de Juan.

-¡Anda! ¡Tita!.- Decía Juan en un tomo que parecía suplicar.

Juan se la llevó de la mano a la tienda de campaña y nada más entrar, la tita se tumbó hacia arriba. Entonces Juan, con sumo mimo y cuidado le bajó las bragas, y las sacó de sus piernas. La tita Dévora no hizo nada. Sólo cuando sintió que Juan se tendía sobre ella, sin poner todo su peso, pero abriéndola de piernas acertó a decir un leve -¡Ay! ¡Déjame! ¡Pesao!.-

Yo observaba discretamente desde fuera de la tienda. Juan se callaba pero no la hizo caso. Silenciosamente se quitó el pantalón y me enseñó el culo, pues no se había puesto los calzoncillos desde que nos bañamos en la poza. A ambos lados, veía las piernas de mi tía, que flexionadas, se apoyaban colocando la planta de los pies en el suelo de la tienda.

Juan comenzó a empujar, vamos, a meterla. Al principio noté que se movía con suavidad, despacio. De pronto paró un momento y comenzó a moverse a otro ritmo más vivo. Mi tía protestaba pero era incapaz de hacer un gesto de librarse, ni siquiera de desagrado, incluso ponía las manos extendidas sobre los riñones y las nalgas de Juan, que finalmente, doblando su cintura más de la cuenta y tirando su cabeza hacia detrás, gruñó para terminar por descargar su semen. Fue entonces cuando más apasionadamente ví moverse los brazos y las manos de la tita por la espalda y los cachetes endurecidos de Juan. Y rápidamente cayó como desplomado sobre la tita, besuqueándose repetidamente.

Cuando mi primo se desacopló me dí cuenta de lo excitado que estaba yo. Mi primo salió y me dijo algo que demostraba bastante ingratitud.- ¡Está muy dura la puta! ¡Como está tan mamada!.-

No sabía lo que hacer no lo que decir. La verdad es que la deseaba tanto. Se había dado la vuelta y nos ofrecía una imagen de escorzo fenomenal, pues detrás de sus piernas preciosamente contorneadas aparecían sus nalgas, emergentes, generosas.

-¿A qué esperas?.-

-¿No será demasiado?-

-¡No seas cobarde!.-

Me desnudé fuera de la tienda. Yo tengo más estilo que mi primo. Le dí la vuelta a mi tía con carantoñas y suavemente y comencé a lamerle los pechos. Luego toqué su sexo, que encontré pringoso por el semen de Juan y la propia humedad de mi tita. Le besé en la boca repetidamente, hasta que ella misma me respondió primero tímidamente, y luego entregándose apasionadamente, haciendo que nuestras lenguas disputaran cada milímetro de nuestros labios.

Coloqué una pierna entre las suyas y puse sus manos por encima de sus hombros. Entrelazamos nuestros dedos y metí la segunda pierna entre las suyas, y comencé mi acoplamiento. Mi tía me miró con los ojos perdidos, embriagada, y volvió la cara de lado. Comencé a introducir mi pene entre sus labios. Quise moverme con fuerza, con rabia, sentir dolor en mi pene. Así lo había hecho Juan. Yo me dí cuenta que se había equivocado.

Así que me comencé a mover suavemente, rítmicamente, sacando y metiendo en cada vaivén una gran parte de mi falo. Sintiendo la humedad de mi pene cuando entraba en contacto con el aire fresco de la noche, y luego volvía a sentir la cálida humedad resbaladiza de su vagina.

Intenté contenerme todo cuanto pude. Me intenté inhibir hasta que al fín, sentí inminentemente la proximidad de mi orgasmo. Mientras tanto, mi tía, que tan fríamente había comenzado, empezaba a responderme. Se retorcía de placer cuando le soltaba la mano y le acariciaba los pechos o acariciaba su lomo, sus nalgas. Pegó un respingo cuando mi mano penetró peligrosamente entre sus nalgas.

Al notar que yo aceleraba el ritmo, que me movía con más fuerza, presintió lo que me ocurría y comenzó ella misma a mover sus caderas, a empujar ella contra mí, como yo empujaba contra ella , a acelerar la llegada de un orgasmo, que si bien no acabó y finalizó al mismo tiempo, si sucedió que en algunos momentos nuestro mutuos gruñidos y gemidos de placer llenaron la intimidad del ambiente nocturno dentro de la tiendecita de campaña.

Oí exclama r a Juan una palabrota admirado. Me corrí y continué moviéndome unos segundos intentando proporcionarle el máximo placer a la mujer que tenía debajo de mí. Los gemidos roncos, que salían de lo más profundo de la garganta de aquella rubia seme quedaron grabados en la memoria y fueron para mí tan gratificantes como la sensación de mi propio orgasmo.

Mi miembro se fue desinflando dentro de la vagina de mi tía, que me miraba con una sonrisa de aprobación, de satisfacción.

Me fijé en su cara pecosa, en las pecas que le cubrían los hombros, en los pechos. La volví a mirar a los ojos sin que hubiera desaparecido aquella sonrisa ahora picarona.

No quería mirarle a la cara, pero deseaba sentirme unido a ella, así que me tumbé sobre su cuerpo mientras sentí que ahora las nalgas que acariciaba mi tita eran las mías propias. Y me decía al oído palabras que no se me olvidarán nunca.- ¡Has estado cojonudo! ¡Mi machito!-

Juan entró comido por los celos. No comprendía como toda su experiencia de «macho semental y follador» había fallado con la tita Dévora, mientras que yo, un principiante lo había hecho también.

No comprendía que quizás fuera el estar en sintonía. Yo tampoco podría decir a que se debió.

Lo cierto es que se tumbó al otro lado de la tita. Los tres nos tapamos con la misma manta y nos doormimos, aunque yo, de vez en cuando pasaba mi mano por el vientre de mi tita y le acariciaba el monte de Venus cubierto

de pelos rizados. Así nos dormimos.

Me desperté sobresaltado a mitad de la noche. Había un gran alboroto en la habitación. Vi a mi tía a cuatro patas, las rodillas y los codos apoyados en el suelo.

Frente a mí la caía el pelo rubio por los hombros y sus pechos caían hacia abajo, moviéndose exageradamente por los bárbaros meneos que mi primo, que estaba detrás de sus nalgas le propinaba.

-¡Córrete! ¡Venga! ¡Guarra borracha!.-

-¡Déjala ya!.- Le dije amenazadoramente.

-¡Calla ya! ¿Quien me dice que la deje? ¿Tú, capullo?.-

-¡Te digo que la dejes!.-

Mi primo, que hasta ese momento seguía moviéndose se paró. En su cara advertí muy malas intenciones. Creo que sinceramente estaba dispuesto a zurrarme, a zurrarme de verdad.

-¡Déjale, Alberto!.- Dijo al final mi tía.- ¡Déjale, vida mía!.-

Juan puso sus dos manos sobre las caderas, sobre la parte alta de las nalgas de la tita y comenzó de nuevo a moverse. Me quedé callado, sobrecogido. Tuve miedo. Lo digo sinceramente. Fueron unos minutos que se me hicieron horas.

Entonces mi tía empezó a chillar exageradamente, a gritar al intuir que el orgasmo de Juan estaba próximo. -¡Ay! ¡Ay! ¡Que me corro! ¡Que me corro! ¡Ay! ¡Ay!.-

Yo me dí cuenta que aquellos quejidos eran totalmente ficticios, pero en cambio habían engañado muy bien a Juan, que se mostró orgulloso y tras separarse de la tita, cogió sus pantalones y salió de la tienda, orgulloso, para irse a dormir al coche, como dando a entender que después de su triunfo y de mi actitud, ya no quería saber nada de la una y del otro.

Mi tía lloraba.- ¡Que grandísimo cabrón!.-

-Tita, lo siento.-

-¿Has visto?.-

Acariciaba a mi tía. Quería consolarla. Ya no veía a la hembra excitante a la que había que follarse a toda costa, sino a la mujer con sentimientos que acababa de ser forzada a hacer el amor. Puso su cabeza sobre mi muslo.

Aunque no quisiera, no podía impedirlo. Su boca tan cerca de mi miembro, sus pelos rubios rozandome la barriga., sus manos en mis rodillas. Me vió un instante.

-¡Vaya! ¿ya estás armado de nuevo?- Me dijo mientras comenzó tierna y suavemente a acariciar mi prepucio .

-¡Déjalo, tita!.-

Mi tita siguió acariciándome -¿Cómo? ¡De ninguna manera! ¡Ese cerdo no se va a llevar más que tú!.-

Y se encogió de piernas y se puso de rodillas, agachada sobre mi vientre y tomó mi prepucio entre sus labios y comenzó a lamerlo, a mover su lengua haciéndome sentirla tropezar con la punta cada vez más tersa de mi pene.-¡Tita! ¡Por favor!.-

Ni por favor ni pamplinas. Estaba decidida.

Acaricié sus pechos tiernos, su pelo rubio que se arremolinaba junto a mi vientre al sentir un lengüetazo más fuerte que otro y sus labios recorrer un par de veces toda la longitud de mi pene, me relajé, respiré fuerte y eyaculé lentamente, con el ritmo de respiración cansado y con el pulso agitado.

Descargué sobre su boca, un poco avergonzado de mi traiciópn, pero ella, en lugar de rechazarme, se afanaba y me recompensaba con nuevas lamidas que me hacían sentir sensaciones hasta el momento impensables.

-Perdona, tita es que…-

– No importa, ha sido sólo un poquito-

Quedó tendida con la cabeza sobre mi vientre y se durmió.

Yo pasé bastante tiempo así, temiendo despertarla, hasta que me fui escurriendo y tumbando a la vez, sintiendo sus mejillas sobre mi pecho. La cubrí con la manta a ella y lo que pude de mí.

Al despertarme, ni Juan quería hablar conmigo ni yo con Juan.

Y la tita Dévora parecía no querer hablar con los dos.

La resaca la torturaba y son duda recordaba muchos de los episodios de la noche anterior, aue ahora me causaban vergüenza. No se lo pensó dos veces.

– Yo me voy, si os queréis venir, ya mismo estáis recogiendo.-

Recogimos el campamento. Mi tita sólo dijo una frase en toda la mañana.- Tú, Alberto, en el coche te sientas a mi lado- Y lo dijo delante de Juan para que se diera por enterado. Estaba seria, de mala leche.

AL llegar a casa tuvimos que inventar una excusa y no se nos ocurrió otra que decir que habían acampado unos personajes con muy mala pinta y decidimos venirnos.

Mi tía se fue a su casa unas horas después, nada más comer.

No me atreví a despedirme de ella. AL final le dí un beso en la cara, corto, temeroso. Juan ni siquiera se asomó a despedirse. Había que ver ahora quien era el cobarde.

Lo cierto es que si bien es verdad que Juan tal vez tuvo su victoria, esta fue efímera, en cambio, la mía, no. Hace una semana la tita me llamó porque se había enterado que en una academia cercana daban un curso que a mí me interasaba mucho.

Me había echado la solicitud y me pedía que le mandara por fax el DNI, la tarjeta del paro y esa documentación.

Luego me llamaron para decirme que tenía que ir a hacer una entrevista. Fui a su ciudad. Me recogió en la estación, me llevó a la academia y me dijo que si salía bien que la llamara. Y así lo hice, pues me dijeron que no habría ningún problema en hacer el curso.

Fui dando un paseo hasta la casa. Recordaba un poco arrepentido el haber contribuido a emborrachar a la tita y cómo eso había dado lugar a que Juan la forzara.

Y lo bien que ahora se portaba conmigo.

Mi tita Dévora era sin duda a parte de una mujer hermosísima, una gran mujer. Llamé por el portero electrónico y me abrió, y luego la puerta.

Me recibió con un precioso traje de noche.

-¿Vas a salir?.-

Entré en el salón, la mesa me esperaba puesta.

Había un ambiente agradable, música suave, dos velas sobre la mesa y detrás de dos copas largas y cristalinas, pude divisar el verde contorno brillante de una botella de cava, o de champagne.

Se celebró la ocasión con todos los honores.

Pero todos.

Y seguimos celebrando todavía.