Cuando falleció el tío Mauricio, produjo una gran conmoción entre sus hermanas, pues él era el menor de todos y único varón entre cuatro mujeres.
Aunque era un soltero solitario, sus hermanas siempre mostraron una especial preferencia por él y le visitaban al menos una vez al año, aprovechando esas ocasiones para reunirse todos en un conclave familiar al que asistían solamente los hermanos.
Mi madre, la mayor de todos los hermanos, fue la vi más afectada por la pérdida del tío, derramando abundantes lágrimas en el velatorio y durante el funeral. Con un beso al féretro y un largo suspiro despidió a su querido hermano, mientras las tías guardaban un profundo y doloroso silencio.
Después del cementerio, las cuatro hermanas se quedaron a solas en casa del tío Mauricio para compartir los recuerdos que cada una tenía de su paso por sus vidas.
Al día siguiente, mi madre me pidió que la acompañara a ella y a sus hermanas a casa del tío Mauricio para ordenar sus cosas.
Pasé todo el día entre baúles, cajones, libreros y estantes, polvorientos, en piezas a las que la luz del sol no visitaba desde mucho tiempo, separando lo que creía necesario conservar y amontonando papeles y objetos que consideraban inútiles.
Mis tías y mi madre se dedicaron a la pieza del tío, donde escudriñaron por todos los rincones y muebles, en busca de todo lo que consideraban de interés, pues cualquier foto u objeto las remontaba a la feliz época en que compartieron su juventud en esa casa.
Buscando en un altillo que parecía desocupado, me encontré con un cajón lleno de revistas antiguas y en el fondo de éste había un atado de hojas de cuadernos sueltas, escritas en tinta azul y envuelta en cinta de regalo.
Me senté a un costado del cajón y desenvolví el atado, intrigado por averiguar que sería aquello y me encontré con que se trataba del diario de vida de mi tío Mauricio.
Me acomodé en el suelo y al amparo de la ya débil luz del atardecer, empecé a adentrarme en la vida íntima del fallecido tío.
Estas «memorias» habían empezado a ser escritas hacía un par de años y en los primeros párrafos se explicaba la razón que el tío Mauricio tuvo para escribir estas confesiones que, estoy seguro no quería que llegara a conocimiento de nadie, especialmente de sus hermanas.
La lectura de estas hojas me llevó a la infancia de mi tío, vivida en ese viejo caserón destinado a desaparecer. Y también me hizo comprender la causa de tanto dolor, suspiro y lágrimas que tanto mi madre como mis tías derramaron por la partida del «querido» tío Mauricio. Incluso el diario insinuaba la causa de su muerte tan prematura.
He hecho un ordenamiento de las hojas escritas por mi tío, intentando poner en ellas un orden cronológico, pero cambiando los nombres de todos los protagonistas y los lugares de los sucesos. El resultado es el siguiente:
Siento que me consumo por dentro y por fuera. Mi exterior se consume como una vela en la madrugada, pero mi interior es un caldero hirviendo en que siento que me hundo sin remedio y que nunca podré salir de él, mientras viva.
Mis dolencias físicas las tengo claramente identificadas y sé bien que son el producto de una vida vivida al límite y ahora debo pagar el precio por ello creo que esa cuenta me la pasarán pronto. Para ello no hay cura y estoy resignado a dar este paso final. Pero son mis dolencias internas las que me hacen vivir un infierno que me consume interiormente, sin encontrar alivio para poder sentir que al menos con mi conciencia puedo dialogar.
Y en mis noches eternas busco una explicación, un consuelo, y no lo encuentro. Es como si yo mismo pusiera una barrera para no pasar los límites de la cordura y evitar así perderme en la locura de mi conciencia.
En esta etapa tan difícil de mi vida, he acudido al psiquiatra, como último recurso para salir de este túnel en que me encuentro perdido, buscando una salida que cada día veo más lejana.
El doctor me llenó la cabeza de terminología medica que no entendí, pero me quedó claramente grabada su recomendación de que iniciara un diario de vida en el que debía poner todo aquello que recordara de mi pasado, aquellas situaciones y actos que mi conciencia se negaba a que afloraran, impidiendo que pudiera superar mi actual situación, que él creía se originaba en un desorden en el campo sexual. Según el esta era una forma eficaz de poder llegar a la raíz de mis males y solo cuando pudiera hacer salir a la superficie aquello que escondía en lo más hondo de mi subconsciente podría enfrentarme a ello y superar esta etapa de mi vida en que todos mis traumas parecían atacarme y me tenían sumido en una depresión de la que no veía salida.
Me advirtió que todo lo que escribiera no debería leerlo nadie, ni siquiera el, ya que el escribir libremente me permitirá ir descubriendo la verdad que ha estado oculta todo este tiempo. Es decir, estas líneas serán un vehículo para descorrer el velo de mi subconsciente, pero nunca serán leídas por nadie, a menos que yo así lo quiera.
Como no pierdo nada con intentarlo, aquí estoy enfrentado a unas hojas en blanco que no sé cómo podre llenar con mis recuerdos. No es que estos sean pocos sino que nunca he querido pensar en ellos y menos he intentado contarlos a nadie y ni pensar en escribirlos. Pero heme aquí y si para sanarme tengo que contar todas mis intimidades, bueno, pues, manos a la obra.
Echando a correr mi memoria, lo primero que acude a mi mente son recuerdos de cuando tenía unos quince años y vivíamos en una casa solariega, en un pueblito pequeño del sur. Éramos cinco hermanos, yo y cuatro mujeres. Yo era el penúltimo y en la época a que me refiero pasaba mucho tiempo en el patio de la casa jugando en los diferentes rincones que se me ofrecían, tanto bajo la parra como tras la higuera, donde pasaba tardes completas imaginando que era sandokan peleando contra los piratas chinos, salvando princesas o liberando pueblos oprimidos.
¡Ah, que bella época aquella!
Como no había jóvenes de mi edad con los cuales jugar, me dediqué a inventar mi propio mundo, en que era el héroe sin par, el líder indiscutido de un grupo de aventureros osados en tierras imaginarias.
Fue en esa época cuando tuve mi iniciación sexual, la que fue tan placentera como inesperada.
Una tarde en que me encontraba escondido en un túnel que había hecho con ramas de los muchos árboles que habían en la quinta, llego sigilosamente Sofía, la tercera de mis hermanas, que en esa época tendría aproximadamente diecisiete años. Aunque ligeramente entrada en carnes, tenía una figura estupendamente seductora, la que hacía resaltar con unos pantalones vaqueros que le sentaban como un guante. Aunque solamente dos años mayor que yo, representaba más edad debido a lo generoso de sus formas.
Se metió al túnel y se situó a mi lado, en el estrecho lugar en que me había escondido y, sin decir palabra, se puso de espalda y me obligo a ponerme encima de ella. A continuación, en un estado de agitación extrema llevo su mano a mi entrepiernas, abrió mi pantalón y saco mi verga, la que empezó a acariciar hasta que empezó a tomar una dimensión mayor a la habitual. Acto seguido se subió la falda, corrió su calzón a un lado y se metió mi verga en su gruta de amor, empezando a moverse descontroladamente para terminar acabando casi de inmediato. Luego, sin pronunciar palabra, se bajó el vestido, me hizo señas para que callara y se retiró tan sigilosamente como había llegado, sin pronunciar palabra alguna, dejándome en un estado de sorpresa total.
Me quedé cavilando en lo que había hecho mi hermanita y mientras más pensaba en ello más a gusto me sentía con lo sucedido. El recuerdo de mi instrumento raspando el calzón de Sofía mientras se metía en su grieta me excitó y me vi de pronto tomándome la verga y masajeándola hasta lograr una total eyaculación.
A la hora de la cena, mi hermana se comportó como si nada hubiera sucedido entre ambos, en tanto yo me dedique toda la velada a mirarla de reojo por si sorprendía en ella algún gesto que delatara nuestro secreto. Aunque ella se percató de mis miradas no dijo nada, excepto cuando se levantó de la mesa y al pasar por mi lado me dijo al oído: «en el mismo lugar, mañana a la misma hora» y se alejó rápidamente, dejándome en un estado de excitación que me mantuvo en vela hasta bien entrada la noche.
Como es lógico, estuve en el lugar indicado mucho antes de la hora indicada por Sofía. Esta no demoró en llegar y nuevamente se puso de espalda y me pidió entre susurros que me subiera encima de ella, lo que hice de inmediato. “sácatelo» me pidió y yo puse a su vista mi herramienta, que se veía mucho más grande que el día anterior debido al estado de excitación en que encontraba, lo que no dejo de asombrarle y exclamó: «no creí que la tuvieras así de grande» yo, en tanto, metí mi mano por entre su vestido y llegue a sus entrepiernas, encontrándome directamente con su sexo, ya que mi hermanita venia sin calzones. Sofía se acomodó y tomando mi verga la metió en su grutita para después tomarme de las nalgas y empujarme hacia ella. Empecé a moverme automáticamente y pronto, demasiado pronto para mi gusto, sentí un tropel de emociones que llenaban mi pecho y que un torrente hirviendo llegaba por mis venas hasta mi verga y se desparramaba en el vientre de mi hermana, que apretaba los dientes y emitía quejidos apagados mientras subía sus piernas sobre mi lomo y con ellas se ayudaba para apretarme a su cuerpo.
Me desplomé sobre el cuerpo de mi hermana, respirando entrecortadamente, pero sin sacar mi instrumento de su exquisita grieta de amor, mientras ella mantenía sus piernas por sobre mi cuerpo, apretándolo con fuerza. Al cabo de un rato logré una respiración normal y cuando me preguntaba a mí mismo qué podría hacer ahora, me percaté de que mi hermana seguía manteniendo sus piernas alrededor de mi espalda, aprisionando mi cuerpo, con lo que las paredes de su sexo envolvían mi instrumento como si fueran un guante, transmitiéndole su calor y la suavidad de sus paredes húmedas. En unos pocos segundos mi verga respondió al llamado que el sexo de mi hermana le hacía y volvió a adquirir sus dimensiones previas y sentí que el deseo se apoderaba nuevamente de mí, mientras Sofía aumentaba la presión sobre mi cuerpo, como exigiendo que la galopara otra vez. Y así lo hice, logrando esta vez mantenerme en movimiento mucho más tiempo que las veces anteriores, controlando el momento en que me llegara el clímax para darle a mi hermana la posibilidad de acabar el mayor número de veces posible, pues intuía que si en esta oportunidad ella no quedaba satisfecha completamente, mis posibilidades de poder estar juntos nuevamente se evaporarían. Y como mi hermanita estaba en un estado de febril excitación, logré hacerla acabar en cuatro oportunidades antes de que yo empezara a eyacular copiosamente, inundando su sexo con mi semen espeso y caliente.
Sofía me pidió que nos siguiéramos viendo en el mismo lugar y se retiró sigilosamente, dejándome en un estado de satisfacción completa por haber cumplido bien mi papel de macho. Al fin había tenido relaciones sexuales y nada menos que con mi hermana Sofía, la que había quedado encantada. Y también comprendí en ese momento cuán importante era controlarse antes de llegar al orgasmo y permitir que la mujer gozara tanto como uno. La aplicación posterior de esta conclusión ha sido la herramienta que me ha permitido tener una vida plena de actividad sexual.
Como ya habían caído las primeras sombras, salí de mi refugio de antiguos juegos infantiles y me dirigí a la casa pletórico por mi actuación anterior, la que había dado tanto placer a Sofía. Al pasar por una pieza de madera que servía de taller de herramientas sentí que me tomaban del brazo y me empujaban a su interior, mientras me tapaban la boca y me acallaba con un «shiiit» al oído.
Ya dentro de la pieza, sentí que un cuerpo se apegaba a mí y, por lo que alcance a sentir, era un cuerpo de mujer. Cuando mis ojos se habituaron a las sombras de la pieza, comprobé con asombro que quien me había tomado y empujado dentro era mi hermana Catalina, la segunda de las mujeres, una hermosa muchacha de cabello castaño y delgadas formas, de dieciocho años recién cumplidos. Mientras apretaba intensamente su exquisito cuerpo al mío, retiro su mano de mi boca y me dijo al oído «te vi lo que hiciste con Sofía». Quedé helado y sin nada que poder decir. Acto seguido y sin darme tiempo a reaccionar, ella bajo su mano y agarró mi paquete por encima del pantalón, agregando entre suspiros de excitación: «quiero que me hagas lo mismo, ahora».
Catalina era alta, delgada, con unos ojos verdes, cabellera castaña y un rostro hermoso, aunque no tanto como Natalie, la mayor de mis hermanas.
El roce de los senos, muslos y estomago de Catalina apretándose a mí, a lo que hay que agregar la sensación que me producía su mano que entretanto había abierto mi pantalón y se había apoderado de mi herramienta, la que extrajo y empezó a masajear, me excitaron de inmediato, por lo que procedí a tomarla de los brazos y la empujé contra la pared, le subí la falda e intenté clavarle mi palo entre las piernas. Impaciente, ella me apartó y se sacó los calzones para posteriormente abrir sus piernas, que puso a mis costados y apretándose contra la pared me tomó la verga y se la enterró toda en su gruta. Cuando sintió mi instrumento penetrar su intimidad, cerró los ojos, apretó los dientes y solo dijo: «rrrricoooo» y empezó a moverse con desesperación, mientras yo me aferraba de sus nalgas, empujando mi herramienta en forma acompasada, esperando darle el mayor disfrute posible. Al cabo de unos momentos de empujarnos mutuamente, ella se apretó a mí, enterró sus uñas en mis costados y apretando sus piernas más aun, me regaló con sus jugos, que salieron a raudales. Aunque ella había tenido su orgasmo, continué metiéndole mi verga, esperando darle otra satisfacción, la que no tardó en llegarle, casi inmediatamente después de haber terminado de eyacular la primera vez. Catalina se apretó a mí en un abrazo apasionado y empezó a morderme suavemente en el cuello, mientras repetía en mi oído: «rrriiiicooo, rrriiiicooooo».
A estas alturas, yo sentía que las piernas no me sostenían y sin soltar a Catalina, la que seguía tomada de mi cuello, con las piernas apretando mis costados y con mi verga dentro de ella, la deposité en el suelo y ahí continué metiéndole mi aparato, ahora más cómodamente. Al cabo de unos momentos de estar penetrándola, ella levantó sus piernas y las estiró al aire al tiempo que emitía un gritito apagado y acababa por tercera vez. Ella había acabado tres veces y yo me sentía aún con fuerzas como para hacerlo una vez más. «¿quieres hacerlo otra vez?» le pregunté, seguro de poder igualar el record que recién había impuesto con Sofía. Catalina me miró con los ojos bien abiertos y una sonrisa que delataba la felicidad que le producía mi propuesta. Sin decir nada, empezó a moverse entusiastamente, poniendo sus pies en el suelo y adelantando su vientre, como queriendo meterse más verga de la que ya tenía dentro. Continué empujando hasta que sentí que me llegaba el turno e inundé a mi hermanita con una eyaculación que por su fuerza la hizo tener su cuarto clímax, tan intenso como los anteriores.
«vete tu primero» me dijo una vez que se hubo recuperado y se quedó arreglando su vestido y limpiándolo del polvo del suelo. Yo salí al aire libre eufórico por la aventura que había tenido con mis dos hermanitas en menos de una hora, las cuales me habían disfrutado a plenitud y a las que había dejado completamente satisfechas, ya que me esforcé por hacerlas gozar. Sabía que a partir de ese día me tocaría bastante trabajo para mantener a ambas contentas, pero era un trabajo que haría gustoso, por el placer que me brindaba.
Estando ya en mi dormitorio, me puse a reflexionar acerca de mis hermanas y empecé a comprender ciertas cosas que habían sucedido de un tiempo a esta parte durante nuestros juegos y que yo no había captado hasta ahora. Por ejemplo la forma en que Natalie, la mayor de mis hermanas, se me apretaba cuando jugábamos a las escondidas y buscábamos refugio bajo la cama de nuestra madre o la vez en que Catalina puso su mano sobre mi sexo cuando ambos dormíamos la siesta. O cuando Sofía se sentaba en el pasto mostrándome distraídamente sus muslos o la vez en que Ivonne, mi hermana menor, se quedó dormida en la cama con su trasero apoyado en mi entrepierna.
¿Es que todas mis hermanas querían hacerlo conmigo? La idea no me resultaba descabellada si pensaba en lo sucedido con Sofía y Catalina esa tarde. Con la distancia del tiempo comprendo que todos estábamos en una edad en que nuestro despertar al sexo había sido casi simultaneo, en una casa en que no teníamos nadie fuera de nosotros para relacionarnos, en un pueblo sumido en la tranquilidad provinciana. Y mis hermanas no tenían a nadie a mano más que a mí para satisfacer sus apetitos sexuales, en tanto yo empezaba una vida sexual llena de actividad, la cual no ha parado hasta ahora y que me ha llevado a límites a veces increíbles. Tal vez sean los mismos límites a los que he llegado sexualmente los que expliquen mi depresión actual. Espero que estas páginas me ayuden a desentrañar donde está la raíz de mi actual estado anímico, quizás producto de tan extrañas experiencias como las que he tenido.
La siguiente etapa en mi recién iniciada carrera incestuosa sería Natalie, la que me brindó momentos inolvidables.
La «etapa» siguiente en la vida amorosa de mi tío Mauricio corresponde a su «relación» con su hermana mayor, mi madre, y es la segunda parte de este «diario íntimo».