Abro los ojos un poco antes que suene la alarma, la desactivo, tuve un sueño erótico y mi pantaleta está húmeda.
No puedo evitar el recordar en la boca la forma en que te hice explotar de placer, evocando el delicioso sabor de tu néctar que bebí durante esa fantasía nocturna.
Esas imágenes me hacen despertar nuevamente la líbido, encienden mi deseo otra vez.
Me quito la playera que me sirve de pijama y comienzo a jugar con mis pechos, endureciendo mis pezones; jalándolos un poco para simular el trabajo que me hacías con tus dientes durante nuestros encuentros anteriores.
Separó mis piernas y mis dedos estimulan el clítoris, por encima de la tela; recorren despacio mis hinchados labios vaginales y estimulan ese pequeño botón, mi propio disparador del placer.
Ahora busco los recuerdos de nuestras noches, cuando tu rostro estaba preso entre mis muslos y tu incipiente barba me picaba y me hacía sentir cosquillas en mi bajo vientre.
Con rapidez me quito a medias la tanga, chupo con calma el índice y el medio de la mano derecha (aunque está de más, pues ya estoy inundada). Casi puedo sentir, gracias a mis dedos, nuevamente tu miembro, grueso y palpitando dentro de mí; entrando y saliendo empapado en mis jugos.
Rechino los dientes al momento de llegar al orgasmo, contengo mis gemidos y apago mis gritos, no debo olvidar que ustedes, mi hijos, merodean aún a esta hora de la noche.
Seco mis lágrimas, no sólo de placer, sino de nostalgia porque ya no te tengo como mi ardoroso amante, ahora eres solamente mi hijo y eso no va a cambiar… O por lo menos eso pienso.
Mi instinto me dice que me observan, abro los ojos y te veo en la puerta de mi cuarto.
Sonríes, y pavoneas orgulloso la extensión de tu miembro que tensa la tela del boxer, con mi voz ronca por el estallido de placer y por la vergüenza te pregunto:
-“¿Qué haces aquí?”
-«Contemplando ese bello momento!»
-«¿No te he dicho que toques antes de entrar?»
-«Si mi reina, también estaba pensando en tí y escuché tus gemidos…»
Apareces vestido únicamente con tu bóxer, bajo el cuál se adivina tu portentosa verga de macho, dura y coronada por sinuosas venas hinchadas…
-«¡No puedes aparecer en la alcoba de tu propia madre, casi desnudo y espiándome!»
-«Mamá, por favor, todo esto ha sido tuyo las veces que hemos querido…!»
Es cierto, tu varonil voz y tus certeras palabras me producen una punzada en lo más profundo de mis entrañas, haciendo vibrar mi útero, mis ovarios y los húmedos pliegues de mi temblorosa vagina.
Tu mano se desliza por el grueso tronco, lo que me hace evocar las noches y los días que compartimos nuestros cuerpos, en mi cuarto, en el tuyo, en la sala, en moteles baratos y en suites de lujosos hoteles, en el cine, en nuestro auto, incluso en un bosque bajo la luz de la luna y las estrellas…
Me hiciste recordar nuevamente a tu mástil de carne taladrando como un fierro ardiente dentro de mí, la maravillosa sensación de plenitud cuando empujabas hasta la empuñadura esa estaca pulsante, que parecía tener vida propia.
Absorta en esos recuerdos, no me fijo en que la roja cabeza de tu miembro asoma por los bordes de tu bóxer, mis ojos caen en estado hipnótico ante esa vista…
Me asalta el pudor, dentro de mí se libra una tenaz batalla entre mi papel de madre y mis necesidades de hembra ardiente y plena.
Con un último rescoldo de dignidad quise evitar lo inevitable, pero tus deliciosos labios callaron mi voz de protesta, cuando reaccioné, tu lengua se enredó con la mía, haciéndome perder el control y llenando de fuego todo mi ser, a la vez que mandaste al carajo mi última pizca de dignidad materna.
-«¡Te prometo que será la última vez!»
Ante tu súplica, me abandoné en tus brazos, la breve tanga que aún lucha por mantenerse en su sitio es deslizada hacia abajo por tus hábiles dedos, quedando completamente desnuda, a tu entera disposición.
Bajo de mi cama y de rodillas ante tí, deslizó el boxer hacia abajo, liberando tu erecto miembro, mientras sonríes viendo mis ojos empapados de incipientes lágrimas, a la vez que jugueteas con tu lengua mis pezones duros.
-«Eso lo decido yo…» te respondo antes de engullir tú deliciosa herramienta; tal y como lo hiciera hace muchas noches solo que esa vez fue en tu habitación…
Tus vigorosos brazos me levantan del piso y con una gentileza que enamora, me depositas en el lecho, sin dejar de besarme, con una pasión que hace palpitar hasta el más recóndito rincón de mi humanidad.
Abro al máximo el compás de mis blancas piernas mientras observo embelesada la forma como lames los labios y pliegues de mi dilatada caverna de hembra. Tomo tus ensortijados cabellos en mis dedos y te empujo hacia mí, para no dejarte escapar de esa deliciosa tarea.
Remolineas con tu lengua mi enrojecido clítoris, a la vez que introduces tus dedos, siento que uno de ellos jugueteaba pícaramente en mi estrecho agujero trasero…-«¡No puedo más, voy a acabar en tu boca!» te dije en medio de mi excitación -«De eso se trata, mi reina, de que me disfrutes nuevamente!»…
No puedo controlar mis gritos, jadeos y gemidos, tanto tiempo sin tener a un hombre en mi intimidad, me hicieron olvidar que mis gemelas duermen a pocos pasos de mi habitación.
Una descarga eléctrica recorre mi espina dorsal, cruza veloz por mis entrañas, se posa en mi húmeda panochita, y luego el cataclismo…!
Se sucedieron mis orgasmos, uno tras otro, sin parar, fue delicioso!
Jamás imaginé que en mi vientre iba a sostener al mejor amante que he tenido en mi vida, no puedo evitar sonreír ante la ironía. Nueve meses en mi panza y veinte años a mi lado, maravillosamente absurdo!
De pronto te levantas y con mis piernas abiertas enfilas tu maravillosa macana de carne, enrojecida y enorme a causa de la erección, directamente a la entrada de mi gruta de hembra en celo, me intimido un poco al saber que todo eso va a ingresar en mi cuerpo, tanto ayuno sé que me tiene más estrecha.
Pero no hubo trauma, ella se abre completamente para recibir todo aquello, pulgada tras pulgada, hasta que lo lograste acomodar completamente dentro de mí.
El vaivén de tus caderas penetrándome, me dió la completa certeza que de ahora en adelante serás solo mío, que yo seré para tí tu perra, tu puta, tu ramera preferida, tu objeto de placer.
Larga vida para hombres como tú, que, a la vez que me posees, chupas mis tetas como si quisieras que te amamantara de nuevo.
Pierdo la noción del tiempo, de la realidad, tus manos grandotas aprisionan mis nalgas y me atraes hacia tu eje de amor, tu rítmico contoneo mientras me pistoneas me hace enloquecer de pasión, tu boca inquieta chupa mis tetas y me besas alternando el movimiento.
No sé cuánto tiempo transcurrió, solo sé que jamás había experimentado las cosas que hicimos, el mundo no existía para nosotros, éramos tú y yo, sin más testigos que nuestros cuerpos sudorosos, nuestras pieles tibias, nuestras bocas hechas una sola, nuestros sexos fundidos en un solo acople.
Nos sorprendió el amanecer, completamente desnudos, mis labios inferiores eran una fuente de líquidos mezclados, tu savia de macho y mis jugos de hembra, perdimos por completo el control y sólo alcanzo a recordar un tsunami de besos ardientes, de bocas mojando rincones prohibidos de nuestras anatomías, de piernas abiertas, de una estaca de carne cabalgando cada centímetro de mi encharcada vagina…
Veo que duermes, pero tu pene está en semi-erección, lo tomo con mi boca hasta alcanzar la plena dureza, y lo engullo hasta el fondo, bastaron pocas mamadas para que explotaras en un torrente de crema varonil, que tragué hasta la última gota, sin desperdiciar nada de ese elíxir viril.
¿Nuestra última vez dijiste? ¡Ja! Si tan solo supieras lo que acabas de revivir…!