Capítulo 2
- Alana, la zorra de mi madrastra I
- Alana, la zorra de mi madrastra II
Pasaron varios días donde hice todo lo posible por evitar a Alana. No porque quisiera olvidarla. Al contrario, su imagen se había enquistado en mi mente como una droga. Lo que buscaba era protegerme. Después de aquella mamada frustrada, con su cara restregándose en mi polla, su lengua bailando alrededor de mi glande, y su traición final… me sentía como un idiota. Un idiota con las pelotas azules.
Y lo peor es que ella lo sabía. Cada vez que me cruzaba con ella en la cocina o el salón, su sonrisa tenía una curva extra. Me hablaba como si nada hubiera ocurrido, pero con ese brillo malicioso en los ojos. Se inclinaba innecesariamente para recoger cualquier cosa, dejando asomar su canalillo bajo camisetas finísimas sin sujetador. Se paseaba por la casa en shorts minúsculos que le marcaban las nalgas, como si me desafiara a mirarlas. Y yo, claro, lo hacía.
Una noche, mientras estaba en mi habitación jugando al ordenador, oí dos golpecitos suaves en la puerta. Mi corazón dio un pequeño vuelco. Sabía quién era antes de que hablara.
—¿Te molesto? —preguntó Alana con una voz suave, casi melosa.
Me giré en la silla. Estaba apoyada en el marco de la puerta con su pijama de dos piezas, el de los dibujos de aguacate. Parecería infantil en cualquier otra mujer, pero en su cuerpo se convertía en puro fetiche. La camiseta marcaba sus pechos firmes con unos pezones claramente erectos. Los pantaloncitos cortos se pegaban a su piel como una segunda capa.
—No. Pasa.
Entró despacio, con una sonrisa ladeada.
—Ya veo que no hay ningún tanga mío por aquí. Sorprendente…
—No te creas tan importante.
—Oh, vamos. Si me vieras cómo te huelo los calzoncillos sucios, seguro que también te subiría la temperatura.
—Joder, Alana…
Se rio, encantada de sí misma. Paseó por la habitación como si fuera suya y se sentó en mi cama, cruzando las piernas. El pijama se subió un poco, dejándome ver más de sus muslos bronceados.
—Este fin de semana tu padre se va otra vez. Trabajo, ya sabes. Quiero invitar a unas amigas. Una fiestecita tranquila… y necesito que no estés.
—Estás de coña.
—No. No quiero a nadie interrumpiendo. Ya me diste una lección espiando la otra vez. No quiero riesgos.
—¡Yo vivo aquí! No me voy a ir para que montes tu puticlub particular.
—Podría pedirle a tu padre que te mande con tu tía, ya sabes… «David está raro, necesita desconectar…». Pero prefiero negociar.
La palabra «negociar» cayó como un latigazo. Se levantó de la cama y se acercó a mí. Su cadera rozó el respaldo de la silla. Olí su perfume. Ese maldito perfume tan embriagador.
—Si me dejas la casa el sábado… el domingo te hago lo que me dejé a medias el otro día…
Mi polla dio una sacudida. No pude evitar mirar su escote. Ella lo notó.
—No me vale. Esta vez lo quiero ahora. Pago por adelantado. ¿En serio crees que me vas a engañar otra vez?
Ella chasqueó la lengua.
—Vaya… así que mami te ha malacostumbrado. – ese “mami” me volvió loco ipso facto.
Sin decir nada, fue a mi cama, cogió la almohada y la colocó en el suelo. Se arrodilló frente a mí, entre mis piernas. Su sonrisa se volvió fiera.
—A ver si esta vez te portas bien.
Me bajé el pantalón y los calzoncillos. Mi polla, a medio despertar, sobresalió temblorosa. Alana la tomó con ambas manos y la observó como si la viera por primera vez. Luego la besó en la punta, muy suave. Y volvió a hacerlo, esta vez con un beso sonoro, dejándola humedecida.
—Qué bonita está. Me gusta cómo huele… huele a vicio. – cogió mi manubrio y empezó a restregárselo por la cara, pasándosela por encima y por debajo de la nariz, golpeándose las mejillas ligeramente, besándola, oliéndola…
—Entonces, ¿hay trato? – insistió, tras lo cual abrió la boca y amagó con introducirse mi miembro en ella, sin hacerlo y mientras me miraba expectante.
—Hay trato.
Y sin más, se la tragó. Su lengua jugó con el glande antes de envolverlo por completo. Empezó a chupar lentamente, mientras con una mano me acariciaba los testículos y con la otra masajeaba el tronco. El sonido de su succión llenaba la habitación: húmedo, caliente, adictivo.
—Pues sí, sabe tan bien como huele. – Me dijo, con mi polla dentro de su boca. Y volvió a la carga, de nuevo lentamente. Arriba y abajo, arriba y abajo.
En pocos segundos, mi polla estaba completamente dura. Ella la soltó un momento y escupió sobre ella. Un escupitajo denso, brillante, que resbaló desde el glande hasta la base. Luego volvió a lamerla como si fuera un helado. Su lengua recorría toda la longitud, se entretenía en las venas, jugaba con mi frenillo. Su saliva me chorreaba por los huevos. Notaba su aliento, sentía el calor de su boca, el roce de su pelo contra mis piernas.
Me miró desde abajo con esos ojos negros enormes, mientras la mamaba como una perra en celo. Tragó de nuevo mi polla, esta vez hasta que su nariz tocó mi abdomen. Se quedó ahí, sin moverse, haciendo fuerza con la garganta. Escuché un glluuuuk, seguido de un pequeño ahogo, y luego otro glugg, y otro más. Me aferré a la silla, temblando.
Ella se apartó un segundo y me dijo:
—Te la voy a dejar tan babeada que podrás nadar con ella.
Se escupió otra vez en la palma, me embadurnó el tronco, y se la restregó por la cara. Frotó su mejilla contra mi polla, luego la nariz, luego los labios. Un rastro de saliva quedaba por acá y por allá.
—Mira, mira cómo me gusta… ¡esta polla es mía!
Volvió a chupármela con más fuerza. Ya ni siquiera era un acto sexual. Era salvajismo. Su boca chorreaba saliva, que se acumulaba en mi entrepierna. Me pajeaba con una mano mientras con la otra me apretaba los huevos. Su boca produjo un sonido largo y húmedo, como un chuuuuuckkk, y yo estuve a punto de correrme.
—¿Estás disfrutando, niñato? —dijo, con voz ronca, sacándose la polla de la boca con un sonido húmedo y obsceno. Un hilo de baba quedó colgando entre sus labios y mi glande.
No podía hablar. Solo asentí, jadeando.
—¿Esto es lo que querías? ¿Qué mami te chupara la polla? – Dijo “mami” con un tono burlón y cantarín. Tras decirlo, volvió a coger el tronco de mi pene y se la metió hasta la garganta. Notaba con mi punta como hacía tope, era increíble. Su nariz llegaba hasta mi recortado vello púbico, hundiéndose en mi abdomen. Tras mantenerse así durante varios segundos, empezó a cabecear muy ligeramente, de arriba abajo, golpeando su tráquea de forma rápida con la punta de mi falo. Al mismo tiempo, de su garganta escapaban pequeños sonidos guturales gLuGG, gluuOgg, jjjnnaajjna… Sonidos húmedos combinados con suspiros y un ligero ahogo. Cuando ya no pudo más, se sacó la polla de la campanilla y respiró. Varios hilos de babas unían su boca jadeante con mi miembro.
—Me gusta cómo babeas – le dije mientras miraba la escena, patidifuso.
—Aún te queda mucho por ver. Tu madrastra es una auténtica zorra – me dijo, soltando sus palabras suavemente encima de mi falo.
Entonces ella se separó unos centímetros de mí y volvió a escupir fuertemente. El escupitajo, bastante abundante, golpeó al tronco de mi polla, proyectándose en varias direcciones. Las babas empezaron a resbalar por la superficie, dejando un rastro blanco y goteando mini burbujas a su paso. El sonido que había hecho al escupir me encendió más si cabe. Ese “tuah”, como dicen en inglés, era un sonido tan impropio viniendo de labios de Alana que a punto estuve de perder el control. Si apenas ha empezado, me dije.
—¿Te gusta verdad? ¿Quieres que mami te escupa en la polla? – Me dijo derritiéndome con la mirada. Sin darme tiempo a reaccionar, volvió a soltar un escupitajo, más grande si cabe que el anterior. Volvió a acertar, esta vez en la punta, aunque casi la mitad de la baba acabó en mi abdomen. Ella me sonrió con picardía mientras ronroneaba débilmente. – Vas a descubrir de verdad lo que es una chupada de polla.
Sin vacilar, volvió a la carga y se jalo toda mi estatura de nuevo. Esta vez no la retuvo en los límites, sino que la masajeó con la lengua de arriba abajo, con cadencia. Se la metía hasta el fondo y la soltaba, follándome con su cara. De vez en cuando se auto asfixiaba con ella durante unos segundos, a veces daba una arcada y siempre soltaba un tremendo escupitajo muy sonoro cuando se la sacaba ¡pfffua!. O se acercaba a la punta y lo dejaba ir mansamente sus babas, soplando con suavidad para que se esparcieran por todo el glande fffffppfpf. Yo, fascinado, observaba como la saliva se deslizaba hasta mis huevos y hasta la silla, donde empezaba a crearse una mancha enorme sobre el cuero.
Mi madrastra también empezaba a estar bastante perlada. Por su barbilla caían lingotes de babas constantemente, regando el suelo con ellas. Ella parecía disfrutar mucho con el grado de depravación que habíamos alcanzado. Cogió mi pene, babeado y duro, y empezó a restregarlo por su cara otra vez, en esta ocasión manchándose profusamente por todas partes con su propia saliva.
—Veo que eres igual de cerdo que tu padre. – dijo mientras se colocaba mi polla en el interior de su mejilla y la sacaba sorpresivamente, haciendo un ruido de vacío ¡plop!. ¿Te gusta como mami se traga toda tu polla? – sacó la lengua. Más baba caía colgando de la punta, impactando con su camiseta, ya en ese momento muy manchada. Se golpeó la lengua con mi pene, dejando flotar en el aire más sonidos acuosos y salpicando perdigones de baba por los alrededores.
Luego volvió a la carga con más gargantas profundas, más ruidos y más escupidas muy porno. Cada pocos segundos me lanzaba una mirada cargada de un deseo furioso, a veces casi parecía enfadada.
—Cógeme del pelo y fóllame la boca. – dijo de repente. Al ver que no reaccionaba, ella misma cogió mi mano y la llevo hasta su pelo. Formé una coleta improvisada e hice presión hacia mí. La oía gruñendo y luchando por respirar gLoGG, glAAOgg, nNggjjjGGGGjjj. La liberé y admiré otra vez la cantidad de babas. Formaban densos puentes blancos de mi polla a sus labios. Ella, viendo mi deleite ante semejante imagen, volvió a escupir profusamente ¡pfffua!. Desde mi posición olía ligeramente el aroma de sus babas. Un olor salado y “sexy”, no sé cómo describirlo. – Venga, más fuerte. Fóllate la cara de mami tan fuerte como quieras. – me jaleó.
Le hice caso. Le follaba la boca con una entrega que rozaba lo animal. Se sacaba la polla solo para tomar aire y volvía a empotrarse la boca con furia. A veces, paraba solo para escupirme encima. Mis piernas estaban llenas de hilos de baba. Todo estaba empapado. El suelo, la silla, sus pechos marcados bajo la tela del pijama. Me la meneaba con la boca, las manos y hasta con la cara, como si necesitara sentirla por todas partes.
Me agarró del culo y me empujó hacia adelante.
—Fóllame la garganta otra vez. ¡Hazlo!
Agarré su melena con fuerza, tiré de su cabeza hacia mí, y empecé a embestir. Cada vez que la metía hasta el fondo, su garganta hacía un sonido brutal, como si estuviera a punto de vomitar. Pero ella no se apartaba. Me miraba con lágrimas en los ojos, con los mofletes manchados de rímel y saliva.
—Eso es. Dale caña a mami. – me animó.
Me puse de pie y empecé a mover la pelvis de forma cada vez más rápida y mecánica. Los sonidos guturales se intensificaron. Cada vez había más saliva. Un chorro acumulado caía desde mis cojones al suelo. De la boca de Alana también caía un buen torrente. Ya se había formado un charco en el suelo de mi habitación. En una de las gargantas profundas, particularmente larga, mi madrastra gimió violentamente AhhGGGggggAAGGGG, me escupió con furia y me dijo:
—Déjame la cara hecha un cuadro, vamos. – era una orden, no una petición. Empezó a chuparme de forma más sensible, pero con mucha rapidez, ayudándose con la mano.
—¿Quieres que me corra en tu cara? – pregunté con un hilo de voz, incrédulo.
—Sí, quiero que veas lo zorra que soy. ¿Me vas a dar la leche? – me dijo haciendo morritos con su cara pringosa de babas.
—Qué zorra eres… – le dije. Ella sonrió, sacó mi polla de su boca y también la lengua. Me escupió un par de veces, remojando más todavía mi herramienta, mientras me pajeaba a toda velocidad. Yo ya llevaba mucho rato cerca del final, y en ese momento no pude aguantar más. Me senté de nuevo en la silla, con ella persiguiendo a su presa y tras unos instantes empecé a correrme.
—Vamos, chorro a chorro. No pares —gimió—. ¡Dame toda tu leche!
Dos chorros tremendos de semen impactaron directamente en su cara. Uno de ellos le dio de pleno en la nariz, y el otro en una mejilla. Ella se restregaba la leche rápidamente mientras mi polla disparaba. Antes de que saliera el tercer chorro, en mi cúspide de placer, engulló todo mi miembro y lo atascó en su garganta. Yo seguía soltando leche mientras veía toda mi extensión dentro de su boca, salivando. Sus ojos llorosos me miraban desafiantes, con semen salpicado por aquí y restregado por allá a lo largo de todo su rostro. Los sonidos húmedos se unieron a mis gruñidos de placer. No sé por qué los sonidos me recordaban a ser “ordeñado con la garganta”, clac, clac, clac. Cuando pasó el clímax, mi pene, aflojándose, seguía dentro de la boca de Alana. Cuando hubo acabado su particular minuto de oro, soltó me pene y me miró, feliz. Se recogió el semen de la cara con los dedos y se los introdujo en la boca.
—Mmm… delicioso. Tienes sabor a macho joven. Me encanta.
Cuando hubo recogido todo el semen y se lo hubo tragado, añadió:
—Estás delicioso. Recuerda nuestra promesa. Y ahora limpia esto. – me dijo mientras se levantaba y señalaba el prominente charco de babas que había en el suelo. Yo me quedé allí un rato, exhausto, con el pene lustroso y aflojándose por momentos.
Vaya locura de mamadón me acaba de hacer.
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