Betty pagó su deuda
Ella es Betty. 40 años, un cuerpo de infarto. Yo, Eugenio, 45. Vivimos en Villa Devoto, un barrio de Buenos Aires, Argentina.
Algunos nos conocerán de nuestro anterior relato «Al fin, tres«. En él, relatábamos la historia real (HMH) que protagonizamos junto con Jorge, un desconocido de 32 años. Y al final de ella Betty, me prometía encargarse de hacer realidad otro trío (esta vez, claro está MHM). Pero, basta de introducciones y vamos a los hechos.
A fines de Marzo, celebramos mi cumpleaños.
Un viernes, fue una reunión de lo más formal y normal. Una vez terminada, Betty me dijo que el sábado iríamos a festejar nosotros dos solos, que tenía una sorpresa para mí. Indudablemente asocié que esa tal vez sería la ocasión planeada por Betty para «cancelar su deuda».
Ya, en el Sábado, preparándonos para salir, veo cómo se está arreglando Betty. Como siempre, sabiendo lo que me gusta, nada de ropa interior, camisa que cubre apenas su maravillosas tetas, dejando poco para la imaginación. Y una pollera corta que dejaba adivinar no sólo ese espectacular culo sino que además no había nada debajo de ella.
Fuimos, por sugerencia de Betty, a un restaurante de comida china en el barrio de Villa del Parque, en el que suele haber muy pocas mesas ocupadas.
Nos divertimos con las miradas de los mozos que nos atendieron (fueron tres, sospecho que fueron pasándose el dato de todo lo bien que se dejaban ver las tetas de Betty, quien despreocupada, y sabiendo todo lo que eso me excita, no hacía ningún movimiento para cubrirlas, es más hacía todo lo posible para asegurarle al afortunado una completa visión de su hermoso par de tetas).
Siendo las 23:30 con mucha excitación ambos, y ya de regreso, entrando a nuestra casa, Betty me dice que no tiene la llave que debía abrir yo.
Una vez que entramos, se saca la camisa y me venda los ojos. Me dejo guiar, abrazándola desde atrás, apoyando mi pija en su culo y agarrando sus tetas como si se fueran a escapar. Llegamos al living, Betty me saca la improvisada venda de los ojos, y no pude creer lo que vi.
Sentada en un sillón, estaba Patricia, íntima amiga de Betty, 28 años, 1,70 de altura, ningún prejuicio sexual, con varias sesiones multitudinarias en su historia (3 o más protagonistas) de acuerdo a lo que le confesó a Betty, un cuerpo de escándalo, vestida con una pollera muy corta, también sin nada abajo (Betty me confesó luego que le había contado cuanto me excita ese detalle), y una remera muy corta, diría cortísima, que dejaba ver el nacimiento de sus tetas. «Feliz cumpleaños, Euge», dijo mientras se acercaba, me dio un abrazo fuerte y un largo beso en la boca, ante la mirada cómplice de mi mujer.
Al recibir ese beso, sinceramente, me sentí incómodo, miré de reojo a Betty, quien estaba riéndose de su ocurrencia y supongo que de mi cara de sorpresa. Luego, Patricia saludó a Betty con igual efusividad, tras lo cual Betty se colocó detrás de ella, levantándole su breve remera y mostrándome las tetas de su amiga, me preguntó «y…¿ te gusta la sorpresa?…, tras lo cual y ante mi mudez súbita, se desnudaron recíprocamente, en forma lenta, a sabiendas de que yo, que ya me había acomodado en el sillón, no me perdía detalle.
Una vez desnudas, me dijo Betty «Conozco todas tus fantasías, y tus deseos, Patricia, también.». (cuánto mas confidentes que son las mujeres de sus amigas que los hombres de los suyos….). Y como para demostrarme lo dicho, Patricia se puso detrás de mi mujer, y empezó a acariciarla, con lentitud y lujuria infinitas, comenzando a entrelazarse en un juego que me puso como en el cielo.
Creo que todos los hombres soñamos con ser espectadores privilegiados de una escena así; mi mujer con una amiga que esta para comérsela, dándome un «show» que sólo había visto en películas porno: mi pija estaba a punto de reventar.
Se acercaron ambas y me desnudaron con la misma voluptuosidad. Yo simplemente las dejaba hacer, no creyendo que lo que pasaba a mi alrededor, me estuviera pasando a mí. No perdí la ocasión para ponerle mano a ambas, con lo raro que me resultaba esto de estar metiendo mano a discreción en otra mujer, amiga de mi esposa, y con el consentimiento de ella.
Luego, Patricia, demostrándome el conocimiento que tiene de mis fantasías y gustos sexuales, se acercó a la ventana abierta de living. Explico: vivimos en un tranquilo pasaje, donde no pasa mucha gente y mi mujer suele pasearse desnuda delante de esa ventana con cortinas abiertas y con iluminación suficiente, sabiendo que eso me pone a mil. La sola posibilidad de que alguien «pueda » estar mirando dispara mis fantasías más salvajes (de hecho en mas de una oportunidad observamos como ocasionales transeúntes se quedaban de una pieza al observar esa escena, pero, eso ya es otra historia).
Patricia, sabedora de lo que me causaba, me dice que yo soy el homenajeado y que sólo debo ordenar que es lo que quiero que hagan. Les respondí que simplemente se pasearan desnudas ante la ventana, que quería verlas en esa situación. Mis expectativas se vieron desbordadas, al verlas no sólo pasearse, demostrando sobradamente sus encantos, sino también dar un show lésbico, con besos, abrazos y caricias generosas.
Acto seguido les ordené que vinieran a mí, que seguía estando como de piedra en el mismo sillón, se arrodillaron ambas y con las puntas de sus lenguas comenzaron a pasarlas con una sincronización envidiable por el tronco de mi pija, hasta llegar al glande. Tuve que esforzarme para no acabar en ese momento, era muy fuerte esa experiencia. Las tuve que parar, sólo para decirles que fuéramos los tres a la cama, que ahí nos esperaba lo mejor. Y ahí estuvo lo mejor.
Al llegar a la cama, siguieron con su show, convirtiéndome yo en espectador único y privilegiado de semejante acto, dejándolas hacer. Hasta que recordé, eso de que yo era el homenajeado y les dije a ambas que se pusieran en «cuatro». Lo hicieron y me deleité metiendo mano por donde pude y pasando mi lengua por cada orificio, generosamente ofrecido, lubricando sus culos con el jugo que salía de sus conchas y mi saliva. Y metí mi pija en cada uno de esos agujeros, empezando por la concha de Patricia, siguiendo por la de mi mujer, y mientras ellas se seguían acariciando, besando y gimiendo como gatas en celo, seguí por el culo de Betty, y luego el de Patricia.
Al llegar a él, meto sólo la punta y veo que por lo lubricado que estaba no iba a tener problemas en continuar mi tarea, por lo que de un golpe la introduzco, causando una leve queja de Patricia, que fue cambiando por suspiros de placer, a medida que aceleraba mi ritmo, hasta que retiré mi pija de tan precioso refugio, para acabar abundantemente sobre el ahora dilatado orificio de la amiga de mi mujer.
Al dejarme caer acostado, fulminado por tan eléctrica sensación, ambas se lanzan sobre mí: Patricia ofreciendo su concha a mi boca y Betty metiéndose mi pija en su boca como si fuera a devorarla.
Este doble ataque que «gocé», y lo atípico de la situación hizo que me recompusiera en forma rápida, para que Betty se montara sobre mí, mientras yo seguía entretenido con mi trabajo bucal sobre Patricia. El final de ese episodio fue a todo grito, ya que los tres terminamos al mismo tiempo, y luego ambas se dedicaron con sus bocas a limpiar los restos de semen de mi pija con sus bocas.
Deseaba descansar, darle un respiro a mi cuerpo, y los tres estuvimos de acuerdo en dormir: yo, en medio de ambas (confieso que me fue difícil conciliar el sueño).
Al despertar, cerca de las 11:00 del domingo, estoy solo en la cama.
Me pongo un short, y subo a la terraza, y veo a las dos tomando sol de espaldas, completamente desnudas (mi casa es la mas alta del vecindario), con los pies apuntando hacia mí, las piernas ligeramente abiertas y la piel bronceada de ambas perlada por abundante transpiración. Me quedo silencioso admirando esa hermosa vista que se me ofrecía, conteniendo en mi short la reacción esperable.
Betty suele tomar sol desnuda y sabe perfectamente que eso me excita terriblemente.
«Buen día, Euge. ¿Querés desayunar?» me pregunta Betty con una marcada doble intención. «Preferiría un desayuno tradicional primero», respondí ante la risa de ambas.
Creo que de toda esa jornada fue el momento mas tranquilo, desayunamos los tres, ellas vestidas solo con una camisa mía medio abierta, por sugerencia de Betty, que iba cumpliendo paso por paso con todas las cosas que sabe que me excitan, que me ponen a mil. La de que se vistan sólo con una camisa mía, es obvio, es otra mas de esas situaciones.
Luego del desayuno nos dimos una ducha los tres. Realmente fue incómodo: no tenemos un jacuzzi y en una bañera común, tres son demasiados, o tal vez luego de la hermosa noche que había pasado ya me estaba poniendo demasiado pretencioso.
Pero más allá de esa incomodidad, sabíamos que íbamos a terminar en la cama, así que apuramos la ducha y fuimos a ella. Y allí desatamos nuevamente un huracán de manos, bocas y cuerpos que se rozaban y sacaban chispas, cada uno sabía lo que tenía que hacer, como en una coreografía perfectamente estudiada destinada a extraer el máximo placer para los tres protagonistas.
No dejamos posición sin explorar ni variante que entre los tres no hayamos experimentado. Sólo habré de decir, que en medio de un 69 entre Patricia y Betty, penetré con mi pija a Betty y alternaba con la boca de Patricia.
La metía hasta el fondo en la concha de Betty, la sacaba y la metía hasta la garganta de Patricia, que esperaba con su generosa boca abierta, que parecía como un húmedo y suave molde para todo mi miembro.
Después de un mete-saca que nos llevó al éxtasis, debo decir que volvimos a terminar los tres casi simultáneamente, yo en la garganta de Patricia que aceptó gustosa toda mi descarga.
Luego la hora en que Patricia se tenía que retirar, los besos, las caricias y las despedidas de esto que fue simplemente mi mejor cumpleaños.
Y desde ya todas las explicaciones de Betty acerca de cómo fue preparando esta celebración tan especial y mi promesa de preparar otra reunión especial, esta vez con otro hombre, o tal vez una pareja desconocida.