La hacienda, mi Kitty y yo

Me fui a la cama con esa imagen fija en mi mente, mientras barría el patio y recogía las hojas caídas de los árboles, sentí esos ladridos provenientes del arroyo cercano, intrigada por el alboroto, me fui acercando despacio, justo a la orilla del curso acuífero, bajo un frondoso sauce, había tres perros y nuestra Kitty, la llamé y ella miraba en dirección a mí, pero no venía, así como me aproximaba oí sus jadeos, vi que no podía moverse, estaba como atada a uno de los perros, me acerqué un poco más y me sorprendí al ver que estaba pegada con su trasero al perro negro que yo desconocía, trate de tirarla hacía mí, pero no se despegaba, solo entonces me percate que la pija del perro estaba dentro el chocho de mi Kitty, la cual parecía gemir, seguí forcejeando, pero el perro negro me gruñó y me asusté, me senté apoyándome en el sauce, mirando como mi adorada Kitty continuaba acoplada a este macho:

—¡Eres una cochinita, mi Kitty preciosa! …

Ella me miraba con sus grandes ojos marrones y había en su semblante una sensación de felicidad, como si estuviera disfrutando de este acoplamiento, al cabo de unos minutos el perro negro se despegó de mi Kitty y pude observar un enorme pene rosado con venas moradas muy delgadas que goteaba y todavía palpitaba, tenía el grosor de una mandarina a la base y de ahí hacia la punta se adelgazaba:

—¡Mi niña … ¿Todo eso estaba dentro de tu conchita? …

Kitty meneaba su cola y lengüeteaba mi mano con afecto y su dulce carita me decía lo contenta que estaba, los otros dos perros vinieron a olfatearla, me levanté y la llamé para llevármela a casa, pero ella no me siguió, el perro café de orejas largas le había saltado sobre su lomo e intentaba cogerla, la sentí emitir un suave ladrido cuando el macho ensarto su pija en su chocho y mi pobre Kitty venía follada una segunda vez delante de mis ojos.

—¡Mi amor! … ¡pero no! … ¿Otra vez? …

Mi dulce Kitty bajó su mirada como intimidada, pero venía remecida por las poderosas embestidas del perro café, me agaché a acariciar su cabeza y sentí desde atrás que el perro negro metía su hocico para olfatear mi propia panocha, alarmada me di vuelta a enfrentarlo:

—¡Hey! … ¡Hey! … ¿Qué te pasa perro estúpido? …

Su gruesa y puntiaguda pija aún pendía de su bajo vientre, me alejé turbada mirando la asquerosa y tremenda polla del perro.

Ahora no lograba quitarme de la cabeza ese pollón canino indecente, su forma fina terminada en punta y esa base gruesa, quizás como debe dolerle a la perrita, pensaba yo, no me di ni cuenta como apretaba mis muslos y mi sexo me estaba haciendo sentir un hormigueo característico, sentí ese deseo irrefrenable de tocarme, de masturbarme, siempre me sucede durante mis periodos, quizás eso fue lo que olió el perro negro que vino a olfatearme con su pija colgando, la imagen de esa pija me estaba haciendo gemir, me quité mis bragas y estaban ya humedecidas, separe los labios de mi coño y comencé a penetrarme con mis dedos, poco a poco me fui girando y con mis rodillas bien abiertas me puse a lo perrito y continué a meter mis dedos e mi encharcada vagina.

No me bastó un solo orgasmo sino tres, me masturbé por casi una hora pensando a mi Kitty adorada que había sido cogida por esos tres perros allí bajo el sauce, ya no me parecía tan cochambrosa esa gruesísima verga, lamiendo mis propios labios y satisfecha me adormecí profundamente.

Mi nombre es Paola, tengo 28 años, soy de la octava Región de Chile, vivo sola en esta granja que heredé de mis queridos padres que sucumbieron a la pandemia, en zona rural no tenemos todos los servicios de salud a disposición, el hospital más cercano está a veinte kilómetros de aquí y los caminos no son de los más transitables para una ambulancia, así que me quedé sin mis seres queridos, no tengo problemas para el manejo de la estancia y cuando necesito ayuda los vecinos siempre colaboran.

El sol todavía no se alzaba detrás de los cerros y yo estaba sentada en el patio bebiendo un café con un poco de aguardiente, la Kitty estaba a mis pies adormecida:

—¡Los he sentido toda la noche! … ¿Te han cogido bien esos cochinos? … ¡seguro que sí! … ¡Por eso estás tan cansada! …

Kitty movía de tanto en tanto sus orejas como escuchándome, pero continuaba echada con sus ojos cerrados:

—¡De seguro también estás contenta! … ¡Y quien no, con todos esos pollones a disposición! …

Me sonreí pensando que hasta yo había gozado pensando a esas vergas descomunales y me había corrido como una guarra en celo, bueno si me está llegando mi periodo es porque estaré en celo dentro de poco, creo que me hace falta una pija, pensé, pero en ningún momento consideré un pollón de perro, hace unos años que no frecuento amigos hombres, pero tengo un par de candidatos que de vez en cuando me visitan, pero no les dejo espació para cortejes, por el momento estoy muy bien solita e independiente, no quiero cambiar eso y limitar mis libertades.

Terminé mi café y me fui al establo a ordeñar las vacas, tengo cinco vacas de leche, hoy pasa la camioneta de mi vecino que me retira la leche para ir a entregarla a la planta lechera, me tomó poco más de una hora la faena de ordeño, las alimente con alfalfa fresca a ellas y a los dos caballos que eran de papá. Cerca de las diez llegó mi vecino y se llevo los contenedores de aluminio llenos de leche.

Me quedé ordenando y limpiando el establo, la Kitty apareció en el portal y detrás de ella otra vez los perros, estaba el perro negro, el café y uno blanco con negro que no había visto ayer, luego apareció el otro que asemejaba a un pastor alemán, pobre Kitty, hoy tenía cuatro pollas que satisfacer, se vino a mi lado con la cola entre las piernas como a proteger su intimidad:

—¿Qué pasó cariño? … ¿Te vienen persiguiendo esos cochinos – eh? … ¡de seguro que vienen por tu conchita estrechita!, ¿verdad? …

Me miraba y gemía lastimosamente, como buscando mi protección, el perro negro estaba olfateando y lamiéndole el chocho y se aprontaba a montarla, logré que se alejara y me la lleve a la casa, los perros la perseguían y yo tratando de proteger sus flancos traseros, me fijé que su vagina estaba dilatada e inflamada, la grande pija del perro negro estaba ya fuera a mitad, toda la situación volvió a perturbarme mucho y mi conchita comenzó a emitir fluidos.

Llegamos a casa y escondí a mí Kitty en una pieza oficina que tengo al fondo del pasillo, me fui a tratar de continuar con lo que estaba haciendo, pero me encontré con los perros fuera de mi puerta, el perro negro me ladró, él continuaba con su pija afuera, yo lo miraba y me sentía cada vez más excitada, irreflexivamente le abrí la puerta, el perro negro se fue olfateando el aire hasta la pieza donde tenía escondida a mi Kitty, era el aroma del chocho de mi perrita que lo hacía enloquecer, me sentí un poco celosa, me metí mis deditos en mi panocha y se los acerqué, no me dedico ni siquiera un lengüetazo, insistía en agacharse y olfatear bajo la puerta de la pieza, necesito el aroma del coño de la Kitty, pensé rápidamente.

Luchando con fuerza contra él, logré entrar en la pieza de la Kitty, ella estaba echadita en un rincón y levantó su cabeza preocupada:

—¡No te preocupes, mi vida! … ¡Nada te sucederá, pero necesito ese olorcito que tú tienes! …

La Kitty se levantó a lamber mi mano, yo levanté su cola y pasé mis dedos por su rojiza vagina, luego me saqué mis bragas y unté esa humedad en mi propia vagina, al salir de la habitación, le mostré mis dedos al perro negro, inmediatamente comenzó a lamber mis falanges, de pie fuera de la puerta me abrí mi chocho untado con los humores de la Kitty, el perro negro comenzó a saltarme encima, corrí hacia mi dormitorio con el perro negro metiendo su hocico entremedio de mis glúteos y piernas.

La áspera lengua del negro me estaba haciendo enloquecer de deseos, toda mi ingle y zona perianal se contraía con un placer nuevo que jamás había sentido, me senté al borde de la cama y abrí mis muslos, sentía maripositas en mi estómago y un hormigueo muy rico en mi sexo, el perro negro comenzó a meter su hocico y su larga lengua en mi concha, fue cosa de minutos que me estremecí chillando y apretando mis dientes mientras me corría salvajemente, su lengua no cesaba de ir cada vez más adentro de mi chuchita, levanté mis piernas y el perro me lengüeteó mi culito, deseos de lujuria me llevaron a abrirme mis glúteos para sentir esa rugosa lengua en mi ano, su lengua tan larga, me bañaba de baba mi culo y mi vagina, creo que fueron otros dos maravillosos orgasmos, miré su pancita y su miembro parecía haber crecido desproporcionadamente, lo veía lustroso, resbaladizo y gigante.

Tomé sus patas y las apoyé en mi cama, después deslizándome en mi espalda, fui bajando mi coño hacia su miembro, sentí la dura punta de su pija en mis muslos, poco a poco fui ajustando mi altura para alinearla con su pene, lo sentí sobre mis vellos púbicos, me levanté un poco más y entro en mi vagina, de ahí en adelante fue una cosa literalmente bestial, con fuerza el perro negro comenzó a empujar su pija dentro de mí, me causó dolor mezclado a placer, grité y envolví mis brazos a su torso, gran parte de su miembro estaba dentro de mí, pero sentía que algo más voluminoso forzaba mi ojete vaginal, una y otra vez sentía como mis carnes venían ensanchadas, luego esa cosa entró en mí:

—¡Ay! … ¡mierda! …

Estaba siendo poseída por este animal y me encantaba, había una especie atávica de sensaciones y sentimientos que se despertaban en mí, me sentía también yo un poco animal, empujé mi zona pélvica de hembra deseosa para sentirlo mejor, pero su velocidad era muy superior a la mía, así que me acomodé lo mejor posible y disfrutar de esta ágil y rauda penetración de mi amante perruno, sus pelos punzaban mis pezones y aplastaban mis senos, abrí al máximo mis muslos y lo deje que me cogiera sin recato ni pudor, mi placer con esa enorme verga dentro de mí me colmaba toda, me estremecía toda, me sentía entregada a este macho potente que me estaba cogiendo para depositar su semen en mí.

Un ardiente aluvión, cuantioso en cantidad, comenzó a llenar mi conchita, tanto que sentí mi pancita que se hinchó, grité liberada y conscientemente celebrando esa impregnación de semen vertida en mi chuchita, el latir de su pene y los chorritos calientes los sentía todos, su esperma atiborraba mi sexo, descargándose con fuerza y energía, me sobrepasaba y mordí mis labios para no seguir gritando, lo sentía jadear y me abracé a él para no dejarlo ir, me sentía tan halagada, contenta y feliz de ser perrita, traté de acomodarme mejor, pero estaba atada a su verga, miré por entre mis muslos y vi que salía de mi concha un cordón rojizo, mi concha estaba hinchada e inflamada, ahora él no se movía, así que empecé yo a moverme, rítmicamente mi pelvis se movía atrás y adelante, atrás y adelante, comencé a jadear otra vez, la calor y la pija canina me estimulaban a moverme más y más, mordí los pelos de su cuello corriéndome una vez más:

—¡Uuff! … ¡Uuff! … ¡Uuff! … ¡oooohhhh! … ¡Que rriiiicooo! … ¡sssiiiii! …

Había magia en este coito inter-especies, el esperma derramado en mi me intoxicaba como una droga, como un elixir de lujuria, como un hechizo lascivo, poco a poco sentí dentro de mi que su pene iba liberando mi coño, algunos chorritos de semen salieron expulsados de mi conchita, mi ancha vagina que dio espacio a su magnífico pollón salió disparado y un torrente de líquidos cayeron sobre el tapete, mi sexo maltrecho aún palpitaba y se contraía placenteramente.

El perro negro me miró por largo rato con su pene goteándole y su larga lengua colgando a un lado de su hocico, jadeaba afanosamente, sus ojos brillaban y yo le contemplaba fascinada por la potencia del animal, me mantuve afirmada en mis codos y él vino caballerosamente a lamer partes de mis fluidos que continuaban a escurrir de mi panocha.

—¡Pero a mi Kitty no la cogerás, maricón! …

Lo dije casi a justificar mi conducta deleznable, ahora después de todos esos placenteros momentos, algo de arrepentimiento me hacía sentir compungida, solo el sonido de su lengua se sentía en el silencioso ambiente, una lengua que me hacía tiritar cada vez que rozaba mi clítoris, me producía escalofríos, cerré mis muslos y me senté al borde de la cama, la enorme pija pendía brillante y resplandeciente bajo el vientre del perro, supe en ese instante que esta no sería la última vez, la excitación que me había hecho sentir este animal no tenía nada a lo que pudiese comparar, era un sexo bestial desde todo punto de vista, pero nada me había hecho gozar en manera tan intensa como la verga de este perro.

Me levanté, me compuse y me vestí con mi bata, me fui hacia la puerta de ingreso y el perro me siguió, abrí la puerta y el salió al trote, los otros tres perros estaban todos ahí echados, el perro café que parecía un sabueso, me digno una mirada y volvió a echarse, el perro blanco con negro ni siquiera me miró, pero el bastardo de pastor alemán se levanto y quiso meter su hocico bajo mi bata, sin siquiera pensarlo lo hice entrar. Me siguió con un andar ágil y feliz, sus uñas se sentían en el piso mientras caminaba como a saltitos, entré al baño y me senté en el inodoro un largo chorro de orina salió de mí conchita, este comenzó a girar y a gemir, intentando empujar mis rodillas:

—¡Ay! … ¡Ya! … ¡Déjame mear! … ¡Compórtate! … ¡Por favor! …

Me sequé el coño y sin levantarme del excusado, abrí mis muslos para el pastor, famélicamente metió su hocico en mi concha, comenzando a devorar mi chocho, era simplemente maravilloso y enardecedor sentir esta lengua ofidia raspar mis delicadas carnes:

—¡Uy! … ¡Cómo lo haces rico, perrito! …

Mi cuerpo entero comenzó a gozar de esta lengua que se desplegaba y encogía en mi chuchita, otra vez sentía ese hormigueo exquisito en todo mí cuerpo, me despojé de la bata y comencé a jugar con mis tetas mientras el pastor hacía su magia en mi vagina, mis pezones estaban duros y obscuros como el ébano, mis carnes se volvían a agitar y las olas placenteras de un potente orgasmo me hicieron temblar con espasmos convulsivos:

—¡Aaaaarrrrgggghhhh! … ¡ssssiiii! … ¡Cómete todo mi chocho! … ¡Devórame! …

De mi boca salían muchas expresiones, no todas inteligibles, muchos gemidos y quejumbrosos chillidos, mi pelvis se movía en círculos y mis dedos abrían mi conchita rosácea para que fuera lamida por este perro grandioso, mi vagina se contraía de placer y me exigía una penetración, acomodé la bata en varios dobleces y la tiré al piso, el pastor me seguía con su lengua entre mis glúteos, me deje caer arrodillada y busque con mi mano ese pene canino, ese pene de macho, ese pene que podía hacerme ver estrellitas, la velluda funda estaba humedecida con algunas gotas de su semen, toqué todo el largo de esa asta de carne, pero no podía imaginar su exacta longitud ni su grosor.

Era inquietante y la curiosidad me devoraba, lo comencé a masturbar para hacer salir más de esa verga, poco a poco ese cilindro cónico y puntiagudo comenzó a emerger, primero unos diez centímetros y al cabo de un rato tenía en mi mano un ariete de más de veinte centímetros que goteaba profusamente, la visión me paralizaba y me subyugaba, mis dedos estaban empapados en su semen, había como un hechizo en el resplandeciente color rosado de esa pija descomunal que simplemente me tenía en un trance absoluto, mi mundo se limitaba al placer que ese pollón de perro me estaba procurando.

La magnificencia y consistencia de ese viril pene masculino, ardía en mis manos, me quemaban sus chorritos cortitos de lefa, parecía más bien una hortaliza, una fruta, sencillamente el fruto prohibido que me encendía y me llevaba a transitar por esta via depravada y pecaminosa pero terriblemente excitante, lujuriosa y placentera, apreté ese miembro duro y resplandeciente, el perro pareció excitarse más y sus caderas se movieron para follar mi mano, unos potentes chorros de semen canino aterrizaron en mis muslos, mi culito se contrajo intermitentemente y apreté mis muslos para ahogar ese incipiente orgasmo que intentaba conmocionar mi panocha.

—¡Pero! … ¡Por Dios! … ¡Sí te has corrido! … ¡Mi Dios! … ¡Que caliente que estás, chico! …

El perro continuaba a menear sus flancos traseros y jadeaba afanosamente, mi mano bañada de esperma fresca me la llevé a mi nariz, no había un mal olor, luego mi lengua se hizo cargo del sabor, era un poco áspero, no desagradable, poco a poco lamí mi entera mano, era una nueva sensación, eran nuestros instintos que ejercían su parte dominante, una hembra gozando con su macho y el macho permitiéndole a la hembra de gozarlo como corresponde.

Era una nueva dimensión en que todo parecía y se asemejaba a mis experiencias pasadas, pero no era lo mismo, solo actuaba de instinto ante este macho espectacularmente dotado, mi única comparación era el perro negro, el que me hizo chillar y aullar de placer, junté mis muslos evocando esos momentos, el pastor dio unos dulces gruñidos que me hicieron comprender que este macho también quería poseerme, yo lo estaba deseando, sumisamente me gire y el animal me doblegó haciéndome agachar con su peso, estaba a lo perrito, arqueé mi espalda y levanté mi culito, mi concha estaba presentándose a la poderosa verga del pastor que había comenzado a asomarse misteriosa desde su peluda funda, no fue necesario ayudarle, su pene se incrustó en mí conchita con cierta facilidad:

—¡Aaarrrggghhh! … ¡Aaarrrggghhh! … ¡Aaaaarrrrgggghhhh! …

Con unos embistes poderosos y salvajes me enterró su pija y su bola de una sola vez, terminó de hincharse dentro de mi expandiendo mis paredes vaginales a limites insospechados, me estaba haciendo bramar de placer, mi vulva envolvía su miembro fabuloso, se contraía en caricias voluptuosas y cálidas, el temblorcillo y gruñidos de él me indicaban esa eyaculación tan deseada y esperada, cuando sentí que comenzaba a descargarse en mi, entre en una especie de paroxismo bestial, ensartada en esa pija virtuosa que expelía vida, que expelía goce, que me insuflaba una energía haciendo calentar mis venas y aumentar la velocidad de circulación de mi sangre, mi corazón latía desbocado, había una mueca de agonía en mi rostro y mi culo y mi panocha se contraían al unísono:

—¡Guau! … ¡Que maravilla! … ¡Aaaaarrrrgggghhhh! … ¡ssssiiii! … ¡ssiii! …

Millones de agujas invisibles punzaban mi tez que me hacían estremecer, todo mi cuerpo convulsionaba una vez más recibiendo la inseminación canina, como un llamado de la naturaleza lancé un aullante lamento, un gemido de hembra gozando contemporáneamente con su macho y amo, me sentía como de la jauría, la hembra dispuesta a copular con todos los miembros de la traílla, me saboreaba humedeciendo mis labios, el pastor se giró y quedamos atados por nuestros traseros, pero la idea de continuar a copular con los otros miembros de la manada ya se había hecho espacio en mi cerebro, miraba ansiosa al pastor para que se despegara de mí y luego a la puerta donde estaban echados los otros perros, al cabo de una decena de minutos finalmente con un sonido de descorchar, el pene del pastor salió expelido de mi panocha, él intentó venir a lamerme, pero yo corrí a la puerta y la dejé abierta para que entraran al resto de la jauría …


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