Seducido… por mi hija
Theresa estaba profundamente adormecida, totalmente desnuda, la noche estaba todavía muy calurosa y su voluptuoso cuerpo iluminado por la celestina luz de la luna, parecía de porcelana, estaba recostada de lado, con una de sus piernas dobladas, su culo felino y firme me hacía extasiar, sus pechos se apoyaban uno encima del otro, eran redondos, duros y grandes, un brazo estaba bajo la almohada y el otro bajo su mejilla, su codo casi tocaba uno de sus pezones, mi ojos no terminaban de recorrer tanta perfección femenina, su vientre plano, su cintura pequeña y sus caderas de hembra caliente, aún en las penumbras del cuarto, alcanzaba a ver su chocho pequeñito de doncella, esos labios plegados que ocultaban la entrada al edén de su sexo, allí donde yo me perdía día a día, ella se entregaba toda y yo la amaba carnalmente, yo la deseaba como jamás deseé a ninguna, mi amor por ella era mucho más que amor de amante, mi amor por ella era puro, protector y afectuoso, porque ella es también mi hija.
Su madre la trajo al mundo a los quince añitos, yo era su novio y amante, acababa de cumplir mis diecisiete, terminando mi enseñanza media y postulando para la universidad, siempre fui buen alumno y aventajé a mis compañeros, era buen nadador así que pertenecía a la selección de natación del colegio y después en la universidad, mi cuerpo atlético y fibroso, pero no exageradamente musculoso, mido 1,82 y peso 68 kilos, como dije un atleta, Mónica la madre de Theresa, practicaba danza clásica, así que ella también tenía un cuerpo delgado, donde sobresalían sus senos pronunciados, una mujer muy hermosa y femenina, además, muy sexy.
Nuestros padres nos apoyaron en todo para continuar con nuestros estudios, y así lo hicimos, pero la vida se toma sus venganzas en nosotros los seres humanos, un día mientras Mónica regresaba a casa del colegio, fue arrollada por una camioneta guiada por un conductor en estado etílico y nunca logro salir del coma, dejo este mundo a sus tiernos diecisiete años, Theresa había recién cumplido sus dos añitos, como la bebe había sido reconocida ante el civil, me hice cargo de mi hija, es decir, mis padres me colaboraron para hacerme cargo de ella, ya que yo continuaba con mis estudios.
A los veintitrés, me gradué de ingeniero en minas y rápidamente fui contratado por una transnacional que me llevó a trabajar a Canadá, una vez que me establecí y con un gran dolor para mis padres me llevé mi hija de seis añitos a vivir conmigo, mi salario era estupendo y me permitía tener a mi hija en los mejores centros educacionales, muy luego ella se acostumbró, aprendió francés e inglés, convirtiéndose sin darse cuenta en una canadiense más, como padre soltero el estado me privilegiaba con muchos beneficios en favor de mi hija, la que crecía sin sobresaltos y feliz.
Dos veces al año Theresa viajaba a nuestro país de origen para visitar a sus abuelos, también ellos nos visitaban por lo menos un par de semanas cada año, éramos una familia globalizada y moderna, el tiempo pasó muy de prisa, sin darnos por enterado, ella llegó a la pubertad, sus primeras menstruaciones y sus primeros novios y finalmente su etapa de adolescente.
Pronto me di cuenta de que Theresa no era de muchos amigos ni de novios, llegué hasta a pensar que fuera lesbiana, porque tenía más amigas que amigos, no era para mí un problema el influir en sus relaciones, si ella tenía o hacía una elección de su vida sexual, yo la habría apoyado cualquiera que fuese su opción, ella tendría siempre todo mi apoyo como padre.
Gracias a mi esfuerzo y trabajo vivíamos con holgura económica, no nos faltaba nada, yo por mi parte frecuentaba a chicas de mi circulo laboral, aquí en el noroeste de Canadá hace un frio terrible, así que casi todas nuestras actividades se han desarrollado de siempre bajo techo, había logrado hacerme construir una pequeña piscina con aguas temperadas, así que era normal ver a mi hija con sus amigas dar vueltas por la casa en sus diminutos bikinis, la piscina estaba disponible todo el año.
Como dije mi compañía femenina, era también una empleada de la misma empresa donde yo me desempeñaba como ingeniero, su nombre Magda, descendiente de franceses, unos ojos verdes preciosos, tez blanca casi rosácea, cabellos rojos, figura delgada para una mujer de 1,75, con amplias caderas, vientre plano, senos entre medianos y grandes, túrgidos y firmes, a sus 30 años lucía como una mujer de no mas de 22, muy juvenil, muy apasionada por sus genes mediterráneos.
Yo y Magda no vivíamos juntos, pero ella se quedaba los fines de semana conmigo, de viernes a domingo, los primeros meses que nos conocimos no hacíamos nada más que follar, ella se llevaba muy bien con mi hija Theresa y compartían la piscina, salíamos los tres por las tardes a divertirnos un poco y yo trataba de complacer a las dos en todo lo que podía, si íbamos a bailar lo hacia una vez con una y después con la otra, a veces las tomaba de la mano y nos íbamos los tres a la pista a danzar alocadamente, nos divertíamos como adultos libres.
Solo un par de veces mi hija se hizo acompañar por su novio, pero yo notaba en ella algo que no andaba bien, ella no disfrutaba del todo su relación con este apuesto muchacho, pero para mi ese era un tema privado de ella, lo comente con Magda, ella como mujer quizás podría dilucidar un poco el asunto, pero no obtuvo muchos resultados porque mi nena no se abrió con ella.
Magda era mi pareja estable y continuábamos a vivir separados, ella era muy celosa de su libertad, su privacidad e independencia, no le gustaba mucho que le regalaran objetos, si un perfume, un ramo de flores, un cita a sorpresa en algún motel el día de su cumpleaños, solo cosas así, sin mucha trascendencia ni importancia, le gustaba el día a día, me había hecho entender muy claro que estábamos juntos porque yo le gustaba y la hacia sentir bien, pero no porque yo la poseía o fuera su amo o propietario, ella se pertenecía a ella misma en primer lugar, para mi estaba bien porque hasta me era cómodo no tener que ser un apoyo para ella, ni en lo afectuoso ni en lo financiero, pero si le tenía mucho cariño justo por ser como ella era, emancipada, una mujer sin ataduras.
Le encantaba jugar con mis 21 centímetros de verga, no había nada vetado a su imaginación, habíamos hecho de todo e inventábamos día a día con improvisaciones, ella me sorprendía muchas veces con sus excentricidades, como un día que me hizo que le comiera su conchita estando de pie y con ella colgando con su boca gustándose mi pija, casi perdí el equilibrio explotando a borbotones en su boca, mis piernas casi no sostenían el peso de mi cuerpo y el de ella.
Pero su libertad la hizo volar lejos de mí, sin riñas, sin rencores, sin explicaciones, la deje ir porque ella era un espíritu libre que me regaló un tiempo precioso y que siempre recordaré, volví a mis quehaceres de la vida y conocí otras chicas, otros amores, pero tenía la enseñanza de Magda, sin ataduras ni papeles legales, también yo era un alma libre.
Theresa asistía a la universidad de Alberta, en Edmonton, uno o dos fines de semana al mes ella regresaba a casa, se reunía con sus amigas, disfrutaban la piscina y yo disfrutaba la belleza y juventud de estas bellas chicas adultas en sus trajes de baños que a mala pena cubrían sus cuerpos voluptuosos, habían miradas lascivas a veces hacia mi persona, muchas veces era el único hombre presente.
¿Te gustan verdad? … era mi hija que me sorprendió mirando fijamente los glúteos redondos y firmes de una de sus amigas … hija, soy hombre … y toda estas muchachas son bellas, unas más que otras, pero en si la juventud es de por si un encanto y la graciosidad de las formas esculturales de algunas de estas chicas no deja de llamarme la atención … ¡eso es todo! … ¿hasta ese punto? agrego ella apuntando a mi erección patente … hija mía, soy hombre y mi vitalidad se hace presente ante una bella mujer … al parecer tu vitalidad papá es bastante grande ¿eh? … y se alejó sonriendo y contorneando sus caderas, esa fue la primera vez que el culo de Theresa se grabó en mis retinas, mi hija es una mujer, ella es una bella mujercita, sin lugar a duda que lo es, se parece a su madre, pensé.
Llegaron las vacaciones y Theresa retornó a casa, le faltaba solo un año de estudios para graduarse, también ella había elegido ser ingeniera, especializándose en recursos renovables, materia muy necesitada y valorada por la industria minera moderna en el cuidado del medio ambiente.
Ella esa tarde llegó de compras y me pidió que le diera mi opinión sobre unos trajes de baño que había comprado, eran tres, no le di mayor importancia al asunto porque ya la había visto tantas veces en sus bikinis que tal situación no significaba nada de importante, pero cuando apareció con el primer bikini color viola, era un traje diminuto, una tanga estrecha y casi traslucida, se veían sus gruesos labios vaginales y su chochito depilado como cuando vino al mundo, la parte superior cubría bien sus senos, pero al ser casi trasparente, sus areolas y pezones no se adivinaban, se veían en toda su preciosidad.
Theresa se dio cuenta de mi turbamiento, le divertía mi estado de confusión, sonreía muy coqueta y hacia rotar sus caderas, ¡hasta hizo una especie de perreo! … ¡oh mi dios santísimo! … es mi hija y mi verga comenzaba a endurecerse … sin decir palabras, se giró diciendo … no te me escapes que te mostrare el otro … volvió a los minutos con otro bikini color naranja similar al anterior, solo que este en la parte posterior era solo un hilo y sus senos sobresalían a los costados de la tela que no podía contener sus masas mamarias … mi verga casi afloraba por la cintura de mis pantaloncitos de baño … después de un paseo de modelaje delicioso, ella me dijo … espera un poquitico que me queda el último y salió de carreritas con sus nalgas que tremaban a cada saltito, yo aproveche para acomodar la bestia que luchaba por asomarse por todas partes.
Me senté y puse una toalla en mi regazo, no había otro modo de ocultar el abultamiento de mi pene … ella apareció con un traje color de su piel, me parecía totalmente desnuda, además, que era una tanguita minúscula que traslucía todo su chochito y dos franjas que cubrían sus pezones, sus pechos estaban expuestos totalmente … vino y se sentó en mis faldas presionando mi pene con sus glúteos, me alegré de haberme cubierto con la toalla, pero ella moviendo sus caderas, dijo … ¿qué es esta cosa dura que tienes bajo la toalla? … ¡oh! hija perdóname tanto, pero tus bikinis son un tanto osados y me hicieron reaccionar … es mi virilidad que sientes bajo la toalla y es una reacción ancestral de un hombre hacia una mujer, es normal.
Mi hija me sonrió y dijo … no te preocupes porque tú también inspiras en mi ese celo y ardor de mujer … ya no soy una niña papá soy una mujer adulta y también siento esa fogosidad … tengo tus genes y nos parecemos hasta en eso … tengo un regalo para ti papá … ningún hombre ha jamás estado conmigo … desde muy pequeña que te observaba y sentía estas cosas por ti … me he conservado solo para ti… estaba celosa de Magda, porque tu la querías tanto como a mí, pero en las tardes yo los escuchaba y sentía cuando ella te tenía a ti, se apoderaba de ti, mi ser más amado, por eso me alegré tanto cuando ella salió de tu vida, de nuestras vidas.
Quiero yacer contigo papá, quiero que seas mi primer hombre, has sido siempre mi primer amor, ahora necesito que seas mío totalmente, quiero se tuya papá, inclinó su cabeza y me beso como una mujer besa a su amante adorado, sentí sus pezones en mi pecho y mis manos se aferraron a su cintura estrecha, no había vuelta atrás, estábamos por consumar otro pecado atávico y familiar, un incesto, nuestros cuerpos e instintos naturales se desataban y nuestro raciocinio andaba reprimido por la fuerza de la naturaleza, multiplíquense, follen a sus madres, sus hijas, su sobrinas y nietas, no había uso de razón, solo ese deseo carnal de un chocho caliente y una verga dura.
No tuve necesidad de desnudarla, ella estaba prácticamente desnuda, sacó la toalla y se sentó a horcajadas en mi regazo, bajó un poco mis shorts y la bestia fue finalmente liberada, sus hinchados y enrojecidos labios vaginales masajearon mi glande por unos minutos, ella se movía hacia atrás y adelante, fue ella misma que con su mano cogió mi miembro y lo encamino en su chocho, gritó y se estremeció cuando mi verga rompió su himen, por unos segundos no se movió, solo gemía y me apretaba contra sus senos, su respirar era afanoso, sentí la tibieza de su sangre en mis muslos y cojones, mi hija no era ya más virgen.
Nos quedamos quietos, solo nuestros sexos palpitaban vivos, los músculos de su chochito envolvían mi pene y mi verga vibraba al estar atrapada en su estrecha conchita, Theresa alzo su torso y puso sus pezones al alcance de mis labios, me miro a los ojos, sus ojos estaban brillantes, frescos y puros, sus ojos destellaban ternura y amor por mí, mordiendo sus labios comenzó a moverse rítmicamente hacia arriba y hacia abajo, jamás quitó su vista de la mía, hasta cuando comenzó a respirar con la boca abierta y su rostro se deformo en una mueca de sufrimiento y goce al mismo tiempo, sus manos tiraban mis cabellos y daba golpes hacia abajo con su chocho, la sujeté de sus caderas y espalda para no dejarla caer, estaba casi desmayada y empalada en mi verga, mi explosión de semen en su chuchita, no hizo mas que hacerla gemir y temblar, sus piernas no la mantenían, solo con la fuerza de mis brazos se mantenía todavía en mi regazo.
Estuvimos así como casi diez minutos, tratando de recuperarnos, ella finalmente logró apoyar sus pies por tierra e hizo deslizar mi pene fuera de su coño, mi entrepierna era una exquisita asquerosidad, estaba lleno de sangre, mi semen y fluidos de ella, por fortuna teníamos a mano algunas toallas y procedimos a limpiarnos, nos fuimos de la mano a la ducha.
No conversamos ni analizamos nada, nos bañamos nos secamos y nos fuimos a mi dormitorio a follar como neo esposos, nos dijimos palabras de amor, le dije que era mi hija ella me recordó que yo era su padre, pero jamás consideramos que lo que estábamos haciendo debía terminar apenas comenzado, estábamos empecinados en darnos todo el placer posible, de pertenecernos el uno al otro, ese goce de saber que quien tienes en frente jamás te hará ningún daño.
Desde esa vez ella estaba en mi dormitorio todas las noches, hacíamos el amor casi todas las noches, cuando quise tocar el tema del lado ético-legal, ella me replicó que éramos adultos consencientes y que el resto eran mojigaterías morales, el día que dejes de amarme yo saldré de tu cama me dijo.
Así pasó el tiempo, ella se graduó con excelentes notas y fue asumida por la empresa minera para la cual yo trabajaba de hacía años, pero en otra división, así que éramos colegas, pero en diferentes ocupaciones.
Después de dos años de felicidad pura, decidimos darnos un merecido descanso y nos fuimos a Brasil, las doradas playas de Copacabana, nos registramos en un hotel cinco estrellas, así fue como hicimos el amor en la terraza a la luz de la luna llena, llene su chochito al menos dos veces mientras nos besábamos y acariciábamos, ella se giró y se quedó dormida.
Mi pequeña dormía como mujer satisfecha, yo descansaba mirando la luna y los reflejos de esta en su cuerpo perfecto, estaba atento a cada respiro suyo, cada movimiento me ponía en atención, protegía sus dulces sueños y esperaba solo cuidarla y darle tanto amor, tanto afecto, tanta pasión, como solo un padre puede dar. Quizás un día ella encuentre un amor, ese día estaré junto a ella para entregarla a quien tomará mi lugar y la amará como corresponde, no me asusta la idea justo porque la amo, será siempre su felicidad mi tarea principal, soy su papá.