Alumno especial

Hacía un par de semanas que estaba preparando a Diego para su exámen de inglés. Hasta ese momento, a mí jamás se me había cruzado por la cabeza la más mínima idea de que podía haber algo entre el chico y yo.

Ese sábado, durante la tarde de un día de mucho calor el muchacho vino a tomar una clase sin previo aviso porque tenía un examen el día lunes. Me lo había recomendado mi amiga Norma, la que me había dicho que era chico especial y no le había entendido bien a qué se refería. Al final del relato se darán cuenta el porque me había dicho «especial» mi gran amiga.

Cuando terminó la clase que se había desarrollado normalmente le ofrecí tomar algo fresco debido al calor y aceptó gustoso.

Nos sentamos en el sofá y charlamos unos minutos de cualquier tema y pasado un rato él no amagaba irse. Me pidió otra bebida y siguió cómodamente sentado en el sofá. Debo aclarar que por el clima imperante él había venido en short, remera y zapatillas, cosa que no me había afectado hasta entonces.

Yo, por mi parte me hallaba en condiciones equivalentes ya que no lo esperaba y me encontraba tomando sol. Así que me puse una camisa de suave muselina sobre el traje de baño enterizo, el que tenía las piernas muy cavadas y la espalda escotada hasta donde termina la columna.

En determinado momento, como quien no quiere la cosa, Diego se llevó la mano a la ingle y se acomodó ostentosa pero fugazmente su miembro.

Me hice la que no me daba cuenta de nada y volví a llenarse el vaso de gaseosa.

Fue en ese momento en el que me aferró una muñeca y mirándome a los ojos me dijo que nunca había visto una mujer tan linda y codiciable.

Se imaginarán cómo me quedé. ¡Horrorizada!.

Hubiera querido decirle que se fuera de casa, que mi amiga que lo había recomendado e incluso mi marido se iban a enterar de sus palabras.

Pero no me dio tiempo: atrayéndome hacia su cuerpo me dio un beso que me dejó temblando. En ese momento tuve conciencia clara de su tremenda fuerza, pues aunque quise zafarme no conseguí separarme ni un centímetro de él.

En esas condiciones, al contacto con sus labios, hubo un momento en que ya no fui capaz de negarme y lo dejé hacer y el beso continuó, alcanzó mi lengua y debo haberla movido por instinto.

El muchacho, además de atrevido era de los que no pierden un minuto y me dijo por qué no íbamos al cuarto y nos acostábamos.

Lo miré a los ojos dispuesta a decirle que era un caradura, un desvergonzado, un cretino de porquería, pero me bastó verle el color de sus pupilas para volver a embriagarme.

Para colmo, sin darme cuenta él me había sentado sobre su falda y sentía la potencia de su bulto.

Me quise convencer a mi misma que había pensado en jugármela, que mal no estaba que nos echáramos un polvo, pero no, no pensé nada. La cabeza me daba vueltas y vueltas a mil por hora.

Pero sentí «eso» sobre mi muslo y se que mi lengua respondió tanto o más que la suya y se que dí media vuelta , me metí todos los escrúpulos en el culo y lo conduje al dormitorio.

Fueron diez o doce metros los que recorrí sin volver la cabeza. Sabía que él me seguía.

Cuando estuve junto a la cama sentí que sus manos se deslizaban sobre mi cintura y que su verga se me apoyaba en las nalgas. Percibí el bulto, ya estaba en su máxima erección, no había vuelta atrás, me iba rendir ante esa pija parada en mi homenaje y dejé de lado mis escrúpulos y mi fidelidad y todo el resto.

No me pareció demasiado grande esa pija con afán crítico, era más bien normal pero la empecé a gozar ahí mismo.

Así, mientras le daba la espalda, me sacó la camisa, bajó los breteles del traje de baño y lo deslizó por mis caderas hasta el piso.

Por su momento sus manos se apartaron de mí, me di cuenta que se estaba sacando su pantaloncito y la remera. Un segundo después me hizo girar hacia él y su arma enhiesta se apoyó directamente sobre mi tajito. ¡Fue algo inefable!.

Me preguntaba por qué ese muchachito me excitaba tanto y no tenía respuestas. A la comezón que me provocaba su pija a la entrada de mi concha se añadió otra sensación maravillosa: sus besos, que empezaron por mi boca y se que multiplicaron por mi cuello.

Todo ello me causaba unos tironcitos eléctrico en la entrañas, toda mi pelvis era el campo de batalla de unas intensas, encantadoras, alucinantes descargas de placer.

No se cuántos minutos estuvimos así sin pronunciar palabras hasta que él, sensatamente me invitó a tenderme en la cama.

Yo no le había dicho que mi marido vendría muy tarde esa noche y él entonces quería empezar pronto porque temía encontrárselo. Lo conocía porque lo había visto un par de veces cuando venía habitualmente a sus clases de inglés.

La desvergüenza de Diego me hizo sonreír y le obedecía acomodándome en el centro del lecho.

Un instante después sentí su piel trasmitiéndole a la mía una embriagante tibieza.

Siempre sin hablar, me puso de espaldas a él y deslizó su miembro entre mis piernas. Pero buscó mi orificio delantero mientras me susurraba que el culito se lo reservaba para otro día.

Era una grosería, una guarangada pero tengo que confesarles que me encantó.

Soy de las mujeres que cuando está harta de los hombres que cuando cogen no se dejan llevar por la espontaneidad y reprimen su capacidad para el placer (mi marido es uno de ellos).

Diego me la puso, previa lubricación con saliva. Tenía una experiencia terrible.

Acostumbrada a la rutinaria dinámica sexual de mi esposo, los casi veinte minutos que el muchacho me estuvo bombeando fueron de indescriptible gozo.

Pensé que así se debería hacer siempre el amor y no acabar en tres o cuatro sacudidas.

Cuando Diego acabó se agitó como un animal salvaje que ha caído en la red y lucha por sacársela de encima.

Después de un instante se fue al baño, se puso el pantaloncito y me dijo que se iba.

Lo acompañé hasta la puerta envuelta en una robe y antes que se fuera le di un beso de despedida y entonces dijo que no había sido debut y despedida, que le gustaría seguir haciendo el amor conmigo y que la próxima vez nos íbamos a gratificar con un 69.

Yo desvergonzadamente le pregunté si nada más y dijo, esbozando una sonrisa que lo del culito se daba por descartado.

Me pidió disculpas por haberme cogido a los pechazos (tenía miedo de encontrarse de pronto con mi marido) y me dijo que planeándolo mejor me iba a hacer el amor como Dios manda porque estaba enamorado de mí.

Cuando le dije que no le creía del todo me tomó la mano y la puso en su entrepierna donde ya tenía una nueva y fenomenal erección.

Estábamos contra la puerta y se me abrió (¿o lo abrí?) la bata que llevaba puesta. Saqué su verga del pantaloncito y la puse contra mi vello púbico. El entonces se agachó y despacito me la fue metiendo nuevamente.

Agachado como estaba me la metió toda y se irguió. Quedé como colgada en el aire y ahí empezó a cogerme furiosamente. Yo bombeaba lo que podía y nos besábamos como dos ventosas.

De pronto por el entusiasmo me la sacó, me puso en el suelo y allí me la metió entera, serruchamos como sierras mecánicas y le grité que acababa. El entonces apuró el trámite y me echó otro polvo como para inundarme.

Cuando nos levantamos me dolía la concha y cuando se lo dije me expresó que había que dejarla descansar y que la próxima semana le tocaría al culito.

Después abrió la puerta y se fue.

Desde ese sábado nos hemos visto muchas veces y en todas las ocasiones la hemos pasado de maravillas.

Mi marido no se ha dado cuenta de nada y yo no me siento para nada culpable.

He recuperado el placer de ser deseada y me caliente mucho ello.

Se dan cuenta ahora porque mi amiga Norma me había dicho que era un «alumno especial». Estoy segura que ella también lo ha probado y por eso me lo recomendó. Un día de estos tendré que tener una charla con ella.