Una tía muy marchosa II

Raquel e Inés, la maestra y la alumna, estaban dejando en mí sensaciones de todo tipo. No pretendía nada más que desear que aquella historia no acabara nunca. Temía pellizcarme o despertar de esos sueños que a veces se tienen para descubrir que lo que me ocurría no era real; pero lo era y lo mejor de todo, disfrutaba de dos mujeres a la que unían lazos de sangre, pero que eran muy diferentes y no sólo en la edad y en el cuerpo. Quizás por ello, me sentía el protagonista exclusivo. Yo era el centro de atención, el personaje invitado, y como tal debía dejarme guiar como aquel convidado al que se agasaja cortésmente por los anfitriones cuando es llamado a una casa.

Los que conocen la primera parte sabrán que después de gozar del sexo de Raquel y de su escultural cuerpo, me centraba exclusivamente ya en su tía Inés. Sin embargo con Raquel esto era imposible. No se conformaba con mostrarse inactiva; aunque jamás molestaba; es más, deseaba agradar. Por eso me sorprendió que ella fuera la encargada de retirar la ropa interior a su tía cuando yo se lo había pedido a ésta y más aún, que se dedicara mientras yo disfrutaba del sexo de ella de acariciar con sus manos las grandes ubres de su tía, que ya de por sí ofrecían sus inmensos pezones totalmente erectos.

Raquel de pié por detrás de su tía y yo en cuclillas por delante, intentábamos disfrutar al máximo del cuerpo que nos ofrecía Inés. Nuestras manos adquirían ahora protagonismo, ella en su pecho y las mías penetrando una y otra vez en su clítoris totalmente húmedo y excitado. Inés parecía estar inmersa en un clímax que hacía que ya no pusiera reparos a dejarse llevar. De nuevo Raquel tomó la iniciativa y me pidió que quería ver mi lengua en el coño de su tía de la misma manera que la había sentido en el suyo. Para ello se sentó en el respaldo de la cama, retiró la almohada e invitó a Inés a situarse en su regazo totalmente tendida, quedando parte de su espalda y su cabeza a la altura del ombligo de su sobrina. La invitación ante tal estampa, no podía ser rechazada. Abrí de piernas a Inés y solicité la ayuda de Raquel para sujetar en alto las mismas. Inés totalmente extasiada y con las manos aprovechó la pequeña incorporación de Raquel para rodearla con sus brazos a modo de sujeción mientras su cabeza y hombros seguían descansando en el regazo de ésta. Me tumbé frente al coño peludo de Inés. En posición fetal me encontraba listo para enfrentarme al manjar que se me ofrecía. Con mis dedos, retiré parte del vello púbico para iniciar mi recorrido. Al primer contacto denoté restos del flujo vaginal o lefa que a modo de hilillos pululaban por todo su coño y que empecé a absorber a base de lengüetazos. Los leves gemidos de Inés eran el único sonido en la sala. Alcé la vista y pude observar como disfrutaba. Mis manos que descansaban en su cadera al ir en busca de sus pezones me obligaron a tenderme en el resto de la cama. Me daba de golpes con el respaldo inferior pero no me importaba. «¡¡¡A que te gusta gordi!!! ¡¡¡Venga mi vida, córrete!!!», exclamaba Raquel a una Inés que le contestaba jadeando al grito de «uhmm, ahhhhhh» que al escucharlo yo, servía para dar vida a mi lengua cansada ya de tanto movimiento y que, no obstante, asumió un último esfuerzo en alas de lograr de Inés el orgasmo vaginal que frenéticamente yo buscaba en ella. Un orgasmo que llegó finalmente acompañado por ritmos pélvicos cuyo vaivén a mí me costaba controlar, en mi deseo de saborear el jugo salado que ahora en mi boca se ofrecía. La sensación que hubo de obtener finalmente la mujer, debería ser para ella algo jamás experimentado y que su soltería, motivada por la mala suerte ante la pérdida de su novio, los tabúes morales de la época o ambas razones, le habían impedido experimentar en su juventud. Y era una autentica pena en una mujer de tan buen ver, incluso hoy en día a pesar de sus años, a la que a buen seguro no le habrían faltado hombres.

Raquel también era consciente de ello, y mientras su tía extasiada permanecía tendida en la cama aún en su regazo me solicitó acercarme para agradecérmelo con un beso intenso que yo correspondí.

Desconozco el tiempo que llevaríamos practicando sexo, pero a esas alturas de la tarde-noche un dolor leve, fruto de la continua excitación aprisionaba mi zona testicular. Acostumbrado a los polvos rutinarios, dónde después del típico tonteo se pasa a la acción inmediata, estar aún sin haber eyaculado, en mi pene, producían esa pequeña presión testicular que desembocaba en dolor. Por ello solicité a Raquel que me masturbara. A buen seguro si hubiese penetrado a cualquiera de ellas dos en ese momento, me hubiese corrido inmediatamente y no era esa precisamente mi intención, consciente además de que tenía que dar goce a dos mujeres, algo que no temía porque habitualmente si la otra persona me excita y no me produce inhibición cumplo bien, y os puedo asegurar que esta vez no estaba inhibido.

A mi petición de masturbación, Raquel, respondió diciéndome: «Cariño, campeón, te voy a hacer algo mejor». Y sin más me hizo ponerme de rodillas encima de la cama y se situó cual maja desnuda en el cuadro de Goya a chupármela de forma frenética. Inés ya incorporada al otro extremo de la cama observaba. «Más despacio Raquel por favor», le dije, a lo que Raquel paró el ritmo y se recreó en el morbo. Mi falo totalmente empalmado aceptaba placentero el jueguecito que la lengua de Raquel ofrecía. Solicité a Inés que participara masajeando mis testículos, a lo que esta accedió. Correrme era cuestión de poco tiempo y así lo advertí a Raquel quien, lejos de retirar su boca no sólo siguió con su trabajo sino que acercó a su tía para entre ambas disfrutar de mi leche. Mi goce fue bestial: la leche me brotaba inicialmente en la boca de Raquel y una vez retirada ésta, en la cara y cuerpo de las dos mujeres que había provocado en mí una de esas corridas antológicas que solamente se logran de tiempo en tiempo. ¡Dios cómo pude disfrutar aquello!

Las piernas me temblaban, aproveché el hecho de que ambas mujeres se retiraron al cuarto de baño para acompañarlas. Temía que eso fuera a ser el síntoma de que todo había terminado; pero una vez más fue Raquel la que insinuó que todavía quedaba follarlas. Yo seguía alucinado. Raquel utilizaba el bidé, mientras tanto pedí a Inés compartir caricias en el lavabo, lavándonos mutuamente. Las caricias de Inés volvieron a reactivar mi pene que, al compartir besos y caricias con ella ya de nuevo había mostrado su erección.

Las emociones para Inés no habían acabado. El corte y las dudas iniciales de ésta al comienzo de la tarde se tornaban ahora en todo lo contrario, se encontraba más cómoda y había decidido tomar la iniciativa. Por eso sin pensarlo me tomó del brazo y me llevó de nuevo a la cama. Me abrazó, me tumbó en la cama y se entregó a un beso tórrido de esos apasionados que a veces se dan las parejas de enamorados que se reencuentran después de un tiempo de estar ausentes. Y yo que me dejaba llevar. Inés estaba desconocida. Me besaba intensamente de arriba abajo, por todo mi cuerpo. Su entrega en el beso, tened por seguro que había reactivado mi libido de nuevo y más cuando la boca de Inés volvió a tomar contacto con mi pene. Levanté la mirada para observar el juego de ésta en mi polla y lo que me encontré fue con sus grandes tetas moviéndose de arriba abajo acompasando el movimiento de su cabeza en el juego con mi polla. Cuál sería mi excitación que ni siquiera me di cuenta del regreso de Raquel a la habitación. Me incorporé, tome a Inés y comencé de nuevo a coger sus enormes pechos a la vez que mi mano volvía a agarrar su peludo coño. Deseaba taladrarla con mi polla. Me puse encima y sin dudarlo se la introduje. Su coño dilató rápido y recibió reconfortado mi polla. Noté la presencia de Raquel a la que besé en la boca. De nuevo no se conformó con estar inactiva y sin pensárselo y ante mi sorpresa con su mano empezó a acariciar los pezones de su tía cuyos pechos con mi mete-saca se bamboleaban de arriba abajo. Los gemidos de Inés hicieron que Raquel, de las caricias pasara a los besos y, sin pensarlo, pasó a chuparle los pechos a su tía. Ahora la protagonista era Inés que abierta de piernas frente a mí recibía los movimientos de mi polla y por otro lado la boca de su sobrina en sus pechos. Su goce quedaba demostrado en sus constantes gemidos.

No deseaba correrme aún sin al menos cambiar la posición, pero no me iba a quedar más remedio. Si paraba rompería el disfrute de Inés que a buen seguro ya habría obtenido algún orgasmo.

«¡Me voy, me voy!», exclamé. Noté mi leche brotar de nuevo de mi polla, esta vez única y exclusivamente dentro de Inés, a la que extasiado y sudoroso me abracé finalmente rendido.

Pregunté a Inés sobre como se encontraba. No hizo falta que me contestara, su mirada lo decía todo. Me miró y me empezó a acariciar el pelo y con un beso me expresó su sentimiento.

Pasaron unos minutos en los cuales Inés abandonó de nuevo la habitación para refugiarse en el baño. Aproveché para charlar con Raquel sobre lo inesperado de los acontecimientos que estabamos viviendo. Ella me reconoció que para ella esto no era novedoso, aunque tampoco habitual. Había llegado a compartir lecho cuando tenía novio con otra pareja amiga, pero habitación nada más, no hicieron intercambio. Tampoco pasaba de relaciones esporádicas dónde no siempre había sexo. Con relación a su tía me comentó que la quería mucho, que con ella tenía mucha confianza y que creía que lo que estaba pasando esa noche las iba a hacer más amigas si cabe. A la pregunta por mi parte sobre si era bisexual, me dijo riendo que no. Me comentó que «las mujeres a veces solemos compartir caricias y las hacemos mejor que los hombres, porque todas sabemos como hacer disfrutar. Es raro la mujer sin complejos que alguna vez en la vida no haya mantenido relaciones con otras mujeres». «Yo sin ir más lejos», me dijo, «lo he hecho un par de veces. Una con una compañera de clase en la excursión fin de curso y otra con una amiga triste por un desengaño amoroso que vino a dormir una noche a mi casa algo deprimida».

La conversación terminó con besos tiernos. Ambos sabíamos que nos quedaba lo mejor a los dos, pero preferimos dejarlo para otro día. Por hoy ya valía. Ese encuentro llegó días después justo el día de su marcha a Galicia; pero eso forma parte de otra historia. Hoy de Inés sólo me queda su recuerdo y lo que me aportó su experiencia. No la he vuelto a ver a pesar de vivir en la misma ciudad. Con Raquel he mantenido conversaciones telefónicas de forma puntual. Espero volver a verla este verano. Si se dan las condiciones ¿Quién dice que no se pueda repetir esta historia?.