Las verdaderas intenciones de mi jefe
Creo que todo comenzó en una cena en la empresa.
Yo siempre he sido uno de los mejores trabajadores, pero mis ascensos han sido contados y muy sudados.
Era una cena para celebrar una importante fusión y todos teníamos que llevar a nuestras esposas.
Allí mi jefe (unos cincuenta años, bastante bien conservado, atractivo, serio) conoció a mi mujer, de 33 años, dos menos que yo, un pedazo de mujer, aunque esté mal que lo diga.
Se llama Carolina, es pelirroja natural, ojos azules y un cuerpo creado para pecar, con un precioso culo, unas piernas largas de infarto y unos pechos que no puedes dejar de tocar.
Además tengo la suerte de que es un encanto de persona y, lo más importante, que me es fiel.
A las pocos días, mi jefe me invitó a su chalé de la sierra a una barbacoa con su esposa, quería que fuera con mi mujer y también comunicarme algo muy importante.
Claro; ahora sé cuáles eran las intenciones de aquel hombre, Enrique llamado, pero entonces creí y di por hecho que uno de los puestos para Estados Unidos era mío y no sospeché en absoluto ni cuando me dijo que nos tomaríamos baños en su piscina, por lo que vistiéramos informales y con bañador.
Ese fin de semana nos presentamos como me dijo: Carolina, con una camiseta y unos vaqueros cortos, por debajo un bikini normal, bastante discreto diría yo.
Y este que escribe lo mismo, para ir a tono.
Conocimos a su esposa, Celina, cuya edad no llegaría a los 50, rubia teñida, gruesa (no gorda como una bola de billar, sino entrada en carnes flácidas, bastante grande, pero interesante).
Ella era muy extrovertida y nos hizo sentir como en casa. La comida estuvo muy bien y hacía bastante calor, así que nos dimos unos baños.
Mientras jugábamos a chapotearnos, noté que Celina me tocaba el culo y hasta el paquete, pero quise pensar que había sido casual.
No pude evitar una ligera erección. Carolina salió del agua también con una cara de asombro.
Y cuando salió mi jefe, que lucía un bañador ajustado, así como su esposa, tenía una erección de caballo, pero pareció no importarle y seguía igual.
El bikini de Celina, por cierto, mojado transparentaba todo…
Llamaron por teléfono y Enrique me dijo que si podía mirar unos archivos en su ordenador para solucionar un pequeño problema.
Fuimos juntos hasta su despacho, que tenía vista con la piscina de primera mano y me dijo lo que tenía que hacer.
Se oían las voces de nuestras esposas perfectamente y Celina la decía que le iba a echar crema para el sol.
Enrique me daba las instrucciones y pronto me puse manos a la obra.
Yo miraba de vez en cuando por la ventana. Celina le estaba dando un masaje a mi esposa, que estaba tumbada boca abajo en la tumbona. «Te voy a quitar el tirante». Se lo desprendió y siguió masajeando.
Sus masajes no eran normales, eran muy excitantes, sobre todo los de las piernas.
En un momento vi a mi mujer con la braga bajada y con la mano de Celina dentro de su raja. La estaba besando.
Ella se había levantado y le respondía al beso abrazándola.
Yo estaba muy excitado y me costaba saber lo que estaba haciendo.
Cuando ambas estaban desnudas, Celina se subió encima del coño de mi esposa y empezó a frotar el suyo encima. ¡Se estaban follando las dos!
– Está buena tu esposa, vaya si lo está.
Mi jefe estaba con la pedazo de polla fuera del bañador masturbándose al lado mío. Su tranca era enorme, por lo menos 20 cms. de polla tenía. Me dejó helado cuando me dijo lo siguiente:
– Arrodíllate y chúpamela, Fernando.
Lo dijo como si fuera una orden.
Me habló del ascenso y me tomó del hombro.
Me agaché y tenía delante de mí un capullo que era casi como mi boca de grande.
Le di unos lametazos tímidos y limpié sus jugos.
Era extraño, pero de lo excitado que estaba no estaba demasiado a disgusto. Me la metí en la boca y él me fue guiando.
Me comentaba lo que hacían nuestras esposas, a las que oía gritar como dos animales.
Ahora tu esposa le está chupando los pezones a la mía. Siguen acopladas en sus coños y están teniendo otro orgasmo. De repente, me dijo que parara.
– ¿Qué quieres, que me corra en tu boca pudiendo hacerlo en el coño de tu mujer? Me voy a follármela. Ahora viene Celina, no te quejes, ya ves que soy generoso.
Me saqué la polla y empecé a masturbarme.
Estaba que reventaba. Vi cómo se acercaba a las dos mujeres aquellas y cómo Celina preparó el terreno a su marido.
Cuando Caro se dio cuenta, estaba atravesada por esa descomunal verga. ¡Cómo la estaba follando!
La agarraba de los pechos con ansia y probaba todo tipo de posturas, aunque decidió que prefería la posición fetal: ella con la espalda apoyada en la tumbona, en cuclillas, mostrándole el conejo a mi jefe, que la podía penetrar hasta el fondo con esa tranca.
Los gritos así de mi esposa eran alaridos. Noté que una mano me frotaba el pene.
Me besó Celina en la boca y entremezclamos las lenguas. Pensé que me iba a tirar a la esposa de mi jefe y procuré quitarme de la cabeza los gemidos de mi mujer.
Celina se sentó encima de la mesa y me mostró su coño, estirando con dos dedos sus labios vaginales.
Me dijo que me arrodillara y que le hiciera una buena mamada.
Mientras lo hacía me decía lo caliente que era mi esposa, que sólo con rozarla el clítoris se había corrido.
Oírla y oír los gritos de mi esposa redoblaron mi intensidad. Ella hablaba jadeando y por fin su enorme coño se llenó de flujos que absorbí alocadamente.
– Ahora puedes follarme, macho mío.
Me levanté y se la metí hasta el fondo y empecé a culear como un desesperado.
Miré por la ventana y vi que Carolina había aumentado sus chillidos: mi jefe la estaba destrozando el culo en la misma posición.
Di la vuelta a Celina y la hice tumbarse sobre la mesa. Escupí sobre su ano mientras ella me incitaba y se la clavé de un tirón. También gritaba lo suyo.
Estaba tan salido que no tardé en correrme en su culo. Me hizo tumbar en la cama y limpiarle mi propio semen.
Su culo enorme estaba en mi cara y no tuve más remedio. Se me volvió a empinar con esta operación.
Al levantarme, vi que mi esposa le estaba mamando las vergas a dos tipos que habían surgido de la nada.
Celina me dijo que eran dos socios de mi marido. Me tapó los ojos con una venda y me dijo que otro de los socios era homosexual y quería que se la mamara.
Me hizo arrodillar y enseguida tuve otra tranca dentro de mi boca.
No era como la de mi jefe y me costaba menos trabajo pasarle la lengua por su glande. Su corrida me pilló desprevenido y me tragué casi todo su semen.
Celina no había dejado de masturbarme en todo el tiempo y de meterme varios dedos en el culo. Se tumbó y me acosté sobre ella, metiéndosela.
Pronto sentí una gran presión en mi culo. ¡Me estaban sodomizando! Por suerte, era una polla pequeña y no tardó en correrse. Oí «ahora me toca a mí».
Era el tipo al que se la había estado chupando, que ya estaba empalmado de nuevo. A las varias acometidas detrás de mí, yo me corrí en Celina. Oí cómo afuera una voz masculina decía esto:
-Estos chicos tienen que hacerse hombres, a ver si tu putita cumple.
-¿Acaso no te ha hecho gozar, Fernando?
Luego volví a oír a mi esposa jadear de nuevo. De repente, me pusieron a cuatro patas.
Distinguí la voz de mi jefe.
Yo también quiero probar el culo de mi empleado. Me asusté al pensar que su descomunal verga iba a taladrarme.
Sus embestidas fueron brutales, si no fuera porque Celina me había cedido su culo y con sus arreones yo le arreaba a ella no lo habría aguantado.
Mientras, de vez en cuando alguno de los allí presentes se corría sobre mí y me echaba su semen encima. Mi jefe se corrió dentro de mí y me palmeó el culo. «Buen chico».
Celina me quitó la venda y vi a mi esposa delante de mí. Estaba igual que yo, chorreando semen por toda la piel.
Bien, limpiaros el uno al otro, ¿a qué estáis esperando? Yo la chupé a ella todo el semen de todos aquellos tipos mientras ella hacía lo mismo.
Limpiar los orificios y que ella me limpiara el mío me excito de nuevo.
Nos permitieron follarnos y parecía que era la primera vez que lo hacíamos juntos. Luego sí nos dejaron ducharnos y marcharnos.
Estuvimos con los culos enrojecidos y doloridos varios días, pero recibí una llamada y el ascenso y el puesto en Estados Unidos era mío.