Capítulo 1
- Maravillas en el país de la delicia I
- Maravillas en el país de la delicia II
- Maravillas en el país de la delicia III
- Maravillas en el país de la delicia IV
Maravillas en el país de la delicia I
Introducción. Extramuros
– ¿Cómo has dicho que te llamas? -repitió la voz del interfono. En medio de éste, el cristal cóncavo de una cámara la observaba inexpresivo. Odiaba aquellos interfonos con cámaras incorporadas. Tenías que hablar ante ellos como una estúpida mientras, al otro lado, te observaban como querían.
– Maravillas -repitió a su pesar.
De nuevo silencio. Al otro lado de la línea creyó oír risas. Tenía un montón de anécdotas estúpidas que contar con el tema de su nombre.
Estaba acostumbrada. Esperó. Además de risas, oyó algunas notas de música a todo volumen.
Miró a su alrededor. Fuera de la casa, a un lado y a otro, la carretera, tragada ambos extremos por la oscuridad absoluta de la noche.
No se sentía cómoda en aquella situación. La gente y el ruido allí dentro y ella allí fuera, sola.
– ¿Qué nombre es ese? -dijo la chica del interfono, riendo- Nunca lo había oído. ¿Es sudamericano? – No lo sé, pero soy española. Oye, ¿puedes abrirme, por favor? – Está bien. ¿De parte de quién dices que vienes? – De Conchi. Es mi prima.
– Tu prima, claro -volvió a reír, acompañada por las risas de otras chicas.
No comprendió exactamente dónde estaba el chiste-. Venga, pasa, Maravillas.
Que te lo pases bien…
– Gracias.
Un chirrido eléctrico y la puerta metálica chasqueó. Maravillas la empujó y entró. Alguien había escrito en un folio con rotulador y lo había pegado allí con adhesivo, más a modo de broma que como advertencia seria, seguramente…
PERMITIDO SÓLO CHICAS
Y Maravillas entró en la fiesta…
CAPÍTULO I. PONY GIRL
Concha no le había explicado exactamente a qué tipo de fiesta la había invitado, pero comenzó a hacerse una idea.
Un camino débilmente iluminado llevaba hasta la casa, hacia la luz, la música, las siluetas danzantes tras las cortinas, en las ventanas.
Se asustó. De un rincón oscuro, tras un todo-terreno, salieron dos chicas, como de la nada. Iban tomadas de la mano. Sonrieron avergonzadas y bajaron la vista al pasar ante Maravillas, como si las hubieran pillado haciendo algo indecente. Seguramente emigrarían a lugares más cálidos, o tranquilos.
– Pero… ¿adónde he venido yo a parar? -pensó Maravillas en voz alta.
Demasiado. Sacudió la cabeza y siguió andando.
El camino llevaba hacia la parte delantera de la casa. Llegó al bullicio.
Ante la casa había una enorme piscina con la forma curvilínea de una habichuela. Dentro de ella, y alrededor de ella, multitud de chicas. Chicas en bañador, chicas en bikini, chicas en vestido vaporoso. Una chica saltando del trampolín, clavándose como una lanza en el agua fosforescente.
Una chica subiendo las escaleras, colocándose el bañador de una pieza, desplazado hacia abajo por efecto del agua al salir. Tres chicas sentadas al borde, riendo sin parar, chapoteando con los pies en el agua, levantando tremendo bullir. Dos chicas en un rincón, sobre toallas, una caracoleando con el pelo de la otra en sus dedos, la otra haciéndose la interesante.
Chicas paseando, chicas tomando una copa, chicas recién llegadas que saludaban con un par de besos y chicas que presentaban chicas a otras chicas. Chicas en ropa de baño, chicas elegantes, chicas informales…
Maravillas se mordió el labio, rabiosa. Si aquello era una prueba de su prima, se iba a enterar. Llenó sus ojos todo lo que pudo y luego se obligó a tomar una decisión. Estaba perdida. Debía encontrar alguna cara conocida.
Buscaría a su prima, pero ¿dónde?
Subió unos amplios escalones, y cruzó el porche en dirección a la puerta principal de la casa. De camino, una chica le sonrió de una forma que no pudo interpretar. La verdad, era una chica muy guapa, tenía unos ojos de impresión.
En el jardín era parloteo. En el interior de la casa era la música a todo volumen. Blues y jazz con unos bajos que le hacían temblar el vientre.
La casa era enorme y sin embargo, estaba abarrotada. El recibidor parecía por alguna razón el lugar preferido de reunión.
Unas se apoyaban en la pared y otras simplemente se quedaban en medio del pasillo, estorbando de vez en cuando, entre música, conversaciones, copas y risas.
Maravillas se abrió paso entre un pasillo humano. Tuvo que apretarse un poco entre los brazos, las caderas y los muslos.
Sintió el tacto suave de varias telas diferentes en sus brazos desnudos, pues llevaba puesta una camiseta blanca de manga corta. Sintió varios aromas, todos ellos femeninos, todos ellos dulces y suaves.
Sintió también algunas miradas al pasar, miradas curiosas, quizá, hacia la intrusa, o quizá sólo hacia su minúscula falda, casi de uniforme de colegiala.
Otra chica quería cruzar también el pasillo, pero en dirección contraria, para salir por la puerta.
Maravillas y ella se encontraron y tuvieron que hacer equilibrios para poder pasar. Una mano se apoyó en su hombro, y recibió una amable sonrisa.
– Perdona, lo siento…
– No pasa nada…
– ¡Hasta luego!
Llegó hasta un salón atestado de gente. Cada habitación parecía mayor que la anterior. Sobre una mesa de madera de aspecto caro habían montones de botellas a medio vaciar de cerveza, champaña y otros licores que no pudo identificar…
Copas, vasos de usar y tirar, canapés, patatas fritas, servilletas de papel arrugadas. Chicas de pie, chicas sentadas en el sofá, apretadas unas contra otras para caber, chicas bailando, chicas hablando, chicas riendo, chicas mirando por la ventana, solitarias…
Por algún sitio debía empezar a buscar a su prima.
Se fijó en una mujer alta, con un elegante vestido negro, brillante, rodeada de otras muchas mujeres que la escuchaban hablar. Tenía aspecto de importante.
– Perdona -le dijo, tocándola suavemente en el hombro. La mujer brillante se volvió.
– ¿Sí? – Perdona que interrumpa. Estoy buscando a Conchi, mi prima. Ella me ha invitado a esta fiesta, y quería saber si alguien de por aquí la conocía, o me podía decir dónde está…
La mujer brillante sonrió.
– Supongo que me has visto aspecto de anfitriona, ¿no?
Una chica muy joven y pecosa rió como una ardilla. En su mano se tambaleaba un vaso con líquido oscuro.
– No es eso, es que…
– La casa no es mía, ¿sabes? Sólo soy otra invitada… ¿Conchi, has dicho? – Sí.
Examinó de arriba a abajo a Maravillas.
– Llamad a Pony Girl. Seguro que ella la conoce.
La mujer brillante y la chica pecosa compartieron una mirada maliciosa. Una chica se alejó llamando a una tal Pony Girl.
– Ella conoce a mucha gente aquí, ¿sabes? -le explicó la mujer con aspecto de anfitriona.
A los pocos instantes llegó una chica.
Sus pasos eran casi un trote enérgico sobre aquellas largas piernas, brillantes y suaves, descubiertas por un vaquero cortado sobre sus muslos. Traía una melena rubia revuelta y una carita interrogante.
– Pony, mira a ver si puedes ayudar a esta chica.
– Cómo no. ¡Ven conmigo!
Se fue por un pasillo y Maravillas la siguió.
Tras ella, en el último momento, otra mirada cómplice de la mujer brillante y su chica pecosa, por encima del borde de sus vasos.
Siguió a Pony Girl por un concurrido pasillo, atravesaron una cocina…
– ¿A quién has dicho que buscas? – Se llama Conchi, es mi prima.
– Es… ¿Cómo es? – Pues… Creo que lleva un vestido negro, guantes largos… No se parece en nada a mí, ella es de un castaño muy claro, y es de piel mucho más clara.
Creo que me dijo que es amiga de la dueña de la casa. Se conocen por un amigo arquitecto, o algo así.
– Conchi… Conchi… Puede que conozca a alguien por aquí. Desde luego me suena.
– Esta casa parece que no se acaba nunca.
– Es enorme, ¿eh? Me encantaría tener una así yo, en el futuro.
– Toma, y a mí…
– Espera un segundo…
Al pasar por otro salón, hizo que alguien le diera una mochila de plástico amarillo y se la echó al hombro. Maravillas no preguntó.
Siguieron internándose en las tripas de la casa.
Llegaron ante una puerta doble, de madera muy decorada. Pony le hizo una seña con la mano para que pasara.
Entraron a un despacho en penumbra, con una mesa de trabajo y muchas estanterías. El sonido de sus pasos era atenuado sobre un suelo enmoquetado.
Pony cerró la puerta tras de sí y la música pasó a ser un murmullo retumbante. Dejó la mochila sobre la mesa. El plástico crujía.
– Oye, ¿por qué te llaman Pony Girl? – Ya sabes, es divertido. Mis amigas ya me llaman así, y me gusta. Es como un nick.
– ¿Un qué? – Eso, un mote, en inglés. ¿Es que no te gusta? – ¡Sí, claro, es muy gracioso!
Pony Girl le sonrió, agradecida.
– No quiero parecer pesada, pero ¿sabes dónde está mi prima o no? – Mira…
Pony Girl se dirigió a una puerta que había en un costado del despacho. Con extremo cuidado, giró el picaporte y entreabrió la puerta.
La luz de alguna lámpara iluminó el despacho. Maravillas oyó algo extraño en la habitación de al lado, como un roce de telas y un suspiro.
– ¿Está ahí? – Ssshhh… -Pony le pidió silencio con un dedo sobre sus labios-. No estoy segura. Tú dirás si es ella o no…
Maravillas se asomó por la rendija de la puerta.
Efectivamente, en aquel cuarto, sobre una cama de matrimonio, había tumbada una chica que coincidía con la descripción de su prima que había dado: pelo castaño claro, vestido negro y guantes largos. Pero no era ella.
La última vez que la vio, no recordaba que tuviera la cabeza de otra chica entre sus muslos. Una cabeza de melena muy corta, que hacía movimientos obsesivos, haciéndola retorcerse de gozo.
La chica que no era su prima gemía muy suavemente, su boca abierta en una mueca de dolor delicioso, sus dedos retorcían las sábanas.
– Así, así, cariño… -susurraba a la chica obediente entre sus piernas- Me encanta, eres una delicia… Nadie me lo había comido nunca tan bien… Mmmh, vas a hacer que me… que me corra… oooommmh…
Los lametones se aceleraron. La que no era su prima cogió a la otra del pelo con mucha fuerza, casi se diría que le iba a hacer daño.
Por fin, su cuerpo dijo a gritos que había llegado al orgasmo, una vez, y otra, y otra, y otra…
Como en oleadas que parecían alejarse y luego volvían, cada vez más tenues, hasta que se relajó por completo sobre la cama, respirando como un animal herido.
Maravillas notó los brazos de Pony Girl, que la abrazaba desde atrás, mientras ejercían de voyeurs.
Sintió el calor, el finísimo cuerpo, suave y perfecto al tacto. La carne generosa de los pechos contra su espalda.
Maravillas siguió espiando.
Las chicas se incorporaron en la cama, comenzaron a besarse. Ahora que la veía bien, sin convulsiones de placer, estaba claro que no era su prima.
– Cariño, vas a ser mi chica de los sábados… Me ha encantado. Ahora me toca a mí. Te voy a hacer una paja como nunca has recibido…
– ¿Sí? – Sí -corroboró la chica que no era su prima, con otro beso en los labios-.
Te voy a lamer el coño, y cuando te hayas corrido, te meteré un dedito, y luego otro y otro y otro… -mientras hablaban, no dejaban de luchar con sus labios y lenguas- … y te voy a penetrar hasta que te meta toda la mano, y te folle con mi puño…
– ¿Sí? – Sí… -y firmó su promesa con un profundo beso que intentó llegar a lo más profundo de su interior.
Volvieron a tumbarse sobre la cama, esta vez era la chica parecida a Conchi la que se situaba encima.
Las manos de Pony Girl habían comenzado a acariciarla. Tan suave, que casi no lo había notado, embelesada como estaba en el espectáculo secreto.
Cuando una mano subió hasta uno de sus pezones, se dio la vuelta.
– Oye, oye… -dijo Maravillas, con la respiración acelerada- Quiero que sepas que no quiero… No quiero rollos raros. Yo sólo quiero encontrar a mi prima, y esa no es. Lo siento. No quiero molestar. Yo… Puedo buscarla yo sola si quieres…
Fue a liberarse del abrazo, pero algo la detuvo. Quizá fuera aquella mirada dulce de Pony Girl, aquellos ojos azules mirándola con comprensión.
Ya no parecía simplemente la chica inquieta de hacía unos minutos. La chica desconocida, quizá la chica atolondrada y facilona, la chica tonta.
– Entiendo… -dijo en voz muy queda, casi susurrando- Oye, no tienes porqué negar que te gustan las chicas. Si no, ¿por qué habrías venido? ¿Por qué te habrían invitado? – Me ha invitado mi prima. Vengo porque ella viene.
– Pero no creo que hayas venido solo para charlar con tu prima. Tú no eres tonta… No tengas miedo. Todas aquí somos iguales, no hay nada que ocultar. Sólo una fiesta para pasarlo bien. ¿Entiendes?
Maravillas asintió con la cabeza. Realmente, aquella Pony sabía calmar a la gente.
Habría tranquilizado a un soldado lleno de metralla y chorreando sangre por todos lados en medio del campo de batalla, sólo hablándole, prometiéndole que todo iba a salir bien, que la ayuda estaba en camino, que su madre tardaría poco en llegar y todo tendría un final feliz de película de Hollywood.
– Entonces… ¿Tienes miedo de algo?
Maravillas negó con la cabeza. Por el momento ya no quería librarse de aquel abrazo.
– No hay nada que ocultar. Lo entiendes, ¿verdad?
Maravillas asintió.
Los labios de Pony se fueron acercando y ella no los rehuyó.
¿Cuántas ocasiones volvería a tener en su vida de estar con una chica tan hermosa como aquella? La besó suavemente, apenas tocándose sus labios.
– Pues yo me he puesto muy caliente viendo a esas dos… -dijo Pony- Y cuando me pongo caliente, sólo sé hacer una cosa…
La volvió a besar, esta vez con más morbosidad. Estrenaron sus lenguas.
Maravillas se dejaba llevar: allí la que tenía la imaginación era Pony.
– ¿Y qué es eso? -le preguntó.
– ¿Quieres saber lo que hago yo cuando me pongo cachonda? Ven, cariño…
La tomó de la mano y cerró la puerta tras la que espiaban. Cesaron los susurros de las sábanas, los jadeos y las palabras calenturientas en voz baja.
La llevó hasta la mesa del despacho, y sobre esta apoyó su trasero. Apoyó sus manos en la mesa y le dirigió una mirada inocente, casi auténtica.
– Desnúdame…
Maravillas le desabrochó la blusa, botón a botón, y se la quitó.
Un sujetador blanco contenía dos pechos grandes y bellos, dignos de una estrella de las revistas o de internet. De pronto sintió que no podía esperar a probarlos.
Le desabrochó el breve pantalón vaquero y cayó al suelo. Pony se quitó las botas de cuero, dignas de una auténtica vaquera tejana.
Los deditos de sus pies se agitaron sobre la moqueta. Pony observó la mirada dubitativa que Maravillas le estaba echando a sus bragas.
– ¿A qué esperas? Quítamelas, no seas tonta… Estoy deseándolo…
Tomó las gomas de los costados y tiró de ellas hacia abajo, dejándolas también caer al suelo también.
Descubrió un pubis suave, de vello rubio, cuidadosamente recortado en un rectángulo estrecho.
Era algo precioso, daban ganas de guardarlo en una cajita de madera y conservarlo para siempre junto a los buenos recuerdos.
Cuando ya estaba lanzada a desabrocharle el sujetador, Pony dijo «Espera…», y tomando sus manos entre las suyas, guió sus movimientos para que bajara las copas del sujetador, pero no le permitió tocar el broche. Maravillas contempló el par de tetas más apetecibles que había visto nunca.
«Aunque la verdad es que aun he conocido pocas…», pensó. Dos pechos grandes, redondos, autosuficientes, de piel aparentemente suave como el melocotón, con pezones de aureolas pequeñas.
– Que bonitas… -dijo Maravillas.
– Mmmh… Dos buenas ubres, ¿verdad? – ¿Ubres? -rió Maravillas.
– Sí, yo las llamo así. Como las de las hembras. Me encantan. Me encanta mirarlas horas y horas, y acariciarlas, y cuidarlas… ¿Y a ti? – Me encantaría mimarlas, sí.
– Pero, todavía no… Todavía no… Espera que lo prepare todo.
Y Maravillas detectó que Pony Girl hacía un enorme esfuerzo en retrasar su excitación con tal de realizar su ritual tal y como debía ser: perfecto.
Vestida sólo con un sujetador, que ya no cubría nada, Pony abrió la cremallera de su mochila de plástico amarillo.
Dentro, un montón de cosas desconocidas entrechocaron y tintinearon. Maravillas volvió a dudar.
No era aún una aventurera del mundo lésbico.
Quería experimentar el amor, pero rehuiría de cualquier cosa desviada o dañina, sin importar lo amable que hubieran sido con ella.
Contempló las cosas que salieron de la mochila, incrédula.
– Ahora vas a saber de verdad por qué me llaman Pony Girl…
Primero, extrajo un sombrero de vaquero y lo colocó sobre la cabeza de maravillas.
Estaba un poco arrugado al haber estado estrujado dentro de la bolsa. Después, con una perversa sonrisa, le puso una fusta en la mano.
Pony Girl acarició unos instantes el adorado objeto y luego siguió sacando los aperos.
– Quiero que me montes… -dijo con el aliento temblando, mientras sacaba un cojín enfundado en cuero negro y se lo ajustaba a la espalda. La hebilla metálica de la correa, prieta bajo sus pechos, debía hacerle cierto daño.
Ahora Pony estaba ensillada.
– ¿Cómo has dicho? -dijo Maravillas.
– ¡Necesito que me montes, cariño! ¡Por favor, de verdad que lo necesito! -siguió extrayendo aperos de monta: un artilugio que se colocaba sobre la cabeza de los caballos para impedir que vieran hacia los lados y un mordiente con riendas- ¡Cuando me excito, ya no puedo parar! ¡Necesito ser tu montura, cariño! ¡Quiero que me montes! ¡Te llevaré donde quieras, pero por favor, móntame, es la única manera que conozco! ¡Móntame, sé mi amazona!
Las miradas de desespero y la respiración contra su boca no dejaban lugar a Maravillas para pensar.
Pony la besó suplicante, como una niña que adula a su papá como modo de convencerle de que le compre el último capricho.
– ¿Lo harás? ¿Sí? – Yo… Madre mía. Será lo más raro que haga en toda mi vida, pero…
Maravillas examinó la fusta. La golpeó suavemente contra su mano, comprobando su dureza. Las miradas mutuas cerraron el acuerdo.
Lentamente, como en un ritual estudiado, Pony Girl se puso a cuatro patas.
Sus pechos colgantes parecieron aun más grandes en aquella postura. Dejó de mirarla a los ojos.
Ahora ya no era una guía, ni una desconocida, ni una seductora. Ahora era su yegua de crines rubias. Se puso el mordiente entre los dientes, ya no podría hablar sino con gran dificultad.
Se sentó sobre el cojín de su espalda. Tenía miedo de apoyar todo su peso, pero no tuvo más remedio.
Además, parecía que ese era su deleite: sentirla toda sobre su columna. Tomó las riendas de cuero. Todo accesorio era de cuero.
Parecía formar parte de aquel ritual, el único que aquella pobre chica parecía conocer para satisfacer su ardor, no se sabía por qué extraños avatares de la vida.
«Aquí estoy, montando una chica, pensó Maravillas. Dios, qué hermosa es…
¿Y ahora qué hago? Veamos, supongo que debería tratarla como a un caballo.
Yo soy su amazona y ella es mi yegua. Está bien, allá vamos. Hagamos locuras. Demos un buen paseo…».
– ¡Arre! -dijo, agitando un poco las riendas.
La montura comenzó a caminar por el despacho, al paso. Maravillas no pudo evitar reír. Si bien era la situación más excitante que había vivido nunca, también era bastante ridícula para ella.
Pasaron tras la mesa y el enorme sillón del despacho. Sintió el típico balanceo del cuerpo al montar.
Levantó las piernas para que no arrastraran por el suelo. De ese modo, el equilibrio era algo inestable, todo dependía de la fidelidad de su querida yegua, de que no se volviera loca de repente y echara a galopar.
Sobre los movimientos sinuosos de Pony Girl, el despacho se convirtió en un paisaje sin fin, una pradera.
Pasearon hacia la lejana puesta de un sol enorme y rojo, tras las nubes púrpuras y las montañas erosionadas con forma de mujer tumbada de costado.
Cada paso de la yegua era transmitido al movimiento del cuerpo de su amazona.
Las dos fueron una, se acompasaron los ritmos, se unieron las conciencias y se convirtieron en la mítica figura del centauro, esta vez mitad caballo y mitad mujer.
Poderoso, imponente, sabio, tranquilo, salvaje y libre.
La piel de Pony Girl se veía preciosa bajo la débil luz del lugar. No pudo evitar acariciarla.
Acarició su grupa. Sintió el fino pelaje, los músculos en movimiento, el sudor. Las caricias excitaban al animal.
Acarició sus cuartos traseros, fuertes, compactos, amplios. Les dio un par de cachetadas, flojito.
Con cuidado de no soltar las riendas, una mano fue bajando hacia sus pechos, los amasó. Verdaderamente, eran algo totalmente distinto al tacto cuando colgaban hacia abajo en el aire, libres, maleables por la gravedad, algo puntiagudos ahora.
El pezón ya estaba erecto y duro. Apenas un toque de sus dedos hacía temblar a la yegua. Podía oírse su respiración nerviosa, sus bufidos a través del mordiente. Cesó de caminar.
– ¿Porqué te paras ahora? ¡Habrase visto animal insolente! ¡Vamos, el paseo aun no ha acabado! ¡Hiá!
Y la golpeó con los talones en las ingles. Ella echó a trotar como loca por la pradera.
Maravillas estaba a cada momento a punto de caer al suelo.
– ¡So! ¡Sooooo!
Tiró de las riendas con fuerza, pero ella inclinaba la cabeza hacia atrás y seguía trotando y bufando.
– ¡So! ¡Sooooo! ¿No me oyes, bestia?
Siguió tirando de las riendas, pero más fuerte tiraba, más rápido trotaba ella y más fuerte resoplaba contra el hierro del mordiente.
Maravillas cayó de su montura. Se golpeó en la cabeza con la gruesa y retorcida pata de una mesa. El sombrero se aboyó y calló al suelo.
– ¡Auuh!
Pony se detuvo. Inmóvil, miró a su dueña. La imagen fue impactante para Maravillas. De sus labios caía un larguísimo reguero de baba blanca. Sus ojos azules miraban con temor al castigo.
– Será posible… Será posible, yegua estúpida… ¡Me has hecho daño! ¡Lo vas a lamentar, ya lo creo! -dijo, totalmente entregada y divertida con su papel.
La tomó de las riendas y las ató al picaporte de un armario. Arregló el sombrero y se lo volvió a colocar. Tomó la fusta, contempló el trasero, dudó un momento… Y azotó.
Pony Girl se estremeció. Después del primero vino otro, y después otro, y todo un rosario de azotes en sus cuartos traseros.
Se lo merecía. Había hecho daño a su ama, había sido una yegua mala, una pony mala, y debía ser castigada.
Usando sus propias manos se abrió las nalgas todo lo que pudo.
Maravillas comprendió el gesto y comenzó a azotarla allí, primero en el ano y sus delicados alrededores, luego bajando, hasta que acabó golpeándola directamente sobre los labios mayores, ya abiertos, ya rezumantes y brillantes como los de una buena hembra en celo.
Nunca había hecho daño a nadie, ni quería hacerlo, pero como parecía que aquello era lo que quería su amante, aprovechó y descargó toda su rabia acumulada de años.
Con cada azote, los gemidos de Pony subían y subían de volumen, hasta que acabó gritando, aun con los dientes mordiendo el hierro, con los hilillos de saliva saltando y cayendo por su barbilla, con el orgasmo atravesando como mil agujas su columna vertebral, con el flujo saliendo a ráfagas de su coño y manchando la moqueta.
Pony Girl se dejó caer al suelo, exhausta, resoplando. También a Maravillas le costaba respirar con normalidad.
Examinó la fusta de nuevo, ahora salpicada de flujos. Se atrevió a olerlos un poco, sin acercarse demasiado. Percibió cierto aroma a hembra, parecido al que ella misma sabía que producía por sus masturbaciones solitarias. Guardó el aparato en la mochila.
Le quitó el mordiente y le aflojó la correa, para que no la molestaran más.
La cubrió con la camisa y le dio un beso en la mejilla.
– Adiós, Pony. Has sido un cielo. Ahora me tengo que ir.
Pony Girl no respondió, ni si quiera se movió.
Maravillas se marchó del despacho, cerrando bien la puerta.
Debía encontrar a su prima, y Pony Girl no parecía en condiciones de ayudarla mucho.
Eso sí, había sido muy dulce, acompañándola en la experiencia sexual más atrevida y alocada de su vida, de su vida de chica desorientada y de su vida de chica que había descubierto, para mayor confusión, que le gustaban otras chicas.
La búsqueda acababa de comenzar, al igual que aquella extraña fiesta de extrañas invitadas.
Continuará…