Carta íntima V
Esta vez era ella la que haciéndome rodar en la cama como dos locas enamoradas, se colocaba sobre mí y sonriéndome empezaba a hacerme suya.
Me gustaba cuando al principio muy delicadamente empezaba a besarme y a pasar sus manos por mi cuerpo, poco a poco la intensidad iba subiendo y yo que me excitaba tanto con ella, cada vez quería más, me ponía de tal manera que a nadie le habría permitido que nos separara, me hacía suya, completamente suya y me encantaba, aquello me hacía explotar, cada caricia, cada beso, a veces cerraba los ojos y me sumergía en el placer que me proporcionaba, no era consciente de nada más que de su cuerpo, pegado al mío, haciéndome sentir en nuestro jardin del eden particular, me llevaba muy alto, hasta más allá de donde la imaginación acaba.
Sin esperar mucho tiempo, la pasión nos arrastraba a sus dominios y yo me volvía salvaje, y mi niña se volvía salvaje y aquello me volvía loca.
– me encanta cuando te pones salvaje – le decía ya más que excitada
Y ella más poderosa que antes me hacía el amor como si nunca más volveríamos a hacerlo, con tantas ganas y eludiendo al tiempo, nada importaba ya más que nosotras y nuestros deseos, nuestros cuerpos cálidos ansiando amarse, nuestra deliciosa piel luchando por tocarse; no existían las horas, ni la gente, ni los problemas, allí estábamos ella y yo con nuestros sentimientos y pasiones, amándonos locamente y sin pensar en parar.
La deseaba tanto y disfrutaba de cada roce suyo en mi piel… pensaba que iba a volverme loca, me hacía gozar tanto que todo parecía irreal, un sueño hecho por y para nosotras, un cuento de hadas con bello final.
Sabía tocarme tan bien, me besaba en la boca y la barbilla, en el cuello, en mis orejas, y tomaba mis grandes pechos para luegos succionarlos también, dando placer, provocándome cada vez más sensibilidad en ellos, aquella que creía no tener y que ella hizo salir a flote.
A veces le hacía entonces que llevara su mano a mis profundidades y deleitándose primero en mi clítoris yo me retorcía de gusto, ella me abrazaba y besaba, yo buscaba desesperadamente su boca y creía enloquecer de gusto, luego sus dedos se perdían dentro de mí, provocandome un placer sino mayor, más profundo al menos, la sentía dentro de mí, parte de mí, dueña de mi ser, ama de mi cuerpo, cuando ya caía desfallecida arrancaba otra vez con mi sexo, volvía a incitar a mi clítoris, hacia que se bañaran con mis abundantes fluidos sus dedos y me arrancaba de lo más profundo de mí otro orgasmo que ya me dejaba agotada pero feliz en sus fuertes y amorosos brazos.
Continuará…