Mi vida en Londres I: con mi casero
Al acabar mis estudios conseguí una beca para trabajar en Londres, ciudad en la que viviría durante tres años.
Allí fui por primera vez independiente y allí se produjo mi auténtico desmelene, pues Londres es una de las capitales gay de Europa y yo aproveché todas las oportunidades que me ofrecía.
La verdad es que tardé algunos meses en entrar en acción, estaba demasiado ocupado situándome, conociendo gente, habituándome a mi trabajo, etc.
Lo primero que hice fue buscar piso y acabé alquilando un estudio abuhardillado muy coqueto y bien decorado, en una zona céntrica de la ciudad..
Mi casero, Ernesto, que vivía en el piso de abajo, era venezolano, moreno, de pelo ensortijado y una amplia y franca sonrisa que me derretía.
Yo sabía que acabaría follándome, aunque no fue un amor a primera vista.
Sucedió poco a poco, a medida que nos íbamos conociendo y yo iba transformando mi cuerpo, al dedicarme de lleno al deporte.
Durante los últimos meses de mis estudios en España había descuidado mucho mi forma física y llegué a Londres con muchos kilos de más, así que, aprovechando todo el tiempo libre que tenía me apunté a un centro deportivo, que contaba con gimnasio y piscina.
Todos los días hacía algo para mantenerme en forma: iba a correr por Hyde park, nadaba 2 Km., me mataba en el gimnasio con las máquinas…
Además también cuidaba mucho mi dieta, por lo que en 3 meses perdí 13 kilos, y gané una buena musculatura: pectorales, bíceps, un culo duro y apretado…
Nunca en mi vida había estado tan en forma y con sólo mirarme yo mismo me excitaba y notaba cómo los demás también lo hacían. Comencé a vestirme de modo más sexy, con ropa ajustada, que resaltara todos mis músculos, incluido mi paquete, que no está mal, pues tengo unos huevos bastante gordos y mi polla en erección mide unos 17 cms, siendo bastante gorda.
Comencé a usar ropa interior de Kalvin Klein, lycras muy ajustadas en el gimnasio, camisetas sin mangas que mostraba mis bíceps.
En fin, mi imagen cambió de arriba abajo y con ella toda mi vida sexual se revolucionó, aunque eso lo contaré en otra historia.
Ernesto parecía apreciar todo ello, además yo no perdía ocasión para exhibirme delante de él.
Me acostumbré a ir desnudo por mi casa y no me cortaba en recibirle así en alguna ocasión que subió a verme.
El ya me había avisado de que también le gustaba ir ligero de ropa por la suya, así que le pareció natural verme desnudo.
En varias ocasiones me comento que me estaba poniendo realmente en forma y como él era también aficionado al deporte intercambiábamos ejercicios y hacíamos demostraciones en las que no perdíamos ocasión de tocarnos.
La tensión sexual fue creciendo entre nosotros, aunque yo tenía cierto reparo en liarme con mi casero, pues no me gustaba la idea de mezclar placer y negocios.
Pero al final pensé que ya solucionaríamos ese problema cuando se presentara y decidí aprovechar la primera ocasión disponible.
Ernesto es médico y aunque trabajaba en un hospital dedicado a la investigación, sin ejercer con paciente, eso me daba la excusa necesaria para mi abordaje.
Por aquel entonces yo estaba realmente preocupado por mi fimosis, pues aunque podía retirar el prepucio del glande, el frenillo impedía hacerlo del todo, además de producirme alguna molestia durante la penetración.
En España nunca me atreví hablar con mis padres del tema, pero ahora que era independiente, decidí operarme y quitarme el problema de encima.
Puesto que Ernesto trabajaba en el hospital decidí consultarle el tema para que me aconsejara y de paso…
Bueno, la ocasión que buscaba se presentó una noche en que Ernesto me invitó a cenar a su casa, tras varias semanas de tanteo.
Durante la cena tomamos vino y al final de la misma, desinhibido por el alcohol, le pregunté si podía hablarle de un problema algo delicado.
El no puso objeciones y yo le conté, un poco avergonzado, lo de mi fimosis.
Entonces ocurrió algo inesperado, aunque muy deseado, Ernesto, en su papel de médico, me dijo que si yo quería podría echar un vistazo, para ver el «calibre» de mi problema.
Yo acepté enseguida y nos metimos en la casa pues habíamos cenado en la terraza.
Una vez dentro, me bajé mis pantalones cortos y le mostré a Ernesto cómo tiraba el frenillo al bajar el prepucio, él, muy profesionalmente, quiso comprobarlo en persona y empezó a subir y bajar el prepucio, viendo hasta dónde podía llegar.
Yo le comenté, ya bastante nervioso, que cuando tenía el pene en erección el problema se agravaba y llegaba a ser doloroso. Él se limitó a asentir y a decir
«eso habrá que verlo»
y sin decir nada siguió estimulando mi polla, que se puso tiesa en cuestión de segundos.
«Efectivamente», dijo aún en su papel de médico, «no hay más remedio que operar», y se incorporó mirándome fijamente a la cara.
«Yo te aconsejo la circuncisión, pues eso te liberaría por completo de cualquier problema, además de ser muy higiénico», me dijo.
«Pero, no perderé sensibilidad sin el prepucio?», pregunté yo. El contestó: «No hay por qué, yo mismo estoy circuncidado y no he tenido problema alguno, mira!».
Y entonces se bajó sus shorts y me enseñó su verga, muy oscura y ya semierecta, con todo el capullo al aire, colgando entre unos huevos casi negros, pero muy poco peludos, como el resto de su cuerpo,
«Compruébalo», me dijo, y yo obediente cogí su pene circuncidado con gran curiosidad pues era el primero que veía y empecé a acariciarlo, siguiendo el contorno del glande, como asombrado de que allí no hubiera piel alguna.
Entre mis manos la verga fue creciendo grosor y longitud, en una clara respuesta a mi tratamiento.
«No creo que la mía sea menos sensible que la tuya», comentó con sorna, «Verdad?».
Obviamente yo a estaba cachondo del todo y me fue imposible contenerme. Así que le dije que quería asegurarme del todo y, de rodillas delante de él, me tragué su ya completamente erecto mástil.
Desde mi posición le miraba a los ojos y podía ver su cara de placer cuando me tragué hasta el fondo su pedazo de carne.
Cuando estuve seguro de que no había marcha atrás me incorporé y le dije «Gracias por el diagnóstico», y para demostrar mi agradecimiento lo agarré entre mis brazos y le di un fuerte beso en la boca, al que él respondió con pasión.
A partir de ahí todo se desbordó como un río que ha estado retenido en su presa y que de repente se ve liberado.
Toda la pasión contenida de las últimas semanas salió a flote y nos desnudamos del todo y llegamos a su habitación sin dejar de tocarnos, besarnos, restregarnos…
Una vez en la cama le hice tumbarse boca arriba y entonces pude apreciar su cuerpo en todo su esplendor.
Ernesto no era muy alto, pero estaba muy bien proporcionado, sus rasgos indicaban claramente su origen sudamericano: tez morena, pelo negro y ensortijado…
Físicamente no estaba nada mal, delgado y fibroso, con unos pectorales bien definidos, un vientre firme y plano y unas piernas musculosas y fuertes.
Me llamó mucho la atención el tono de su piel, con su moreno natural, y el hecho de que apenas tenía vello por el cuerpo, tan sólo las axilas y el pubis indicaban que se trataba de un hombre hecho y derecho.
De todas maneras lo que tenía entre las piernas dejaba pocas dudas acerca de su virilidad: unos huevos grandes, apretados en un escroto casi negro y una maravillosa polla, gruesa y gorda, que se mostraba orgullosa, sin secretos, con una perla de líquido preseminal asomando por la punta del glande.
Comencé a besar a Ernesto en la boca, quien enseguida entendió que debía dejarse hacer, y permití que su lengua explorara mi cavidad bucal al tiempo que la succionaba, de modo que su lengua follaba mi boca como luego lo haría otra parte de su cuerpo.
Bajé por el cuello hasta sus fuertes pectorales y allí me dediqué a mordisquear y chupetear los pezones, lo que él agradecía con sus gemidos de placer.
Continué mi viaje de exploración vientre abajo, hasta perderme en el bosque de su pubis y me preparaba para ascender la cumbre de su miembro, que en ese momento alcanzaba su máxima altura.
Planté el campamento base en sus pelotas, y realicé una buena limpieza de la zona, sin dejar ningún rincón de las ingles sin comprobar.
Decidí entonces que antes de escalar, haría un poco de espeleología y me sumergí en las profundidades de su entrepierna, aunque tuve que separar y doblar sus piernas, para tener acceso a la entrada de su gruta.
Ésta se ofrecía ante mis ojos, mágica, invitadora, con los pliegues de la piel rodeando un agujero, oscuro, palpitante.
Usé mi lengua para dar un barrido a la zona de entrada, para comprobar el relieve y la consistencia del terreno.
Además pude disfrutar del sabor que sólo un hombre puede apreciar en otro.
Cuando estuve seguro de que no habrían desprendimientos, la utilicé entonces como ariete, metiendo la lengua dentro de ese agujero que a mí me daba tanta felicidad.
Ernesto no paraba de gemir y de pedirme que siguiera, que lo hacía muy bien.
Yo trabajé su culo con pasión, su esfínter se abrió al paso de mi lengua con gran facilidad y llegué a meterla casi toda.
Acabada la exploración de las profundidades, volví a la superficie, pasando de nuevo por el campamento base, disfrutando de los huevos de Ernesto, saboreándolos como un caramelo.
Reconfortado por ello, me dispuse a comenzar la ascensión de esa verga de 18 cms que apuntaba orgullosa hacia el cielo.
Empecé en la base, gruesa y carnosa y subí por la zona de mayor pendiente, directo a la cabeza.
Tuve que tener cuidado en el saliente que formaba la corona del glande, aunque lo sorteé sin dificultad.
Finalmente, alcancé la cima, donde pude libar el néctar que salía del surtidor que allí había.
Ernesto decía que se iba a morir de gusto, que nunca nadie se la había chupado tan bien.
A mí me dio de repente un ataque de glotonería y decidí tragarme de golpe la preciosa verga de mi amigo.
Como ya he contado en historias anteriores, tengo una gran facilidad para tragarme cualquier polla, por larga que sea, y la de Ernesto no me supuso un problema.
En seguida tocaba con mi nariz su vello púbico mientras le miraba directamente a los ojos, viendo su cara de asombro.
Permití que Ernesto comenzara a mover su pelvis, como queriendo follarme la boca, mientras sujetaba mi nuca con sus manos.
Estuvimos así un buen rato, con toda su carne llenando mi boca, saboreando su líquidos preseminal, preludio de lo que luego vendría.
Ernesto parecía ser realmente feliz y supongo que no le hubiera importado acabar en mi boca, pero yo iba a consentirlo, pues necesitaba de verdad que ese hombre me poseyera y su miembro entrara en mis entrañas.
Así que me saqué la polla de la boca y le invité a follarme, algo a lo que el se aprestó con entusiasmo.
Yo me puse en mi posición favorita, tumbado boca arriba, con las piernas bien abiertas replegadas sobre mí, de modo que mi culo se ofrecía por completo a mi amante, sin reservas ni complejos.
Ernesto contempló extasiado mi tesoro, y es que supongo que la vista no debía ser nada despreciable: mis fuertes piernas flexionadas, con los músculos tensos, mis prietos glúteos abiertos por mis manos, mostrando un botón rosado, cubierto de un fino vello, palpitando, como presintiendo lo que iba a suceder…
Ernesto abrió el cajón de su mesilla de noche, sacó lubricante y condones, aplicó el lubricante en mi agujero con un par de dedos y desenrolló el condón a lo largo de su pene.
Yo ya no podía esperar más y le grité: «FÓLLAME YA MALDITO CABRÓN!».
A él pareció divertirle mi ansiedad y empezó a jugar conmigo, restregando su miembro a lo largo de mi raja, volviéndome loco de placer y deseo.
Finalmente noté como se detenía en la entrada de mi culo y empezaba a penetrar poco a poco, muy lentamente.
Pude distinguir cuando acabó de pasar el glande y como, centímetro a centímetro su carne se introducía en la mía, mientras mi esfínter se acomodaba a su tamaño.
Cuando acabó de entrar en mí, yo acomodé mis pies sobre sus hombros y nos miramos fijamente a los ojos, llenos de placer y lujuria.
Ernesto empezó a bombear, al principio muy despacio, mi esfínter reaccionaba de un modo increíble a ese rozamiento continuo, enviándome oleadas de placer que me hacían temblar.
Poco a poco fue aumentando el ritmo, cada vez su polla entraba y salía de mi ano con más velocidad, a la vez el se movía de modo más agresivo, sacando su verga casi por completo de mi agujero y empujándola dentro con fuertes empellones.
Mientras el me follaba yo estimulaba mi polla con la mano hasta que no pude más y me corrí en un orgasmo casi infinito, intensificado por las sensaciones provenientes de mi ano, donde Ernesto, al verme llegar al culmen , arreció con sus embestidas.
Sin embargo, yo no iba a consentir que su leche se desperdiciara dentro del condón así que si no se iban a quedar en mis entrañas, decidí saborearlas en mi boca.
Así se lo hice saber a mi amante, quien, obedientemente, tras quitarse el condón, me ofreció su maravillosa virilidad, apurándome para que acabara, pues ya estaba a punto de venirse.
Efectivamente, al poco de engullir su miembro, sin apenas estimularlo, sentí las primeras convulsiones previas al orgasmo y, mientras Ernesto daba alaridos de placer, mi boca se llenó con borbotones de esperma, de un sabor fuerte, masculino, que yo saboreé y disfruté por completo, sin sacarme la polla de mi boca.
Sólo cuando estuve seguro de que no iba a desperdiciar ni una sola gota de semen, permití a Ernesto sacar su ya fláccido pene, de mi boca.
Para acabar con un broche de oro nos besamos de nuevo y Ernesto pudo disfrutar del sabor de su propia leche.
No nos dijimos nada más esa noche.
Yo recogí mis ropas y me subí a mi estudio, donde me di una buena ducha y me iba a dormir como un bendito.
Esa no fue la única vez que follamos, aún lo haríamos 2 veces más, pero él empezó a salir con Ben, un chico irlandés, con el que todavía forma una gran pareja.
De todos modos a mí no me supuso ningún trauma, pues como os contaré en los próximos relatos, Londres ofrece un montón de oportunidades para un chico venturoso y en buena forma como yo.