Todo cambia al volver IV
Todo estaba sucediendo con una naturalidad tal, que me hacía aceptar como normales las situaciones que en otro contexto me habrían parecido descabelladas.
Debía admitir que mi vida había cambiado en forma drástica desde que volví de España y también debía admitir, que ese cambio, tenía en mi sólo efectos positivos.
Me sentía mas joven, mas alegre y más plena.
No era la menor de las causas de este cambio, el hecho de tener, ahí mismo en mi casa, un amante joven casi veinte años menor que yo, al que, aparte de querer desde siempre, ahora deseaba con una intensidad que para mi cuerpo era totalmente desconocida y que mi mente aceptaba paulatinamente como una realidad indesmentible.
Era tal la satisfacción que experimentaba, que me dispuse a sobrepasar todos los posibles problemas que se presentasen y de ese modo conservar el estado de cosas que estaba viviendo.
Así fue como superé mi crisis de celos, que ya he relatado, al asegurarme que no había existido relación entre Pipo y Julia y todo había sido una imaginación mía, como todos los celos, y que era natural que Pipo se hubiese dejado embriagar por la belleza diabólica de Julia, dando curso a su respuesta mas natural, como había sido masturbarse ante esa visión tan descabelladamente erótica que también me había envuelto a mi, sin poder evitarlo, en un torrente de excitación del cual salí en medio de un torbellino de placer ineludible que aún me conmueve en el recuerdo.
No obstante lo anterior, estaba claro para mi, que la muchacha y su perturbadora belleza, constituían, al momento, un peligro claro para mi relación con Pipo
Mi sobrino y yo nos habíamos entregado plenamente en la cama.
El me había entregado la cautivadora potencia de su juventud viril, que yo sabría pulir para transformarla en la joya mas preciada de mi madurez, al paso qué yo me había abandonado entre sus brazos en los placeres mas recónditos, con los cuales creía haberlo cautivado de tal modo, que al final se había dormido entre mis piernas lleno de las satisfacciones que seguramente muchas veces imagino extraer de su querida tía.
En medio de diario agitar de las actividades del Instituto, allí en mi oficina, desgranaba y organizaba mi mente para encontrar una forma sabia, inteligente y delicada para poder estar a cubierto de ese peligro con nombre de mujer que sin duda acecharía a Pipo cada viernes.
Hasta el momento se limitaba a observarla, pero que pasaría si ella un día tomaba la iniciativa y el la hacía suya y así entraba en la fatal comparación?
Era eso lo que yo tenía que evitar.
Prescindir de los servicios de Julia en la casa, me parecía demasiado drástico y evidente y realmente no sabría luego que explicación podría darle a Pipo de una medida de ese tipo.
De modo que al fin de cuentas llegue a la conclusión que lo mejor seria tratar de acercarme a la muchacha y sacar información que pudiera serme útil.
Y ahí estábamos el viernes siguiente Julia y yo frente a frente.
Había regresado temprano a casa con el pretexto que Julia, haciendo uso de sus conocimientos en la academia de cosmetología, me diera algunos consejos sobre maquillaje.
La muchacha poseía una gracia natural y un desplante soberbios, lo que sumado a lo que yo le había observado en la ducha la convertía en una enemiga, mas que temible, si llegaba a plantearse una situación de enfrentamiento por Pipo.
Poco a poco fue surgiendo en mi mente la idea que cada minuto me parecía más genial.
Debía ponerla de mi lado. Tenía que transformarla en mi aliada, y si era necesario en mi confidente.
Debería quizás contarle todo lo que me estaba pasando desde mi regreso desde España.
Debería contarle también que estaba enamorada de mi sobrino, quizás también que lo deseaba, y agregar que había soñado en hacer el amor con él en las noches y que en la soledad de mi cama me lo imaginaba desnudo entre mis brazos y que eso me tenía casi enferma.
Pensé que ante una historia así, que por lo demás estaba tan cerca de la verdad, la muchacha tendría que impactarse y metida en este terreno desnudaría también sus deseos y pensamientos y de esa manera yo podría marcar el territorio y si ella se había hecho ilusiones, simplemente abandonaría el campo de batalla pues yo tendría todas las de ganar.
Julia observaba mi rostro con mirada de experta maquilladora, mientras en ningún momento dejaba de hablar, haciendo elogios sobre mi belleza, elogios que en realidad yo no merecía porque ya dije que no soy una mujer particularmente agraciada.
Pero la muchacha lo decía todo, con tal encanto, que aun sabiendo que eran zalamerías, no podía dejar de admitir que me agradaban.
De alguna manera esa muchacha no me caía mal en absoluto, era solo que representaba un peligro que ni ella misma sabía.
Era una muchacha rubia, de una palidez inquietante, de una piel perfecta y de un rostro lleno de una picardía casi selvática.
Sus grandes ojos azules eran lámparas infernales que parecían verte por dentro cuando te enfocaban.
Pero lo más inquietante de ella era su cuerpo.
La verdad era que esta mujer parecía hablar al unísono con su cuerpo y con su boca.
Cada palabra, cada frase tenía un complemento en algún movimiento de ese cuerpo diabólico, de modo que escucharla hablar era casi como verla bailar una danza enloquecedora que fatalmente te cautivaba.
Yo comencé a contar mi preparada historia sobre mi situación con Pipo mientras ella esparcía en mi rostro una de las cremas que había terminado por seleccionar.
Mientras yo me extendía en detalles de mi estado de ánimo por mis deseos por Pipo, la muchacha había dejado paulatinamente de hablar como si quisiera concentrarse en su operación maquilladora o quizás, pensaba yo, estaba realmente interesada en lo que me pasaba y ello la estaba conmoviendo.
En todo caso lo que ya no decía con palabras si me los estaba diciendo con el tacto de sus manos esparcido por mi rostro.
En un momento que pude ver su cara la noté por primera vez concentrada, seria, y con pequeños murmullos me indicaba que me escuchaba y me instaba a continuar.
Le hablé entonces de la noche en que Pipo entró en mi cama, como había sentido la presencia de su virilidad entre mis nalgas, como se había derramado allí y como yo me había corrido sin remedio sin poder evitarlo en medio de un orgasmo que parecía matarme.
Sentía el aliento caliente de Julia sobre mi cuello mientras ella avanzaba sus manos plenas de crema hasta mis hombros.
La suavidad de su masaje me daba tal sensación de confianza que me adentré mas profundamente en mi relato.
Le conté el momento en que había entrado en el cuarto de Pipo, desnuda sin poder contenerme y había contemplado por primera vez su miembro fabuloso oscilando en el aire y como esa visión me había derrumbado sobre el piso con la violencia de un orgasmo desconocido, mientras mi cuerpo ardía, como estaba ardiendo en ese momento bajo el impacto de su masaje.
Ya no podía contenerme en mi relato, tenía que seguir hasta el fin, ahora era necesario porque ella, si me estaba escuchando en su silencio elocuente.
Entonces le conté que la noche siguiente había ido a su cuarto dispuesta a todo, que me había preparado, que lucia hermosa que mi cuerpo se derretía en el deseo por mi sobrino y me había metido desnuda en su cama donde el me esperaba inmóvil y quemándose.
Las manos de Julia sobre mis hombros parecían haber cobrado vida independiente.
Mas allá de un plan de masaje, ahora eran manos acariciadoras, eran unas manos buscadoras, que exploraban ni piel buscando francamente mis pechos que ya habían respondido a su tacto y estaban duros henchidos, calientes y se dejaron invadir sin pudor alguno por esas manos excitadas por mi propio relato, de modo que arrastrada en esa cascada desencadenada por mi, seguí hablando.
Le dije que Pipo había mamado mis pezones con desesperación acumulada seguramente años, mientras mis manos se habían apoderado de su instrumento maravilloso que palpitaba entre ellas como si estuviese asustado y loco.
Julia se había apegado a mí, y ahora yo sentía la dureza de sus pechos presionando en mi espalda, mientras ella jugaba con mis pezones poderosos de hembra madura y caliente y sentí como ella deslizaba la toalla con que me cubría dejándome desnuda, levantando mis pechos cubiertos de esa crema que se había hecho fluida por el calor de mi cuerpo y sus caricias.
Ahora yo disfrutaba plenamente mi relato, de modo que con placer casi morboso le conté el momento en que montada sobre Pipo había metido la cabeza de su miembro en mi haciéndolo avanzar hasta mis profundidades hirvientes mientras el se quejaba invadido de ese placer tanto tiempo esperado.
Julia ahora se restregaba francamente contra mi espalda y ahora yo sentía la piel desnuda de sus pechos acariciándome, porque ella, en algún momento se había desnudado sin que yo me diera cuenta y así me hacía reconocer los contornos de sus tetas mientras la dureza de sus pezones marcaban una ruta en la piel de mi dorso ocasionándome un placer inaudito.
Ahora, ninguna de las dos, se acordaba del maquillaje o de las cremas, porque eso había sido simplemente el pasaporte para entrar a este territorio creado por la evocación de mi relato.
Así que no opuse resistencia cuando ella, apretando suavemente mis brazos desnudos me invito a ponerme de pie y fue, en ese momento, cuando sentí su cuerpo apegado a mi espalda. y fue entonces también cuando escuché su voz, algo enronquecida por el deseo, diciéndome al oído
– Cuéntame Horte… cuéntame –
Y yo le conté como Pipo me había despertado en medio de la noche y como un potrillo desbocado me había asaltado, sin preguntarme nada, sin delicadezas y me había penetrado mil veces sin hacer caso de mis quejidos que ciertamente a veces eran de dolor y otras de placer, pero siempre eran erupciones de un deseo que me había invadido para transformarme para siempre y que ahora me estaba devorando, mientras ella, Julia, sin soltar mis tetas recorría mis nalgas generosas con su sexo enardecido e iba dibujando en sus superficies un paisaje salvajemente nuevo como si su sexo fuese un pincel erótico endiablado esparciendo su liquida caricia sin detenerse ni un instante.
Y me entregue a ese abrazo extraño, en que yo no le veía el rostro, pero tampoco era necesario, porque la estaba conociendo entera a través de la suavidad infinita de sus pechos aplastados de placer contra mi espalda, la agilidad de sus manos en mis tetas y la cadencia de su vientre bailando con mis nalgas una danza arrebatadora en medio de la cual el reloj de su sexo al unísono con el mío desgranaba la felicidad de un encuentro inesperado en medio del orgasmo común que nos invadía.
Era evidente que Julia ya no era mi enemiga.