Marta III

Capítulo I

Los alumnos de segundo de Bachillerato, aprovechando la semana blanca en febrero, planificaron un viaje a Italia.

Dado el buen ambiente que la obra de teatro había generado, el director nos pidió a Marta y a mí que acompañáramos a los chicos de viaje, junto a Javier, otro profesor veterano y muy competente.

El viaje en autocar desde Barcelona a Italia se desarrolló sin problemas.

Lo único destacable sería la buena relación que unía a Marta con una pareja de estudiantes.

Eran una pareja muy especial.

Ella, Ariadna, era preciosa, muy en la línea de adolescente en aquella fase de desarrollo en que el cuerpo parece explotar hacía la edad adulta pero aún no ha abandonado la ligereza juvenil.

Era una magnífica estudiante y una persona con todos los intereses culturales y festivos del mundo.

Él, Oriol,  era un chico más bien bajito aunque extremadamente fibrado, de una simpatía desbordante y correcto estudiante.

Las visitas se sucedieron sin ningún incidente.

El ambiente era excelente entre los alumnos y con los profesores.

A tenor de lo que sucedería después, lo único que puede decirse es que se formó un grupo con los tres profesores, la parejita y otra pareja de chicas, Montse y Sara con fama de ser lesbianas.

El grupo aprovechaba los ratos libres para ampliar las visitas culturales, cambiar las discotecas nocturnas por teatros y conciertos o bonitos paseos nocturnos a las ciudades.

El quinto día de viaje pernoctábamos en Venecia.

Después de cenar algunos alumnos se fueron de fiesta y el grupito decidió hacer una visita nocturna a la ciudad.

La noche era magnífica y caminábamos casi en silencio. La parejita se había adelantado y iba melosamente acariciándose: él había pasado su mano por la cintura de ella y hacía alguna excursión al inicio de su pecho, mientras ella tenía su mano en el bolsillo trasero del chico.

Javier charlaba con la pareja de lesbis, que iban enganchadas una en cada brazo del profesor.

Marta y yo nos habíamos retrasado, y no pude evitar pasar mi brazo por su hombro, mientras ella me enlazaba mi cintura.

Un par de veces nos habíamos detenido para besarnos, y notábamos que entre nosotros se iban estableciendo vínculos cada vez más fuertes.

En una de esas ocasiones, al doblar la esquina, nos encontramos a Javier y las chicas que nos esperaban sonriendo.

Era evidente que habían captado la situación, pero no hicieron comentarios. Al rato, entramos todos en un bar musical en el que se podía hablar, beber y bailar.

Nuestra parejita empezó a bailar de una forma muy sensual: se acariciaban casi sin intención, se besaban discretamente.

Seguramente, pensaba yo, la presencia de los profesores ponía freno al deseo. Mientras Javier y yo nos tomábamos una copa, Marta y las otras dos chicas se añadieron al baile, y allí empezó todo.

Según me explicaría después, las dos chicas empezaron a preguntarle sobre nuestra relación.

Marta disimuló como pudo y ellas no insistieron, pero le confesaron que ellas dos eran pareja desde hacía unos meses, pero que eran más bien bisexuales.

Montse le preguntó, mirándola fijamente “Y tú, ¿has tenido alguna experiencia con alguna mujer?”, a lo que Marta contestó negativamente. “¿Y te apetecería?” insistió “¿No te daría un cierto morbo probarlo, profe?”. Marta no supo que contestar. Miró a Montse, miró a Sara y me miró a mí. Dudó un momento, se me acercó y me susurro “No te preocupes si tardo un poco. Espérame, por favor.  Después te explico”.  Volvió a la pista, tomó a Montse y a Sara de la mano y se dirigió al lavabo.

Una vez dentro, todo se precipitó. “Besaos”, ordenó suavemente, “quiero ver como os besaís”. Ellas dos, perplejas, se dieron un suave beso en los labios, cogidas de la mano, con los ojos cerrados. Marta cogió a Sara por detrás, se enganchó a ella pegando sus pechos en su espalda, y empezó a besarle las espaldas, mientras sus manos recorrían los pechos de la chica y sus ojos miraban a Montse provocativamente.

Pasó sus manos bajo la camiseta de Sara y se dirigió a sus pezones, que pellizcó hasta tener absolutamente erectos. Hizo que Sara levantara sus brazos para despojarla de su camiseta y dejarla en sujetador, que desabrochó en un santiamén para ver emerger unos pechos pequeños, blancos, con una aureola morada y unos pezoncitos en punta. “Bésalos”, le dijo sonriendo a Montse.

Y siguió besando el cuello de Sara. Montse no pudo resistir la visión de esos pechos y se inclinó para besarlos. Marta fue rápida en despojar de los vaqueros a Sara, a la que empezó a masturbar como solo una mujer sabe hacerlo a otra mujer. Sara se encontró de repente en el cielo de un orgasmo salvaje, mientras la boca de Montse apagó el grito que se le escapaba.

Montse se dirigió entonces hacia Marta, la enlazó por la cintura, y se fundieron en un profundo beso, mezclando salivas y sudor, mientras las manos exploraban el cuerpo de la otra.

Y fue entonces cuando llamaron a la puerta del lavabo.

A duras penas consiguieron deshacer el beso, para adecentarse y salir, los cuerpos encendidos, los coñitos sedientos de dedos, bocas y otros sexos.

Capítulo II

Una vez fuera, las dos chicas se fueron a la pista y Marta se acercó a nosotros, y me dijo: “¿Bailas?”.

Su sonrisa, sus ojos deseosos, y un cierto brillo en los labios me impidieron negarme.

Dejamos a Javier solo en la barra y nos dirigimos a la pista.

Tocaban una lenta y al cabo de pocos segundos Marta estaba colgada de mi cuello, su cuerpo aplastado contra el mío, explicándome lo que acababa de ocurrir en el lavabo.

Mis primeras reacciones fueron confusas.

Por un lado sentí celos, por otro lado me pareció una imprudencia que se hubiera liado con dos alumnas.

Pero por otro lado la situación me excitó de forma evidente.

Por primera vez miré a mis alumnos como objetos y sujetos de deseo. Le comenté estos sentimientos a Marta.

Ella me recordó nuestro pacto de no exclusividad, estuvo de acuerdo con la imprudencia, pero me confirmó que acabaría lo que había empezado.

Justo en ese momento, Oriol, que estaba bailando a nuestro lado con Ariadna, con su simpatía habitual dijo aquello de “Cambio de pareja”, y me cambio a Marta por su novia.

Mi turbación fue grande: sentía una cierta excitación por la conversación con Marta y la preciosa Ariadna se me colgó sin ningún complejo del cuello y se me pegó considerablemente.

Sin duda, debió notar mi sexo en estado de media ebullición, pues me miró a los ojos, y con picardía me dijo “Le notó un poco tenso, profe. Relájese y goce”, y me dio un beso en la mejilla.

Pero sentir esos pechos juveniles clavados en mi torso y mis manos en el inicio de su exacto culo me impedía relajarme en absoluto. “Con una chiquilla como tú en brazos no es nada fácil relajarse, aunque si debe serlo gozar”, me oí decir. Ella me miró inquisitivamente, entre sorprendida y halagada.

Miró el baile de su pareja con la profesora, vio que Javier y las chicas estaban de conversación, y acercó sus labios a mi boca y depositó en ella un beso fresco, casi infantil, que al poco transformó en un sutil mordisco sobre el labio inferior. “¿Le apetece pasar una noche “mágica” profe?” susurró, “nunca he estado con un hombre de su edad, y me gustaría probarlo.

¿Creé usted que Marta se enfadaría?”. “Podemos invitarla a participar” se me ocurrió contestar, pensando que una salida de tono pondría fin a esa situación que empezaba a parecerse al abismo. “Eso sería fantástico” dijo ella “Marta me encanta y a Oriol parece que también, así que porqué no nos vamos los cuatro al hotel?”.

Detuvimos el baile. Escruté sus ojos buscando sarcasmo o ironía pero solo vi naturalidad y deseo.

Me dirigí a Marta y Oriol, y al mirarles comprendí que ellos también estaban de acuerdo, que los dos chicos habían actuado simétricamente.

Sin decir palabra, nos despedimos de Javier y las dos chicas,  que miraron a Marta con ojos deliciosos, y nos fuimos.

Capítulo III

Entramos en la habitación después de una caminata de diez minutos, en la que nadie dijo ni una palabra.

Ariadna había caminado a mi lado, agarrada a mi cintura, mientras mi mano pasaba por sobre su hombro y se depositaba en su axila, acariciando el nacimiento de su pecho.

Marta y Oriol iban cogidos de la mano, con entusiasmo muy juvenil, el mismo que les llevaba a besarse en plena calle de vez en cuando.

Al entrar en la habitación me sentía arder, pero mi intención inicial era ir paso a paso.

Pero Ariadna, aún con los abrigos puestos, se me colgó del cuello y me estampó un sonoro beso, diciendo a continuación muy quedo a ras de oreja “Folleme, profe, soy toda suya. Llevo meses esperando este momento.

Le he imaginado en muchas clases, cuando le hacía consultas. Me he masturbado pensando en usted. No espere más, venga”.

La chiquilla me estaba excitando como un caballo, y mi resistencia estaba desfalleciendo cuando vi que a mi lado Marta estaba desnudando a Oriol. Le había abierto la camisa y estaba chupándole sus pezones, mientras con sus manos recorría su espalda. Me sonrió y comprendí que aquello estaba lanzado, y no quise retenerme más.

Tomé a Ariadna por su cintura con una mano y mientras mi boca se fundía con la suya llevé mi otra mano al cierre de su falda, que abrí y dejé caer al suelo.

La chica llevaba unas braguitas  de encaje que mis dedos apartaron para tocar su flor, que estaba ardiendo y mojadísima.

Recosté la espalda de Ariadna contra la pared.

Desabroché mi cinturón y los botones de mi bragueta. Cogí su mano y la llevé a mi polla, que estaba al rojo vivo.

Ella sacó mi polla de los boxers y empezó a pajearme, mientras seguíamos besándonos como fieras. “No quiero eso, ahora” dije entre gemidos, “ahora quiero follarte”.

Ella se me abrazó aún más fuerte, su lengua buscó desesperadamente mi lengua, y como por arte de magia, vimos a Marta, que se había dado cuenta de la situación, ofrecernos un preservativo.

“Ella es muy chica”, dijo Marta, mientras me colocaba el condón en la polla, después de haberle ofrecido un par de succiones humedecedoras.

“Ahora sí” dijo Marta. “Sí, sí, sí,…” oí decir a Ariadna mientras la mano de Marta acercaba el glande a la entrada vaginal de la muchacha, apartando la tela de la braguita.

No pude resistir más y eché la cadera adelanté con una presión suave hasta que sentí como sus carnes se habrían para alojar mi estaca.

Con mis manos bajo su culito, la levanté del suelo, mientras ella enroscaba sus piernas en mi cintura.

Cuando la sentí toda dentro, miré su cara, y me encontré con unos ojos alegres, una boca abierta gimiente.

Unimos nuestras bocas mientras sus músculos vaginales empezaban a trabajar.

Caminé como pude hacía la cama, y me dejé caer encima de Ariadna, y empecé a culear.

Entraba y salía de ella sin descanso, cada vez más fuerte, atento solamente a sus gritos de placer y a la sensación del semen en mis testículos a punto de estallar.

No tardé mucho en correrme, gritando de placer.

Seguí moviéndome hasta que sentí sus talones en mi costado como si me estuviera azuzando.

Sentí sus manos agarrar  mis ropas en la espalda, noté un mordisco contenido en mi espalda, y supe que ella también estaba llegando al orgasmo, que fue largo y ruidoso como una cascada.

Saqué mi polla de su interior, y me recosté a su lado.

Marta, que había estado contemplando el espectáculo mientras masturbaba a Oriol, se acercó a mi polla, la liberó del condón, y empezó a limpiarla con su boca, chupándola suavemente.

Oriol, por su parte, hizo lo propio con el coñito de Ariadna.

Cuando acabaron de limpiarnos, se enroscaron en un profundo beso.

Nos miraron sonrientes. Marta dijo “esta noche no ha echo más que empezar” y estallamos todos en una carcajada.

Continuará…