Marta II
Capítulo I
El fin de semana posterior a mi primer encuentro con Marta transcurrió con una sorprendente normalidad.
Nadie en casa, ni mi mujer ni mis dos hijos, pareció darse cuenta de que algo estaba sucediendo.
Por mi parte, rápidamente aprendí a comportarme como si nada hubiera pasado, pues tenía claro que mi relación con Marta no era un episodio esporádico sino que iba a tener continuidad, como quedo confirmado el lunes cuando llegué al Instituto, como siempre media hora antes de empezar las clases, para tomar un café y repasar y ordenar el material para las clases.
Cuando abrí la puerta de la Sala de Profesores ella ya estaba allí, preparando café, enfundada en una falda de hilo cruda que le llegaba hasta los tobillos, y con una jersey de punto también crudo, debajo del cual se adivinaba una liviana camiseta con tirantes, que hacía inútil cualquier sujetador.
Se veía simplemente magnífica, como magnífica fue su sonrisa al darse la vuelta y darme los buenos días.
Estábamos solos en la Sala y ella no dudó en acercarse a mi y estamparme un delicioso beso en los labios.
Ese beso selló la continuidad de nuestra relación.
Capítulo II
Ese día comimos juntos, solos, por primera vez.
La ventaja de una gran ciudad es que permite pasar relativamente inadvertido y en ella una pareja comiendo en un restaurante no despierta ninguna curiosidad, ni siquiera en el caso que les separen casi veinte años.
Elegimos un local discreto y con fama de tener una buena cocina.
Con una botella de buen vino por el medio, clarificamos nuestra situación: de momento nos unía el deseo, algunas aficiones y el trabajo.
Ni ella ni yo queríamos aún empezar una relación definitiva: ella estaba escarmentada de su anterior relación y prefería ver como evolucionaba la situación y yo tenía una situación familiar que hasta ese momento había funcionado a la perfección y que no estaba dispuesto a romper de buenas a primeras.
Pero tampoco teníamos dudas sobre nuestro deseo mutuo y sobre el cariño que nos estaba uniendo.
Acordamos vernos sin excesivas ataduras. Y ella exigió que le dejara «libertad de movimientos», en justa correspondencia a mi situación matrimonial.
No podía pedirle exclusividad y no lo hice, aún cuando imaginarla en otros brazos me despertaba una punzada de celos, que ella notó y la hizo estallar en una carcajada.
Me llamó carca mientras con su pie acariciaba mi tobillo.
Nos quedaban dos horas antes de volver a las clases y buscamos una habitación en un hotel que las alquila por horas.
El recepcionista estaba acostumbrado a la situación y se comportó con absoluta profesionalidad.
El ascensorista, más joven, sonrío con un deje de ironía al vernos entrar, pero no comentó nada ni sobre la falta de equipaje ni sobre la diferencia de edad.
Al entrar en la habitación, abracé a Marta por la espalda, besándole la nuca, aspirando el olor de su perfume.
«No te des la vuelta, por favor», le dije.
Le quité el abrigo, que colgué en el perchero con el mío, y volví a abrazarla por la espalda.
Llevé nuevamente mis labios a su nuca y dejé que mis manos acariciaran su estómago, que fueran subiendo hasta sus pechos, que sentí erguidos debajo de la ropa.
Acaricié con mis palmas sus pezones tiesos, y noté como ella arqueaba su espalda para sentir la dureza de mi sexo en su culo.
Giró la cabeza para ofrecerme sus labios, que besé suavemente, sintiendo su aliento ligeramente alcoholizado.
Interrumpió nuestro beso el jersey de punto que le estaba sacando, y lo reanudamos mientras mis manos subían su falda para acariciar sus muslos y sus nalgas.
Ella seguía jugando con sus caderas para excitarme más y más con los movimientos de su precioso culo.
En el momento que sentí mi polla absolutamente erecta, pugnando por encontrar una huida, me separé de ella para quitarle la falda.
La tanguita delimitaba sus dos nalgas perfectamente para dejar que mi mano recorriera el camino desde su espalda hasta su sexo, que acaricié por encima de la tanguita primero, para después acariciar directamente.
Noté sus flujos humedecer mis dedos y aproveche la humedad para titilar con ellos en su agujero anal.
Respondió con un ligero respingo y un suspiro a mis manipulaciones, y cuando notó que mi dedo empezaba a abrirse camino en su ojete, me dijo: «Espera, por favor, no es el momento ni el lugar», y se dio la vuelta, enroscó sus brazos en mi cuello y me besó profundamente, aplastando su pelvis contra la mía.
«Mmmmm , notó tu polla muy caliente»- dijo – «Desnúdate, por favor, y tiéndete en la cama».
Obedecí rápidamente y me quedé desnudo tumbado boca arriba en la cama.
Ella empezó a darme un masaje en los pies, un masaje absolutamente relajante que fue subiendo por mis piernas.
Acarició el interior de mis muslos, depositó una mano en mi polla, que masajeó también suavemente hasta notarla erecta, mientras con la otra mano acarició mis huevos, jugando con ellos como si fueran bolas chinas, deslizó un dedo hacía mi ano, lo acarició y empezó a penetrarme con él.
Lo introdujo muy poco, lo justo para que mi excitación fuera total y entonces acerco su boca a mi glande y lo absorbió todo de un golpe.
Me sentía al límite con aquella boca chupando mi sexo como si fuera un caramelo que se acaba, cuando noté que ella se iba dando la vuelta y colocaba, sin dejar de mamarme, su coñito al alcance de mi boca.
«Cómeme, quiero sentir tu lengua en mi coño cuando te corras», ordenó.
Y una vez más obedecí, en un esfuerzo casi excesivo para olvidar lo que estaba haciendo en mi polla, mis huevos y mi culo.
Rompí su tanguita y empecé a chupar desesperadamente sus labios vaginales.
Los recorrí desordenadamente, empapado de flujos y saliva, hasta que con los dedos abrí su entrada más preciada, y hundí mi lengua en ella, follándola con la boca.
Sus movimientos de cadera, nuestros gemidos, y su mamada me llevaron a tener la eyaculación más intensa de mi vida.
Noté como llegaba su orgasmo mientras me pajeaba para que toda mi leche se escampara por su cuerpo.
Su cuerpo sudado y mi frenesí casi me llevan a morderles su sexo, pero me conformé con aplastar con ambas manos su sexo sobre mi cara, ahogando un grito en su entrepierna.
Casi exhaustos, nos tendimos unos minutos para recuperar el aliento.
No había tiempo para más.
Observé su cuerpo cuando se duchaba, un cuerpo muy joven, lleno de fuerza, elástico.
Se limpió meticulosamente, se peinó con un cierto descuido, se maquilló solamente para ocultar sus ojeras, y se sentó a mirar como me aseaba.
Imaginé que analizaba mi cuerpo ya algo gastado, un cuerpo que aún siendo cuidado empezaba a delatar el paso de los años.
Nos vestimos casi sin palabras.
«Será la primera vez que voy a clase sin ropa interior» sonrió ella.
Nos dimos un último beso y salimos.
Continuará…