Alumna en práctica II
Cuando la vi apoyada al quicio de la puerta, con sus grandes ojos clavados en mí y su misma sonrisa de siempre bailando en sus labios.
Después de tres meses desde que partiera de mi lado, sentí que retrocedía a aquel día en que me dejara sin aviso previo, con mis sueños de poseerla frustrados por su intempestiva partida.
Ese día todo pareció terminar para mí y quedé sumido en un marasmo de abatimiento del que recién empezaba a reponerme, pero que aún no superaba.
Pero reapareció como un huracán, arrastrando tras ella mi actual soledad, la tristeza que me dejara su anterior abandono y esa sensación de derrota por las fantasías que había forjado en torno suyo y que fueron rotas con su abrupta partida, sumiéndome en un abatimiento total por esos sueños no realizados.
Y sin aviso previo, como cuando me dejara, aparece como si el tiempo no hubiese pasado desde ese fatal día, enfundada en unos pantalones rojos ceñidos que hacían digna envoltura a ese par de piernas que modelaban un cuerpo escultural, en que sobresalían un par de senos que tantas fantasías motivaron en mí y un trasero digno de exposición.
La blusa negra de mangas cortas que llevaba puesta hacía resaltar sus senos, que semejaban dos pedazos redondos de carnes llenos de energía y rematados en las puntas de sus pezones que se insinuaban en la tela.
Era la misma Jenny que despertara tantas ilusiones en mi vida y a la cual estaba empezando a relegar a lo más profundo de mis recuerdos dolorosos.
Era la misma que por la que forjé fantasías que nunca llegaron a ser realidad y que al partir me dejó en un estado de abandono y desolación que no creía que pudiera superar.
Pero estaba nuevamente frente a mí y todos esos meses se borraron de una plumada de mi vida y sentí que revivía, que el tiempo se había detenido en nuestra última conversación telefónica, cuando confirmó que yo le agradaba.
Deseo conversar con usted.
Me quedé boquiabierto, tanto por la sorpresa de su visita no esperada como por la visión de su cuerpo tan deseado que se veía esplendoroso en esa combinación rojo y negra que lucía orgullosa del efecto que producía.
Adelante, por favor, Jenny. ¿En qué puedo servirla?
Se sentó frente a mí, puso sus manos sobre mi escritorio, las juntó y me miró intensamente, emitiendo un ligero pero prolongado suspiro, como queriendo darse fuerzas para lo que iba a decirme.
Al igual que antes, para mí era un misterio lo que se escondía tras esos hermosos ojos negros que adornaba su bello rostro.
Vengo por una carta de recomendación para un trabajo al cual estoy postulando.
Pero encantado, Jenny, cuente con ella.
Con cierto nerviosismo producto de sentir el peso de su intensa, persistente y silenciosa mirada, di instrucciones para que me prepararan la carta que me solicitara y nos quedamos esperándola.
Ella seguía mirándome en silencio. Un poco por aliviar la tensión del momento y otro poco por saber de ella, inicié un diálogo sin sospechar los límites que alcanzaría.
¿Cómo está?
¿Mmmh, bien. Y usted?
Bien, pero obviamente no tan bien como usted.
¿Por qué dice eso?
Anda tan deslumbrante hoy que casi me deja mudo.
Sí, ya me había dado cuenta.
¿Tan evidente soy?
No, si lo digo también por el día en que me fui.
Es que no se imagina cómo quedé con su partida, especialmente después de nuestra última conversación.
Disculpe, pero no me atreví a seguir adelante. El juego era demasiado tentador y después uno no sabe como detenerse.
¿Y para qué detenerse?
Sí, tiene razón. A veces es mejor no pensar y actuar. Esa es la otra razón por la que vine.
¿Cómo?
Echaba de menos nuestras conversaciones.
¿Y por qué no me llamaste, entonces, cariño?
¿Y por qué mejor no venir?
Su última frase quedó flotando pues la secretaría entró con la carta de recomendación salvándome de tener que responder a la última pregunta pues el estado de euforia en que me sentía me impedía razonar una frase coherente.
La secretaria aprovechó de despedirse dejándome solo con esa bella mujer y la promesa que encerraban sus últimas palabras.
Con la partida de la secretaria quedamos solos en la oficina, por lo que me levanté de mi escritorio, me acerqué a ella que me miraba expectante y tomándola de los codos la levanté.
Se dejó hacer dócilmente.
Ya frente a frente, sintiendo la tibieza de sus senos apoyarse en mi pecho, la abracé y acerqué mi rostro al suyo, que esperaba sereno el beso que sabía inminente.
La estreché y besé con pasión, metiendo mi lengua en su boca, en tanto ella acercaba su cuerpo al mío, con lo que el bulto que formaba mi verga en el pantalón le fue evidente, en tanto su boca jugaba con mi lengua en su interior.
Poseído por la pasión tantos meses refrenada y que ahora nada ni nadie podría detener, bajé una de mis manos hasta alcanzar una de sus nalgas, apretada, firme, turgente, sin que ella hiciera nada por impedirlo.
La otra mano, en tanto, bajó a sus senos, sus tan soñados senos, objetos de mis sueños insatisfechos, y jugueteó con la voluptuosa masa de carne que se dejaba acariciar.
Sus pezones eran visibles y al tacto se notaban duros, signo de la excitación que la dominaba.
Y ahí perdí toda compostura, sumiéndome en un pozo de sexualidad del cual no quería salir sino hasta que hubiera tocado fondo.
Nada me importaba en ese momento que no fuera satisfacer mis deseos por poseer ese cuerpo que tanto me hiciera soñar y sufrir.
Si lo de ella hubiera sido una simple coquetería de la cual se arrepintiera y no deseaba seguir adelante, la violaría sin importarme nada de nada.
Debía poseerla y era lo único que importaba en ese momento.
Levanté su blusa y expuse al aire sus hermosos senos, que liberé del sostén que los aprisionaba.
Terminó de sacarse la blusa y el sostén, mostrándome el bello espectáculo de ese par de tetas (parece la expresión más adecuada para describir ese monumento de carne que estaba dispuesta para que la besara) que tanto deseaba y que ahora tenía a mi disposición como si todo fuera un sueño hecho realidad.
Mientras me hundía en sus senos y apretaba sus nalgas entre mis manos, la fui llevando a un sillón donde la deposité para poder mamar más tranquilo en tanto ella bajaba una mano a mi entre piernas y me sobaba la verga por sobre el pantalón, en una muda petición para que la hiciera mía, para que descargara todo el deseo insatisfecho que había acumulado desde que ella me hundiera en el abandono.
Rápidamente me desprendí de mi ropa.
Ella hizo otro tanto con sus pantalones y calzón y quedamos ambos desnudos, frente a frente, con el deseo pintado en nuestros rostros.
Abrí sus piernas y acerqué mi rostro hasta alcanzar su sexo, rodeado de una mata de pelo rizado y húmedo por la inminencia del placer que esperaba recibir.
Apreté sus labios vaginales y los solté para posteriormente meter mi lengua entre ellos y moverla de manera que cubriera todos los rincones posibles de esa gruta de amor que tanto deseaba.
El suave olor del interior de esa caverna que lamía con desesperación golpeaba mis narices trayéndome anticipos del orgasmo que se nos avecinaba.
Con una mano en cada cachete y un dedo acercándose a su entrada posterior, imprimí velocidad a mi lengua, sacándola y metiéndola repetidamente hasta que la convulsión de su cuerpo delató el orgasmo que ella sentía y los jugos que empezaban a fluir de su interior, en tanto Jenny apretaba mi cabeza y la hundía en su sexo.
Cuando hubo terminado su eyaculación me levanté y mi herramienta quedó expuesta a la altura de su rostro.
No esperó indicación alguna y se apoderó de ella, llevándola a su boca que empezó a mamar con desesperación, como si en ello le fuera la vida.
Era tan exquisita la chupada que me estaba brindando que temí que acabaría más pronto de lo que quisiera, por lo que la aparte y me puse encima suyo para ensartarle mi verga en esa vulva que había besado y gozado momentos antes.
Levantó sus pies, los puso alrededor de mi cuerpo y se prendió a mí con una fuerza increíble, moviendo su cuerpo de manera que mi pedazo de carne salía y entraba de ella a medida que su cuerpo avanzaba o se retiraba.
Era tal el ímpetu con el que ella movía su vientre que sentí que ya me venía el orgasmo, al que Jenny se unió fundiendo mi eyaculación con sus jugos vaginales, todo ello acompañado de quejidos y exclamaciones que denotaban el goce que ambos sentíamos.
Mmmmmmmmmm, qué rico, m’hijita.
Siii, más, más, amor.
Toma, toma, riiiiiiicooooooo
Más, más, más, m´hijitooooooo
¿Estas gozando, te gusta?
Siiiiiii, riiiiicoooo, riiiiicoooo
Ayyyyyyyy, ya me viene, m´hijta
Sí, acaba, m´hijito, acaba
Riiiiicoooooooo
Huyyyyyyy, qué riiiicoooooo
Cuando logró recuperar el ritmo de su respiración se levantó, con intenciones de vestirse, pero aproveché que estaba agachada recogiendo su ropa para apretar sus caderas entre mis manos, con la intención de hundirle mi trozo de carne por el culo, a lo que ella respondió con un abrir de piernas que permitieran facilitar mi excursión.
Tomé sus cachetes y los abrí, dejando expuesto a mi vista el hoyo por el que esperaba introducirme y puse mi verga a la entrada, preparándome para la resistencia que tendría dado el grosor de mi herramienta, pero para mi sorpresa mi instrumento se introdujo sin mayores dificultades y al cabo de un par de embestidas me encontraba hundido completamente.
Se apoyó en el sillón, con sus piernas abiertas y sus senos colgando. Me apoderé de ellos y bombeé repetidamente en ese hueco que me regalaba hasta que un nuevo torrente seminal dio termino a mi incursión anal.
¿Te gustó?
La pregunta parecía obvia, pero era una manera de iniciar el diálogo.
Ella se vistió con calma y con su eterna sonrisa bailando en sus labios, mirándome divertida aún por la sorpresa que mi rostro aún mostraba por el curso que habían tomado los acontecimientos.
¡Eres exquisita, cariño!
Te la debía, ¿no?
¿Cómo?
Si, después de calentarte como lo hice cuando hice la práctica, lo menos que podía hacer era sacarte esa calentura, ¿o no?
Tienes razón, pero ¿sabías que te deseaba?
¿Cómo no iba a saberlo si todo lo hice a propósito?
Esta revelación fue sorprendente en ese día de tantas sorpresas. ¿Ella lo supo siempre?
Pero claro, si esas miradas intensas, esa sonrisa permanentemente revelando pensamientos que nunca fueron dichos, esas faldas que tan generosas eran para mostrar sus piernas y sus blusas que tantos deseos despertaron en mí, todo ello era un conjunto destinado a volverme loco de deseo.
Sí, me gustaste desde el primer día y te coqueteé todo el tiempo, pero nunca te decidiste a decirme directamente que querías acostarte conmigo.
Es que temía ofenderte.
¿A mí? Si lo único que quería era acostarme contigo.
¡Ahora resultaba que siempre estuvo a mi alcance!
Y yo, con toda mi experiencia en las lides del amor y con tantos kilómetros de cama en el cuerpo no capté lo que esta muchacha pretendía y me dejé seducir por un mundo irreal, adolescente, sin ver la realidad que tenía ante mis narices.
Entonces había que recuperar el tiempo perdido.
Hubiera preferido que lo hiciéramos en un Motel y no aquí, a la ligera.
¿Y por qué no vamos a un Motel, entonces?
¡Excelente idea, cariño!
Y nos dirigimos en busca de un Motel que permitiera ponerme al día con esta muchacha que tantas noches me hizo pasar en vela y a la que tanto he deseado.