Un día duro I

Un día duro, muy pero que muy duro, dos controles y dos clases extras para ese maldito grupo de austriacos.

Desde los rizados pelos hasta las pintadas uñas de los pies un agudo dolor se hacia fuerte sobre todo su cuerpo.

El cansancio era tal que hasta pensar sé hacia arduo y difícil.

De forma casi automática había conducido desde su trabajo hasta casa, el tráfico infernal convirtió sus nervios en hilos conductores de electricidad, sacudidas intermitentes al menor ruido le hacían compañía.

Por no haber, ni haber comido, malamente se tomó un café con un emparedado y acabó la jornada con el tubo de analgésicos en la mano.

Aparcó como pudo su utilitario y con cansino paso se dirigió a su casa, en el portal y como de costumbre, se asomó el cotillo del portero, sin ganas cruzó el consabido saludo de cortesía y se introdujo en el ascensor.

Ya frente a su casa, sacó del bolso el manojo de llaves y tras abrir la puerta de su domicilio, encendió la luz del recibidor, cerrando tras de sí de forma automática la puerta de acceso, tomó el inalámbrico y comprobó los mensajes del contestador automático y como siempre un par de ellos dejados por su madre, uno más por confusión y después silencio; y como de costumbre el celular hacía rato que se hallaba desconectado.

¡Por fin intimidad!

Ese pensamiento animó un poco a la desfallecida Mercedes.

Al fin me podré meter en la bañera, pensó para sí, mientras con paso raudo por la idea, se encaminaba hacia el servicio, entró en él y sin demora corrió hacia un lado la mampara que cubría el hueco de la bañera, abrió el grifo del agua caliente y comprobó con la mano la temperatura que sé hacia más y más agradable al tacto cuanto más abría el grifo del agua fría; los vapores comenzaron a hacerse densos en el servicio, los cristales de la mampara y los espejos se empañaban gradualmente, los azulejos comenzaban a chorrear por efecto de la condensación, dejó que su bañera se fuera llenando mientras añadía las sales de baño y el gel espumoso.

Salió de la estancia cerrando tras de sí la puerta, deambulando por su recámara.

Sin parar de caminar hacia el salón, Mercedes, abría los botones de su americana con la mano derecha, a la vez que su mano izquierda colgaba el teléfono en su cargador, se terminó de despojar de la prenda camino de la cocina, allí, abrió el pequeño refrigerador y sacó un plato precocinado que introdujo en el horno, giró la ruleta del temporizador y lo conecto; no todo en la vida consistía en los emparedados de ensaladilla con carne de cangrejo, pensó.

Salió de la pieza peleándose con los botones de la blusa, estos se hacían fuertes entre la tira bordada con ribetes de blonda que adornaba la pechera, poco a poco se fueron sometiendo, y justo al llegar frente al equipo de música cedió el último, se abrió de par en par la blusa extrayéndola de la cinturilla que la sostenía en el interior de la falda; quedó así al aire su blanco corpiño de blonda y ballenas que ajustaba el talle de Mercedes.

Rebusco entre el montón de cd´s y el último y más escondido fue el elegido, ya sonaba la música y movía los dedos de su mano izquierda al ritmo, dando gracias a san Beethoven por su «sonata claro de luna» y se encaminó ahora al baño que abrió, siendo recibida por una bocanada de vapor caliente y húmedo, cerro ambos grifos y rebajó la potencia lumínica de la estancia.

Ya en la alcoba separo definitivamente la blusa de su cuerpo, está callo con un pesado vuelo sobre la colcha de la cama frente al espejo.

Con ambas manos giró la falda sobre la cintura, no sin algo de esfuerzo, debido a la estrechez de su forma, maldito tubo y lo ceñido que se ajusta sobre las caderas, se increpó, más de una vez hubo de reforzar la costura de la raja central por miedo a que cediera en el transcurso del día alegrando así la vista de aquellos energúmenos lascivos.

Con contoneos y movimientos de piernas similares a los que se realizan al subir escaleras, bajo poco a poco hasta sus rodillas y desde estas hacia el suelo en un suspiro.

Entre la falda como si de una bufanda se tratara, quedaron sus zapatos, esos torturadores de altos tacones y fina puntera, que con el paso del tiempo se hacían de plomo a la vez que se ajaba su brillo por el polvo del suelo.

De un saltito saco una pierna y luego otra, pareció que volvía a la niñez jugando a la goma, con un movimiento de pierna calculado, alzó en la punta de su pie la prenda que fue colocada sobre la percha del vestidor.

Reparó entonces en sus zapatos, con pocas ganas se agacho flexionando al descender ambas piernas juntándolas para evitar miradas insidiosas, mientras giraba hacia un lado, se sonrío, Mercedes estás sola, no hace falta tanta precaución se dijo, y relajo su postura, separando las piernas al iniciar la subida y se quedó por unos instantes mirándose al espejo.

Viéndose reflejada en cuclillas casi, con las negras medias hasta la mitad de sus muslos sujetas por las ligas que se aferraban a su liguero saliendo entre los camales de su negra, pero transparente braga, en claro contraste con su corpiño de inmaculada blancura de medias copas, se sintió arrebatadamente sexy.

El pensamiento duró lo que duró la elevación.

Levantó una pierna primero, liberando no sin trabajo, la media de su sujeción, el tirante superior primero, el pequeño broche se aferraba al delicado tejido, los bordados de encaje finos y transparentes, hacían contraste con la blanca piel de la pierna.

Con suavidad los dedos hicieron un pequeño rulo con la tela que empezó a rodar sobre la piel, bajando hacia el interior de sus bien torneados muslos, la presión de ambas manos recorría el camino de la pantorrilla para terminar en el fino tobillo.

Sintió un leve cosquilleo producido por el roce de la seda y la mano, sacó la media del pie y con una sacudida, desenrosco la primera media para colocarla con delicadeza mientras bajaba la pierna, sobre los pies de la cama.

Hizo lo mismo con la otra pierna y al igual que antes, volvió a sentir el mismo cosquilleo, solo que ahora, se le antojaba algo más intenso, no lo dio importancia y con la misma delicadeza colocó junto a su gemela la liberada media.

Se sentó ahora sobre los pies de la cama, levantó la pierna derecha situándola sobre la izquierda, para alcanzar con sus manos el pie y darse un ligero masaje en sus doloridos dedos, miro al espejo y observo que la postura era atrayente, tenía la separación justa para dejar ver su entrepierna tapada por la braga, que por su zona más transparente clareaba de tal forma, que presentaba el inicio de su vulva de forma patente, ¿Y qué decir del velludo y bien dibujado pubis? Tan visible aún tapado.

Un escalofrío recorrió su espalda circulando a gran velocidad por su columna vertebral, no quiso dar mayor importancia a sus pensamientos, separó ambas piernas sin atención intentando cambiar la situación.

Se daba masaje ahora sobre su pie izquierdo; era curioso, remiró su imagen y era exacta a la pose anterior, «ni que lo hiciera aposta, se recrimino» mientras se miraba de nuevo la hermosa entrepierna, ya con curiosidad separó aún más las abiertas piernas, situando el pie en dudoso apoyo sobre la rodilla que le sostenía, arqueo la espalda forzando hacia delante la cintura y elevando un poco más la pelvis, su pubis se vio entonces más abultado, se marcó más aun los cerrados labios de su vulva encerrados en la tela de la braga, ésta al estar sujeta por el peso de su dueña, se quedó frenada y permitió que el cuerpo se moviera en su interior.

Ahora la abertura de la vulva se hallaba en la zona transparente de la blonda, la zona de unión de los labios se veía así con más claridad; el diminuto promontorio que formaba en el centro del monte de Venus, los carnosos labios que a partir de ahí comenzaban su separación, a un que no permitieran ver su interior de sobra era conocido por ella.

«El agua se debe estar enfriando», se llamó así la atención abandonando su propia contemplación; sin ganas se elevó sobre sus piernas, tomó posición sobre ambos pies ya bien asentada introdujo los pulgares entre el elástico y la cintura, justo sobre las caderas para comenzar a desvestir su pubis, la braga comenzó a ceder, primero se hizo fuerte sobre las nalgas que dibujó mientras se pegaba para evitar el ser retirada de su sitio, el inclinar del torso hacia adelante y los tironcitos hicieron descender la tela, un último escollo por eludir, con los juegos sus labios habían besado la tela de forma tan amorosa que había sido literalmente absorbida por ellos, en el periné se manifestaba lo adherida que se hallaba la tela, de nuevo separó las piernas para quedar definitivamente con las bragas a la altura de los muslos.

Esta visión la perturbó más si cabe, soltó la prenda a la vez que se erguía, por acción de la gravedad junto con los contoneos característicos cayó definitivamente sobre sus pies y de una leve sacudida elevo ésta para caer entre las manos de su dueña.

De nuevo entró en el servicio, soltó un tercio de la retenida y fría agua para rellenar de líquido caliente y poder terminar de bañarse.

Salió de nuevo, cada vez más desnudo era su deambular por la casa.

Ya en su habitación, al concentrarse en la última prenda que cubría su torso, reparo en el volumen que presentaban sus pezones, alargados y gordos como gatos capados, en una perfecta erección que puso de manifiesto la excitación que tenía, «no podía ser se dijo Mercedes», pensó de nuevo por enésima vez en la tarde noche del viernes, «claro», se auto disculpó, «hace cerca de un mes que no hago el amor más que a mi pc», instintivamente, llevó la palma de sus manos a sus pechos, que al igual que los pezones, se habían congestionado ya listos para ser obsequiados con las caricias tranquilizadoras.

El tacto mezcla de tela y piel se hizo liviano al elevar sobre los pechos ambas manos en una caricia muy especial e intima, a la par que apretaba los dedos sobre el canal del pecho y con el borde final de la palma, pellizcaba con suavidad sus pezones, la presión ejercida los desplazó de sus medias copas hacia el tórax, provocando que Mercedes se mordiera el labio superior por el goce.

De reojo se contemplaba en la luna del armario, se vio tan espléndidamente hembra que su vagina rezumó como nunca sus jugos, solo el sonido del grifo totalmente abierto la devolvió a la realidad, dio un brinco y soltó sus pechos de dos zancadas se introdujo en el baño justo a tiempo, el agua ya comenzaba resbalar por el borde de la bañera.

Sacudiendo la cabeza se dirigió a la puerta con las manos trabajando sobre su espalda, uno por uno, los corchetes fueron cediendo y poco a poco fue notando como la prenda dejaba de abrazarla, no paró ni para recogerla del suelo cuando se desplomó de su cuerpo, la dejo allí entre el baño y el dormitorio como inmóvil prueba de su cabreo.

El blanco satén que componía su coraza, ribeteado de encaje igualmente blanco con cintas estrechas que amorosamente circunvalan su perímetro salpicado de costuras que amarran las plásticas ballenas yacía ahora frío y soportado por las medias copas que antes se preñaban de senos cálidos y voluptuosos.

Con su rotunda desnudez, se acercó a la bañera, una pieza clásica, alta y grande, donde el estirarse es una obligación y no una necesidad, con suficiente anchura para permitir el balanceo del amor cuando se tiene, la grifería de color ocre, hacía juego perfecto con la tina, dos grifos separados y en colocación alta sobre la cabecera se le antojaban asideros, se imagino recibiendo los empellones de un hombre mientras ella hacia ambos caños para así ofrecer su grupa sin miedo a caerse, este pensamiento lanzó la chispa al detonador, su cerviz ardió como la pólvora y el calor subió por su nuca hasta las orejas.

Puso una de sus manos sobre el grifo de agua caliente, acariciándolo con ternura, mientras iba introduciendo poco a poco la pierna para aclimatarla a la temperatura, primero los dedos un poco más tarde el empeine hasta el talón, luego desde el tobillo hasta la rodilla; entonces continuó con el ritual para la otra pierna, ya de pie sobre la tina y con las manos como apoyo, comenzó a flexionar el tronco para agacharse.

Sus flexionadas nalgas permitían al agua juguetear con su tórrida vulva.

La humedad y la temperatura del agua le hicieron repetir la acción una y otra vez, produciéndola un placer indescriptible casi místico, se sumó esto a su propia humedad, que lejos de haber descendido, se incrementó al sentir el frío de la estancia envolver su cuerpo, el roce de sus labios forzados por sus muslos la estaban poniendo en un clímax tan elevado que se sorprendió emitiendo gemidos al compás de sus vaivenes por fin pudo sentarse, no sin antes notar en sus pechos, como la temperatura los excitaba más y más, los pezones querían como torpedos salirse de sus oscuras y erizadas aureolas, abultadas y calientes de lo prominentes que se les veía dentro del agua, con el pulso acelerado y la respiración agitada, Mercedes intentó cerrando los ojos tranquilizarse.

Con el agua al cuello, ojos cerrados y brazos cruzados sobre el pecho, reclinó su cabeza, y sus manos, autómatas e independientes, permitieron a sus dedos el juego con sus húmedas aureolas, la suavidad del agua jabonosa junto con un cuidadoso y esmerado toque de las yemas de los dedos al dibujar círculos concéntricos sobre la base del pezón, le arrancaron unos roncos gemidos de su garganta, la excitación era plena.

Apretó de forma infantil sus muslos, como lo hacía en el internado de las monjas donde estudió, a la par que se acariciaba sus hermosos y voluminosos senos, ya sin el recatado pudor de la conciencia, había abandonado definitivamente su cuerpo al onanista desenfreno de su propia lujuria, ya sin ataduras mecía lentamente sus senos, balanceaba sus caderas muy apretadas, sentía como sus labios mayores apretaban su boca, en la comisura superior de sus labios el clítoris recibía amortiguada esta presión, lo cual hacía más dulce y deleitosa la sensación.

Cruzaba alternativamente sus piernas, arriba la derecha debajo la izquierda y viceversa con unas sutiles pausas que permitieran a los labios de su vulva entreabrirse para recibir la lubricación proveniente de la mezcla del jabón de esencias con el agua, aunque sus propios fluidos ya muy abundantes lo hacían completamente innecesario.

Una de sus manos abandonó su pecho para bajar hacia el pubis con la delicadeza de una serpiente y la mortífera intención de la cobra, tenía como objetivo el ya prominente botoncito, que sobre excitado rugía con mudos gritos en la boca de la caverna, así lo imaginaba ya Mercedes por el hueco que sentía en sus labios, la abertura ya sería lo suficiente para albergar ese gigantesco juguete que vio en la revista y que tanto la impactó.

Cómo podía entrar semejante artilugio con tales medidas dentro de la vagina de aquella buena señora, por muy profesional que fuere, alguna vez se sentiría desgarrada pensó, mientras este y otros recuerdos la ponían más y más libida.

Notó en su encendido cuerpo como la temperatura del agua descendía paulatinamente, aceleró sus movimientos de caderas y sus dedos marcaron un mayor ritmo, buscaba ahora el orgasmo con presteza; detuvo súbitamente el contoneo de sus caderas, abrió estas tanto como la tina le permitió y comenzó entonces a colocar los dedos juntos, agrandando la palma de la mano para en un movimiento ascendente y descendente provocar el estallido, el contraste de temperaturas ponía más erizada su piel, los poros del vello se abultaban haciéndola sentir miles de agujas clavándose en su piel. Sus dedos juntos se abrían paso en la vulva, esta se dejaba, sus labios sedientos de roce pedían a cada pasada más y más presión, el dedo corazón se flexiono por arte de mágica sexualidad, busco el roce del periné y la penetración en el vacío vaginal, sentir el mete saca convulsivo, la calidez y suavidad de las paredes vaginales, al alcanzar la mayor altura en el pubis colocaba la yema de su dedo en el ya desnudo clítoris, éste sin su capucha de piel se alzaba triunfador en medio de esa entrepierna gozosa.

Una violenta descarga la obligó a apretar su pecho, entre los dedos el pezón fue literalmente aplastado, su mano izquierda introdujo cuatro dedos estirados en su vulva, sintió llenarse su vagina, apretó a la vez su erecto clítoris con su dedo índice y de un golpe abrió tanto las piernas que el agua comenzó a desbordarse de la tina, casi quedó vacía por los posteriores bombeos que realizó al llegar al clímax sexual mientras ahogaba como podía sus estertores de gozo que lentamente se apagaban.

Abrió los ojos momentos más tarde, azuzada por el frío del poco líquido que quedaba en la bañera.

Un hondo placer quedaba aún por satisfacer, el profundo calor que se extendía por todo su vientre, le clamaba mayores gozos.

Se irguió sobre si misma tras cerrar poco a poco sus piernas, la vulva reacciona de nuevo al rozar sus labios por la presión de los muslos.

Menudo calentón tengo, pensó Mercedes, mientras salía como una Venus del agua, tiró sobre el suelo una serie de toallas para mitigar la inundación mientras con una de las pequeñas secaba su pubis y recogía sus humectantes y también desbordados fluidos, antes de enfundarse el albornoz.

Con el secador de mano agarrado salió del servicio rumbo a su habitación.

Enchufó el aparato a la red y comenzó por secarse el pelo de forma rápida frente al espejo, donde contemplaba su hermosa figura cada vez más excitada.

Soy como una perra en celo, pensó para sí misma, mientras abría ya sin recato su albornoz y dirigía el chorro de aire caliente hacia sus pezones primero, y más tarde a la totalidad del pecho correspondiente después, con movimientos de aproximación y alejamiento, masajeaba su superficie mientras su mano contraria lo elevaba para que el aire diera de plano en su parte baja; uno y otro alternativamente hasta que el peso por su hinchazón indicó el camino a seguir por su mano, con crispados apretones, sus tetas se derretían en miles de placenteras sensaciones, sus buenos ciento veinte centímetros de perímetro, se hallaban tan excitados que de seguir con el juego amenazaban con estallar.

Bajo ahora su mano por su cintura, está algo abultada pero en forma, tal y como se refiere a una mujer resuelta en su plenitud de vida, presentaba tan erizado su vello que podía sentirlo en la palma al jugar con el aire, se dio un buen masaje mientras se observaba.

Con un golpe de hombro izo caer hacia su brazo el albornoz, con soltura sacó un brazo primero y a continuación el otro tras cambiar de mano su secador, quedó así completamente desnuda, arrebatadamente bella y excitada, caliente como una gata encelo se le antojó.

Sin quitarse la vista de su imagen, se reclino hasta quedar sentada como lo hiciera antes del baño, con la cintura hacia delante mostrando obscenamente el pubis y su contenido, su húmeda vulva era ahora expuesta con descaro, ya no entreabría sus piernas, todo lo contrario las separaba de par en par para facilitar el trabajo al aire que sobre su entrepierna proyectaba, con los dedos de su libre mano abría sus labios separándolos cuanto podía, colocaba el secador ahora por encima, ahora por debajo de un lado y del otro, alejaba el chorro y lo acercaba hasta que no pudo más y paró el apartó colocándolo sobre la cama en un lado.

Se recreó con aquella visión, sus manos abrían tanto su vulva que tras los labios mayores completamente separados se veían sonrosados y entreabiertos los menores, guardianes celosos del agujero de la vagina, no conformándose con esta visón, forzó aún más la abertura para descapuchar su clítoris y poder observar el surco que hasta la abertura vaginal forma, y así poder contemplarse completamente en su más íntima y rotunda femineidad.

Recordó entonces sus juegos en la facultad, que imaginación morbosa, se sonrió mientras soltaba sus labios y se levantaba hacia el tocador, abrió uno de sus cajones y sacó de él un pintalabios de cacao, otro de color rojo bermellón y un perfilador, se sumó a la requisa una brocha y un tarro de colorete. Se sentía humedecer por instantes, el recuerdo de este juego la ponía en celo.

Una última mirada al pubis y la vulva no la dejó, muy satisfecha, al observar el pelo crecido ya alrededor de la vulva y del ano.

Me he descuidado pensó, otra vez está lleno ahí. Habrá que arreglarlo antes, cosa que no la importo, sino que al contrario, reafirmó más aún su estado, ese fue siempre el comienzo del juego.

Dejo de nuevo lo que había extraído del cajón, soltándolo ahora sobre el tocador y girándose salió de nuevo hacia el baño, entro y rebusco entre los frascos, halló, una barra de espuma de afeitar de las usadas habitualmente por los barberos, junto a ella un par de maquinillas de rasurar y sus tijeras; armada ya y goteando de placer por lo que iba a realizar se instaló sentándose plácidamente sobre la tapa del retrete, mirando frontalmente a la mampara de la ducha, el espejo aun algo empañado por el vapor reflejo una silueta de mujer en una postura tan obscena como excitante, con una mano dejó sobre el taburete próximo las herramientas mientras que con la otra abría el grifo de agua caliente del bidé dejándola correr mientras comprobaba la temperatura, cuando esta alcanzó su temperatura óptima taponó el desagüe.

Separó todo lo que pudo sus piernas, apoyado sus talones uno en el bidé y el otro en el taburete, flexionando las rodillas, quedó tan abierta y exhibida que hubo de contener sus deseos de colocarse dentro de sí la barra de jabón.

Con sus cachetes colgando por fuera del borde de la taza, sintió un escalofrío cuando apoyó su espalda sobre la cisterna y se deslizó sobre la tapa de esta para quedar completamente apoyada sobre la rabadilla, se apretó con toda la palma de la mano en su vulva, su ansia se encendió más si cabe, colocó por debajo de sus piernas sus brazos para empezar la faena, de esta forma nada se interponga entre su imagen y su calentura.

Tomó las tijeras en una mano y colocándolas entre los dedos, abrió una y otra vez, para escuchar el sonido del roce de sus filos, con los dedos de la otra mano levantaba ya los largos pelos del pubis, comenzando entonces a dar las tijeretadas con una suavidad y tranquilidad rara en su actual estado de ansiedad, necesitaba cada vez más algo duro y largo dentro de sus entrañas, se miraba y se sonreía pícaramente con cada mechón de vello púbico que cortaba; recorrió así todo su monte de Venus, con la lentitud rápida de la hambrienta, en un par de minutos había cortado todo el triángulo velludo de su público pubis, tocaba ahora recortar los pelos que se situaban alrededor de los labios mayores y del ano, tarea esta que la obligó aún más forzar la postura, elevó las rodillas de ambas piernas quedando estas arqueadas, haciendo que el ano se viera reflejado ahora en la luna de la mampara, su abierta vulva imploraba al techo ahora, tuvo que manosearse a conciencia la vulva, tomar uno por uno los labios para estirarlos y así no cortarse, abrirse los cachetes del culo para dejar bien visible el agujero anal y lentamente recortar poco a poco el vello, con algo más de trabajo y más excitada remató la faena.

Tuvo que hacer una pausa para secarse de sus fluidos la empapada vagina con una toalla de baño a la vez que retiraba del pubis y la vulva los últimos pelos.

Sacudió su entrepierna de los pocos pelos que sobre ella se asentaba, bajo con cuidado las piernas tomó ahora la brocha y con sumo cuidado comenzó a humedecer el corto vello con brochazos de tibia agua.

Esta producía una tibia sensación sobre el pubis mientras resbalaba por las abiertas inglés hacia el tabloncillo.

Con movimientos circulares, solo interrumpidos por la necesidad de empapar una y otra vez de agua tibia los pelos de la brocha, recorría de forma monótona su entre pierna, de arriba abajo y de derecha a izquierda, sufriendo verdaderos calambres cuando en su recorrido pasaba sobre la vulva, está recibía tal sensación al penetrar los pelos de la brocha entre los pliegues de los labios que hacía correr por toda su espina dorsal una corriente eléctrica de alto voltaje que generaba el roce con su clítoris.

Mercedes percibía perfectamente el alto grado de excitación, sus orejas se reflejaban tan coloradas en el espejo que impresionaban, sus pechos abultados de forma exagerada, las venas de su cuello hinchadas incluso su boca lo reflejaba, entreabierta dejaba salir un ronco sonido producido por su alterada respiración, la visión de su cachondez terminó por convertirla en una hembra en celo.

Asió el tubo del jabón de afeitar por el centro, tal y como lo haría con un erecto miembro viril, lo estrujo y el blanco contenido cayó sobre su pubis como si de una tremenda eyaculación se tratará.

Con su mano extendió el jabón de forma cuidadosa, recreándose en cada centímetro de su piel, cada pliegue fue amorosamente enjabonado por los expertos dedos, ahora su nevado pubis ofrecía un espectáculo atrayente, para observarlo mejor, alzo sus piernas, se ofreció así misma los enjabonados genitales sintiéndose por un instante como Mesalina en el burdel, con su pubis y vulva llenos de semen.

Con toda delicadeza, batió el jabón, la espuma crecía a medida que los movimientos de la brocha, hacían crecer el clímax.

Le llegó un súbito y delicioso orgasmo, que tuvo que soportar con las piernas en esa posición para no desbaratar con sus contracciones el trabajo ya realizado.

En silencio se mordió los labios y tuvo que contener sus manos para no estrujar sus senos.

Tomó la maquinilla con decisión y aplomo, sujetó su respiración mientras que hacía correr las hojas sobre su enjabonada piel.

No pudo correr mucho, la sensación de resistencia que ofrecía el vello aplacó un poco su excitación.

Con cuidado de no cortarse, fue apurando poco a poco el vello púbico, quedo este como una isla libre de jabón en su entrepierna.

Tocaba ahora ir con sumo cuidado, las ingles daban paso a los labios mayores, estos eran estirados con sumo cuidado, quedaban lo más planos posibles para que la cuchilla los rasurarse sin peligro y de esta guisa llegó el turno al periné y con él, al vello que circundaba su ano, el cual fue afeitado casi a tientas, separando para ello lo más posible los glúteos.

Tras estas complicadas maniobras sobre tan delicada zona, Mercedes se sentó a horcajadas sobre el bidé, lavó cuidadosamente la zona genital, su mano se encargó de ser la primera en sentir la suavidad y tersura de la piel libre del vello.

El jabón íntimo aplaco un poco ese ligero escozor que sentía en los aledaños de su vagina, los labios mayores estaban algo escocidos por la acción del acero sobre ellos, el agua los alivio al arrastrar los restos de la obra.

Se levanto y girándose sobre si misma se contempló mientras secaba su obra.

Se sintió niña de nuevo, solo que ahora tenía una perverso conocimiento de todo lo que un cuerpo puede sentir de placentero.

Ya más calmada su vulva, tanto en la libido como en lo higiénico, prosiguió ahora Mercedes con su prevista ducha, se introdujo de nuevo en la bañera y de pie ahora, dejó caer el agua sobre su cuerpo intentando un último recurso para aplacar ese fuego que ardía sin parar en sus entrañas, con rápidos movimientos enjabonó y aclaró su cuerpo y tras cerrar el grifo se enfundó de nuevo en el abandonado albornoz, salió de la bañera colocándose una toalla seca sobre el pelo a modo de turbante y se encaminó hacia la alcoba tan turbada como entro.

No lo podía creer, cómo los acontecimientos se entrelazaban hacían que las situaciones se solaparán, en menos de tres horas lo que iba a ser una relajante e inocente ducha se tornó en un excitante baño con juego erótico incluido, la cantidad de sensaciones acumuladas tornó su estrés en un torbellino de juegos sexuales que se prometían continuar a lo largo de la noche.

Se secó por segunda vez en la tarde noche, el frío invierno cubría los cristales de su casa de un abundante vaho.

En un esfuerzo se dirigió a la cocina el plato que tenía a calentar estaría ya como el hielo, entró en ella y abrió la puerta del horno, sacó una bandeja de aluminio con un trozo de carne y guarnición variada, lo colocó sobre la mesa que se hallaba en el centro de la estancia, junto a un vaso y una botella pequeña de vino tinto.

Los cubiertos temblaban en sus manos, mientras intentaba serenar su cuerpo ya que su alma era imposible…

Está encendida como una tea le pedía a gritos que terminara de comer, su estómago en cambio la incitaba a realizar tan tribal acto de supervivencia cotidiana.

Mercedes aceleró el movimiento de sus mandíbulas mientras su mente volaba hacia no se sabe que zona del éter, se descubrió con cara de boba en el reflejo de los azulejos mirando aquella fuente de fruta en la que se hallaba un plátano de regulares dimensiones. «Mira que tengo la mente calenturienta hoy pensó», regresó así al mundo terrenal de su cocina, con su hambre orgánica saciada, recogió los utensilios el mantel y de un salto los colocó en el lavaplatos, salió de la estancia con paso rápido y decidido.

Entró como una exhalación en su alcoba abriendo de par en par su armario con una decisión tomada sin meditar, pero fija en sus propósitos, se vestiría y lo hallaría…

«Vamos que lo hallaría se juró » tiró del cajón donde guardaba la ropa interior y eligiendo con la vista tomó unas bragas de algodón blanco como la nieve, tocó la entrepierna y las colocó sobre la colcha en la cama.

Tocó el turno al sujetador ahora, busco algo cómodo, tomó el blanco sin aros en las copas y que se cerraba en su parte delantera, «Ideal para sus propósitos, se sonríe Mercedes».

La blusa amplia y lisa bien conjuntada con una falda con apertura lateral y por debajo de la rodilla terminó de completar el uniforme de salida.

Como de un ritual se tratara, se despojo del albornoz y de la toalla que cubría su cabeza, tomó asiento frente al tocador y rebuscando entre sus pinturas comenzó a colorear sus párpados con un sutil color violeta, marcando poco a poco la línea por encima de las pestañas con el negro lápiz de ojos.

Brochazo va y brochazo viene de colorete en las mejillas para pasar, en un acto de máximo erotismo, a las aureolas de sus pezones, las cuales recibieron tal coloración con alegría, se erizaron de nuevo con presteza, oscureciéndose más aún al ser embadurnadas por el maquillaje, aureolas y pezones en máxima excitación bien maquilladas como las stripers pensó.

Una idea se apoderó de su mente, si maquillaba su cara pintando su boca… ¿Por qué no?

Se dijo y tomo la barra de labios, se reclinó hacia atrás mientras separaba sus piernas, con decisión separó los labios de la vulva y comenzó a pintarlos como si de su boca se tratara, el recorrido hacia arriba y abajo con la barra de carmín hizo palpitar más rápido su corazón, su carga erótica era indudable, recordó las tardes del internado cuando de chiquillas jugaban a pintarse unas a otras…

Que tiempos suspiró con melancolía…

Remato la faena con el perfilador, bordeo su abertura con mimo, enmarcándola para no tener pérdida ni duda.

Un toque más sexy aún, con brillantina se espolvoreó el pubis quedando extasiada al contemplarse en la luna del armario, tuvo que sujetar las ganas de masturbarse de nuevo. Se colocó con sumo cuidado las bragas para no estropear su obra, un escalofrío recorrió su espalda con solo pensar en su escapada.

De igual manera tomó como paleta sus senos, orondos y gozosos fueron tomando su ducha de brillante maquillaje, con amorosos toques relumbraban de tal forma que de buena gana hubiera posado en ese mismo momento para un calendario de ruedas.

El sujetador se ciñó con presteza y mimo sobre cada una de las hermosas tetas, conteniendo el aliento en la aspiración, cerró los corchetes con cuidado, sus copas casi no contenían aquellas trémulas y excitadas carnes, la presión forzaba el volumen marcando un canalillo de hermosas proporciones.

Que buena estoy pensó mientras se miraba de forma lasciva.

Con la blusa enfundada en la falda y los botones abiertos para mostrar sin enseñar, se colocó las negras medias, no le importo que contrastaran con el liguero, más sexy se dijo y se puso el impermeable; se calzó los zapatos de medio tacón y como último preparativo, cerró sobre su pierna izquierda la falda que permanecía abierta a la espera de la revista final.

Con una mirada de arriba a bajo se dio el visto bueno al colocarse las negras gafas de sol…

Continuará…