Los días que siguieron a mi encuentro con Luisa fueron felices y ansiosos.

Felices, porque el goce pleno de nuestro encuentro final había producido en mi cuerpo y en mi mente una sensación tal como si por fin hubiese llegado a un lugar hacia el cual había caminado desde años.

Esto era así, porque mis experiencias sexuales nunca habían sido plenamente satisfactorias. Siempre había quedado con la sensación de haber estado en el lugar equivocado haciendo algo placentero, pero no pleno.

Muy diferente del recuerdo que ahora me embargaba de mi encuentro con Luisa.

Allí en el cuarto de baño, tratando de darle a nuestros perfiles desnudos, el ritmo y la cadencia apropiados para satisfacernos plenamente.

Y nos hicimos plásticas, calientes, moldeables, como queriendo adecuar cada uno de los rincones de nuestros cuerpos a las sinuosidades del otro, adivinando los movimientos, tocando con nuestras manos cada superficie de piel, sin apuros, sin violencias, sin preguntas para llegar al éxtasis plenamente convencidas que era eso lo que anhelaba cada una de nosotras.

Ese placer oculto deseado por años.

Esta era la fase feliz de mi recuerdo.

Pero al mismo tiempo, me invadía una gran ansiedad, alimentada, sobre todo, por el silencio de mi hermana.

Porque no me había hablado ni una sola palabra durante todo nuestro encuentro , tampoco después , tan solo sus embriagadores suspiros , sus excitantes quejidos de placer y el chasquido de sus besos agradecidos de los míos.

Maravillosa hembra receptiva, me había entregado toda la pasión acumulada durante las mañanas, en que oculta, me observaba desnuda, permitiéndome, con infinita dulzura, que yo hiciera en su cuerpo todo lo que mi deseo loco me dictaba.

Luego, esa tarde, se había marchado. Siempre en silencio , sonriente , feliz , pero en silencio , sin una promesa de llamada o de regreso, sin siquiera hacer el menor comentario, como si todo lo que habíamos vivido desnudas y entrelazadas baja la ducha, no hubiese sido sino el más erótico de los sueños, pero solamente eso, un sueño.

Y así, la ansiedad se apoderaba de mi , en las tardes y en las noches , cuando ya sola en mi departamento miraba el teléfono sin atreverme a llamar. ¿ Que habría de decirle? Cosas banales , rutinas , preguntas tontas ?. O decirle simplemente lo que tenía en mi mente durante todo el día, plena de imágenes audaces y a veces hasta perversas? O bien decirle claramente sin ambages, sin miedos y sin pudores , que viniera a mi lado, que la deseaba, que ella sabía que era suya como ella mía, que mi cuerpo la reclamaba, que mis manos la buscaban en la noche en mi lecho y que mis labios se abrían para recibir los suyos y que de esa manera se dibujaban mis insomnios ardientes que me hacían recibir el amanecer como una antorcha encendida a tal temperatura que la ducha no podía calmar, porque allí mismo la había tenido a ella y el recuerdo me aturdía de deseo.

Hasta que llego su regalo.

Era un pequeño paquete postal. Podría haber sido un libro. Ella sabia que me apasiona la lectura, o podría ser cualquier cosa, no me importaba nada , solamente me importaba que era de ella y no por su contenido, ni por la fecha porque hacia años que yo no celebraba mi cumpleaños.

Pero ese pequeño paquete sobre mi escritorio era el símbolo evidente que Luisa había roto el silencio y que ella establecía de esa manera la primera parte de una comunicación.

Ese paquete significaba que ella y yo seguíamos existiendo y que lo que habíamos vivido no era un sueño ni un accidente , ni un capricho nocturno ni una pasión prohibida y terminada. No… Luisa mi querida Luisa se comunicaba conmigo para decirme que si.

Mi cuerpo comenzó a ser recorrido por siniestras corrientes táctiles mientras trataba de abrir la pequeña caja tan solo para darme cuenta que dentro de ella una pequeña bolsa de plástico semi trasparente contenía lo que me dejo paralizada.

Con delicadeza infinita deslice fuera de la bolsa la pequeña prenda blanca.

Esos pequeños calzones los había visto ese día a los pies de su cama cuando volvimos de la ducha, yo los había alzado del suelo y con amorosa delicadeza le había ayudado a vestirlos para darnos luego el ultimo beso.

Eran por tanto como un sello de nuestro maravilloso pecado y ella lo sabia. Los alce en mis manos abriéndolos , recorriéndolos , palpándolos. y los lleve a mi boca para besarlos a mi nariz para recibir su aroma queriendo encontrar el perfume de su femenino secreto. Que mas podía pedir , que cosa que tuviese mas significado? Acaso Luisa no me estaba diciendo con esto todo lo que no me había dicho con palabras? Hundí mi rostro en la pequeña prenda para respirar a través de ella , para apretarla contra mi cara, para sentirme ahogada con su íntima presencia y me sentía latir ardiendo de deseo, cuando de pronto la idea se me instaló en medio del cerebro con una claridad deslumbradora, porque había una sola forma de tenerla en íntima relación conmigo.

Afirmada en la mesa de mi escritorio fui deslizando mis propios calzones por mis muslos ardientes y húmedos hasta tenerlos en mis manos.

Una ola lleno mis sentidos la fragancia dura de hembra madura que reconocí de inmediato como la precursora de mis excitaciones nocturnas y debí admitir, porque era imposible negarlo, que mi sexo latía desesperado.

Alce los calzones de Luisa comencé a vestirlos.

Los deslizaba por mis piernas con un deseo descontrolado como si estuviese penetrando la propia intimidad de mi hermana deseada.

Separé los muslos para facilitar la tarea, podía ver mis labios atrozmente separados y húmedos y entonces los deslice hasta el final , hasta que mis nalgas ocuparon sus espacio apretándolos y por fin mi sexo reposo en el preciso lugar en el cual sin lugar a dudas estuvo su sexo querido días antes.

Estábamos en la misma intimidad. Me quedé quieta para sentir el tacto de la prenda absorbiendo mi calidez , empapándose de mi tibieza humedeciéndose con mi calentura desenfrenada. Casi instintivamente camine unos pasos por mi oficina.

Al caminar pude percibir que la prenda me era algo estrecha, se me introducía entre las nalgas haciendo aumentar mi deseo. El drástico tajo de mis sexo era ocupado en cada movimiento mas profundamente por la apretada tela de sus calzones, ahora míos. Todo esto me ocasionaba un placer casi desmesurado.

Este placer fetiche me había encendido el rostro y casi me hacia temblar.

Una ola caliente comenzó a surgir desde mi vientre me y percibí en un momento todo mi sexo apretado y luego totalmente abierto como si hubiese cobrado vida como una boca que quisiera decir algo.

Mis muslos temblaban y debí afirmarse en la puerta cerrada quedándome de espaldas como clavada en ella con las piernas separadas , sintiendo con una intensidad desmedida la presencia de la prenda llenando y apretando mi sexo y mis nalgas apoyada en la puerta resistía el estremecimiento de mi vientre loco e instintivamente me lleve las manos a mi sexo y lo sentí desgarrarse en latidos profundos… uno, dos, tres… apretaba los muslos para contenerlo pero era imposible.

Primero sentí que me mojaba, luego que me abría y por fin que me vaciaba y empecé a sentir un placer que era dolor y un dolor que era felicidad.

Doblé las rodillas y me fui deslizando al suelo afirmada en la puerta hasta quedar hecha allí un ovillo de placer , un modelo estático de hembra desgranándose en orgasmos mientras los calzones de Luisa recibían todo mi tributo liquido y el resto hacia filigranas entre mis muslos morenos entendiendo por fin el mensaje que Luisa me había enviado por medio su íntima y deliciosa prenda.