Meditaciones armando el árbol navideño
Me encontraba armando el árbol navideño en casa, estas fechas que se acercan de fines de año son siempre complicadas.
Pareciera que el tiempo nunca alcanza y todo se tiene que hacer en los pocos días que nos separan del nuevo año.
Oigo a mis hijas irse y, como siempre, me dejan sola con el árbol, algo que detesto.
Pienso, «Bueno, hay tantas cosas a las que renuncias cuando formas una familia…».
El pensamiento tenía un toque de resignación, sin duda.
Escucho la puerta, llega Osvaldo, mi esposo.
Me da un sonoro beso en la mejilla y me mira sonriente y me dice
«¡Inés, felicítame cariño! ¡Nos dieron la oportunidad de colaborar con el grupo multimedia! ¡Nuestro trabajo está creciendo!»
Su alegría desbordaba y yo, a decir verdad, ni recordaba qué era ese grupo que me nombró.
Lo abracé y lo besé en la boca en señal de alegría y felicitación. Y continué con el árbol….
Le digo “¿me das una mano para terminarlo?”
Y me contesta
“No puedo amor, tengo que ir a la oficina nuevamente que habrá un festejo”
Nuevamente, sola como loca mala, me quedé conmigo misma y el famoso árbol de mierda.
Terminé de armarlo y me abrí una cerveza, me tiré en el sillón y mirando el árbol empecé a enumerar las cosas, proyectos o fantasías que dejé de lado en mi vida por lograr una unión familiar.
Yo era jugadora de hockey y era buena, si no me hubiera casado, quizá habría entrado en la selección nacional.
Me convertí en madre joven, lo que me cortó todas las posibilidades en varias cosas, incluida mi carrera deportiva. Habría terminado mis estudios universitarios de biología, que se interrumpieron en el cuarto año por la misma razón.
Hubiera tenido tres o cuatro perros, animales que amo y me encantan, pero el hecho de vivir en un condominio no es compatible.
Me hubiera dedicado a viajar……otra fantasía que me hubiera gustado cumplir y con creces, no pude, al menos con la frecuencia que hubiera querido.
Pensar que además era de las jóvenes que decían que no me iba a casar, que quería vivir mi vida primero y que la cuestión familiar vendría después de cumplir ciertas cosas.
Y pensando en las fantasías en general, cuantas tuve que tenían que ver con las cuestiones sexuales.
Y mi pobre, y amado Osvaldo no logró cumplir con ninguna de ellas jaja.
En algún momento de mi vida, fantaseé con sexo interracial.
Siempre me han intrigado los hombres negros.
Su fama de estar bien dotados es suficiente, pero más allá de eso, está todo el revuelo y misterio que los rodea.
He visto hombres negros viajando, y verlos de cerca me llena de extrema curiosidad e intriga, por el color de su piel y me pregunto si huelen y saben igual que los hombres blancos en privado, y otras cosas.
Fantasías que uno tiene de joven y que, de todas formas, nunca conoceré.
Recuerdo haber hablado de esta fantasía con Osvaldo después de una sesión de sexo, y él riéndose de mí, diciendo
«Inesita quizás algún día llegue la oportunidad y puedas cumplirla».
No dejaba de pensar en esos cuerpos de piel de ébano, con músculos definidos, cuerpos lampiños, de una suavidad radiante, como los que he visto en las playas de Cuba…
Y de repente me encontré tocándome el pubis.
Quité la mano…
Pensé ¿por qué no? Me quité las chanclas, los pantalones y la tanga, y comencé a masturbarme con fervor, mirando el árbol de Navidad con las piernas abiertas, como ofreciéndole mi sexo en todo su esplendor.
Al cabo de un rato, mi clítoris era un misil lleno de sangre a punto de explotar.
El orgasmo tardó solo unos segundos en llegar.
Me corrí como una yegua entre incontables contracciones y gemidos.
Tenía las manos empapadas; hacía tiempo que no me masturbaba así.
El árbol, testigo de lo sucedido, estaba allí, omnipresente.
Feliz, fui a ducharme.
Toda la familia volvió más tarde a cenar y comimos todos junto, mañana sería otro día.
La semana transcurrió como siempre, siguiendo su rutina habitual. Era martes, y mientras estaba en el estudio, me llegó un mensaje de Osvaldo al móvil. Dijo que tenía algo que contarme que podría interesarme.
Sin pensarlo mucho, respondí «Ok» y volví a mi trabajo.
Esa noche en casa, después de que las chicas se acostaran, Osvaldo me contó que, en su nuevo trabajo, una de las empresas que tiene que auditar y redirigir dentro del grupo es una pequeña productora cinematográfica de bajo presupuesto. Tienen una pequeña lista de películas pornográficas que están produciendo y promocionando, y quieren relanzar este nicho porque creen que puede ser más rentable que ahora.
Osvaldo hizo una pausa y me preguntó:
«¿Te interesa?»
Lo primero que pensé fue que me estaba sugiriendo que me convirtiera en actriz porno, y lo miré con seriedad. Justo cuando estaba a punto de soltarlo, me dijo:
«O sea, ¿te gustaría llevar la contabilidad de ese sector? ¿Te gustaría formar parte de esa empresa?»
Menos mal que no abrí la boca, porque hubiera metido la pata.
Le respondí:
«Bueno, es algo que nunca he visto de cerca. Contame más sobre ello».
Añadió “Mira, es una productora muy rudimentaria que hace películas pornográficas de muy bajo presupuesto. Suelen filmarse en una casa con equipo muy básico, y hay unos diez actores y actrices extranjeros amateurs que trabajan juntos. La idea es profesionalizarla un poco más para ver si pueden obtener mejores resultados financieros al dirigirse a un público más exigente. No sé mucho más, pero me temo que podrían hacerlo sin problemas”.
Me pareció algo nuevo. Jamás había sabido nada del mundo del porno más allá de ver películas y cortometrajes pornográficos, y debo confesar que me pareció intrigante.
El caso es que, a la semana siguiente, Osvaldo le pidió a un chofer de la compañía que me llevara a ver la productora.
Estaba ubicada en una casa en un barrio tranquilo. La casa era enorme, con innumerables habitaciones, y un par de ellas estaban habilitadas como dormitorios, que supuestamente eran los sets de rodaje.
Había muy poco personal y, como ya había dicho, todo era muy básico y rudimentario. El equipo de rodaje, la locación, la iluminación e incluso los baños eran inadecuados si el objetivo era hacer películas de clase A.
Había mucho trabajo por hacer.
Me presentaron al manager de la compañía, un joven llamado Juan Manuel.
Después de describirme su trabajo durante un buen rato, me cuenta que la mayoría de los actores que aparecen en las películas son jóvenes inmigrantes desempleados que aceptan filmar por sumas muy modestas, tras aprobar los exámenes médicos necesarios. «No quieren problemas», dice.
Puse manos a la obra y empecé a mejorar la organización del pequeño negocio. Busqué opciones de mercado para las ventas, organicé la contabilidad de las compras, preparé listas de inventario de equipos y finalmente decidí involucrarme en el proceso de casting.
Poco a poco, fuimos dando forma a algo más serio para la producción cinematográfica.
Una tarde, Juan Manuel me contó que unos jóvenes venían a una audición y que un camarógrafo que tenía contacto en la embajada de Senegal los había contactado.
Me preguntó si quería estar allí.
Por supuesto, dije que sí.
No iba a perder la oportunidad de ver a estos jóvenes negros tal y como vinieron al mundo.
Llegó el momento del casting y éramos unas tres o cuatro personas, entre el director, Juan Manuel, yo y uno de los técnicos.
Los jóvenes entraron a la sala y estuvimos charlando con ellos todos juntos contando un poco de lo que se trataba el proyecto y que tipo de peli queríamos hacer. Mientras el director les hablaba en un fluido inglés, yo miraba con entusiasmo a cada uno de ellos, los imaginaba desnudos y debo confesar que me sentía algo excitada.
Miraba sus manos, dedos largos finos y fuertes, sus brazos en general con músculos bien definidos, eran absolutamente sensuales.
Estaba como chico con juguete nuevo.
Salieron a la habitación contigua y por orden entraron nuevamente de a uno para mostrarse ya desnudos.
Cada uno de ellos tenían que hacer un breve desfile bajo la luz y mostrar una erección.
Confieso que lo hicieron con creces.
Vi cuerpos oscuros, bien definidos, algunos músculos fuertes, piernas largas, pies y manos grandes con dedos largos y finos, en su mayoría casi lampiños o con un mínimo de vello, dientes blancos enormes y completos, labios carnosos y gruesos, orejas pequeñas y bien formadas, pieles brillantes como el ébano lustrado y venas protuberantes en cuerpos moldeados por artistas. Y todos, inexorablemente, con un promedio de veinte centímetros de miembros venosamente deseables.
Terminó el casting y me di cuenta de que me había mojado ahí abajo entre mis piernas, como hacía mucho que no.
Pensé: «¡Dios mío, qué guapos son estos chicos!
¡Suficiente para que caigas rendida a su hechizo y te pierdas por completo!».
Volví a casa muy cachonda, como una perra en celo.
Pasó una semana y recibí un mensaje del director diciendo que planeaban grabar una especie de cortometraje con tres de los chicos a los que habían llamado y un par de mujeres del equipo. Dijeron que definitivamente empezarían el miércoles y que necesitarían mi presencia para organizar la producción y supervisar el rodaje.
Acepté, nerviosa y ansiosa, y cuando Osvaldo llegó a mi casa, le conté sobre el rodaje.
Notó mi entusiasmo enseguida, sonrió y me animó con un comentario sobre mi trabajo. Me felicitó y, acercándose lentamente, me dio un fuerte abrazo y un beso apasionado.
Me quedé boquiabierta, hacia mucho que esto no sucedía.
Le devolví el beso, lo tomé del cuello y, apretando mi cuerpo contra el suyo, le susurré que hiciéramos el amor.
Hicimos el amor un buen rato.
Hacía mucho tiempo que no pasaba. Nos acurrucamos un buen rato y, antes de dormirme, me dijo:
«Espero que esto vuelva a ocurrir, porque sé que habrá un antes y un después de lo que pase durante este trabajo, y me temo que podría perderte para siempre».
Mirándolo con extrañeza, le dije:
«¿Por qué? No entiendo a qué te refieres».
Sonriéndome, comentó
«Porque probablemente vayas a cumplir tu fantasía interracial, y de ser así, no estoy seguro si volverás».
Me dejó pensando seriamente en el asunto…
Por fin llegó el miércoles, y yo estaba en la casa asegurándome de que todo estuviera listo para el rodaje.
Las dos chicas, mujeres normales y regordetas que parecían amas de casa de los años 70 con pechos enormes, ya estaban cambiándose.
Los dos técnicos y el fotógrafo tenían las luces y el equipo listos, y creo que solo faltaba la llegada de los protagonistas masculinos.
Llegaron, y reconocí a tres de los chicos del casting: tres hombres guapos, morenos y con sonrisas impecables.
Entre los tres, vi a uno que era el único que hablaba algo de español en la sesión. El director, Gabriel, les dio una instrucción y rápidamente fueron a cambiarse, o mejor dicho, a desvestirse.
Comenzó la filmación y los cinco comenzaron a tocarse y besarse allí mismo, delante de nosotros, iniciando la película con una inmensa carga erótica. Todo iba en aumento hasta que el director decidió parar porque quería filmar algo específico. Después, continuaron.
Debo confesar que fue, sin duda, una sesión de rodaje extremadamente caliente.
Ver los cuerpos regordetes de las chicas absorber los enormes miembros de los hombres por cada orificio, y al final de la película dejándose empapar por el torrente de semen de los hombres, fue algo que personalmente me excitó muchísimo.
Estaban filmando, y mi vulva palpitaba, humedeciéndose constantemente.
Fue tremendo.
Tuve la sensación de que, durante varios momentos de la filmación, y especialmente durante las pausas que Gabriel hacía para comentar, uno de los chicos, el que hablaba algo de español, me miraba con cierta intensidad.
Fue extraño porque incluso cuando estaba acabando sobre una de las mujeres, seguía mirándome.
Pensé que era más mi imaginación que otra cosa, así que no le presté mucha atención; pensé que era solo parte de su apariencia.
Terminó todo, y después de los aplausos, el asistente les trajo unas toallas para que pudieran ducharse.
Nos reunimos en el centro del escenario todos muy contentos y charlamos sobre lo bien que habían quedado las fotos y la filmación.
Aún quedaba edición y retoques, pero esa era otra historia.
Gabriel, eufórico me abrazaba, feliz de que todo hubiera salido perfecto, según él.
Y si, era cierto que todo había salido realmente muy bien.
Reunió a todos los integrantes en circulo y los felicitó por lo realizado, en inglés les comentaba a los muchachos morenos lo contento que estábamos el resto del staff, así que saludamos a cada uno de los protagonistas.
Un abrazo y beso a las chicas, y un saludo con la mano a los varones.
Cuando llegó el turno del muchacho “mirón”, él me saludó extendiendo la mano, y, mirándome fijamente a los ojos tomó mi mano con extrema suavidad, pero apretándola firmemente.
Con el contacto me corrió un escalofrió por la columna haciéndome flaquear las piernas…suspiré.
Dándose cuenta de lo sucedido, sonrió sin dejar de mirarme y de manera muy suave me dijo
“es un gusto, gracias”
Juro que me mojé instantáneamente.
le sonreí…
Dio media vuelta y se fue a bañar con el resto sin emitir más nada.
De vuelta a mi casa sola, pensaba en el auto, con que facilidad se había adueñado de mis pensamientos ese muchacho negro, que, con solo unas miradas y apenas un toque de su mano, me había hecho sentir escalofríos en todo el cuerpo provocando la humedad de mi sexo de manera inmediata.
Era más que obvio que realmente me gustaba, pero esto iba más allá, lo intuía.
Fue como un llamado primitivo, animal, salvaje que, desde sus formas, me reclamaba, me ponía los pelos de punta, hacía correr la energía de la adrenalina por las venas de mi cuerpo, excitándome sin parar, me intrigaba…
“Voy a tener que calmarme, sino mi esposo se va a dar cuenta” pensé…
Intenté dejar esos pensamientos a un lado, ya estaba llegando a casa.
Pasaron varios días y la rutina de los deberes cotidianos ya se había establecido nuevamente. Miré la agenda y recién el mes que viene existía la posibilidad de volver a filmar algo, puse cara de disgusto, quería volver a ver a ese hombre que tanto me había intrigado.
Recibo un mensaje de WhatsApp de la secretaria, me pregunta si puedo ayudarla con un trámite. Se tenían que pagar algunos saldos a los integrantes del rodaje, que habían quedado pendientes.
Respondo que sí y me dice que recoja el dinero en la oficina. Paso me da el dinero y me da la dirección donde debo llevarlo.
Llegué al lugar, una casa antigua similar a la que filmamos el otro día, situada en un barrio muy tranquilo.
Salí, toqué el timbre y esperé.
Y como una aparición milagrosa y angelical, aquel joven moreno que tantas noches de insomnio me había quitado últimamente, abrió la puerta.
Me quedé atónita. Respiré hondo, intentando saludarlo, pero solo se me escapó un gemido.
Sonrió y, mirándome alegremente, dijo:
«¡Hola! ¡Qué bueno verte!»
Dio un paso adelante y se inclinó para besarme. Giré la cara hacia él, y el roce de sus labios en mi mejilla me provocó escalofríos.
Pensé “Dios mío que difícil se me va a hacer esto”
Sonreí y dije “traigo el dinero que faltaba”
Me hace pasar a la casa.
Mi pecho latía a punto de explotar, hacía rato no estaba tan nerviosa.
Mirándome estira su mano y me dice
“nunca nos presentamos, soy Naim, es un gusto conocerte”
“Soy Inés, también creo que es un gusto conocerte” dije entre nervios
“traje el dinero que se les debía a Uds. por la filmación”
Él tomó el sobre agradeciendo, lo dejó en un costado del mueble y sonriendo me dice
“Gracias, ¿pero quieres tomar algo fresco?, hace un poco de calor hoy”
Acepté nerviosa, y nos dirigimos a la cocina, sirve un par de vasos de jugo y mirándome me hace la seña de brindar.
Chocamos los vasos y pregunta
“por qué brindamos?”
Digo presurosa
“por más películas y más trabajo!”
Asiente con su cabeza y sin dejar de mirarme dice
“y por vos…”
Yo me estaba derritiendo por dentro, sentía mi cara roja como un tomate, apenas logré decir un
“salud!”
“Te incomodo?” me pregunta
contesto“eemmm si……un poco…”
“porqué?” agrega
Obviamente mintiendo digo “no lo sé”
Se ríe y acota “yo si lo sé”
Se acercó y me sacó el vaso de la mano, tomó mis manos entre las suyas mientras yo temblaba como una hoja, acercando su rostro al mío me dice suavemente al oído
“sé que te gusto tanto como me gustaste vos desde el día del casting”
Tartamudeando, acoto la mayor boludez que pude decir en mi vida
“soy una mujer casada”
Riéndose contesta “mejor aún”
Y comienza a besarme en el cuello y el oído, mi entrepierna ya era una laguna de flujo tibio.
Ya absolutamente perdida tomé su rostro entre mis manos y metí con furia mi lengua en su boca como buscando un tesoro perdido, lo besé desesperada sin dejar resquicio alguno. Me tomó de lado y alzándome me llevó al dormitorio.
Me bajó y con toda la delicadeza del mundo comenzó a quitarme la ropa, para ese entonces yo ardía en fuego interno.
Se agacha, desabrocha suavemente mis sandalias tocándome apenas los pies, yo temblaba. Me deja en corpiño y tanga solamente.
Y mirándome detallada y minuciosamente desde ahí abajo, esboza un
“hermosa milf es Ud. madame”
Morí bien muerta, tomé su rostro de nuevo y lo besé ansiosamente, me abrazó y sentí el calor de sus finos y delicados dedos que circulaban como dos brasas que ardían todo a su paso.
Gemía como una perra en celo en cada caricia.
Yo era un leño candente y él parecía todo lo contrario, manejaba la situación con una tranquilidad pasmosa.
Le quité la camisa y pude observar bien de cerca su piel de ébano sutilmente tallada, donde los músculos y las venas definían territorios subyugantes de placeres escondidos.
El aroma de su piel, hormona joven de potrillo moro, desbordaba el ambiente y me envolvía en una fragancia arrolladora.
Apoyé mis palmas sobre su pecho y el calor del toque me produjo un shock eléctrico que recorrió mi espina.
Supe en ese instante que era absolutamente suya, que solo podría hacer lo que ese hombre me dejara, había perdido toda mi entidad como ser pensante.
Se quitó sus pantalones y el bóxer y ahí pude contemplar de muy cerca lo poco que había visto en la filmación
Su sexo era un monumento a la virilidad latiente, plagado de rugosas venas violáceas había un ser colgante, digno de la mayor de las adoraciones.
Confieso que verlo me produjo cierto temor, trataba de pensar “eso” dentro de mi humilde humanidad y no lograba imaginarlo.
Temblando como una hoja, lo tomé con la mano y me estremeció.
Fue como tocar algo eléctrico que vibraba y se transmitía a mi cuerpo de manera irrefrenable, la textura y el calor que irradiaba esa verga en mis manos era una incitación a lo épico, a una palpitación continua, poderosa y vivaz.
Ya más decidida, comencé a explorar esa herramienta con ambas manos, a palparla con ímpetu en cada centímetro de su longitud, mientras la observaba absorta, me encantaba el contraste que se hacía entre su piel muy oscura y mis manos blancas con las uñas de rojo furioso cuando la rodeaba empuñándola.
Mas la apretaba y más la sentía crecer entre mis manos. Latiendo de a poco, fue asomando entre los pliegues de la punta, ese brillante y pulido glande, una enorme cabeza con forma de hongo.
Ese “animal” entre mis manos estaba resucitando para una historia de pasión y furia, escrita a golpes carnales de dominación absoluta.
Pude sentir su respiración entrecortarse, inequívoco síntoma de que las cosas fluían para bien.
Me abrazó y soltó mi sostén dejando mis senos a la vista, tomó mi tanga suavemente con la punta de sus delicados dedos y la bajó hasta caer al suelo.
Yo era David frente a Goliat, estaba desnuda frente a una inhumana máquina del placer.
Pegué mi cuerpo contra el suyo y lo besé apasionadamente, sus manos se posaron sobre mis nalgas y ahí se terminó la delicadeza, las apretó con ganas masajeándolas.
Pude percibir en medio de este torbellino, como ese animal sediento de sangre se apoyaba firmemente en mi pubis transmitiéndome su poderío, dejando en claro quién iba a comandar la cosa.
Me arrojó sobre la cama y se colocó entre mis piernas abiertas, acariciando suavemente mis muslos. Me miró con esa mirada depredadora de quien sabe que su presa no tiene escapatoria y se deleita en prolongar su agonía.
Arrojándose sobre mí, tomó mis pechos, besándolos y chupándolos con fuerza, mordisqueando mis pezones que palpitaban de deseo mientras yo me retorcía delirantemente en una fiebre sexual.
Besó mi cuerpo hasta llegar a mi vulva. La observó y, con una sonrisa diabólica, separó mis labios con la punta de su lengua áspera.
Mis ojos se pusieron en blanco, perdidos en mis párpados, y un gemido gutural me invadió como una entidad oscura dentro de mi propio cuerpo.
Chupó la superficie de mi sexo sin contenerse, mientras yo me retorcía de placer, incapaz de detenerlo.
Segundos antes de que alcanzara el orgasmo, se elevó hacia mí.
Su sonrisa permaneció grabada en su rostro, como la del Joker de los años setenta, y, alzándome las piernas, colocó su poderoso miembro sobre los pliegues de mis labios vaginales.
Me miró con un dejo de compasión.
No podía creer lo enorme que era y pensé, “Si no muero ahora, no moriré nunca”.
Cerré los ojos, esperando lo inevitable.
Se inclinó para besarme tiernamente los labios mientras su gruesa verga comenzaba a presionar contra la entrada de mi vulva. Lenta pero firmemente, milímetro a milímetro, su enorme miembro me penetraba en un acto que rozaba la tortura medieval china.
Mi respiración entrecortada se detuvo por unos instantes mientras pensaba “¡Dios mío, eso está entrando dentro de mí…!».
En cuanto la cabeza de su pene entró, el interior de mi vagina comenzó a recibirlo, moldeando su anatomía al generoso diámetro del intruso. Ya un par de centímetros dentro, no pude contenerme más y grité.
Fue un grito, una mezcla de placer y deseo reprimido durante años.
Por fin, después de tantos años, una de mis fantasías más anheladas se hacía realidad.
Retiró ligeramente su verga, ya húmeda, y embistió con fuerza un par de veces, introduciendo una buena parte de su miembro. Grité en silencio, retorciéndome de placer en un torbellino de contracciones. Para la segunda embestida, todo su ser estaba dentro de mí, y la sensación de plenitud era indescriptible. No quedaba espacio dentro de mi vagina, que rebosaba de su negra hombría.
Las paredes de mi vagina lo abrazaron, aprisionándolo como un carcelero que atrapa a un prisionero para evitar que escape, y este acto produjo roces de fricción y descargas eléctricas que recorrieron mi cuerpo en un estado de frenesí.
Solo unos segundos más, y un orgasmo devastador me golpeó, aplastándome como un camión en la carretera. Clavé mis uñas en su espalda y grité fuerte mientras liberaba un cóctel de espasmos y contracciones. Sentí mi anillo vaginal palpitar, apretando y soltando su carne en breves ráfagas.
Fueron solo unos segundos en los que el placer de saberlo mío triunfó sobre el dolor de sus furiosas embestidas. Yacía jadeante, apretada contra su cuerpo, mientras él me acariciaba la cara con absoluta ternura.
Volví en mí después de unos minutos, y él, mirándome y sonriendo con la alegría de quien ha logrado su cometido.
Besó mis labios con ternura y sus movimientos comenzaron de nuevo. Su miembro, aún hinchado, reanudó sus aventuras dentro de mi cofre del tesoro.
Lo sentí de nuevo en todo su esplendor, entrando y saliendo a voluntad, aumentando gradualmente la velocidad. Las venas de sus sienes comenzaron a hincharse junto con las de su miembro, y con cada embestida, la dureza de su ser me arrancaba un jadeo de la garganta.
Comencé un rápido descenso hacia el final ya escrito.
Naim, por su parte, ya estaba perdiendo la compostura que había mantenido minutos antes, sus jadeos y gemidos crecían hacia una muerte inminente. El control que había ejercido sobre su pobre presa ya no era tan fuerte, y me permití disfrutarlo un rato. Tomé su cuello con ambas manos mientras bombeaba dentro de mí, y mirándolo directamente a los ojos, susurré
«Mamá quiere que mueras dentro mío».
Continuó sus embestidas rítmicas, ahora aceleradas, mientras sus manos, convertidas en garras, me aferraban las caderas con desesperación, permitiéndole hundir todo su ser en mí con cada profunda embestida.
Y finalmente llegó el momento…
Sentí su enorme verga hincharse aún más en una embestida final, y con un gemido, casi como un grito, se detuvo bruscamente.
Intentó salirse…
Lo sujeté con firmeza con mis piernas y brazos, aferrándolo con fuerza, y con un par de golpes de mis caderas, desaté su enorme eyaculación, mientras el orgasmo me invadía una vez más.
Gritó mudamente, intentando moverse
«¡Nooo! ¡Por favor!».
Pero era demasiado tarde.
El manto blanco de su semilla cubrió, en un desbordamiento copioso, toda la superficie de mi útero, y el calor de su semen se derramó en los pocos espacios restantes, inundándolo todo.
Éramos un mar de contracciones mutuas dentro de mí, donde su gruesa verga golpeaba contra la boca de mi cofre de la fertilidad, que se abría sumisamente a su amo.
Lo sostuve contra mi cuerpo, sin dejar que se moviera, hasta que murió lentamente…
Nos quedamos así al menos diez minutos, recuperándonos tras un rato de una batalla pocas veces vista.
Lo miré, tumbado encima de mí, exhausto por un orgasmo devastador, y no podía creerlo. Ese hombre que había atormentado mis sueños, el que tanto me intrigaba, ese chico negro de nombre raro, ese mismo… yacía muerto a mis pies después de darme el mejor orgasmo de mi vida. Le acaricié la cara con ternura; me sentí mejor que nunca. Era indescriptible.
Al rato, se levantó y, tras un par de besos preciosos, fue al baño. Estuvo fuera un buen rato, debo decir.
Cuando regresó, se tumbó a mi lado y, mirándonos, charlamos un rato.
Le dije que hoy, después de más de veinte años de matrimonio, había cumplido una fantasía que tenía desde la adolescencia: tener sexo con hombres negros.
Que tenía dos hijas, de 18 y 20 años, y un esposo.
Él me dijo que era originario de Senegal, de un pequeño pueblo llamado Ibel. Su familia no quería que se fuera, pero la situación económica era difícil para todos.
Y para colmo, tuvo una relación íntima con una mujer mayor, esposa de un granjero.
La religión islámica sunita les prohíbe tener relaciones sexuales antes del matrimonio, por lo que cayó en desgracia, incluso ante la justicia de su país, y por eso decidió emigrar.
Casi me muero cuando me dijo que solo tenía veintiséis años, yo apenas le llevo casi veinte.
Con un gesto de desagrado, me dijo que intentaba resolver este problema a través de su religión, adaptándose a nuestras costumbres. Dijo que, aunque el pecado de adulterio ya lo perseguía, creía que podía enmendar su pasado redimiéndose, al menos en el contexto del matrimonio.
Pero según su religión, solo podía «fecundar internamente» a su esposa. Me miró e hizo una mueca.
Entendí su mensaje. Le había impedido eyacular fuera y había arruinado sus planes. Me sentí culpable.
Tomé su rostro entre mis manos y le dije con dulzura que lo ayudaría, que no se preocupara.
Lo besé con ternura y fui a cambiarme. Se paró frente a mí y me preguntó:
«Dime, ¿qué hay de tu fantasía interracial?»
“Mi fantasía era que, siendo muy joven, adolescente, iba a una fiesta con mucha gente y, después de beber mucho, en una habitación de la casa, tenía sexo con unos hombres negros muy elegantes que estaban allí, jaja… algo así, una completa fantasía adolescente porque nunca había tocado a un hombre en ese momento”, le dije.
Me hizo un gesto para que esperara, salió de la habitación y regresó un minuto después. Me dio un beso fuerte en los labios, me quitó la tanga de las manos y me levantó en andas.
Me reí y dije
“¿Qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?”
Al salir de la habitación, me llevó en andas por un pasillo de la casa. Estaba oscuro y parecía interminable, pasamos un par de puertas más y llegamos al final. Me pidió que abriera porque tenía las manos ocupadas. Lo hice, y entramos en una habitación enorme que era un comedor. La cruzamos y, al doblar la esquina, tras otro paso, llegamos a una gran sala de estar con enormes sofás, coronada por una enorme alfombra de pelo largo y muchos cojines en el suelo. Una gran chimenea con una gigantesca pantalla LED coronaba la pared principal.
Era una sala de ensueño, apenas iluminada por luces tenues que le daban un ambiente tranquilo.
Me bajó sobre la alfombra, todavía completamente desnuda; no entendía nada. Desde la habitación contigua, vi a otros tres hombres negros salir en fila, vestidos con batas de felpa, y pararse frente a mí.
Naim me miró y, con una sonrisa, dijo:
«Nos ayudaste mucho en el casting y, como agradecimiento, hoy vamos a cumplir tu fantasía».
Mi cara de asombro debía ser enorme porque los hombres sonrieron al unísono.
Empecé a balbucearle tonterías a Naim
“Que no me esperaba algo así, que no estaba preparada para esto, que era una locura, que…bla, bla, bla…”.
“Además, estoy completamente desnuda delante de desconocidos”.
Inmediatamente, los tres tiraron sus túnicas al suelo, revelándome todo el arsenal que poseía este pelotón.
Mis ojos no podían abarcarlo todo… ¡Dios mío!
Tragué saliva con dificultad, miré a Naim, y me rendí dócilmente a ellos.
(Continuará…)