Capítulo 1
Nunca imaginé que un cambio de ciudad pudiera alterar tanto la manera en que miraba a mi esposa. Itagüí nos recibió con ese aire tibio y húmedo, propio del valle, donde el concreto convive con la montaña . Y allí, en lo alto de sus veinte pisos, Reservas del Sur se erigía como un mirador suspendido entre la rutina y algo más.
La compañía de construcción nos había contratado casi al mismo tiempo, una jugada del destino que nos unió en un nuevo principio. A mí, como arquitecto; a Marcela, mi esposa, como contadora.
Marcela estaba buena. No había otra forma más honesta de decirlo. Tenía unas piernas fuertes, carnosas, de esas que se notan incluso cuando camina despacio.
Su culo es más bien grande, con peso, con esas curvas que se marcan perfectamente en una falda ajustada y que te dan ganas de agarrarlo con ambas manos, de sentir su carne al apretarlo. Cuando se inclina, se forma ese hueco en la base de la espina dorsal que es una invitación directa a meter la mano, a recorrer esa línea hasta hundir los dedos en ella.
Los pechos siempre habían sido lo primero que me atrapó. No exagerados, pero llenos, bien puestos, con ese peso natural que hacía que cualquier blusa se tensara apenas. En el apartamento, cuando se quitaba el sostén al llegar del trabajo, el cambio en su postura era inmediato, como si su cuerpo respirara mejor. se mueven de una forma salvaje cuando la estoy follando Verlas rebotar mientras la penetro es una de las imágenes que más me excitan.
Tenía unos ojos de niña buena, grandes e inocentes, pero yo sabía que esa misma mirada la ponía cuando se arrodillaba y me pedía que le llenara la boca de leche. Y su boca, con ese labio inferior carnoso y perfecto… era un anillo hecho para mi verga. Verla ahí, serena, era como ver a una actriz porno justo antes de que empiecen a filmar. Sabes que en cualquier momento esa cara de angelito se va a transformar en la de una zorra jadeando, con los ojos perdidos y la boca abierta, pidiendo más.
Pensamientos
…Verla ahí, serena, era como ver a una actriz porno justo antes de que empiecen a filmar. Sabes que en cualquier momento esa cara de angelito se va a transformar en la de una zorra jadeando, con los ojos perdidos y la boca abierta, pidiendo más.
Y entonces me golpeó un pensamiento tan fuerte que casi me dobla. Qué jodidamente egoísta era yo.
Tenía a esta mujer, esta obra de arte perfecta, y la tenía encerrada. Solo para mí. ¿Quién más sabía cómo sus gemidos se volvían más agudos al final? ¿Quién más conocía el sabor de su piel después de que corría? ¿Quién más había visto esa mirada de sumisión absoluta en sus ojos mientras la llenaba?
Nadie. Y eso era un crimen. Era como tener una pintura de un genio y guardarla en un sótano oscuro. Esa boca, ese culo, esa manera de entregarse por completo… eran un regalo que el universo me había hecho, pero que yo estaba negándole al mundo. Debería ser compartida. Otros hombres deberían tener el privilegio de verla arrodillada, de sentir cómo aprieta con sus piernas, de experimentar el infierno y el cielo que es follársela.
El pensamiento me erizó la piel y me llenó de una rabia sorda, dirigida contra mí mismo. La estaba desperdiciando. Y por primera vez, la idea de verla con otro no me produjo celos. Me produjo un orgullo bastardo, la excitación enferma de saber que yo era el dueño de algo que todos los demás desearían poseer, aunque solo fuera por una noche.
Apartamento
La dejé en el balcón, con sus planos y su luz de atardecer. No dije una palabra. Me giré, entré en el apartamento y me despojé de la camisa, sentía la tela como una jaula. Un segundo después escuché que me seguía, sus tacones haciendo un sonido rítmico y seguro en el parqué.
«¿Qué pasa?», preguntó.
Me volví hacia ella. La agarré de la nuca con más fuerza de la necesaria y la besé. No fue un beso de amor. Fue un mordisco, una declaración de intenciones. La respuesta de Marcela fue instantánea. Su cuerpo se relajó y se entregó, sintiendo la ferocidad bruta que me consumía. La empujé hacia la pared del pasillo, el impacto le sacó un pequeño jadeo de la boca. Con un solo movimiento, levanté su falda y rasgué su tanga de encaje, que cayó inerte a mis pies.
La estaba viendo, realmente viéndola, como si fuera la primera vez. Y mientras la penetraba de una sola vez, hundiéndome hasta el fondo en su calor, el pensamiento volvió, más claro y más sucio que nunca. Me la estaba follando, sí, pero en mi cabeza, ya no estaba solo yo. La estaba follando contra la pared para que la viera todo el mundo. La estaba partiendo en dos mientras imaginaba a otro hombre, a dos, a tres, observando desde la esquina, con las vergas en la mano, deseándola como yo la deseaba.
Cada embestida era una posesión. Cada uno de sus gemidos era la banda sonora de mi fantasía. Le apreté la cadera con una mano, obligándola a arquear la espalda, y con la otra le agarré el pelo, tirando de su cabeza hacia atrás para que me mirara.
«¿Te gusta?», le dije al oído, sin dejar de moverme, una bestia dentro de ella. «¿Te gusta que te folle así?». Sus ojos estaban cerrados, la boca abierta, incapaz de formar palabras.
«Imagina…», seguí, mi voz un rugido bajo. «Imagina que no soy solo yo. Imagina que hay una fila de hombres esperando su turno para usarte, para cogerte como te estoy cogiendo ahora».
Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de un pánico y una excitación que la hicieron vibrar sobre mi verga. Esa imagen, ese terror placentero en su rostro angelical, fue lo me empujó al límite. Sentí cómo sus piernas temblaban, cómo su interior se contraia descontroladamente. Y en ese preciso instante, mientras mi fantasía explotaba en mi cabeza, corrí dentro de ella, llenándola, marcándola como mía una vez más.
Si le gusto este primer capitulo para mi es muy importante sus comentarios y tambien que me digan como desearían que continue este relato, tambien me puede escribir al correo xxxelrelator@gmail.com