Capítulo 2
- Nahuel el amigo de mi hijo
- Nahuel el amigo de mi hijo II
Nahuel el amigo de mi hijo II
Tarde soleada, hermosa, bien de primavera.
Volvía caminando del gimnasio hasta casa, hoy no había ido en el auto.
Pensaba que esta semana por causa de los exámenes de la universidad no había tenido oportunidad de verlo a Nahuel.
Y digo verlo, porque ni siquiera anduvo por casa con mi hijo Javier después de cursar, ni se han juntado para estudiar alguna materia.
Tuve la breve sensación de extrañarlo, al parecer ya me había acostumbrado a gozar de su cercanía y sus “beneficios”.
En estos últimos dos meses nos hemos consumado como amantes y bastante frecuentes.
Casi podría decir que desde la vuelta de las mini vacaciones, salvo por algunos lapsos, hemos tenido encuentros amatorios al menos una vez por semana, y no encontrarme o al menos verlo, ya me hacía extrañarlo.
Nunca me había pasado antes, al menos hasta hoy.
Pensé tal vez esta cuestión hormonal de la menopausia me tiene sensible, no sé, lo extraño.
Cabe destacar que este año he empezado con todo este tema hormonal del cambio, me estoy volviendo vieja al parecer acercándome a los cincuenta.
Me agarran calores en los lugares en que menos debieran agarrarme, como por ejemplo en medio de una junta de trabajos con los directivos, yo de precioso “tailleur” hermosamente vestidita y transpirando como un marinero caribeño en plena faena.
Es incomodísimo.
También me ha pasado ver una sentimental película de mierda y llorar como en el peor de los dramas.
Mi esposo y mi hijo mirarme incrédulos preguntándose
“que le pasa a esta? “jaja.
En la última consulta con la ginecóloga, me dijo que tuviera presente y cuidara mis relaciones porque el desorden hormonal hace que la menstruación y la ovulación se produzcan en cualquier momento y sin síntomas de aviso previo.
Naaaa es terrible, no se lo recomiendo a ninguna, aunque inexorablemente les va a ir pasando por más que yo no quiera.
Llegué a casa y transpirada como estaba, corrí a ducharme.
Mientras me enjabonaba, oí voces abajo.
Supuse que mi marido había llegado con visitas.
Salí del baño y fui a cambiarme. Me puse algo sencillo, una camisola holgada, unos pantalones Capri sueltos y anchos y sandalias.
Como ropa interior, solo llevaba una tanga finita.
Me sorprendí al bajar y encontrarme con el dúo «quilombo» en la cocina, mi hijo Javier y su amigo Nahuel.
Mi corazón, como el de una adolescente que entra en su fiesta de cumpleaños, empezó a latirme con fuerza.
Se me iluminaron los ojos al ver a Nahuel, y sospecho que mi cara debió reflejar lo mismo porque Javier, mirándome, me preguntó
“Mami porque tenés esa cara de pelotuda?”
Estallé en una carcajada, y riendo corrí a abrazar y apretujar a ambos.
Debo confesar que el ardid fue para poder abrazar a Nahuel a decir verdad, lo necesitaba cerca.
Los mimoseé, los besé y pellizqué como suelo hacer siempre, ambos con cara de “uhh que pesada esta mujer” miraban como resignados a la madre que les tocó en suerte.
“Quieren que les prepare la merienda?” dije contenta
“No, mamá, tenemos que ir a buscar a José, nos espera”, respondió Javier, y añadió
“Me cambio y nos vamos”.
Javier subió las escaleras en busca de su dormitorio y yo, ni lerda ni perezosa, fui al lado de Nahuel quien me miraba sonriendo.
Me acerqué a él, mirándolo fijamente como un gato que conoce a su presa. Una vez junto a él, agarré suavemente su pene por encima de sus pantalones y abriendo un poco los míos, para mostrarle mi efímera tanga, le susurré al oído:
“Te extraño mucho, ¿sabes?”.
No terminé la frase que su boca buscó la mía en un segundo, nuestras lenguas trazaron una danza mínima pero consistente en roces bucales. Y sentí al unísono sus manos entrar, una en el valle de mi entrepierna y la otra, pellizcar suavemente uno de mis pezones a través de la sugerente tela de la camisola.
Me prendí fuego… lisa y llanamente….
Lo miré y susurré despacio
“sos un hijodeputa porque ahora te vas y me dejas así”
“Ya te voy a hacer mierda cuando te agarre…”
Se rió y me besó en la mejilla, diciendo:
«Gracias mamá, yo también te quiero».
Javier ya estaba en los últimos escalones de la escalera. Me hice a un lado y lo oí decirle a su amigo:
«¿Vamos?».
Ambos me besaron y se fueron.
Yo era una brasa ardiente en medio de la cocina… y completamente sola, como una loca.
Bebí media botella de agua fría de la nevera para ver si apagaba un poco el fuego, y lo hizo, poco a poco
Luego del fin de semana la rutina siguió como es su costumbre, el trabajo, la casa, los quehaceres domésticos, el gimnasio y por supuesto…” mis calores” siempre presentes y en los momentos más inoportunos.
Era jueves de tarde y estaba preparándome para ir al gimnasio, cambiándome en el baño me miro en el espejo aún semidesnuda y noto que mis pechos estaban más inflados, con sus pezones algo sensibles al roce del corpiño.
Sentía además una breve presión en mi pubis a la altura de mi útero y tenía un leve dolor de cabeza.
Parecida situación a cuando ovulaba en mi adolescencia, pero con todos estos cambios supuse que sería el inicio de unas de mis últimas menstruaciones, hacia tres meses que no me venía.
“Ojalá así fuera…” pensé
Salgo y me voy, no quise ir en el coche para volver caminando de nuevo.
En medio del trayecto siento que alguien a mi paso me chifla y me grita
“oye guapa, donde vas tan hermosaaaa?”
Dispuesta a putear al desubicado levanto la vista y veo a Nahuel riéndose a carcajadas dentro de un taxi.
Lo miro sorprendida y digo
“qué hacés?”
Me mira haciendo un gesto para que me acerque. Me acerco al coche y lo oigo decir:
«¿Vamos?».
Y sin dudarlo, me subí al coche y nos fuimos. Nahuel le da una dirección al taxista.
Dejé pasar unas cuadras para alejarnos y ahí sí, le estampé flor de beso de lengua que traía guardado hacía varios días.
Me abraza y me dice
“te extrañé mucho”
“Yo más que vos” le dije riendo
Paramos en la dirección indicada, una calle donde creo, jamás he pasado. Bajamos lo miro a Nahuel y le pregunto
«¿Qué hacemos aquí?».
Me responde
«Es un monoambiente de un primo que está de viaje. Me dejó la llave y me pidió que le cuidara las plantas de vez en cuando».
«¡Alabado sea tu primo! ¡Jajaja!», exclamo.
Entramos, tomamos el ascensor y pasamos al apartamento.
Antes de que pudiera cerrar la puerta con llave, lo tenía acorralado contra ella, besándolo apasionadamente.
Me agarró por la cintura y me subió a la mesada, colocándose entre mis piernas.
Respondió a mis besos con el mismo fervor, sus manos recorriendo desesperadamente mi espalda.
Al instante me quitó la camiseta y el sujetador deportivo, y empezó a besarme los pechos, mordiéndome suavemente los pezones.
Grité desesperada, un poco de dolor y otro de placer, mientras lo apretaba con las piernas.
Le susurré al oído:
“te extrañé tanto mi amor, no te das una idea…”
“Lo sé, por eso estoy acá” me dice y me besa con toda la ternura posible.
Me toma de las piernas y de frente a caballito me lleva a la cama, Caemos uno encima del otro, y desde arriba, me besa apasionadamente los pechos y el vientre, mientras gimo de placer al rozar sus dulces labios.
Me mira desde la altura de mi pubis, sonríe.
Lo miro fijamente y pienso, este muchacho no puede volverme tan loca como lo hace, estaré enamorada de él?
Nahuel me quita los pantalones y la tanga. Abro las piernas, él hunde su boca en mi sexo, y en ese mismo instante, empiezo a morirme lentamente…
Antes de acabar, le digo que pare, que quiero disfrutarlo un rato. Le doy la vuelta y me subo encima. Se ríe. Jugamos un rato, le quito la remera y se desnuda.
Tumbada en la cama, arrodillada entre sus piernas, contemplo su increíble y carnosa anaconda. Sonrío y la acaricio suavemente con la mano.
Como un cachorro mimoso, su verga reacciona, hinchándose. La miro fijamente, extasiada.
Con la mano, aprieto firmemente la base bajo sus testículos. Gime, y sigue endureciéndose.
Lo levanto con una mano y trazo arabescos en su parte inferior con la punta de la lengua. Veo que a Nahuel se le eriza la piel. Mordisqueo el glande con los labios y trazo con picardía el frenillo con la punta de la lengua.
Jadea, implorando clemencia. Tomo su glande con la boca y le doy un par de fuertes chupadas. Grita, suplicándome que pare…
“ah pequeño, que pasa? Hacéte el guapo ahora?” digo riendo con ganas.
Me dejo caer encima de él y, tomando su rostro, le beso tiernamente la boca, mordiéndole lentamente los labios, y él responde.
Me tiro a su lado y lo abrazo. Se gira y, mirándome de frente, nos abrazamos, acariciándonos.
En medio de este torbellino, siento que mis ovarios están a punto de reventar. No duelen, pero tienen esa sensación de hinchazón, un aguijón constante.
Pienso, «¿Me estará bajando la regla?”
Le pido a Nahuel que se suba encima de mí.
Se coloca entre mis piernas, sin parar de besarme. Me separa las piernas con las manos, las levanta y desliza los brazos por debajo. Me quedo con las piernas sobre los hombros, pero a medio camino entre sus brazos, completamente indefensa.
Con la punta de su pene, separa sutilmente los labios de mi vagina. La asoma por encima de mi pubis, y veo un pequeño montículo de flujo blanquecino, como crema de leche, sobre su brillante punta.
Riendo, me mira y dice con picardía
«En el barrio, a eso le llamamos tener un buen ‘queso’ «, y se echa a reír a carcajadas.
Sin poder contener la risa ante su comentario, le digo:
«Hijo de puta, es una falta de respeto, podría ser tu madre, jajaja».
«Susana, mi madre, debe ser igual de puta que tú, jaja», dice, y añade: «Te quiero infinitamente, má».
Me muerdo el labio en señal de fascinación y siento que empieza a empujar dentro de mí.
Suspiro y me dejo llevar.
Entró lento y sostenidamente, con absoluta autoridad, dejando bien en claro que hoy mandaba él en esa posición.
Me entregué simplemente a disfrutarlo, su contacto carnal era estremecedor.
Podía sentir cada centímetro de su herramienta penetrándome.
Cada embestida de su potente verga me provocaba un escalofrío y un suspiro en el pecho. Sentí la potencia de su forma cilíndrica contra las sensibles paredes de mi vagina, su rugosidad y firmeza estaban presentes en cada movimiento, dominándome.
En medio de este fervor, me miró a los ojos y dijo:
«Má, estás ardiendo por dentro, casi diría que me quemas».
Hice una mueca, “es lo que vengo sintiendo desde hace unos días” agregué
Aceleró el ritmo, su miembro ahora se deslizaba dentro y fuera de mí casi a voluntad. Lo único que podía hacer era apretarlo con mi sexo; algo más que eso era, técnicamente, imposible.
Me lo recordaba constantemente y me dejaba claro quién tenía el control.
Continuó así unos segundos más y no pude contener el aluvión de espasmos que fue mi orgasmo.
Gritando, me corrí en un clímax devastador, muriendo en contracciones eléctricas que recorrieron todo mi ser. Temblaba, balbuceaba incoherencias, con los ojos en blanco, perdidos entre mis párpados superiores.
Por el rabillo del ojo, lo vi disfrutando de mí; sonreía, observando a su «mamá» retorcerse en contorsiones espasmódicas.
Recuperé la calma y, en ese instante, pude apreciar su belleza sobre mí. Sin duda, estaba enamorada de este joven semental, era un Adonis sensual.
Al ver que mi orgasmo había pasado, la lucha siguió de nuevo, ganando ritmo y cadencia, acelerándose gradualmente.
Lo sentí penetrar profundamente en los confines de mi paraíso sexual, golpeando con insistencia mi útero como alguien que suplica que le abran la puerta.
Las venas de su rostro y cuello comenzaron a hincharse gradualmente, mientras establecía el ritmo, hacia un final estoico.
Se apartó levemente de mi cuerpo y me agarró los tobillos, manteniendo mis piernas en alto.
Mi único contacto con él era a través de mis tobillos y sus manos, y dentro de mi canal vaginal, donde el infierno se intensificaba sin parar.
El aumento rítmico y progresivo de las embestidas resonaba en sus caderas, que comenzaron a golpear mis nalgas con creciente fuerza.
Con cada embestida, se oía un fuerte «plaf”, lo oí gemir desesperadamente, y el «plaf» inicial se convirtió de repente en un «plaf plaff plaff… plaff».
Aceleró el ritmo y me dio una paliza como pocas veces había experimentado.
Grité con fuerza y, de repente, se detuvo en lo más profundo de mí.
Las paredes de mi canal vaginal fueron testigos silenciosos de una contracción sin precedentes, que arrancando un sonido gutural de su garganta desencadenaron el inicio de una inmensa eyaculación.
Mi santuario privado, ese espacio íntimo dedicado exclusivamente a la procreación, estaba siendo profusamente regado por una cálida lluvia de vida.
Tres o cuatro espasmos más se sucedieron, y la quietud envolvió nuevamente al monoambiente.
En ese preciso momento, me asaltó la duda de si los dolores que había experimentado estos últimos días se debían a mi inminente regla o si mi ovulación me estaba jugando una mala pasada, aprovechándose de mi confusión.
Mi corazonada se orientaba para el lado que la veterana yegua madre se iba a ir del monoambiente fértilmente inseminada por el joven potrillo.
Sea cual fuere, era tarde.
Rodeé con mis piernas al extinto Nahuel y tirado sobre mí, lo mimé con amor durante un buen rato.
Nos repusimos al desastre. Nos lavamos y cambiamos, agradecimos al primo gentil que nos permitió armar un nido de amor momentáneo.
Y nos fuimos en un taxi.
Bajé a la altura del gimnasio y me fui caminando a casa para no levantar sospechas. Me dolía todo el cuerpo.
Debo decir que seguí experimentando varios síntomas a lo largo de la semana, de hecho, había empezado a sentir algo de pesadez en las caderas y los senos, y un ligero dolor de cabeza.
Sin más que hacer, decidí comprar una prueba de embarazo para ver qué decía.
Como estaba sola en casa sin nadie cerca, me desvestí para ducharme y aproveché para orinar y probar el test.
La mojé y la dejé en el armario mientras me duchaba tranquilamente.
Después de secarme, me acerqué al armario con un cosquilleo nervioso en el estómago. Me armé de valor, cogí la tableta y la miré, a fin de cuentas, a tenía que verlo.
Dos rayitas.
Embarazada hasta la médula…
Respiré profundo y guardé el test en un lugar donde nadie lo encontrara.
Si bien era cierto que este era el mayor acto de amor que podía tener con Nahuel, un hijo suyo en mis entrañas, sin dudas debía abortarlo si quería seguir teniendo una familia y tener a él como amante.
Sin más, organicé una cita para ver a la ginecóloga.
Y pensé…
“¡Hay que joderse!
Estas son las posibles consecuencias de jugar al límite con un joven semental reproductor…”
Jamás imaginé que a mis cuarenta y ocho años la vida fuese a sorprenderme con la oportunidad de tener un hijo…
Vaya sorpresa y oportunidad me dio este muchacho!!