Me acababan de dar las llaves de mi nuevo departamento, era una nueva experiencia, el vivir solo en una ciudad diferente y con un nuevo trabajo que me brindaba las oportunidades de desarrollarme profesionalmente, sin embargo no estaba del todo contento, ya que había dejado atrás a mi familia, mis amigos, y muchos recuerdos, pero dispuesto a instalarme ya en ese lugar.

Había buscado expresamente un apartamento amueblado para ahorrarme largas horas del trabajo de ponerlo a punto, así pues con una intensa sesión de limpieza y la posterior tarea de colocar mis cosas en su sitio, estaría perfectamente habitable.

Estando ya en el piso, me coloqué un delantal y me puse manos a la obra.

En ese instante sonó el timbre de la puerta y con la escoba y un trapo en la mano y con mi poco atractivo atuendo me dirigí a abrir.

No sé por qué, esperaba encontrar la típica vecina, cincuentona, gorda y de malos modales; pero solo acerté en lo primero, eran vecinas, sí, pero jóvenes, guapísimas, una rubia y una morena.

Vaya!, ja ja ja, un poco tímido, no? ja ja ja.

En ese momento mi descarada interlocutora hizo un ademán con intención de introducirse en mi casa.

Más apabullado que nunca por la más que aparente desfachatez de las vecinas, no supe evitar que entraran y cuando ya estaban a medio pasillo llegando a la sala, una de ellas soltó entre risas:

– ¿No nos vas a ofrecer una copa? –

Empezaba a irritarme su tono burlón pero, mi endémica incapacidad por imponerme con las mujeres, no me permitía comportarme con la suficiente agilidad dialéctica como para contrarrestar su, digamos, poca vergüenza.

Así que, rebuznando entredientes me dirigí a la cocina dispuesto a ver que podía ofrecerles a mis dos «BUENAS» vecinas. Recordé que acababa de comprar una botella de tequila junto con algunas cosas para comer.

– ¿Qué les parece un tequila? es lo único que tengo – grité desde la cocina Está bien pero, ¿porqué no vienes aquí con nosotras y también te tomas uno? Dijeron.

Teniendo en cuenta lo buenas que estaban, me olvidé de su tono burlesco por un momento y, con una sonrisa ridícula de hombre que se cree triunfador e irresistible, me quité el delantal, dejé mis trastos de limpieza y me dirigí con la botella y los tres vasos al salón.

Ellas estaban ya sentadas en el sofá y me miraban con su permanente sonrisa cínica. Me senté en una silla ante ellas y serví las copas.

Empezamos entonces una curiosa charla que se prolongó durante un largo rato.

Empezaron interesándose por quien era yo, a qué me dedicaba, porqué había dejado la capital para ir a provincia, etc., sin embargo rápidamente comenzaron a sacar esa alegría característica de los veracruzanos, así que entre la charla iban intercalando comentarios burlones.

Durante la charla fuimos rellenando nuestras copas repetidamente, cosa que hizo que perdiera todavía más mi dignidad y que ellas empezaran a provocarme mediante sus comentarios, ahora subidos de tono.

Eso me hacía enloquecer sus palabras me estaban calentando a cada momento, mientras ellas empezaban con risitas y pequeños toqueteos.

En el momento menos esperado y aprovechando una pausa que había tenido lugar en la conversación, una de ellas se levantó, me empujó hacia un sillón que estaba al lado del sofá y sin decir palabra se arrodillo ante mi, desabrochando mi bragueta para liberar a mi ya ansioso miembro que se encontraba aprisionado.

Así, de un momento a otro ya se encontraban las dos jugando con mi pene , que estaba a punto de explotar.

Yo estaba absolutamente anonadado, mudo y sin capacidad de decisión, me tenían completamente en sus manos, así que lejos de ofrecer resistencia, facilité que terminaran de bajarme los pantalones, así tuvieron mas libertad.

La rubia se apoderaba con su boca por completo de mi glande, mientras la morena empezó a acariciarme mis testículos con la punta de sus dedos moviéndolos y cosquilleándolos a la vez que me miraba a los ojos.

Para facilitar las cosas, levante a la morena para plantarle un vigoroso beso.

El manoseo no tardó en llegar, le quitaba toda su ropa, mientras la rubia continuaba con su labor sobre mi pene. Ya nos aguantaba mas tenia que descargar toda esa pasión que hasta el momento tenia contenida.

Propuse cambiar la posición, por lo que ante el candor de mis vecinitas no se opusieron.

Me levante y coloque a la rubia, que aún estaba hincada en el piso, flexionada sobre el asiento del sofá e hice que la morena se sentara en el respaldo del mueble, arriba de su amiga, de frente a mi, con las piernas abiertas.

Finalmente estaba entrando en la rubia, mi pene se apoderaba de ese lindo coño, apretado, conforme me abría paso, me llegaban deliciosas oleadas de placer, de todo tipo de placer.

Del placer físico, ese que bondadoso premia nuestra carne, y del placer mental, el que nos eleva al trono de la satisfacción..

Mientras arremetía sobre la rubia, acariciando sus senos, que arrogantes y agradecidos se erguían en su honor. Mi boca se dedicó a la otra, la lengua recorría cada recoveco del su entrepierna, y por momentos se apoderaba de su clítoris.

De pronto sentí como mi boca era invadida por deliciosos jugos que salían de esa morena conchita, mientras que un grito de placer recorría la habitación y sentí la inevitable presión que sus muslos ejercieron sobre mi cabeza.

Esa situación fue determinante para no resistir más y arremeter con fuerza sobre la rubia que también gemía.

Pensé en descargarme sobre la boca de las dos, sin embargo la rubia fue un poco celosa y con ese precioso culo me aprisionó para evitar que me saliera de ella.

Así que sin hacerme más del rogar vacíe toda mi carga en su vagina, que ante tal cantidad no resistió y dejo escapar un ligero hilo de liquido.

Permanecimos reflexivos por algunos instantes.

Esa era la mejor recibida que las «BUENAS» vecinas me habían podido dar, además de que ese solo era e principio de una larga estancia en el edificio.