Capítulo 4
El sol se filtraba débilmente por las ventanas de la cabaña, pero el ambiente estaba más denso que la noche anterior. Lucas no había dormido. Había pasado la noche en la sala, con el deseo ardiendo bajo el velo de la frustración controlada.
Helena salió del dormitorio vestida con una lencería de seda negra que cubría sus grandes pechos y sus nalgas, y encima, una bata de satén a juego. El atuendo era una declaración. Ya no intentaba fingir ser solo una madre; era una mujer que negociaba su deseo. Su cabello estaba suelto y su rostro, aunque agotado, tenía una determinación férrea.
Lucas estaba en la cocina, preparando café. Se había puesto unos vaqueros y una camiseta, su cuerpo tenso bajo la ropa.
—Siéntate, Lucas. Tenemos que hablar con las luces encendidas —dijo Helena, sentándose en la mesa, pero manteniendo la bata cerrada.
—Anoche me demostraste que puedes ser racional, y que eres paciente —comenzó Helena, tomando una respiración profunda—. Pero también me demostraste que la atracción no va a desaparecer. Yo ya no voy a negarla. Pero no podemos permitir que esto nos destruya.
—¿Y cuál es la solución, mamá? —preguntó Lucas, su voz baja y controlada.
Helena lo miró directamente a los ojos, su confesión era de una audacia asombrosa.
—La solución es que no vamos a detener el contacto. Pero vamos a redirigirlo. Lo vamos a limitar a momentos de “ayuda” o “necesidad”, donde el contacto físico es la recompensa, no la regla. Y siempre bajo mi control.
Lucas asintió, entendiendo la nueva regla del juego. El contacto físico era ahora una recompensa negociada, no un impulso.
—¿Y cuáles son las condiciones para que yo gane la recompensa, mamá?
—Dos condiciones —dijo Helena, deslizando un papel hacia él—. Uno: Tienes que ayudarme con mis tareas físicas, como la jardinería o el mantenimiento. Dos: Tienes que demostrarme que estás siendo un estudiante serio. Por cada hora de estudio concentrado, recibirás diez minutos de contacto controlado.
Lucas sonrió. El juego de la lógica continuaba. —Acepto. Pero quiero que el “contacto controlado” tenga una progresión.
—De acuerdo. La primera tarea es inmediata —dijo Helena, levantándose y desatando la cuerda de su bata, dejando la lencería de seda a la vista. Lucas tragó saliva—. El jardín necesita riego. El grifo está atascado y es muy difícil de girar. Necesito que me ayudes.
Helena se dirigió a la puerta. Lucas la siguió. La tarea era simple, pero Helena la convertiría en un nuevo escenario de intimidad.
El grifo atascado estaba en un rincón estrecho del jardín, entre un arbusto y la pared de madera de la cabaña.
Helena se arrodilló, su bata de satén abierta revelando sus muslos y piernas desnudas bajo la lencería. Ella intentó girar el grifo sin éxito.
—Está muy duro, Lucas. Necesito tu fuerza —dijo Helena.
Lucas se arrodilló justo detrás de ella. La proximidad era total. Su rostro estaba a centímetros de las nalgas cubiertas de seda de su madre. La bata de satén de Helena se deslizó ligeramente, revelando un borde de la piel de su nalga bajo la fina tela.
—Tienes que usar toda tu fuerza, Lucas. Pon tus brazos sobre los míos, uno encima del otro, y haz palanca.
Lucas colocó sus manos sobre las manos de Helena, que ya estaban sobre el grifo oxidado. El contacto era forzado y controlado. Pero Lucas aprovechó la proximidad y la necesidad de “fuerza”.
—Necesito más apoyo, mamá. Vas a tener que apoyar tu cuerpo contra el mío para hacer más palanca.
Helena, con el deseo de terminar la tarea, cedió. Ella presionó su espalda y sus nalgas contra el cuerpo de su hijo. Lucas sintió el contorno de sus nalgas firmes a través de la seda. Su respiración se aceleró.
Lucas giró el grifo con una fuerza innecesaria, manteniendo la posición de contacto total. El agua comenzó a fluir, pero Lucas no se movió.
—Ya giró, Lucas —murmuró Helena, sintiendo el calor de su cuerpo detrás de ella.
—Sí, pero necesito asegurarme de que no se vuelva a atascar —dijo Lucas, manteniendo la presión.
Helena, sintiendo la tensión, sabía que Lucas estaba abusando del trato. Pero ella no lo detuvo. El contacto era demasiado placentero, demasiado real.
Cuando Lucas finalmente se apartó, Helena se levantó rápidamente, su cuerpo temblando. Habían establecido la primera regla: la “ayuda” es el nuevo pretexto para el contacto íntimo.
Helena se había compuesto rápidamente, cerrando su bata de satén. Regresaron al salón, y Helena, con una seriedad que apenas cubría su nerviosismo, señaló el reloj.
—Has cumplido con la ayuda física. Ahora, Lucas, demuestra que estudiaste una hora esta mañana.
Lucas asintió, presentó su libro de apuntes con explicaciones detalladas y diagramas limpios de la teoría de conjuntos.
—Aquí está mi hora de estudio concentrado, mamá. La lección está aprendida y resuelta —dijo Lucas, con la calma de un negociador.
Helena revisó el trabajo con una minuciosidad que era pura fachada. El esfuerzo era impecable.
—Muy bien, Lucas. Has cumplido con la segunda condición. Tienes diez minutos de contacto controlado.
Helena se sentó en el sofá, desatando lentamente la cuerda de su bata de satén. El satén se abrió, revelando el conjunto de lencería de seda negra que cubría sus grandes pechos y sus nalgas firmes. Era una invitación y un límite al mismo tiempo.
—Los diez minutos empiezan ahora. Puedes tocarme sobre la lencería —dijo Helena, su voz era un hilo seductor.
Lucas se acercó y se arrodilló frente a ella, mirando su cuerpo expuesto. Diez minutos de contacto en la lencería no eran suficientes.
—Mamá, eso no es progreso. La atracción es lo prohibido y lo oculto. Si el contacto controlado no avanza, la obsesión no desaparece.
Lucas se inclinó hacia ella, su aliento en su oído. —Mi propuesta es: por esta vez, en lugar de solo tocar la seda, dame un minuto de caricias directamente sobre la piel que está expuesta, y a cambio, mañana estudiaré dos horas.
Helena se mordió el labio. La lencería de seda era su última barrera semi-racional. La piel expuesta era rendición. Pero la promesa de dos horas de estudio, y la necesidad de satisfacer el deseo que ardía en su propio cuerpo, era demasiado fuerte.
—Solo en las áreas ya expuestas. Y solo un minuto, no un segundo más. Y quiero una explicación detallada de por qué este contacto ayuda a tu concentración.
—Trato hecho —dijo Lucas, sabiendo que el “por qué” era la excusa perfecta para intensificar la intimidad.
Lucas no perdió un segundo. El cronómetro mental comenzó.
Lucas se sentó a su lado y, con una lentitud deliberada, levantó el borde de la bata de satén que cubría sus muslos. La seda negra de la lencería terminaba en el muslo interno de Helena, dejando una amplia franja de piel suave y firme expuesta. Lucas posó su mano con suavidad inicial, y luego la apretó con firmeza.
Su mano grande y caliente se hundió en la suavidad de la piel de su muslo, acariciando hacia arriba, hasta el borde de la braguita de seda.
Helena dejó escapar un jadeo tembloroso. El contacto directo de la mano de Lucas sobre la piel de su muslo, tan cerca de su intimidad, provocó una punzada de placer que la hizo temblar. Ella separó las piernas apenas un milímetro, un reflejo inconsciente de aceptación.
Lucas retiró la mano del muslo, trasladando su atención al torso desnudo de Helena, visible por el amplio escote de la lencería y la bata.
Su dedo se posó suavemente sobre la piel del pecho superior de Helena. Lucas se inclinó hacia ella, su boca a centímetros de su oído, y susurró su “explicación”. —La concentración requiere liberar la tensión, mamá. Y tu escote tiene la mayor tensión. Si acaricio y beso esta piel, libero la presión. Así mi mente se puede concentrar en los libros.
La lógica perversa era irresistible. La piel de su cuello y pecho se erizó bajo el toque suave y el aliento caliente de su hijo. Ella sintió un calor intenso subir por su garganta. Ella cerró los ojos, inclinando la cabeza hacia un lado, exponiendo más su cuello y el borde del gran pecho al contacto.
Lucas sabía que el tiempo se acababa. En lugar de parar, Lucas utilizó su última audacia. Su dedo, que acariciaba su pecho, se deslizó bajo el borde del encaje del sostén, tocando por un instante la piel desnuda en el pliegue de su seno.
Retiró el dedo inmediatamente, justo antes de que se cumpliera el minuto, manteniendo su promesa al límite.
El contacto fugaz con la piel de su seno la hizo gemir fuerte y profundo. Abrió los ojos, su respiración completamente irregular. El placer había sido agudo, dejando su cuerpo en un estado de shock placentero.
—Se acabó el minuto —dijo Lucas, con la voz apenas controlada, pero la calma regresó a su rostro. Se levantó y cerró su bata, protegiéndose de la vista.
Helena estaba devastada por el deseo. —Vas a estudiar dos horas seguidas. Y la próxima recompensa será negociada en ese momento —dijo Helena, luchando por la autoridad.
—Trato hecho, mamá. Y ahora que mi mente está “liberada”, voy a empezar ahora mismo —dijo Lucas, retirándose.
Helena se quedó en el sofá, sintiendo el calor de las caricias de su hijo en su piel. El contrato de la prohibición estaba llevando a la intimidad a niveles cada vez más peligrosos
La lógica retorcida que Helena había iniciado para “desensibilizar” el deseo de Lucas había estallado. El Contrato de Proximidad era ahora solo un pretexto para una intimidad cada vez más desbordante, donde el estudio y el deber físico servían únicamente para negociar la próxima rendición.
Lucas cumplió meticulosamente su promesa de estudiar durante dos horas completas. Se sentó en la sala, sus ojos fijos en los conceptos de funciones, pero su mente estaba programada para la recompensa, sabiendo que el activo de la negociación se había duplicado.
Helena lo esperaba. Se había quedado en la lencería de seda negra bajo la bata, una silueta que actuaba como el constante recordatorio del límite que ella misma había dibujado y estaba a punto de borrar.
Cuando Lucas se levantó, su expresión era la de un estratega.
—Dos horas completas, mamá. El doble de esfuerzo merece una progresión. Si la recompensa se estanca, la obsesión no se disipa; solo se aburre. Mi mente necesita un incentivo que ya no tenga tabúes. —La voz de Lucas era firme, un susurro ronco cargado de exigencia—. Quiero diez minutos de besos profundos y prolongados en la boca mientras mis manos exploran tu torso y tus grandes pechos por encima de la lencería. Tú te mantienes quieta, y así la unión de la atracción y la culpa se disuelve.
Helena sintió el pánico mezclado con una intensa oleada de excitación. Diez minutos de pasión deliberada era una condena.
—Diez minutos es demasiado. Solo si me demuestras que el concepto de Intersección de Funciones es lo que une el estudio y el deseo. —Helena buscaba una última defensa racional.
Lucas se acercó y le susurró la explicación al oído, el aliento cálido intensificando la lujuria: “La Intersección representa el conjunto de valores que satisface ambas condiciones. Aquí, es lo que une mi necesidad de concentración con tu necesidad de liberación. El beso profundo, combinado con el tacto, es el elemento común que libera la tensión en los dos.”
Helena asintió, derrotada por su propia lógica.
Helena se sentó en el sofá, su bata de satén deslizándose hasta el suelo, revelando completamente el cuerpo cubierto por la seda negra. Lucas se sentó a su lado, la proximidad tan intensa que el aire entre ellos vibraba.
El beso fue inmediato y abrumador. Lucas no dio espacio a la duda; su boca se abrió sobre la de ella con una urgencia que reclamaba posesión, su lengua explorando cada rincón. Helena no pudo mantenerse quieta; ella respondió con una necesidad salvaje, sus manos aferrándose al cabello de su hijo.
Mientras sus bocas se unían en un baile febril, la mano derecha de Lucas se deslizó bajo el escote de la lencería, aterrizando sobre el suave pero firme tejido que cubría sus grandes pechos. Comenzó a amasarlos suave y firmemente, sintiendo el volumen pesado bajo sus palmas. Sus dedos rodearon la base de su seno, levantando ligeramente el busto, mientras el beso se hacía más desesperado. La otra mano de Lucas descendió por el costado de Helena, acariciando la piel suave hasta el borde de su abdomen plano, justo por encima del contorno de la braguita de seda.
Helena arqueó su espalda, intensificando la presión del contacto. Sintió un temblor profundo en su centro, la seda mojada por la humedad de su deseo.
Lucas rompió el beso solo para descender con sus labios hasta el cuello de Helena, besando con avidez el borde de su escote. Al mismo tiempo, deslizó su mano por el muslo desnudo, bajo el borde de la lencería. Su pulgar se acercó peligrosamente al borde de su intimidad, rozándolo sin tocarlo directamente. El gemido que escapó de la boca de Helena fue un grito ahogado de rendición y placer. Los diez minutos se consumieron en una vorágine de tacto y deseo.
Al cumplirse el tiempo, Lucas se retiró, dejando a Helena jadeando y temblando en el sofá.
El siguiente nivel del contrato fue el trabajo físico: transplantar arbustos pesados. El trato era un intercambio mutuo: por cada arbusto, ella le permitiría acariciar sus nalgas y ella le masajearía la espalda, todo sobre la lencería de seda.
Para levantar el peso del primer arbusto, Helena se inclinó profundamente, exponiendo su torso y su trasero cubierto de seda en una posición de vulnerabilidad. Lucas se agachó con ella, sus cuerpos unidos por la fuerza. Lucas aprovechó el esfuerzo, deslizando intencionalmente su mano contra el costado de su pecho voluminoso mientras levantaban el peso.
Una vez plantado, cumplieron el ritual del premio: Helena masajeó con firmeza la espalda de Lucas bajo la camiseta, mientras Lucas apretaba las nalgas firmes de Helena a través de la fina seda.
Lucas, sin embargo, vio su oportunidad para el golpe final.
—Mamá, la Diferencia Simétrica es la parte que no compartimos, la que aún está prohibida. El muslo y el escote ya son zonas comunes. Para que la obsesión desaparezca, la Diferencia Simétrica debe ser la última barrera de tela. Si plantamos el último arbusto correctamente, quiero que me dejes quitarte la lencería de abajo y tocar tu trasero desnudo, para que no quede nada no compartido en la parte baja de tu cuerpo.
Helena sintió el cuerpo fuerte y sudoroso de su hijo tan cerca que su juicio se nubló. La lógica perversa era un incendio.
—Solo si me explicas cómo aplica al jardín.
—La Diferencia Simétrica es la parte que está en un conjunto o en otro, pero no en la Intersección. El arbusto y la tierra son la Intersección del jardín. Tu cuerpo desnudo, la última barrera de tela, es la Diferencia Simétrica, la parte no compartida, la que debe ser explorada para que el problema se resuelva. —Lucas la estaba desnudando con argumentos matemáticos.
Ella asintió, su voluntad totalmente evaporada. Se inclinó y plantaron el último arbusto con un esfuerzo unido, sus cuerpos rozándose.
—El arbusto está plantado. Quítamela. —susurró Helena.
Lucas se arrodilló detrás de ella. Deslizó la bata y, con una lentitud que prometía el desastre, deslizó la braguita de seda de sus caderas anchas y firmes hasta que la última pieza de tela cayó a sus pies.
Helena se quedó completamente desnuda frente a su hijo en el jardín. El aire frío sobre su piel la hizo temblar, el terror y la lujuria chocando violentamente.
Lucas no dudó. Sus manos grandes y calientes se posaron directamente sobre la piel suave y redonda de sus grandes nalgas. Él las acarició, las apretó con una firmeza gozosa, sintiendo el volumen completo de su trasero sin la interferencia de la tela. Helena se inclinó hacia adelante, apoyándose en la pared de madera, su cuerpo convulsionando por el placer. El contacto era absoluto, una posesión sin límites.
Lucas se retiró lentamente, su mirada profunda y seria. —Ahora, mamá, la lección de la desnudez está completa. El Contrato de Proximidad ha cumplido su objetivo. Ya no hay barreras de tela, solo tú y yo
Lucas la bajó lentamente, pero sin soltarla, permitiendo que sus cuerpos desnudo contra vestido se frotaran al descender. Cuando sus pies tocaron la tierra, la mantuvo pegada a él, sus nalgas grandes y firmes rozando la tela de sus vaqueros.
Helena ya no luchaba contra la lujuria. La vergüenza había sido completamente sustituida por una intensa y abrumadora necesidad.
Lucas se inclinó y besó su boca con una lentitud deliberada, un beso que se prolongó hasta que Helena se rindió por completo, abriendo sus labios, gimiendo profundamente en el contacto. Él rompió el beso solo para deslizar sus labios por el cuello y el hombro de su madre.
Lucas deslizó sus manos por la espalda desnuda de Helena, deteniéndose en la base de su columna vertebral, y luego las dirigió a sus nalgas firmes. Las acarició con total posesión, sintiendo la carne caliente y vibrante. Con un movimiento lento y experto, Lucas deslizó una mano por su muslo, llevándola hacia adelante, hacia la intimidad expuesta de Helena.
Helena arqueó su cuerpo hacia atrás, su pecho voluminoso abultándose, exponiéndole más al contacto. Cuando sintió la punta de los dedos de Lucas acercarse a su centro, un espasmo la recorrió. Un gemido ahogado escapó de sus labios al sentir que sus dedos rozaban suavemente la parte superior de su sexo, que ya estaba completamente húmedo y caliente por la intensidad de la situación. La sensación de ser tocada así, al aire libre y totalmente expuesta, era una descarga eléctrica.
Lucas ignoró el gemido de culpa y se centró en el placer. Se arrodilló lentamente frente a ella, obligando a Helena a sostenerse de su hombro para no caer. La vista de su madre desnuda desde abajo era abrumadora.
Lucas llevó sus manos a los grandes pechos de Helena. Los tomó con una firmeza gozosa, amasándolos y acariciando su volumen. Luego, se inclinó y posó sus labios suavemente sobre la piel de su abdomen plano, y comenzó a recorrer con besos húmedos la piel suave de su vientre, hasta la parte inferior.
Helena cerró los ojos, sintiendo la boca cálida de su hijo sobre su piel. El contacto directo en sus senos era tan intenso que sus pezones estaban duros y dolorosos. Sintió que se le doblaban las rodillas por la mezcla de placer y la audacia de la situación. Sus manos se enredaron en el cabello de Lucas, empujándolo suavemente contra su cuerpo como si buscara más contacto.
Lucas ascendió con sus besos y su boca se dirigió a uno de sus grandes pechos. Suavemente, tomó el pezón endurecido en su boca, chupándolo y lamiéndolo con una avidez contenida, como si estuviera probando el fruto prohibido por primera vez.
Sensación de Helena: Un grito agudo de placer y vergüenza escapó de la garganta de Helena. El sentimiento de su hijo en su pecho, la succión y el calor, era el punto de no retorno. Su respiración se aceleró hasta convertirse en jadeos entrecortados.
Lucas se alejó del seno, sus ojos fijos en el rostro de su madre, marcado por una lujuria sin control.
Lucas se levantó, sin dejar de acariciar sus pechos. Llevó su mano de nuevo al muslo interno, esta vez con total posesión. Deslizó su dedo húmedo sobre la piel sensible cerca de su clítoris, presionando suavemente una y otra vez.
Helena tembló. Sintió el placer explotar en su bajo vientre, un calor intenso que la hacía temblar incontrolablemente. El contacto la hizo gemir en voz alta, una súplica por más. Su cuerpo se inclinó hacia Lucas, sus caderas buscando el roce.
Lucas la sostuvo con una posesividad total. La lección de la desnudez había concluido. Su madre estaba completamente excitada, su cuerpo imploraba la liberación que él le había negado con la promesa de la “solución”.
—Ahora, y solo ahora, la lección ha terminado, mamá. —susurró Lucas, su rostro lleno de triunfo—. Estás libre
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