Capítulo 1

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  • Preciosas bolas del maestro

Las preciosas bolas del maestro

– Mayor Drauser, ¿qué significa esto? ¿Ese grupo terrorista, Osiris, lo está controlando?

– ¡No, Pedro! Lo hago por mi propia voluntad. Tuve una revelación cuando nuestra tropa fue destruida en la operación Rosario, por aquel inmenso poder. Y nuestro gobierno lo permitió. Todos nuestros hombres murieron, y yo estoy aprovechando a Osiris para castigar a estos políticos y a todos los involucrados, usando el poder que he podido obtener.

– De eso se trata, una venganza. No podré apoyarlo en esto, deténgase antes de que sea tarde.

– No me hagas reír, novato. Ya me deshice de tu escuadrón, poco podrás hacer tú solo. Pronto los acompañarás al paraíso.

De repente, se sacó la camisa, revelando un torso musculoso y bien trabajado. También se notaban algunas cicatrices, producto de incontables batallas y terribles luchas, lo que lo hacía ver mucho más varonil y fuerte. La luz de la luna exaltaba sus fuertes pectorales y unos abdominales que parecían tallados en piedra. Ambientados por la luz de la luna y el rocío de esta noche, les daba un toque luminoso y brillante.

Se movió a gran velocidad y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Pedro estaba nervioso, no sabía qué esperar. Sabía lo letal que era su enemigo, ya que él fue su maestro en las artes de la guerra y su amigo.

Una tristeza lo invadió, una gran angustia. El miedo hacía que un sudor helado recorriera su frente. ¿Dónde estaba? ¿A dónde se había ido?

Pero la incertidumbre duró poco. Su maestro estaba detrás suyo, y lo peor era que había sido tan rápido que lo había desarmado.

Drauser atrapó a Pedro con sus brazos, y este no se podía mover.

Pedro recordó los buenos momentos, cada misión, cada vez que se salvaron la vida mutuamente, las lecciones y los consejos recibidos. Ya nada de eso importaba, lo invadió la nostalgia y el deseo de llorar; todo había terminado para él.

—Estás temblando, novato —dijo con voz burlona.

Sus brazos eran enormes y ásperos, sus manos grandes con dedos gruesos.

Drauser empezó a deslizar su mano hasta meterla por dentro del pantalón de Pedro, luego debajo de su ropa interior, hasta tocar sus labios suaves.

Introdujo uno de sus dedos y empezó a hacer pequeños giros, luego introdujo otro dedo e hizo lo mismo, hasta que su vagina empezó a ponerse húmeda.

—Lo sabía, siempre noté algo extraño en ti. Te esforzabas más que los demás, pero tu piel seguía siendo suave y tu cuerpo delicado. Qué grata sorpresa.

El mundo mental de Pedro se empezó a volver confuso al escuchar esas palabras.

«¿Lo notó? ¿Y por qué hasta ahora?», pensó para sí mismo.

Desde pequeño se había sentido diferente. Nacido en un pequeño pueblo de Texas, sus padres al nacer le pusieron Teresa Menxer, pero a pesar de su cuerpo de mujer, siempre supo que era un hombre.

Al crecer, cortó su cabello, se comportó según sus sentimientos, incluso se hizo todo el procedimiento; hoy no quedaba nada de Teresa.

Solo su delicada vulva que hoy era una vulva de hombre, no de mujer.

Pero la voz gruesa de su maestro al oído lo confundía, su cuerpo fuerte y masculino lo hacía sentir Teresa nuevamente.

¿Quién soy? ¿Teresa? ¿Pedro?

Esa voz gruesa y los dedos revoloteando en su interior no le permitían pensar con claridad; su cuerpo se movía, se contraía, hasta que un orgasmo tras otro… ya llevaba cinco.

Recuperó un poco la compostura y notó que su maestro había bajado la guardia, así que sacó su mano rápidamente y Pedro realizó un movimiento de defensa personal y lo lanzó al suelo. Ahora Pedro estaba libre y su maestro un poco aturdido por el golpe en el suelo. La situación había cambiado.

Drauser quedó resentido por el golpe, 1 minuto después de volver en sí.

Miró a Pedro desnudo, observó su torso delgado, unos pectorales medio marcados y un abdomen con una línea en la mitad, junto con una hermosa V que unía su torso con sus piernas delgadas pero tonificadas, y una vagina pequeña, rosada y virginal.

—Mayor, usted me profanó. Me estaba guardando para la mujer de mis sueños, con la que haría mi propia familia, con valores tradicionales.

Se supone que a ella le daría mi virtud, pero no todo está perdido. Usted es alguien a quien aprecio y ya tuvo mi cuerpo. Es una señal del destino: usted es la mujer que estaba esperando.

Drauser no podía creer lo que estaba escuchando, pero antes de que pudiera decir algo, Pedro realizó un salto en el aire y aterrizó colocando su vagina en la cara de Drauser.

Como en una posición de 69, Drauser miró la fina espalda, los delgados pero lindos glúteos de su contrincante.

Y, aceptando el desafío, decidió demostrar quién era el hombre.

Drauser comenzó a lamer con su larga lengua la vagina de Pedro; la metió hasta el fondo, sintiendo su suavidad y estrechez.

Pedro empezó a sentir cómo su cuerpo se estremecía, cómo se derretía, como una delicada flor siendo abrasada por el fuego de un verano intenso.

—No, no, yo soy el hombre —replicó para sí—. Mi amada se está esforzando, yo también lo haré.

Bajó el pantalón de Drauser y vio un enorme y grueso pene, venoso y limpio. Sus testículos eran perfectamente redondos.

Pasó su lengua por el falo como si se tratara de una paleta, y luego le dio una pequeña mordida a esas bolas.

—Las preciosas bolas de mi maestro, no estoy equivocado, las preciosas bolas de mi prometida.

Drauser metió su enorme dedo en el ano de Pedro, luego otro dedo, y lo hacía tan magistralmente y de manera tan deliciosa que parecía que ganaría el desafío.

Pedro empezó a chupar, sorber y frotar de arriba hacia abajo, luego en círculos, y desesperadamente con ambas manos.

Pero, aunque sabía que Drauser lo estaba sintiendo, él sabía que no era suficiente.

Su cuerpo le advertía que, si no hacía algo pronto, perdería.

De repente, sintió tres orgasmos simultáneos, como un temblor, era un knockout.

Miró hacia el cielo y solo pudo decir un agudo «¡Aahhhhh!», drauser miro con una sonrisa leve, sintiendo que había ganado.

Pero algo extraño pasó: una energía masculina como nunca antes se había sentido empezó a emanar del cuerpo de Pedro.

Drauser no entendía qué pasaba; solo vio, atónito, cómo Pedro sonrió y le dijo:

—Lo haces muy bien, pero no acabaré. Primero soy un caballero y tú, mi reina, siempre estarás en primer lugar.

Volvió su boca al falo de Drauser, movió su lengua, y Drauser no aguantó más.

Una bocanada de líquido masculino salió de él, justo en la boca de Pedro.

—Con esto, gano —dijo Drauser.

Pero Pedro, con la boca llena, pensó: «Debe ser dulce, quizás es piña». Luego bajó más y se acercó, abrió las musculosas nalgas de Drauser, y puso su boca en aquel agujero.

Y, besándolo, inyectó todo el líquido que tenía en la boca.

Drauser sintió como si el tiempo se detuviera, todo empezó a dar vueltas, la luna, el cielo y las estrellas eran testigos de su derrota.

Sintió su líquido espeso y caliente, pero no era suyo, era de Pedro. Las contracciones lo hicieron tratar de respirar, blanqueó los ojos y se desmayó.

Cinco minutos después, escuchó una dulce voz:

—Amada, es hora de levantarse.

Pedro se había vestido, Drauser se vio desnudo y sintió cómo el líquido que tenía adentro salía.

—Amor, vístete. Tranquila, vuelve al pueblo y espérame. Volveré por ti.

Pedro besó a su amada con un beso profundo y cariñoso, mordió su labio inferior y se retiró lentamente. Un pequeño hilo de saliva fue lo único que unió sus labios.

Pedro desapareció entre la oscura noche y la maleza.

Drauser escuchó los tiroteos y explosiones de la guerra, y entendió que no era un lugar para una mujer comprometida. Se vistió, fue al pueblo y esperó a su amado.

Seis meses después, la pareja se reencontró. Compraron una casa y Pedro se retiró del servicio militar.

Entendería que debía cuidar su vida. Ahora tenía a su linda enamorada, Drauser, con la que formaría una hermosa familia tradicional.

Fin

Soy el gatoconbotas si te gustó el relato regálame un comentario y 5 estrellas

Pronto publicaré el cuento número 2