La luz de la tarde se filtraba a través de las persianas del despacho de la profesora de biología, creando una atmósfera que mezclaba la formalidad del lugar con una tensión sexual palpable. El aire olía a libros viejos y a un sutil perfume floral, una combinación que, en cualquier otro momento, habría pasado desapercibida. Pero no hoy. Hoy, Pedro, alto y con un físico definido que delataba horas en el gimnasio, se encontraba de pie frente a la mesa de madera, su corazón latiendo con fuerza mientras sus ojos se clavaban en la figura de Alejandra.

Ella, sentada tras la mesa, era una mujer que no pasaba desapercibida. Delgada pero con curvas en los lugares correctos, su culo firme y sus tetas perfectas se marcaban bajo la ajustada blusa blanca. Su mirada, cargada de una seducción que Pedro no había notado antes, lo invitaba a acercarse. Él, nervioso pero excitado, dio un paso al frente, sintiendo cómo su polla comenzaba a endurecerse bajo los pantalones. La situación era surrealista, pero el deseo que lo consumía era demasiado real.

Alejandra sonrió con picardía, sus labios rojos brillando bajo la luz tenue. Con un movimiento lento y deliberado, se abrió de piernas, revelando el borde de su coño depilado bajo la falda corta. Pedro tragó saliva, su respiración acelerándose. Ella no perdió tiempo: se levantó con gracia, se quitó la falda y los tacones, y se arrodilló frente a él. Sus manos fueron مباشرة directamente a la hebilla de su cinturón, desabrochándolo con una habilidad que delataba experiencia.

—¿Te gusta lo que ves, Pedro? —murmuró, su voz ronca y seductora.

Él no pudo responder. Solo asintió, hipnotizado, mientras ella bajaba su cremallera y liberaba su polla, ya dura y palpitante. Alejandra la tomó con ambas manos, acariciándola suavemente antes de llevársela a la boca. Su lengua cálida y húmeda envolvió la cabeza, y Pedro gimió, cerrando los ojos al sentir el placer invadirlo. Ella chupaba con habilidad, moviendo la cabeza arriba y abajo mientras sus manos masajeaban sus huevos. El sonido húmedo de su boca trabajando en su verga llenó la habitación, mezclándose con los gemidos contenidos de Pedro.

—Joder, Alejandra… —susurró él, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba con cada movimiento de su boca.

Ella no respondió, solo intensificó el ritmo, su lengua jugando con la punta de su polla mientras sus labios creaban un vacío perfecto. Pedro, rendido al deseo, comenzó a desvestirse, quitándose la camisa y los pantalones con torpeza. Alejandra, ahora solo en sujetador, no dejó de mamar ni por un segundo. Sus pezones duros rozaban su pecho cada vez que se inclinaba hacia adelante, añadiendo una nueva capa de placer a la experiencia.

Pedro, impaciente y al borde de la locura, se agachó y desabrochó el sujetador de Alejandra, liberando sus tetas perfectas. Eran firmes y redondas, con pezones rosados que se erguían invitantes. Él las tomó con ambas manos, masajeándolas mientras ella seguía chupando su verga con fervor. El contraste entre la suavidad de sus pechos y la rudeza de sus manos lo excitó aún más.

—Para, Alejandra… —dijo, su voz ronca de deseo—. Quiero follarte.

Ella lo miró con ojos brillantes de lujuria, se levantó de un salto y se puso a cuatro patas sobre la mesa de madera. Su culo firme y su coño húmedo se ofrecían a él, una invitación que Pedro no podía rechazar. Sin decir una palabra, se colocó detrás de ella, agarró sus caderas con fuerza y la penetró de una estocada, sintiendo cómo su polla entraba en su coño estrecho y caliente.

—Joder… —gimió Alejandra, su cabeza cayendo hacia adelante mientras su cuerpo se adaptaba a su tamaño.

Pedro comenzó a moverse con fuerza, follándola en esa posición, sintiendo cómo su polla entraba y salía de su coño con un ritmo constante. El sonido de sus cuerpos chocando llenó la habitación, mezclándose con los gemidos de ambos. La mesa crujió bajo su peso, pero ninguno de los dos se detuvo. Pedro agarró sus caderas con más fuerza, embistiéndola con una intensidad que lo llevaba al borde del orgasmo.

—Me corro, Alejandra… —advirtió, su voz entrecortada por el esfuerzo.

Ella, sin dudarlo, se levantó y se giró, apoyándose contra la pared en forma de churita. Pedro la tomó por la cintura, levantándola ligeramente, y la clavó contra la pared, follándola con una ferocidad que lo dejaba sin aliento. Sus cuerpos se movían al unísono, el sudor comenzando a brillar en sus pieles mientras el placer los consumía.

—¡Sí, Pedro! ¡Fóllame! —gritó Alejandra, su voz llena de deseo.

Él no necesitaba más estímulo. Sus embestidas se volvieron más rápidas, más profundas, hasta que finalmente sintió cómo su orgasmo se acercaba.

—Me corro… —repitió, su voz un susurro ronco.

Alejandra se arrodilló frente a él, abriendo la boca y mirándolo con ojos llenos de lujuria. Pedro, al borde del abismo, sacó su polla de su coño y la dirigió hacia su cara. Ella sonrió, sabiendo lo que venía, y él explotó, corriéndose abundantemente sobre su cara, pechos y boca. Su leche caliente cubría su piel, y ella no perdió ni una gota, lamiendo y chupando su verga hasta que no quedó nada.

—Joder, Alejandra… —suspiró Pedro, exhausto pero triunfante.

Ella sonrió, satisfecha, y lamió sus labios lentamente.

—De seguro apruebas —dijo, su voz cargada de doble sentido.

Pedro se vistió en silencio, su mente aún procesando lo que acababa de suceder. Al salir del despacho, sabía que no solo había aprobado biología, sino que también había vivido una experiencia que cambiaría su vida para siempre. El semestre terminó, y Pedro, con una sonrisa pícara, recordaría siempre aquella tarde en el despacho de Alejandra, donde el deseo y la seducción se habían unido en una danza inolvidable.