Ese verano mi hermana Claudia y yo acostumbrábamos encontrarnos al caer la tarde en el fondo de la huerta que había en el patio de la casa y nos dedicábamos a satisfacer nuestras mutuas ansias de sexo.

Ella era notablemente fogosa y siempre estaba buscándome para tener nuestros juegos íntimos, a los que yo estaba invariablemente dispuesto.

Los veinte años de Claudia y mis dieciocho se complementaban perfectamente en la aventura de descubrir el sexo entre adultos.

Y disfrutábamos plenamente de nuestros cuerpos que se entregaban a nuestros jugueteos amorosos con la fogosidad propia de nuestra edad.

Nuestra hermana Teresa, un año mayor que Claudia, parecía no darse cuenta de nuestras escapadas frecuentes al patio de atrás y nunca hizo ningún comentario ni vimos una mirada en ella que delatara nuestro secreto.

Con nuestra madre no sucedió lo mismo y ello se debió a un error de mi parte.

Al volver después de una ardiente sesión de sexo, despedí a mi hermana con un apretón a sus nalgas mientras ella se alejaba corriendo, sin percatarme que nuestra madre nos miraba desde el segundo piso de la casa.

Sin darnos cuenta, ella empezó a espiar nuestros movimientos y pudo hacerse un itinerario de nuestros encuentros furtivos, por lo que no le fue difícil encontrar un lugar seguro para espiarnos y así poder pillarnos in fraganti.

Y sucedió una tarde en que el frescor invadía el ambiente cuando nuestra madre se ocultó de manera que no pudiéramos verla y esperó a que aparecieran los hermanos amantes, cosa que sucedió al poco rato. Primero llegó mi hermana y tras ella aparecí desabrochándome los pantalones que dejé tirados en el suelo para desnudarme totalmente y exhibir a mi hermana y a mi madre mi verga en toda su extensión.

Mi madre, escondida tras unos arbustos, quedó sorprendida con el tamaño de mi instrumento y la invadió una desazón que recorrió todo su cuerpo. No podía apartar la vista de ese aparato que se exhibía impúdico, lleno de venas colmadas de vitalidad, de un tamaño que la sobrecogió, en parte porque mi sexo es más grande que lo normal y en parte porque hacía muchos años que no veía uno. La curiosidad fue más fuerte en ella y en lugar de salir a enrostrarnos nuestro proceder siguió callada observando mi herramienta que se aprestaba a trabajar.

Claudia también se había desnudado y tirada en le hierba esperaba a su amado visitante, que no tardó en complacerla hundiéndose completamente en su lujuriosa cavidad. Después de un par de metidas y sacadas, saqué mi espada del interior de mi hermana y se la exhibí a la altura de su boca, con la evidente intención de que ella me pegara una mamada.

Mi madre se sintió poseída por una curiosidad insana ante la presencia de mi trozo de carne y lo que mi hermana le haría con su boca. No era posible que pudiera introducirse todo ese aparato en la boca, que no le cabría. Tal vez si contuviera el aliento y abriera los labios lo suficientemente como para que la cabeza del intruso llegara hasta su laringe se podría lograr, pensó.

¿Pero que estaba pensando? Se sorprendió al verse que estaba viendo las posibilidades de lograr meterse la verga de su hijo en la boca, en lugar de Claudia. No era en la boca de Claudia en la que estaba deseando introducir ese pedazo de carne palpitante sino en la suya propia. Cuando se percató del rumbo que estaban tomando sus pensamientos se sobresaltó pero le agradó la idea de continuar escondida y ver en qué terminaba esto.

Y cuando Claudia tomó mi verga y la llevó a su boca, que se abrió para recibir al visitante, no pudo evitar llevar una mano entre sus piernas, apretando a la altura de su propio sexo.

Tomé la cabeza de mi hermana y la atraje a mí, de manera de meter mi verga en su boca hasta donde fuera posible. Cuando ella se revolvió como intentando zafarse de mi aparato, comprendí que había llegado al límite de su garganta, aunque aún quedaba afuera un buen par de centímetros. Y empecé a bombear suavemente mientras mi hermana chupaba mi aparato para apurar el instante de gozo que se avecinaba.

Y cuando el momento llegó, Claudia apartó la cara y mi verga comenzó a lanzar semen sobre su pecho y estómago, en grandes cantidades, que ella distribuía con sus dedos en su piel, para finalmente llevar sus dedos empapados de mi líquido seminal a sus labios, donde los saboreó a gusto.

Mi madre había visto esto con los ojos enormemente abiertos y con su mano hundida bajo el vestido, masajeando su sexo por encima de su braga.

Después de acabar, me dediqué a chupar los senos de mi hermana y de ahí pasé a su vulva, en que introduje mi lengua hasta tocar su clítoris. Al sólo contacto, su interior estalló en una explosión de gozo y Claudia se derramó en mi boca mientras apretaba mi rostro a su vagina.

Mi madre continuaba con su masaje casi sin darse cuenta, atenta solamente a lo lujurioso de la escena que tenía ante ella e impresionada con las dimensiones de mi pedazo de carne y venas que nuevamente tomaba el tamaño que tanto le llamó la atención.

Puse a mi hermana en cuatro pies y lentamente le introduje mi espada en la vulva que aún goteaba por mi mamada anterior, para continuar con un frenético mete y saca mientras me aferraba a sus senos y los masajeaba fuertemente. Mi hermana se movía de atrás hacia delante al compás de mis embestidas y por el deseo de tener dentro de sí el mayor pedazo de carne posible.

Ver mi verga saliendo y entrando de mi hermana que la recibía tan a gusto produjo en mi madre una excitación increíble y apartando su braga metió uno de sus dedos en su vagina y comenzó a meterlo y sacarlo hasta lograr un orgasmo al mismo tiempo nuestro.

Ya calmada, se retiró silenciosamente, sin que nos diéramos cuenta.

En la casa, recostada en su dormitorio, no lograba apartar de su mente la imagen de mi verga entrando y saliendo de la vulva de su hija y no podía dejar de imaginar que podría ser su propia vagina la invadida por tan regio visitante.

A la hora de la cena todo fue normal, por lo que Claudia y yo creímos que todo seguía sin novedades, sin sospechar que nuestra madre había sido inoculada por un virus peligroso: el virus del sexo. Y ya estaba haciendo sus propios planes conmigo.

Después de cenar, nos sentamos en la sala a ver televisión. Mi madre se arrellanó en un sillón, con las piernas subidas y apoyada en un costado, en actitud de dormitar. Mis hermanas pronto se aburrieron y fueron a dormir, por lo que quedamos solos los dos viendo la película, cada uno en cada extremo del sillón.

Mi madre se acomoda en su lado y estira una pierna, la que queda al aire mientras la otra sigue recogida. Andaba vestida con un delantal abierto por delante y la posición en que se encontraba hacía que a través de las aberturas delanteras, entre botón y botón, se vislumbraran pedazos de piel de uno de sus muslos y del estómago.

Cuando fijo la vista en su vestido me percato que también se ve un pedazo de uno de sus senos, pues anda sin sostén. La vista de estos trozos de la piel de mi madre me excitó y aunque intentaba ver la película no podía evitar volver la vista a sus piernas y a las pequeñas ventanitas de su vestido.

Mi madre se acuesta en su lado y queda de espalda, aparentando dormir, con sus dos piernas semi abiertas frente a mí, presagiando un espectáculo lujurioso para mis ojos. Y así es, pues poco a poco sus piernas se abren y descubren toda la dimensión de sus muslos y al fondo de estos su braga que cubre en parte su sexo, mostrando algunos pelos que hacen más excitante el espectáculo.

Aun cuando pienso que ella está durmiendo y lo que muestra lo hace sin intención, no logro apartar mi vista de su braga, sus muslos, sus piernas. Y sin pensarlo mucho, llevo una de mis manos a su pierna y la recorro con suavidad hasta acercarme a la parte superior, cerca de su sexo. La dejo ahí, gozando de la tibieza y blandura de su piel.

Ella se revuelve inquieta, por lo que saco mi mano, asustado.

Saco mi verga y empiezo a masturbarme con la vista fija en la vulva escondida.

¿Te ayudo?

La voz de mi madre me sorprende, pues la creía dormida. Pero ella nunca lo estuvo y lo que había hecho era manejar la situación para llegar a este punto. La pregunta misma no daba lugar a dudas. Ella quería jugar este juego y yo tenía el instrumento que ella deseaba.

¿Me permites?

Sin esperar respuesta se apodera de mi verga y empieza una lenta masturbación, cuyo objetivo es volver a familiarizarse con ese bello objeto, después de tantos años de abstinencia. Después de un par de masajes se levanta, se arrodilla frente a mí y se mete todo mi pedazo de carne en la boca, lo que logra sin dificultades. Bueno, de algo le sirvió ver a Claudia intentarlo sin conseguirlo.

Siento que la leche me viene y tomo su cabeza con mis dos manos. Ella siente que me viene el líquido seminal y se apronta a recibirlo. Deja en la boca solamente la cabeza de mi verga y aprieta los labios sobre esta, que expele gran cantidad de semen que ella traga con cierta dificultad.

Después de esta sensacional acabada, empieza a masturbarme con suavidad y muy pronto mi aparato vuelve a adoptar las dimensiones que tenía antes de su mamada. Se quita el vestido y queda totalmente desnuda ante mí. Se recuesta de espalda en la alfombra, abre sus piernas y me hace señas para que vaya donde está, orden que no me hago repetir y me coloco entre sus piernas, con mi verga entre las manos y la introduzco en su sexo que presta cierta resistencia. Pero ella no se amilana y pone sus piernas sobre mis espaldas y aprieta mientras su vagina aprisiona mi pedazo de carne hasta lograr que entre totalmente.

«Rico, m´hijito, rico»

Bombeo sobre ella repetidamente, logrando que acabe en dos oportunidades.

«Ayyyyyyy, qué rico, qué rico»

Siento que viene mi turno y apresuro las metidas y sacada hasta que un torrente de semen inunda la caverna de mi madre, lo que la hace acabar por tercera vez.

«Huuuuuuuy, rrrrrrrricooooooo, rrrrrrrricoooooo»

Y quedamos tendidos en la alfombra, ella completamente desnuda, con mi verga aún metida en su sexo.

Ella me toma el rostro y me regala un beso lleno de pasión. Se levanta y sin decir palabra se viste y se aleja a su habitación.

¿Qué pasará ahora? Eso es otra historia.