Capítulo 3

«Mañana en la noche somos».

Eso fue lo último que me dijo Alberto antes de irse a dormir. Si quieren conocer la historia completa, los invito a leer los anteriores relatos de la saga. De todos modos, vuelvo a presentarme: soy Miguel, peruano de 34 años, y esta serie de relatos ocurrió hace algunos años con mi primo Alberto.

La noche tardó en llegar. Tanto, que decidí echarme una siesta luego de almorzar. Esa siesta se alargó un poco y me desperté alrededor de las 8pm pero por un motivo en particular: sentí que me tocaban.

Estaba solo en boxer, asi que sentía como tocaban mis pies, piernas y culo en la oscuridad. Por las manos, supe al instante que era Alberto y, al estar a oscuras, supe también que la noche había llegado y que toda la familia ya había salido. Antes de reaccionar, quería saber hasta dónde llegaba.

Luego de tocar, empezó a besarme los pies con locura, luego pasó su lengua por mis piernas y en ese momento ya no pude más y dije con mi voz más femenina y seductora posible:

«Ay mi amooor que travieso, ¿ya estamos solitos?»

Se rió me volteó y empezó a besarme mientras yo abría mis piernas. Él estaba con un polo y un short, así que le quité la prenda superior y luego le acariciaba el culo para bajarle el short. Así nos fuimos desnudando, él solo tuvo que bajarme el boxer. Una vez lo hizo, levantó mis piernas y realizó una de las cosas por las que me encanta estar con hombres: comerme el culo.

Es de las mejores sensaciones a nivel sexual. Cuando lo hizo, comencé a gemir.

«Qué rico, mi amor, ahhh, ahh, qué rica lenguita, no pares, sigue, sigueee»

Cuando ya estaba en modo putita, empezó a meterme un dedito. Al principio dolió un poco, pero al meterlo despacio y estar mi culo lubricado no pasó mucho tiempo para que empiece a sentir placer.

Luego, se arrodilló y pasó lo inminente: puso su verga en mi culo. Ya les había dicho que no es grande, pero perfecta para mí porque al metérmela realmente me hizo ver estrellas. En ese momento, mis piernas estaban en sus hombros y mientras me follaba no desaprovechó la oportunidad para comerme los pies.

Luego, me puse en cuatro y siguió follándome, pero como Alberto no se sentía del todo cómodo, lo tumbé en la cama, me puse encima y empecé a cabalgarlo. Mientras me hacía el amor, me agaché y lo besé como si no hubiera un mañana. En ese momento comenzó a moverse más rápido y yo igual, sabía lo que pasaría y me moría de ganas: estaba por venirse.

«Ahhhh arggg siiii, te voy a preñar, te voy a preñar».

«Ahh, ahhhhh, ahhhh, siiii, preñame mi amor, llename el culo de leche, ahhhhh».

Y en una de esas sentí como toda su eche invadía mis entrañas. Qué rica sensación y qué rica noche, yo me quedé dormido ya que era mi habitación y él en algún momento debió irse a la suya.

Quién iba a pensar que esa noche fue el inicio del fin de una de las experiencias más ricas que tuve en mi adolescencia. Si bien repetimos unas cuantas veces más, tanto Alberto como yo nos emparejamos con unas chicas y el fuego se fue apagando de a pocos. Incluso mucho más cuando me mudé. Desde ese entonces, hace unos 15 años, no tuvimos más experiencias sexuales.

Nos seguimos viendo, pero nunca más volvimos a hablar de lo que pasó esos años.

Yo, sin embargo, no pude dejar de tener relaciones homosexuales de cuando en cuando. Sobre todo mientras estaba soltero, ya les contaré en próximos relatos.

¡Gracias por leerme! Recuerda que puedes contactarme escribiendo a miguelfeet@gmail.com

¡Hasta un próximo relato!