Un perrazo de la calle muy dominante me cogió.
Hoy les voy a contar algo que me pasó hace un tiempo atrás: como una madrugada lluviosa, un perro me dio una de las mejores culeadas de mi vida.
Empezaré describiéndome un poco: me llamo Micaela, mido un metro ochenta centímetros, soy rellenita, morocha y tengo el culo bastante grande y rico , que siempre me está pidiendo ser rellenado por una buena verga.
Hace unos años vivía en un barrio de la periferia de mi localidad; el mismo aún contaba con calles de tierra, zonas de campo y montes, por lo que era habitual encontrar perros callejeros.
Yo vivía sola. Para ese entonces ya había disfrutado de ser cogida por perros, pero no con callejeros, por lo que hacer eso se había convertido en una fantasía recurrente.
Cabe señalar que era una adicta a la zoofilia; me encantó desde la primera vez que lo hice, la verga de los perros me encanta.
Moro era un mestizo semicallejero, ya que si bien tenía casa, su dueño no lo cuidaba mucho, por lo que era natural verlo por la calle recibiendo comida y agua de los vecinos.
Era un animal de pelo corto, pero tupido, negro y marrón, con una estatura de aproximadamente 70 centímetros. Si bien era alto, era de una contextura fibrosa. En cuanto a su paquete, a simple vista no parecía la gran cosa (algo que me sorprendería más tarde), pero sí tenía un delicioso par de huevos peludos y grandes colgándoles entre las patas.
En el tiempo que llevaba viéndolo, nunca se me había cruzado tener algo con él, más que nada por la inseguridad que implica hacerlo con un callejero con relación a cuestiones de higiene, pero la semilla siempre había estado dada mis experiencias previas.
Para mí es inevitable no mirarle la verga a cualquier perro macho que me cruce, y Moro no era la excepción a la regla. Lo que finalmente hizo que tomase una decisión ocurrió una noche en la que estaba muy caliente.
Ya me había pajeado 2 veces, pero no se pasaba la calentura y estaba acostada tratando de dormir.
De repente, escuché unos gruñidos desde la calle; eran consistentes, por lo que comenzaron a molestarme, ya que era tarde y no tenía sueño.
Supuse que eran perros a punto de pelearse, así que mi plan era salir afuera y ahuyentarlos, pero al hacerlo me encontré con una sorpresa.
Moro estaba abotonado con una perra callejera. Yo me quedé petrificada ver eso, al estar pegado a la perra. El de espaldas gruñía en clara señal de dominación, tratando de alejar a cualquiera que impidiese vaciar sus testículos.
Esa imagen me prendió fuego; disimuladamente me quedé mirando la acción, hasta que con un chillido de la perrita Moro se desprendió. Era una hermosa pija lo que le colgaba; con el frío de la noche incluso se le podía ver el vapor que desprendía de lo caliente que estaba.
Fue ahí cuando tomé la decisión, quería que Moro me hiciera suya; a como diera lugar me entregaría a él para que metiera su verga ya sea por la concha o el culo, que vaciara su leche dentro de mí.
Quería sentir esa vergota que me dejó llena de lujuria, quería que me marcara como una de sus perritas. Luego de ver ese acto, retorné a la casa y me masturbé otra vez pensando en lo que había visto.
El sueño se me había ido porque no podía dejar de pensar en cómo hacerlo con Moro. Mi vecindario era bastante iluminado, por lo que sería raro que alguien me viese entrar un perro desconocido a mi casa por la noche; por lo tanto, debería probar hacerlo en la madrugada de algún día, o algo por el estilo.
No se me ocurría nada, hasta que la oportunidad llegó y fue en una madrugada de tormenta. Un sábado, recién empezando la madrugada, a eso de la una y treinta horas, se largó un temporal muy fuerte. En estos casos siempre me despierta el ruido de la lluvia y el viento.
Me levanté a asegurar que las ventanas estuvieran cerradas y también a guardar una ropa que tenía en el tendedero para que el viento no la fuera a tirar.
Después salí al resguardo del pórtico de mi casa, para mirar un rato la lluvia y sentir algo del viento helado de la lluvia.
Fue ahí cuando vi a Moro sentado bajo un árbol, humedecido casi sin resguardo; si bien es verdad que deseaba con muchas ansias encontrar el momento para que ese perrazo me cogiera y me diera verga como a la perra que soy, lo primero que sentí al verlo en ese estado fue compasión, ya que no era un perro conflictivo (salvo con otros de su especie).
Simplemente, no dudé, abrí la puerta de mi casa que da a la calle y lo llamé;l, por suerte, respondió (ya me conocía) y se apresuró a entrar. Una vez dentro del pórtico de la casa, dejé que se sacudiese un poco y luego le abrí la puerta para entrar a la casa.
Lo llamé y me siguió, le acaricié la cabeza, le di agua y un poco de comida. Una vez que él quedó satisfecho, se echó tranquilo en el piso y a partir de ese momento decidí preparar todo.
Lo primero que hice fue arreglar mi cuarto, puse una sábana sucia sobre la cama y me desnudé. Sabía que no era del todo seguro dejarme coger porque no sabía si él estaba vacunado, pero lo quería sentir dentro de mí a toda costa. Entonces se me ocurrió darle mi culo, pero tenía que idear cómo hacerlo, pero justo se me prendió el foco.
Agarré uno de mis calzones más viejos, un cachetero color rosa que me encantaba, pero ya había dado suficiente. Lo agarré y con unas tijeras le corté un pedacito, calculando que el hoyo me quedara justo a la altura de mi ano, para que cuando el perro me la quisiera meter, no tuviera otra opción que solo mi esfínter anal.
Cuando volví al lugar donde estaba, llevaba conmigo una toalla; mi idea era secarlo y, en el proceso, darle unos masajes, acariciar su pecho, pija y testículos.
Poco a poco lo fui secando; la verdad es que no me interesaba limpiarlo, ya que, si bien comprendía el riesgo, mi calentura era mucho mayor, por lo que quería sentir su aroma de perro callejero en mí.
Siguiendo con mis caricias, poco a poco bajé hasta su funda. Primero le pasé la mano de forma sutil con la toalla, hasta hacerlo solo con mis manos; así masajeé sus huevos también. Me encantaba sentir ese paquete caliente en mis manos; lo quería adentro a toda costa.
Moro no demostraba mucho interés, algo que me preocupaba un poco, así que decidí aumentar la estimulación tomándole la verga con mi mano izquierda y comenzando una suave paja.
Ahí fue cuando se le puso dura y se levantó. Al hacerlo, comenzó a olerme por varias partes del cuerpo, incluso me lamía un poco.
Yo me puse de pie porque quería llevarlo a mi cuarto; él me siguió, pero no sabía cómo subirse a la cama.
Estaba muy inquieto ya, así que no dudé, desarmé la cama y me llevé el colchón al living de la casa. En el camino, Moro me olisqueaba las nalgas y daba saltos de emoción, como anticipando lo que se venía.
Ya no me importaba nada; arrojé el colchón al piso y me subí con Moro por detrás.
Él hacía como unos pequeños gruñidos. En un momento determinado me coloqué frente a él y, mientras lo acariciaba con la mano izquierda, con la derecha, le hacía la paja nuevamente. Ahí fue cuando se mostró un poco agresivo y emitió un ladrido.
Acto seguido me daba como topetazos con la trompa; eso me calentó muchísimo. Amo sentir esa sensación de saber que los perros ya entendieron que voy a ser su perra ,que me la van a meter y más cuando un perro es un macho dominante.
A esta altura la situación no daba para más; estaba súper caliente, mis hoyitos palpitaban al ritmo de mi corazón, la concha me escurría y el culo solo me punzaba de felicidad por lo que se le avecinaba, de tal forma que me di vuelta, poniéndome en cuatro como una buena perrita dispuesta a servir a su macho callejero.
Yo me puse de la forma más perfecta por mi experiencia previa; Moro no estaba tratando con una principiante, yo era una perra con mucho recorrido en el arte de copular con perros.
Moro no dudó, entendió la señal, se me subió muy fuerte por la espalda, clavándome sus patas alrededor de la cintura, dando inicios a una serie de puntazos que me humedecían las nalgas y mi hoyo y mi calzón con sus líquidos.
Quise guiarlo con mi mano, pero él gruñó nuevamente; en ese momento se me pasó por la cabeza quitarme el calzón y dejar que me la metiera por la concha porque qué estaba demasiado caliente, pero tuve la cordura y decidí que seguiría el plan, que me la metería por el culo, entregándome por completo.
Apoyé los codos en el suelo y saqué mis nalgas, dejando mi culo bien expuesto para que me la clavara de una buena vez. Estaba en 4 patas, rogándole que me cogiera ya, que me clavara la pija en el culo de una buena vez, y yo le decía:
«-Dale, Moro,dame pija, métemela, papi, ¡¡¡Haceme tu perrita!!! «Dame la lechita». «Te cogiste a todas las perras de la cuadra, menos a mí». Me piqueteaba sin atinarle a mi hoyo; solo sentía el ano bien mojado por su lubricación y no me la metí todavía, pero por suerte en una de sus bombeadas justo dio en el blanco, que me la mete toda hasta el fondo por el culo. ¡¡¡Aaaah!!! Papacito, qué rico, le dije.
Sentía que la metía hasta el fondo de mi culo. ¡¡¡Uff!!! «—¡-Haceme tu perrita, Cojeme, partime el orto,dámela toda.»! siempre me encantó el sexo anal ser empotrada por detrás es mejor que cualquiera otra cosa, el muy cabrón al parecer lo estaba disfrutando demasiado por que me tenían bien agarrada de la cintura hasta me clavaba sus uñas, escuchaba sus jadeos y el sonido de su verga entrando y saliendo de mi complacido ano, sentí y escuché como sus huevos se estrellaban en mi concha por encima del chatero que me había puesto, sus piernas cochaban en mis nalgas haciendo un sonido como si estuviera aplaudiendo, y literalmente mi culo estaba extasiado de tremendo mete y saca que Moro me estaba dando esté perro era una máquina de coger, me la metía entera y cuando pensaba que me la iba a sacar me la volvía a meter toda haciendo un sonido, ploff, ploff, ploff, y como un chasquido provocado por mi esfínter anal y las metidas de verga más su lubricación, los orgasmos eran brutales mi calzón estaba empapado de acabas que ya había tenido y mi culo estaba en la gloria literalmente me estuvo cojiendo muy rico hasta alcanzar un orgasmo anal ¡¡¡Ufffff!!! Dije en mi interior, tenía tiempo sin coger y este perro estaba haciéndome acabar; nuevamente mis piernas temblaban, yo solo gozaba el momento.
¡Qué placer! Este sí que era un auténtico macho puro y salvaje; me trataba como una perrita, ¡algo que me encantaba! Su bombeo era un frenesí, me ardía la colita, pero lo valía totalmente: «-Más duro, dame más duro, Morito». «Dale a este culo de perrita lo que se merece».
Él jadeaba en mi espalda al mismo tiempo que me ensuciaba todo con su humedad y tierra, algo que me hacía sentir más perra. Hasta que fue bajando la intensidad y, de un golpe, me metió la bola.
El abotonamiento con Moro fue uno de los más duros y ricos que he experimentado, porque su pija era enorme; era quizás el nudo más grande que me hayan metido, pero de los más placenteros. Por unos momentos se quedó encima de mí hasta que se giró, pasó una pata por encima de mi culo y al hacerlo sentí su verga girando dentro de mi ano; me hizo ver las estrellas, y quedamos abotonados culo con culo.
Fue algo increíble, doloroso, pero mi culo explotaba de placer por tanta pija y semen de Moro. Pero lo mejor de todo, sin duda, lo que me hizo acabar nuevamente, fue lo que pasaría durante el abotonamiento.
Mientras estaba pegada a Moro, este comenzó a gruñir y daba pequeños jalones que no hacían más que causarme más placer.
Me sentía morir de lo rico que sentía, los chorros de su leche bañándome el interior de mi culo, brindando más placer a mi orificio vejado.
Me sentía enajenada, me había convertido en una perra y oficialmente él me estaba reclamando como su perrita.
Yo, tendida ya con la cara contra el colchón, le decía:
«Gracias por esto, gracias por tu lechita, vacíate todo lo que quieras». A todo esto solo se escuchaban tres sonidos: la tormenta que arreciaba y los gruñidos de Moro que interrumpían con algún jadeo de agitación. [ ] La verdad es que no tomé el tiempo, pero estuvimos abotonados mucho tiempo y cuando me la saco sonó un «plop», como cuando destapan una botella, pero mucho más grave, ya que Moro tenía la verga bien grande; casi le llegaba al piso, se veía grandota y gruesa, llena de venas y aún palpitaba y botaba leche.
El tamaño sería de unos 30 centímetros aproximadamente, con una bola del tamaño de una naranja grande. Mi culito me ardía, y sentía cómo venteaba aire hasta que irrumpió su hermosa lengua, algo maravilloso.
La verdad es que ese macho me partió al medio, no sé cómo hizo mi culo para aguantar todo eso dentro.
Me metí la mano bajo mi calzón para tocarme la concha; la tenía empapada, mis dedos entraban con facilidad y aún sentía mi ano expulsar la leche de Moro que rica culeada me acababa de dar ese perro.
Quise chuparle la pija, pero me volvió a gruñir.
Era un perro muy dominante, por lo que junté el semen que me escurría de la cola y lo saboreé un poco como para dejar a mi boca satisfecha. Finalmente, le puse agua y un trapo para que se vaya a dormir; luego me fui a bañar y a descansar.
Había cumplido con mi cometido, coger con un callejero y vaya, qué exponente, un verdadero macho alfa.
Espero que les haya gustado; la semana que viene contaré otra de mis experiencias.
Saludos a todos.